14 noviembre 2009
El dueño de Rampling Gate (5a parte)
La rabia debe de ser un excelente antídoto contra el miedo, porque sin duda contribuyó a paliar mi natural alarma. Aquella noche no me desvestí, ni siquiera me quité los zapatos, sino que me senté en el dormitorio oscuro y vacío mirando con fijeza la ventana de vidrios emplomados en forma de rombos hasta que toda la mansión quedó en silencio. Por fin, oí cerrarse la puerta de Richard. Después llegaron los chasquidos distantes que indicaban que otros cerrojos habían sido colocados en su lugar.
Y cuando el reloj del abuelo dio las once campanadas en el gran salón, Rampling Gate se sumió en el sueño como de costumbre.
Escuché atentamente, por si oía los pasos de mi hermano en el salón. Y cuando no le oí moverse de su habitación, me pregunté si la misma curiosidad que yo sentía no le impulsaría a venir a buscarme, para invitarme a que fuéramos juntos a descubrir la verdad.
Pero las cosas estaban bien así. No le quería a mi lado. Y sentía un oscuro júbilo al imaginarme a mi misma saliendo de mi dormitorio y bajando las escaleras, como lo había hecho la noche anterior. Esperaría una hora más, sin embargo, para estar segura. Dejaría que la noche llegara hasta el fondo: las doce, la hora embrujada. Mi corazón latía acelerado al pensarlo, y en sueños reconstruía el rostro que había visto, la voz que había pronunciado mi nombre.
¡Ah! ¿Por qué me parecía retrospectivamente tan íntima, como si nos hubiéramos conocido antes y hablado juntos a menudo, como si se tratara de alguien a quien reconocía en lo más profundo de mi ser?
-¿Cómo te llamas? -Creo que lo murmuré en voz alta. Y entonces me asaltó un espasmo de miedo. ¿Tendría valor suficiente para ir en su busca, para abrirle la puerta? ¿Estaba perdiendo la razón? Cerré los ojos y dejé reposar mi cabeza en el respaldo de mi sillón de terciopelo.
¿Qué había más vacío que esta noche rural? ¿Qué cosa podía ser más dulce?
Abrí los ojos. Había estado dormitando o hablándome a mí misma, intentando explicar a papá por qué era necesario que comprendiéramos nosotros mismos sus razones. Y entonces me di cuenta, me di plena y perfecta cuenta -creo que antes incluso de despertar- de que él estaba en pie junto a mi cama.
La puerta estaba abierta. Y él estaba allí, erguido, vestido exactamente igual que la noche anterior, y sus ojos oscuros se clavaban en mí con la misma curiosidad obvia; su boca era un simple pliegue, corno la de un escolar, y se apoyaba en el listón de la cabecera de la cama con la mano derecha, en una postura casi indolente. Parecía absorto en la contemplación de mi persona, sin advertir que yo le estaba mirando a mi vez.
Pero cuando me incorporé a medias, alzó un dedo corno para imponerme silencio, y me hizo una ligera seña
-¡Ah, eres tú! -susurré.
-Sí -contestó, en una voz discreta y casi imperceptible.
Pero habíamos estado hablando los dos, ¿no era así? Y yo le había estado haciendo preguntas, no, contándole cosas. Sentí de súbito que perdía el equilibrio y me sumergía en un sueño.
No, no era eso, sino la recuperación de un fragmento de algún sueño del pasado. Era esa especie de arrebato que nos arrastra en cualquier momento del día siguiente, al evocar el universo en el que nos encontrábamos totalmente sumergidos en sueños. Creo que por un instante oí nuestras voces, casi discutiendo, y vi a papá con su sombrero de copa y su abrigo negro, caminando solo por las calles del West End de Londres y asomándose a una puerta detrás de otra; y luego, alzándose por encima de la superficie de mármol de una mesa de un vago music-hall lleno de humo, tú... tu rostro.
-Sí...
«¡Vuelve, Julie!» Era la voz de papá.
-... penetrar en su alma -insistía yo, recuperando el hilo perdido. ¿Pero se movían
mis labios?-. Comprender qué es lo que le asustó lo que le enfureció. Dijo: «¡Derribadlo!»
-... nunca, nunca podrás hacer una cosa así. -Su rostro estaba afligido como el de
un escolar a punto de echarse a llorar.
-No, en absoluto, nosotros no queremos, ninguno de los dos, lo sabes bien... ¡Y tú no eres un fantasma' -Miré sus botas salpicadas de barro, la débil huella del polvo en aquella mejilla perfectamente blanca.
-¿Un fantasma? -preguntó casi enfurruñado, casi con amargura-. Ojalá lo fuera.
Como hipnotizada, le vi acercarse a mí y la habitación se oscureció cuando sentí en mi cara sus frías manos de seda. Yo me había levantado, estaba en pie delante de él, y le miraba a los ojos.
Oía los latidos de mi propio corazón. Los oía igual que la noche anterior, en el
momento en que rompí a gritar. ¡Buen Dios estaba hablando con él! ¡El estaba dentro y me mostraba en sus brazos, además. Rió, y yo hablaba con él! Y estaba en sus brazos además.
-¡Real, absolutamente real! -susurre, y un profundo estremecimiento recorrió mi cuerpo, obligándome a buscar un punto de apoyo en la cama para no caer al suelo.
Me miraba como si intentara comprender algo terriblemente importante para él, y no me respondió. Sus labios tenían un tono oscuro y una suavidad que aumentaba su atractivo, como sí nunca hubiera sido besado. Yo me sentí presa de un ligero vértigo, de cierta confusión, y ni siquiera me sentía segura de que realmente él estuviera allí.
-Oh, pero sí que lo estoy... dijo en voz baja y sentí su aliento en mi mejilla, casi dulce, Estoy aquí y tu estás conmigo, Julie ..
-Sí...
Mis ojos se cerraban. Tío Baxter estaba sentado a su escritorio, y yo podía oír el furioso rasgueo de su pluma.
-¡Demonio astuto! -dijo al viento de la noche, que entraba por las puertas abiertas.
-¡No! -exclamé yo. Papá se giró, en la puerta del music hall, y gritó mi nombre.
-Ámame, Julie -dijo su voz en mi oído, y sentí sus labios en mi garganta-. Sólo un
beso, Julie, no hay ningún mal en ello...
Y el centro de mi ser, ese lugar secreto en el que crecen todos los deseos y todas las exigencias, se abrió a él sin lucha y sin ruido. Habría caído de no haberme sostenido él. Mis brazos se cerraron en torno suyo, mis manos se deslizaron por la suave masa sedosa de sus cabellos.
A.R. (1982)
Continuará
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