24 septiembre 2005

Cambio de estación




Ha entrado el otoño pero también una temporada donde las mañanas son frías, el mediodía demasiado cálido y las tardes aderezadas con viento. Por las noches, al menos yo, ya me meto debajo de la manta de verano y la sábana. Mi marido cuyos ancestros seguramente se remontan a los tigres de Siberia, jejeje, duerme a su aire, sin necesidad alguna de cubrirse porque aún siente calor. Nuestro Happy Demon ha empezado a lucir pijamas de terciopelo, en vista de que ya no puede dormir sólo con camisetita de tirantes. Empezamos a decirle adiós, adiós al verano, afortunadamente. Sí, damas y caballeros, a pesar de que vivo en una ciudad a orillas del mar y que padece en ciertas ocasiones del famoso "poniente" (aire caliente que proviene del Sáhara) que en esta ocasión hizo que rozáramos los 45 grados, me cuesta trabajo acostumbrarme al calor y a la humedad. He aprendido a disfrutar de ambos, así que mi palidez vampírica, hahahaha, se ha difuminado por completo, pero cuesta y mucho. Aunque también tiene algunos días (en invierno, claro) donde sientes que los dedos de pies y manos se te congelan y que se te entumece hasta los huesos.

Y es que mi tierra, México, no es como la pintan Hollywood (y como mucha gente española cree). No todo es desierto, cactus y marañas de ramas rodando gracias al escaso viento. Nanay. Cierto es que hay zonas desérticas, pero esas se encuentran en el norte de México, en los estados de Sonora, Durango, Chihuhahua y parte de San Luis Potosí. Y por supuesto que están marcadas las estaciones, lo mismo que aquí: en el norte hace tanto calor que en Mexicali (cerca de Tijuana) los termómetros han marcado 51 grados, pero de igual modo nieva, como en Ciudad Juárez y Monterrey. El sur es clima tropical por así llamarlo y las costas, tanto las del Golfo de México como las del Océano Pacífico, todo el año tiene alrededor de 30, 32 grados. La Ciudad de México se encuentra tierra adentro. Se dice que siempre tiene temperatura templada: unos 26 grados aproximadamente, pero sólo en algunos meses se siente un calor extremoso (a partir de mayo, sin pizca de humedad) aunque también llueve mucho en el verano y nunca ha nevado a pesar de que se encuentra a más de 2, 000 metros por encima del nivel del mar. Así que, aquellos que nacimos y fuimos criados en dicha ciudad, poco estamos acostumbrados a marcar nuestro vestuario con los cambios de temporada. Mucha gente sí que lo hace gracias a que los escaparates de las tiendas de ropa de los centros comerciales (malls) así lo indican. Pero en las zapaterías lo mismo se encuentran zapatos descubiertos que botas, por ejemplo.

Muchas veces no es necesario cambiar drásticamente la ropa de cama, como aquí he venido haciéndolo. Subir, bajar, sacar, guardar: mantas y edredones, aunque las sábanas sigan siendo de algodón porque más gruesas no las soportaría y mi marido preferiría dormir en el suelo, jejeje. Soy muy friolera (como llaman aquí a los que en México les decimos "friolentos") y por eso mi marido ha comprado un edredon nórdico de esos con plumas de ganso y bla, bla, bla, hahahaha, pero poco a poco me voy acostumbrando a no sólo cambiar ropa de cama, sino el vestuario. Algo que agradezco, porque si me dan a escoger, prefiero el frío por encima del calor. Y si en México me parecía exagerado comprar un buen abrigo en Zara (ya que no contamos con largas temporadas de frío, acaso algunos días de diciembre y mucho más en enero), aquí este año estrenaré uno :) y eso me causa una pequeña alegría. El año pasado, debido al embarazo, me cubrí con chaquetones amplios (como aquel que me ayudó mucho cuando fuimos a Santiago de Compostela en el puente de diciembre... brrrr, pocas veces he sentido tanto frío, valgamito, una mañana amanecimos a 1 grado bajo cero) y opté por no comprar demasiada ropa de invierno, esperando mejor esta ocasión.

Pues sip, ha llegado el otoño, la caída de las hojas (ainss, cuánto me recuerda esto a la canción "Las hojas muertas" que era una de las preferidas de mi madre) y en unos días más empezaremos el mes de octubre, uno de mis favoritos :) Seguro veremos una de las lunas llenas más hermosas del año, no en balde lo reza aquella canción: "De las lunas la de octubre es la más hermosaaa" .En México empiezan a verse las calabazas (y no tanto por Halloween, sino para poder hacer el dulce "calabaza en tacha") y las flores de cempasúchitl (una especie de crisantemos de color naranja vivo) que son el mejor indicativo de que el Día de Muertos se acerca. Con estas flores se decoran las "ofrendas": altares que la mayoría de las familias mexicanas ponen en sus casas para rendir tributo a sus muertos. Pero de eso hablaré cuando sea el momento.

