03 mayo 2018

El inicio según Jonathan Harker



Diario de Jonathan Harker
(Redactado taquigráficamente)
3 de mayo, Bistritz



Salí de Munich el 1 de mayo a las 20.35 de la tarde, y llegué a Viena a la mañana siguiente; debía haber llegado a las 6.46, pero el tren llevaba una hora de retraso. Budapest parece una ciudad maravillosa, por lo que observé desde el tren y lo poco que pude andar por sus calles. No me atreví a alejarme de la estación, ya que habíamos llegado con retraso y saldríamos lo más de acuerdo posible con la hora prevista. La impresión que me dio era de que salíamos de Occidente y nos adentrábamos en Oriente, el más occidental de los espléndidos puentes del Danubio -que aquí adquiere una noble anchura y profundidad- nos trasladó a las tradiciones de predominio turco.


Salimos a buena hora, y llegamos a Klausenburgh ya anochecido. Aquí, paré a pernoctar en el Hôtel Royale. Cené pollo sazonado con pimentón picante, muy bueno, aunque daba mucha sed (Mem., conseguir receta para Mina). Le pregunté al camarero, y dijo que se llama paprika hendl, y que es plato nacional, de modo que podría tomarlo en todas partes, a lo largo de los Cárpatos. Aquí me han resultado muy útiles mis rudimentos de alemán; desde luego, no sé cómo habría podido entenderme sin ellos.

En Londres, aproveché unas horas que tenía libres para ir al Museo Británico a consultar libros y mapas de la bibliotecareferentes a Transylvania; pensé que sería de ayuda tener de antemano alguna idea del país, antes de entrevistarme con un noble de ese lugar. Averigüé que la región a la que hacía referencia está en el extremo del territorio, exactamente en los límites de tres estados: Transylvania, Moldavia y Bucovina, en plena cordillera de los Cárpatos, y que es una de las regiones más remotas y menos conocidas de Europa. No conseguí descubrir en ningún libro ni mapa el lugar exacto del castillo de Drácula, ya que no existen mapas de este país comparables a nuestros Ordnance Survey maps; pero averigüé que Bistritz, la ciudad donde el conde Drácula decía que debía apearme, era bastante conocida. Consignaré aquí algunas cosas que me ayuden a recordar cuando hable con Mina del viaje.

La población de Transylvania está formada por cuatro nacionalidades distintas: los sajones al sur, y mezclados con ellos, los valacos, que son descendientes de los dacios; los magiares al oeste, y los székely al este y al norte. Me encuentro entre estos últimos, que pretenden ser descendientes de Atila y de los hunos. Puede ser, porque cuando los magiares conquistaron el país, en el siglo XI, encontraron a los hunos asentados en él. He leído que en la herradura de los Cárpatos se reúnen todas las supersticiones del mundo, como si fuese el centro de una especie de remolino de la imaginación; si es así mi estancia me va a resultar interesante (Mem., preguntar al conde sobre esto).

No dormí bien, aunque la cama era bastante confortable; tuve toda clase de sueños extraños. Un perro estuvo aullando toda la noche al pie de mi ventana; tal vez fue por eso; o quizá fue culpa de la páprika, porque me bebí toda el agua de la jarra, y aún me quedé con sed. Me dormí cuando ya amanecía, y me despertaron las repetidas llamadas a mi puerta, por lo que supongo que debí quedarme profundamente dormido. De desayuno tomé más páprika, y una especie de gachas hechas con harina de maíz que aquí llaman mamaliga, y berenjenas rellenas, plato muy exquisito que llaman impletata (Mem., pedir receta también). Tuve que desayunar deprisa porque el tren salía un poco antes de las ocho; o más bien debía salir a esa hora, ya que después de llegar corriendo a la estación a las 7.30 estuve sentado en el vagón más de una hora, hasta que arrancó. Me da la sensación de que cuanto más al este vamos, menos puntuales con los trenes. ¿Cómo serán en China?

Empleamos el día entero en recorrer una comarca llena de bellezas naturales de todo género. Unas veces divisábamos pequeños pueblecitos y castillos en lo alto de montes enhiestos, como los que se ven en los viejos murales; otras, corríamos junto a ríos y arroyos que, a juzgar por sus anchas y pedregosas márgenes a uno y otro lado, parecen sufrir grandes crecidas. Hace falta mucha agua, y que corra con fuerza, para que el agua arrase sus orillas. En todas las estaciones había grupos de grente, a veces multitudes, con toda clase de atavíos. Algunos hombres iban exactamente igual que los campesinos de mi país, o como los que he visto al cruzar Francia y Alemania, con sus chaquetas cortas, sus sombreros redondos y sus pantalones de confección casera; otros, en cambio, eran muy pintorescos. Las mujeres parecen bonitas, si no se las ve de cerca, pero tienen el talle muy ancho. Llevan largas y blancas mangas de diversas clases, y la mayoría se ciñen unos cinturones anchos con gran cantidad de cintas que se agitan a su alrededor como un vestido de ballet; aunque, naturalmente, llevan sayas debajo. Los personajes más extraños que vimos eran los eslovacos, más bárbaros que el resto, con grandes sombreros vaqueros, pantalones amplios y de color claro, blancas camisas de lino y unos cinturones de cuero enormes, de casi un pie de ancho, tachonados con clavos de latón. Calzaban botas altas, embutín los pantalones en ellas, y tenían el pelo largo y unos bigotes espesos y negros. Son muy pintorescos, pero no resultan atractivos. En el teatro se les reconocería inmediatamente en el papel de otra banda de forajidos orientales. Sin embargo, según me han dicho, son inofensivos, y les falta presunción natural.

Cuando ya anochecía, llegamos a Bistritz, que es una ciudad vieja y muy interesante. Dado que está prácticamente en la frontera -pues el desfiladero de Borgo conduce de allí a Bukovina-, ha tenido una existencia azarosa, y desde luego muestra señales de ello. Hace cincuenta años, hubo una serie de incendios que causaron terribles catástrofes en cinco ocasiones distintas. Nada más iniciarse el siglo XVI, sufrió un asedio de tres semanas, en el que perdieron la vida trece mil personas por causa de la guerra, así como hambre y las enfermedades consiguientes.

El conde Drácula me había indicado que me alojase en el hotel Golden Krone, que resultó ser muy anticuado, para gran alegría mía, porque, como es natural, quero ver cuanto ueda sobre las costumbres del país. Evidentemente me esperaban, ya que al llegar a la puerta me recibió una señora mayor, de expresión alegre, vestida con el ahbitual atuendo de campesina -saya blanca y delantal doble, por delante y por detrás, de paño de colores, demasiado ajustado para el recato-. Una vez a su lado, me saludó con una inclinación de cabeza, y dijo:

- ¿El Herr inglés?

- Sí -dije-; soy Jonathan Harker.

Sonrió, y dio instrucciones a un hombre de edad, en mangas de camisa, que la había seguido hasta la puerta. Dicho hombre desapareció, y regresó inmediatamente con una carta:




Distinguido amigo:

Bienvenido a los Cárpatos. Le espero con impaciencia. Descanse esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bucovina; he reservado una plaza en ella para usted. Mi coche le estará esperando en el desfiladero de Borgo para traerle hasta aquí. Confío en que haya tenido un feliz viaje desde Londres, y que disfrute durante su estancia en mi hermoso país.

Su amigo.
DRÁCULA




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