Otoño, época de cosecha. Se acerca Samhain :)

P.D.: Hoy ha sido el cumplemeses de mi Happy Demon, ainsss, el cabalístico siete ;-)


Música de fondo: "Samain night" - Loreena McKennit

18 septiembre 2005

La Historiadora


¿Y si Drácula hubiese seguido vivo en el siglo XX?
Sergio Sauce
Diario El Mundo

Una nueva trama, una intriga histórica, amenaza con copar las listas de ventas de las librerías. Años después de que la editorial Umbriel consiguiese los derechos en castellano de 'El Código da Vinci', ahora publica 'La historiadora', éxito de ventas en EEUU y objeto de deseo para la industria de Hollywood.

En 'La historiadora' su autora, la estadounidense Elizabeth Kostova, se plantea la posibilidad de que Drácula siguiese vivo en la actualidad. El '¿qué pasaría si...?' que ha contribuido a la creación de tantos y tantos libros, en este caso recupera al vampiro por excelencia con una concepción alejada de la tradicional idea de Stoker, y más cercana al personaje histórico real, Vlad Tepes.

La acción se sitúa en tres escenarios cronológicos, la década de los 70, la de los 50 y los años 30. Paul, el protagonista, recordará con su hija el hallazgo en su época de estudiante de un enigmático libro que reconstruye el siglo XIV en la región europea de los Cárpatos. A su historia se une la del doctor Rossi, director de tesis de Paul y experto investigador de la figura de Vlad Tepes (el personaje en el que se inspira Drácula), y de su misteriosa desaparición.

Kostova, con un 'look' a lo Mary Higgins Clark y un tono cercano al de Katherine Neville, firma con 'La historiadora' su primera novela. Ha tardado casi 10 años en terminarla, tras una extensa labor de documentación que se refleja en el libro. Si bien su intención no era escribir una historia de terror, la sombra de los 'chupasangre' contemporáneos acompaña al lector por los rincones más oscuros del Viejo Continente.

Desde su aparición en las librerías el pasado junio, 'La historiadora' se ha convertido en el nuevo femónemo literario en EEUU. Las cifras lo avalan: Antes de salir al mercado ya estaba en el número cuatro de ventas en Amazon. Además, el primer día en llegar a las tiendas alcanzó el récord de ejemplares comprados y esa misma semana se instaló en la prestigiosa lista de 'best seller' de 'The New York Times', que aún no ha abandonado. Sony, por su parte, ya ha comprado los derechos para su adaptación al cine y, aunque todavía nada se sabe sobre director o posibles actores, su editorial asegura que la película llegará a las pantallas en la primavera de 2006.

¿Cómo se consigue un 'best seller'?

Aunque no existe una fórmula secreta para asegurar las ventas de un libro, si el autor tiene antecedentes, la obra gana muchos puntos. Pero cuando el escritor es 'novato' las posibilidades se ciñen al argumento. La intriga, la Historia y los temas polémicos (sexo, religión...) son acentos recurrentes que aliñan las novelas.

En Ediciones Urano (grupo que incluye a Umbriel) saben bien lo que es un éxito de ventas. Entre sus publicaciones, además del celebérrimo 'Código da Vinci', tienen '¿Quién se ha llevado mi queso?', de Spencer Johnson, y 'La buena suerte', de Álex Rovira y Fernando Trías. Ahora con 'La historiadora' pretenden alcanzar cifras similares, por eso sale a la venta con una tirada de 100.000 ejemplares para España y 50.000 para Latinoamérica. Una cantidad ambiciosa teniendo en cuenta los vaivenes que el mercado está sufrido en los últimos meses.

Aranzazu Sumalla, editora de Umbriel, reconoce no saber cuáles son las claves para transformar un libro en 'best seller', "ójala lo supiésemos", afirma. Cuando 'El Código da Vinci' llegó a sus manos, tras un informe entusiasta de la lectora profesional a la que habían encargado valorarlo, su editorial no dudó un momento en apostar por él. En este caso el precio de los derechos fue de 12.000 euros, que con más de 1,5 millones de ejemplares vendidos, ha recuperado con creces.

El caso de 'La historiadora' fue diferente. La primera vez que Sumalla oyó hablar de él fue en Nueva York, en junio de 2004. "Todo el mundo hablaba del libro, por el que la puja estaba llegando a cifras astronómicas, así que me hice con unos primeros capítulos y me entusiasmé", cuenta. Ya en España, tras una subasta en la que se pujaba por los derechos, Umbriel se hizo con el libro, por el que tuvo que pagar 100.000 euros.

Para Sumalla "es improbable que podamos vivir otro fenómeno como 'El Código...', pero sí creemos que es una novela que puede gustar a muchísima gente". Sin embargo visto el éxito en EEUU y la previsión de su traducción a 38 idiomas, se augura un buen futuro a la novela. Por si acaso, Umbriel tiene previsto gastar unos 200.000 euros en la promoción del libro.

Separatas con los primeros capítulos distribuidas gratuitamente con varias publicaciones periódicas, publicidad en diferentes medios de comunicación y en la calle, y una página web con un juego lleno de enigmas, son algunas de sus ideas. Además, la editorial premiará a los libreros que mejor decoren con el libro sus escaparates con un viaje a Estambul.


Para leer los primeros 4 capítulos:
http://www.elmundo.es/documentos/2005/09/cultura/historiadora.pdf


No sé qué esperar de este que podría convertirse en el sucesor del boom de ventas del Código Da Vinci. Cierto es que le tengo una especial devoción a los vampiros y todo lo que les rodea (historia, mito, literatura, arte, cine, etc., etc.) y que conozco los puntos medulares de la figura histórica de Vlad Tepes, el príncipe de Valaquia, en quien se basó Bram Stoker para escribir Drácula (aunque, pocos sabrán que la idea original iba encaminada hacia una figura femenina, basta leer "El invitado de Drácula", que se considera el prólogo de la novela, aunque mucho tiempo estuvo perdido y no se ha publicado conjuntamente), pero temo que la moda de "recrear" mitos haya llegado a una figura que seguía siendo oscura y muy retorcida.

Ojalá esos diez años que pasó la autora investigando, se vean reflejados y no nos encontremos con un mamotreto tendencioso.

En otro post hablaré sobre los historiadores y catedráticos de la Universidad de Boston, Radu Florescu y Raymond T. McNally, que dedicaron más de 30 años a investigar y publicar todo lo referente a Vlad Tepes y a la novela del irlandés Bram Stoker. Recomiendo leer "In search of Dracula", el trabajo principal de estos investigadores.

Música de fondo: "Dracula rising", Two Witches

13 septiembre 2005

Historia del rey transparente


No me gusta la novela histórica, me parece que el corsé de datos ahoga el aliento narrativo".

Historia del Rey Transparente (Alfaguara), de Rosa Montero, desembarcó ayer en las librerías con la nada oculta intención de conquistarlas. Es, dice su autora, su mejor historia, la que toda su vida había querido escribir y la que le hubiese gustado que le contasen cuando apenas tenía cinco años y combatía la tuberculosis a mandobles de cuentos e imaginación. Una historia de fantasía y aventuras, las de Leola, una joven del siglo XII que se disfraza de guerrero para sobrevivir y descubre, entre batallas, persecuciones y encantamientos, el verdadero poder de las palabras.


Sólo han pasado unos días desde que volvió de sus vacaciones en Islandia, uno de los lugares que tanto se parecen a su paraíso perdido (“montañas norteñas y solitarias, un valle alto verde y jugoso entreverado de bosques naturales, lagos quietos en prados perfectos”), y ya se ha sumergido de nuevo en la Francia medieval de su Historia del Rey Transparente. Quizá porque es, confiesa, la novela de su vida, la ha tenido enredada más de ocho años: “Ya sabes que una novela no se escribe sólo mientras se teclea en el ordenador, sino que se escribe, sobre todo, en la cabeza. O por lo menos ése es mi método. A mí se me ocurre una idea primera, el gérmen de una novela, y voy desarrollándola durante años, mentalmente y tomando notas en diversos cuadernillos, hasta tener toda la historia, la estructura, los personajes, incluso fragmentos enteros escritos a mano en los cuadernos. Entonces es cuando me siento al ordenador. Pues bien, hará cosa de nueve o diez años me dió una temporada de pasión lectora por los libros de historia medievales y también por textos de autores medievales como Chrétien de Troyes o María de Francia. Leí muchos libros de este tipo por puro gusto personal, y por eso, porque estaba sumergida más o menos en ese hábito mental, es por lo que se me ocurrió la novela. Empecé a tomar notas y a desarrollarla, y en este caso el proceso ha sido más largo que en otros libros míos. De hecho, escribí otras cosas entre tanto. Al fin, hará dos o tres años, decidí que la historia ya estaba madura para pasar al ordenador, pero entonces tuve que releerme casi todos aquellos libros que ya había leído años atrás, tomando notas, porque mi primera lectura fue de puro placer”.

Tras esa primera etapa vino “un trabajazo tedioso y tremendo, te lo aseguro, porque me tuve que releer y anotar varias decenas de textos. Después comenzó la fase final, la de la escritura en el ordenador, y ésa me ha llevado como año y medio. Y sí, reescribo mucho, corrijo mucho, soy una maniática perfeccionista”.

–¿Por qué es el libro que toda su vida ha querido escribir?
–Porque está en la huella, en la estela que dejaron en mi corazón y mi cabeza aquellos maravillosos libros de aventuras con los que aprendí a amar la literatura y a entender un poco el misterio del mundo. Aquellos libros primordiales y emocionantes que me hicieron ser en parte lo que hoy soy. He intentado acercarme a ese sentimiento, a esa emoción esencial, a ese dibujo básico y metafórico de la vida.

En la mesa de la cocina

–¿Cómo combinó el trabajo de documentación y redacción de un libro sobre los siglos XII y XIII con sus artículos de actualidad?
–Nunca he tenido ningún problema en compaginar mi trabajo periodístico y mi trabajo narrativo... es decir, el único problema que existe es el del tiempo, porque tanto el periodismo como la escritura de una novela son actividades enormemente absorbentes. Por fortuna, hará ya unos diez años que me despedí de “El País” y me quedé en régimen de colaboración, cosa que me ha permitido invertir más tiempo en la ficción. Pero incluso antes me las arreglé para escribir varias novelas. Ése es el gran problema de los novelistas, compaginar el trabajo que te da de comer con la redacción de tus libros. Siempre digo que la inmensa mayoría de las novelas de la historia de la literatura se han escrito a las 5 de la mañana y en la mesa de la cocina: a las 5 porque a las 7 el novelista se tiene que ir a trabajar, y en la mesa de la cocina porque a menudo no dispone ni siquiera de una mesa propia. Y aún así, los libros se terminan escribiendo, porque surgen de una necesidad imperiosa para el escritor.

–Sí, pero ¿casa bien un mundo lleno de caballeros, superstición y magia con la racionalidad del siglo XXI?
–Tampoco hay ningún conflicto. Muy dentro de mí yo soy así, tengo una parte tremendamente racional, muy lógica, y otra parte muy loca y muy fantasiosa. Para mí la vida está compuesta de todos esos matices, de todas esas facetas, y no tengo ningún problema en habitar en uno u otro lado de la realidad.

–Niega la mayor, que Historia del Rey Transparente sea una novela histórica, y la define como de aventuras y fantástica. ¿En qué las diferencia, tratándose de un relato que transcurre en el siglo XII, y por el que campan Leonor de Aquitania, Ricardo Corazón de León, María de Francia o la Eloísa de Abelardo?
–Me refiero a lo que habitualmente se entiende como “novela histórica”, es decir, a esos libros que, sobre todo, son como “dramatizaciones” de períodos históricos. A mí me encanta la historia, pero la historia de verdad, es decir, los libros de historia, y lo cierto es que no me gusta demasiado el género de novela histórica, porque me parece que el corsé de datos ahoga el aliento narrativo. Eso sí, hay novelas maravillosas ambientadas en otras épocas, como Yo, Claudio, de Graves, o Juegos Funerarios, de Mary Renault, a las que no considero novelas históricas, porque el afán primero de esos libros no es explicar cómo era el mundo de la antigua Roma o el efímero imperio de Alejandro el Magno, sino que aspiran a explicar cómo es el mundo, sin más. Es decir, aspiran, como cualquier otra novela, a poner un poco de luz en las tinieblas de la vida. De toda vida, de nuestra vida.

–¿Y no sería mucho peor que relacionasen el libro con otros best-sellers que también tratan de los templarios, los cátaros, la Edad Media y los cruzados...?
Yo no puedo controlar lo que otra gente pensará del libro. Ni puedo, ni debería preocuparme por ello. Yo me he limitado a escribir mi novela con toda la necesidad (es decir, necesitaba escribirla, justamente esta novela, justamente esta historia) y con todo el corazón. Y hasta tengo la soberbia de creer que Historia del Rey Transparente es una obra lo suficientemente original como para que los lectores que la lean se den cuenta enseguida de que mi libro es algo distinto.

–¿Qué le ha prestado a la protagonista de la novela, a Leola, de sí misma?
No lo sé bien. Supongo que muchas cosas, pero los novelistas somos los primeros en no saber bien qué es lo que estamos escribiendo. Uno escribe de lo que no sabe que sabe, porque las novelas surgen del subconsciente. La novela comienza diciendo: “Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre”. Pues bien, ¿quieres creerte que hace unas semanas, con el libro ya impreso, me di cuenta de que estas frases eran en realidad una metáfora de mi vida? Y no sólo de la mía, me parece, sino de la de muchas mujeres. Pero no lo advertí hasta hace unos días.

Disfraces necesarios

–O sea, que sigue siendo revolucionario proclamar, como hace su protagonista, “soy mujer y escribo”.
–Metafóricamente sí. Literalmente es obvio que no, por fortuna.

–¿Todavía las mujeres tenemos que disfrazarnos de guerrero para sobrevivir?
–Sí, desde un punto de vista simbólico creo que las mujeres tenemos que seguir siendo bastante hombrecitos para poder manejarnos y sobrevivir en el mundo exterior. Aunque sin duda las cosas han mejorado muchísimo en Occidente a lo largo de todo el siglo XX.

–En la novela los personajes femeninos (Leola, Nyneve, la Dama Blanca) son mucho más ricos que los masculinos...
–¿Te parece? La verdad es que no estoy muy de acuerdo. Hay personajes masculinos que me encantan, hermosos y positivos, como el Maestro Roland, que enseña a combatir a Leola, o como el caballero de Ballaine, que le enseña lo que es una vida y una muerte dignas. Y sobre todo León, que me gusta muchísimo, a mí me encantaría tener un León en mi vida real... León es muy importante porque es el contratipo positivo de Dhuoda. Ambos han tenido un pasado cruel, y mientras Dhuoda hace de su dolor una excusa para su malignidad, porque cree que su sufrimiento le da derecho a todo, León convierte su dolor en sabiduría y compasión. Son dos ejemplos opuestos de cómo los humanos podemos hacer frente a nuestro sufrimiento. Es cierto, eso sí, que la protagonista absoluta de la novela es una mujer, y que su acompañante y alter ego es otra mujer. Pero ya sabes lo que siempre digo: me desespera que, cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo piense que está escribiendo sobre mujeres, mientras que cuando un hombre escribe una novela protagonizada por un hombre, todos piensen que está escribiendo sobre el género humano... No sé, salvando las distancias, a nadie se le ocurre decir que en El Quijote los personajes masculinos son mucho más ricos que los femeninos.

Palabras que lo envenenan todo

–En la novela describe los errores y horrores de las Cruzadas y la lucha contra los cátaros, guerras santas como las que ahora han emprendido los islamistas radicales contra Occidente. ¿Qué truco de magia le gustaría hacer para favorecer el diálogo?
–En primer lugar, no creo que los islamistas radicales hayan emprendido una guerra santa contra Occidente, sino contra la democracia, la modernidad y el progreso en general. Y sus primeros enemigos son los musulmanes progresistas. Recuerda que el terror fundamentalista está matando a más musulmanes que occidentales. De manera que creo que la única salida de esto es la evolución de los países islámicos hacia la modernidad y la democratización, y Occidente debe de ayudarles en lo posible.

–¿Qué poder tiene hoy la palabra? ¿No la hemos devaluado, con tanta prisa y ruido?
–La palabra es, en realidad, lo único que tenemos. Es lo que nos diferencia de los otros animales, es el principio de lo que somos. Aunque, claro, la palabra construye mundos, pero también infiernos. Como digo en la novela, las hogueras de la represión no quemarían y el hacha del verdugo no cortaría si no hubiera antes palabras malas, palabras mentirosas que envenenan todo. No creo que hoy la palabra esté más o menos devaluada que antes.... siempre ha habido esa tensión entre la palabra verdadera y honesta y la palabra mentirosa, banal o criminal.

–En alguna ocasión ha asegurado odiar al “escritor comprometido”, y sentir asco por lo que Julio Llamazares llama “el intelectual de guardia”. ¿Las guerras, el hambre, no le hacen cambiar de idea?
–Yo creo que todos debemos comprometernos como ciudadanos con el mundo en el que vivimos. No sólo el escritor, sino el zapatero, la economista y la vendedora de Avon. Lo que me parece ridículo es pensar que el novelista tiene que tener más compromiso que el zapatero, o que sus opiniones sobre la situación política tengan que ser más atinadas. Todos conocemos a maravillosos novelistas que son unos zopencos en cuanto al análisis de la realidad. Para mí el compromiso del escritor, como escritor, es el de escribir de la manera más honesta, más libre, más necesaria posible. Y hablo de escribir aquello que de verdad necesitas escribir, intentando permanecer al margen de las presiones comerciales, la vanidad, el ansia de poder y demás. Luego, como ciudadana, claro que tienes que comprometerte. Pero eso es otra cosa.

–Pasó de la ficción al periodismo y ha regresado a la ficción. ¿Qué le parece el periodismo actual español?
–Uf. La verdad es que creo que estamos en un momento bastante chungo. Hay demasiadas rencillas, demasiados partidismos, demasiados intereses y, sobre todo, creo que hay una relación enfermizamente estrecha entre el poder político y los medios de comunicación, una promiscuidad entre políticos y periodistas que lo enrarece todo.

–Sé que le gusta internet: ¿para cuándo su blog? ¿Le interesan, sigue alguno?
–Sí, internet me encanta, pero dudo mucho que escriba algún día un blog. En mi página web hago a veces alguna notita de actualidad, pero nada más. Y sí, suelo leer el blog El Escorpión, de Gándara.

Nuria Azancot
Revista El Cultural
Diario El Mundo


No sé por qué, pero esta historia me ha llamado mucho la atención. Ya dije en otro post, que Rosa Montero no es una de mis autoras favoritas, que sólo disfruto casi siempre de sus colaboraciones para El País Semanal. Tal vez con la historia del rey transparente logre congraciarse conmigo y me conquiste, jejeje. Soy fanática de los personajes femeninos que ocultan su verdadera personalidad. Algo tendrá qué ver la película "La monja alférez" de María Félix, donde se lucía como espadachín ;-) y que la vi cuando era muy niña.


Música de fondo: "Palestinalied" Corvus Corax

11 septiembre 2005

El Extraño (The Outsider) por Lovecraft




Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron... a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado y sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenza con ir más allá, hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades, y sin embargo no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera me haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.

Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Antojóseme que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debia haber ganado la terraza o, cuando menos, algúna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, invadióme el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor de precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, extendíase a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz, ni siquiera el pasomoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosodad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré el interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absoluntamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente ilumindada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose cotra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznates gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirirgí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití –un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa–, comtemplé en toda su horrible intensidad el iconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aprarición, había convertido una algre reunión en una horda de deliriantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo –o al menos había dejado de serlo–, y sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminisencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, poro no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaba a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboléandome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto, mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado.

No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.

Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre–Ka, en el recóndito y desconocido valle de Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y sin embargo en mi nueva y salvaje libertad, agradezco casi la amargura de la alienación.

Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué una fría e inexorable superficie de pulido cristal.

"El Extraño"
Howard Phillips Lovecraft

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Este es uno de mis relatos favoritos del creador del "horror cósmico", de ese escritor lleno de fobias y temores, que detestaba a los norteamericanos a pesar de haber nacido en Providence, Rhode Island (costa este de los Estados Unidos), que adoraba con pasión todo lo que oliera a mitología, cultos antiguos, que evitaba los contactos humanos y prefería mantener correspondencia con sus amigos también escritores. En fin, que Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) parecía un personaje literario, aunque no surgido estrictamente de su imaginación plagada de los Primigenios (según él, los primeros habitantes del planeta), de Cthulu, del Necronomicón obra del árabe loco Abdul al-Hazred, del verdadero horror (porque "terror" es la amenaza exterior, lo evidente, el monstruo que se muestra en todo su esplendor), de aquel que te carcome las entrañas, que te provoca un desasosiego casi indescriptible.

Cuando era adolescente, vivía enganchada a la radio (finales de los '80). No era la época estricta de los videojuegos, pues a pesar de que ya existían y por supuesto que se comercializaban, para la gente sin tanta pasta había lugares con "maquinitas" que funcionaban con monedas especiales que canjeabas con dinero real. La televisión casi no era satisfactoria y en mi barrio aún no había tele por cable. Así que, todo el tiempo que podía, lo dedicaba a escuchar Rock 101. Recuerdos gratos, descubrimientos musicales, experiencias divertidas y al cabo de un tiempo, hasta pude colaborar en un programa de esa misma estación, haciendo comentarios y realizando programas. En algún momento, las noches de los jueves, si mal no recuerdo, Rock 101 empezó a transmitir un programa que se dedicaba a "dramatizar" historias de horror, básicamente. Algo así como radionovelas para los amantes de la oscuridad, jejeje, de los relatos siniestros y de macabro gusto. Así fue como escuché la adaptación de "El Extraño", que básicamente fue una lectura dramatizada. Lovecraft, el nombre se me quedó grabado, y tanto. Al poco tiempo pude leer "El color que cayó del cielo" y de ahí en adelante. No puedo preciarme de haber leído toda su obra, pero sin duda soy capaz de reconocer su estilo en cada una de sus historias, de sus colaboraciones y de esos relatos inéditos que hace más de diez años la editorial Edaf publicó para el gozo de los fanáticos de este hombre tan misterioso.

Ha habido varios intentos de llevar al cine algunas historias de Lovecraft, pero sinceramente, los resultados han sido penosos, por no decir que totales fracasos. Hay algo en los relatos que sólo se percibe mediante la lectura, el ambiente que se forja alrededor nuestro cuando nos sumergimos en todos los temores y las manías de Lovecraft. Creo que "El Extraño", en el fondo, muestra la esencia de este escritor.



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06 septiembre 2005

Recuerdos, sentimientos, sensaciones



"Pero deja que te describa Nueva Orleans como era entonces, para que puedas comprender la simplicidad de nuestras vidas. No había ninguna ciudad en Norteamérica como Nueva Orleans. No sólo estaba llena de franceses y españoles de todas categorías, que habían formado su propia aristocracia, sino que habían llegado todas las variantes de inmigranes, principalmente irlandeses y alemanes. Entonces no sólo estaban los esclavos, realmente fantásticos con sus vestimentas tribales y sus costumbres, sino la clase creciente de gente libre de color, esa gente maravillosa de nuestro propio mestizaje y de las islas, que produjo una casta magnífica y única de artesanos, artistas, poetas y famosas bellezas femeninas. Y estaban los indios, que en verano llenaban los muelles vendiendo hierbas y obras de artesanía. Y en medio de todo esto, en medio de esta Babilonia de idiomas y colores, estaba la gente del puerto, los marineros de los barcos, que venían en gran número a gastarse el dinero en las salas de fiesta, a comprar por una sola noche a las mujeres hermosas, oscuras y blancas, a cenar lo mejor de las cocinas francesa y española y a beber los vinos importados de todo el mundo. Luego además de todo eso, al cabo de unos años de mi transformación, aparecieron los norteamericanos, que construyeron la ciudad del norte del Barrio Francés, con magníficas mansiones griegas que en la noche brillaban como templos. Y, por supuesto, los plantadores, siempre los plantadores, que llegaban a la ciudad en landós deslumbrantes a comprar vestidos de fiesta y objetos de plata, y gemas, a llenar las callejuelas angostas hasta la vieja Ópera Francesa y el Théâtre d' Orléans y la catedral de San Luis, de cuyas puertas salían los cánticos de la Place d' Armes, por encima del ruido y el alboroto del Mercado Francés, por encima de los velámenes fantasmagóricos y silenciosos de los barcos en las aguas del Misisipí, que golpeaban contra los muelles, sobre el nivel de la misma Nueva Orleans, de modo que los barcos parecían flotar en el cielo.

Así era Nueva Orleans: un lugar magnífico y mágico para vivir. Un lugar en el cual un vampiro, ricamente vestido y caminando con gracia por los charcos de la luz de una lámpara de aceite, no atraían más la atención en las noches que cientos de otras exóticas criaturas; si es que atraía alguna, si es que alguien susurraba detrás de un portal: 'Oh, ese hombre... ¡qué pálido, cómo relumbra..., cómo se mueve! ¡No es natural!'. Una ciudad en la que el vampiro podía desaparecer antes de que alguien pudiera terminar de decir esas palabras, buscando los callejones en los que podía ver como un gato, en los bares a oscuras donde los marineros dormían con sus cabezas apoyadas en las mesas, en hoteles con habitaciones de altísimos techos donde una figura solitaria podía sentarse, con sus pies sobre un almohadón bordado, con sus piernas cubiertas con medias, su cabeza inclinada bajo la luz mortecina de una única vela, sin jamás ver la gran sombra que se movía por las flores de yeso del techo, sin ver los largos dedos blancos que se acercaban a apagar la frágil llama.

Es extraordinario, aunque no fuera por nada más, que muchos de esos hombres y mujeres dejaran atrás de ellos un monumento de mármol y piedra y ladrillo que aún permanece de pie, de modo que cuando desaparecieron las lámparas de aceite y los edificios de oficinas llenaron las manzanas de Canal Street, algo irreductible de belleza y romance permaneció; quizá no en todas las calles, pero sí en tantas que el paisaje es para mí siempre el paisaje de aquellos tiempos. Y cuando camino por las calles -iluminadas por las estrellas- del Quarter o del Garden District, nuevamente vuelvo a aquellos, ya sea una pequeña casa o una mansión de columnas corintias y rejas de hierro forjado. El monumento no dice que este o aquel hombre caminaron por aquí. No, es lo que él sintió en un momento lo que continúa en su sitio. La luna que aparecía sobre Nueva Orleans aún aparece. Mientras los monumentos sigan en piem seguirá apareciendo igual. El sentimiento, al menos aquí... y allí... continúa siendo el mismo".


"Entrevista con el vampiro"
Anne Rice




Han pasado 8 días desde que el huracán Katrina arrasó con Nueva Orleans, entre otras partes del sur de Estados Unidos. Y apenas hace unas 48 horas que el gobierno de este país ha pedido la ayuda de Europa, demostrando que no saben cómo ni de qué manera afrontar la catástrofe. El alcalde de Nueva Orleans considera que cuando bajen los niveles de la inundación que cubre casi toda la ciudad, se encontrarán con más de diez mil cadáveres, y esa sólo es una estimación.

Quién sabe cuando volvamos a apreciar la belleza de esta legendaria ciudad.


Música de fondo: "Moon over Bourbon Street", Sting


02 septiembre 2005

Blues por Nueva Orleans




No conozco Nueva Orleans, estuve a punto de hacerlo hace algunos años, cuatro o cinco, más o menos. Pero mi primo cambió de planes casi en el último minuto, cosa que ahora agradezco, porque no hubiese sido la mejor compañía para conocer esa ciudad que tanto yo quería visitar, recorrer, palpar.

Qué triste es mirar ahora los telediarios, saber que más del 80% de la ciudad está bajo el agua (sí, también el mítico Barrio Francés), percatarse de que la supuesta nación más poderosa del mundo ha tenido que rendirse ante la naturaleza. La invulnerabilidad desapareció justo cuando el gobierno acojonado recomendaba un exilio masivo. Eso fue una de las cosas que más me llamaron la atención. ¿Cómo es posible que casi de la noche a la mañana pretendan que 1 millón de personas se movilize y deje atrás toda su vida? Y no es que seamos materialistas, pero lo cierto es que las víctimas del huracán Katrina se han quedado sin vida, en el caso, claro, de que la hayan podido conservar.

Todos los medios de comunicación, en cierta medida, han dejado un poco de lado el sensacionalismo (sí, aquel del que hicieron gala cuando los reporteros de la tele casi ponían en riesgo su vida, enfrentando el temporal con micrófono en mano para mostrar los embates de Katrina) y muestran las imágenes dantescas pero no por ello alejadas de la realidad: un hombre sentado en una silla de ruedas, en calidad de cadáver, con medio cuerpo cubierto por una sábana, fuera de las instalaciones del Centro de Convenciones, los rescates vía helicóptero de gente casi desfalleciendo, el agua cubriendo totalmente las casas, una mujer a punto de desmayarse mientras suplicaba que no quería morir así pues no había tenido sus dosis de insulina en varios días, en fin, montones de imágenes que, sin ser devota ni detractora de los Estados Unidos, me resulta difícil creer que provengan de ahí.

Louisiana, Mississippi y Alabama, son los estados sureños más pobres de Estados Unidos y los más afectados por el huracán Katrina. Aunque también de pronto ha saltado la alarma, ante la ineptitud del gobierno, si acaso se estará reflejando cierta dosis de racismo puro y duro, ya que la gran mayoría de las víctimas son de raza negra y peor aún, más pobres que las ratas. Hoy Bush ha estado en Biloxi, una población que casi es fantasma debido a que prácticamente ha desparecido del mapa con todo y habitantes, y se le ha notado aún más su tremenda falta de inteligencia al declarar que la gente necesita ley y orden. ¿Para qué carajos quieren eso, si se están muriendo de hambre y sed? ¿Para qué carajos quieren ley y orden, si hay gente que ha preferido pegarse un tiro antes que seguir padeciendo las penurias en el estadio Superdomme? Sin duda, el gobierno aún no acaba de reaccionar y la situación se les ha salido de las manos totalmente. El propio alcalde de Nueva Orleans así lo manifestaba, dudando que los supuestos envíos de miles de soldados sirviesen de algo.

Nueva Orleans está sumida en el caos y no se sabe cuándo y cuánto se pueda recuperar. Por fortuna, la escritora Poppy Z. Brite salió a tiempo de la ciudad y logró llegar a casa de su madre en Jackson, Mississippi, junto con su marido, el único perro que tiene y el único de sus veintiantos gatos que pudo llevar con ella, ya que está muy enfermo y necesita medicación. Por fortuna, ayer subió un post a su journal para declarar que se encuentra bien, dentro de lo que cabe. Pero que al parecer, no sabe qué ha pasado con su casa ni mucho menos con sus gatos. Naturalmente,la angustia brota de sus líneas y pide que le hagamos algunas donaciones y que sobre todo, rezemos por ella. En momentos así, no es que de pronto vuelvas tus ojos al Creador o a la Fuerza Suprema, o como queramos llamarlo, pero necesitas tener el consuelo de que una plegaria podrá darte fuerza o valor. Que nos lo pregunten a los mexicanos, a los que somos de la Ciudad de México, hace ya 20 años, cuando también padecimos los embates de la naturaleza al ser sacudidos por un terremoto de poco más de 7.5 grados en la escala de Richter y que destruyó casi media ciudad. Este 19 de septiembre muchos celebraremos, en cierta medida, no haber padecido más que lo justo y seguir viviendo para contarlo.

Si creyésemos en el Apocalipsis según San Juan, los famosos jinetes ya estarían apoderándose de Nueva Orleans, sin que faltara uno, ni siquiera el de la Guerra, ya que se han empezado a dar enfrentamientos entre la gente desesperada por ser evacuada o por conseguir agua y alimentos. Inclusive les han disparado a los helicópteros militares. No minimizo las tragedias recientes como el tsunami de Sri Lanka, ni la guerra de Irak, ni la situación prevaleciente en Afganistán, pero lo más apabullante de esto es que ni siquiera Estados Unidos, la supuesta nación más poderosa del mundo, ha logrado vencer a la naturaleza y peor aún, que su estúpida soberbia les ha cegado sin permitir preveer lo que podría acarrear un huracán. Por desgracia, el mejor ejemplo de todo esto es el 11-S, donde quedó muy claro que Estados Unidos confía demasiado en aquella leyenda que aparece en los dólares: In God we trust. Sí, claro, que le expliquen a las víctimas dónde carajos estaba esa fe cuando lo perdieron todo, inclusive la vida.

Yahoo está haciendo una muy buena cobertura informativa, aquí dejo la dirección por si les interesa:

http://news.yahoo.com/fc/world/hurricanes_and_tropical_storms