16 enero 2010

"Escribo sobre héroes en ciudades en llamas"


El escritor español vuelve al ruedo con Ojos azules (Seix Barral), un pequeño relato genial sobre la célebre y sangrienta noche en la que los soldados de Hernán Cortés huyeron con el oro azteca de Tenochtitlán. El narrador se inspiró en un mural de Diego Rivera para retratar el mestizaje, en un cuento seco, duro y cinematográfico: "Yo quería que el lector viviera esa noche y sufriera ese miedo", dice

Estamos en la medianoche del 30 de junio de 1520 y Hernán Cortés da la orden de marchar en silencio absoluto. Llueve sobre Tenochtitlán y los soldados españoles, cargados de oro, avanzan ensimismados sabiendo que de un momento a otro los guerreros aztecas se darán cuenta de que huyen de la ciudad después de realizar robo, engaños y masacres. Una anciana mexica que toma agua de un cántaro avisa en la noche y entonces comienza a sonar el tambor de piel del templo de Huitzilopochtli, y miles y miles de guerreros llegan a bordo de canoas y atacan con cuchillos, mazas planas, dardos y flechas. Comienza la llamada "Noche Triste", que el último soldado de la retaguardia española narrará mientras piensa en la india que dejó embarazada y mientras avanza con su bolsa de oro hacia la muerte. Hablamos de Ojos Azules , el libro de Arturo Pérez-Reverte que llega a la Argentina en pocos días, una miniatura genial que narra de un modo sintético y hondo el drama de ese tiempo, el choque de dos civilizaciones y el nacimiento de un mundo.

Vale la pena pasarse un día entero en el Zócalo. Es una experiencia única y apabullante. La legendaria plaza central de la capital de México sigue siendo un mercado bullicioso, intenso y musical. Durante años se creyó que la catedral estaba construida sobre el Templo Mayor de los aztecas, y nadie se atrevía a escarbar los cimientos de ese edificio precario que huele a incienso. Los españoles, en aquellos tiempos impiadosos, arrasaban con los templos de los infieles y colocaban encima de ellos sus iglesias. Pero en 1978 un grupo de trabajadores de la compañía de luz que estaban excavando en las cercanías, en el noroeste de la gran plaza, se topó con el primer indicio: una piedra circular con relieves. La piedra de la diosa Luna. El Templo Mayor, prácticamente intacto, con sus distintas épocas, surgió a la luz del día en poco tiempo, y en 1987 se construyó un museo que permite palpar las entrañas de ese lugar sagrado y reconstruir la historia de un cruel y riquísimo imperio, que estaba consagrado por igual al progreso y a los sacrificios humanos.

Cuando uno emerge de ese mundo, vuelve al Zócalo y no puede dejar de pensar en el mercado central de Tenochtitlán, y en las vueltas de la historia y en cómo el pasado y el presente, el mito y la realidad se combinan y trenzan: hace unos años hallaron una gran piedra donde se contaba la historia de Tláloc, el dios de la lluvia, y decidieron trasladarla en camión al modernísimo Museo de Antropología. Una furiosa tormenta azotó el DF: Tláloc estaba ofendido y nadie se asombró demasiado.

Luego, si queda un poco de tiempo todavía y está abierto al público, uno camina hasta el Palacio Nacional, sede del gobierno mexicano, sube las escaleras y se encuentra con el gran mural de Diego Rivera. Es una obra faraónica y sensacional que pretende y logra narrar a lo largo de metros y metros de pared la historia total de México. Hace ya muchos años, Pérez-Reverte caminaba por esos pasillos mirando detenidamente los detalles. De pronto se topó con una mujer mexicana que llevaba un niño atado a sus espaldas. El niño tenía los ojos azules. "...Esa era la manera que había encontrado Rivera para hablar del mestizaje -cuenta ahora, desde su casa de La Navata, el padre del capitán Alatriste y el autor de El pintor de batallas -. Luego me quedó en la cabeza la idea: qué bueno sería poder resumir en cuatro folios, como Rivera lo había hecho en pocos trazos, el nacimiento de un mundo. Voy a intentarlo." Arturo llegó a España y se consagró durante cuatro o cinco semanas a escribirlo.

-Se han hecho novelas muy importantes, pero en realidad nunca he leído lo que para mí fue la Conquista de América. Tenemos dos ideas. Una es la local: los españoles vinieron a violar a las indias y a llevarse el oro. Otra es la española: no, fuimos a fundar una civilización, a llevar el progreso y el mundo católico. Dos grandes camelos. Sobre todo para alguien como yo, que me he pasado la vida entre soldados. Es una cosa muy sencilla, mira: el español va a América a buscar el oro, a dar el pelotazo. Harto de ser esclavo aquí de reyes y de curas y de gentuza poderosa, viaja a América como el inmigrante: "Reviento o me hago rico". Y en efecto, la mayoría reventó. Pero Bernal Díaz del Castillo, uno de los grandes escritores de todos los tiempos en lengua castellana, lo cuenta muy bien. Cuenta la historia de esos soldados anónimos. No había grandes ideas en esos soldados españoles. Sólo ver si podían hacerse ricos, regresar a casa y no tener que trabajar en su puta vida. Esas bestias valerosas y extraordinarias hicieron, sin proponérselo, algo que cambió la historia del mundo: crearon una nueva raza, producto del mestizaje y del coraje que tenían. Entonces yo pretendía contar, de una forma breve y concisa, sin entrar en jaleos, cómo del coraje y de la ambición de un grupo de hombres sale un mundo nuevo. Con lo bueno y con lo malo.

-Y entonces recordaste la "Noche Triste".

-Claro, esa salida de Tenochtitlán a cualquier escritor lo pone cachondo. Es un material magnífico. Pero yo quería algo corto, de un solo trazo, que pudiera explicar la palabra "mestizaje". Narrar, sin patrioterismos, cómo un español deja a una india preñada y la va recordando mientras huye con el oro, sin la lucidez pero con la intuición de que deja atrás algo que no es banal. Que deja a su espalda algo nuevo: empieza la América latina. Esos animales magníficos capaces de atrocidades y de sembrar el terror no sabían que estaban fundando algo.

Después de luchar treinta días con ese relato breve, que se lee entre la estación Victoria y la terminal de Retiro, que se devora en veinte minutos pero que no se olvida fácilmente, Arturo lo guardó en un cajón. Y no volvió a fijarse en él hasta que el poeta y ensayista Pere Gimferrer, compañero de Pérez-Reverte en la Real Academia Española, le habló de aquel texto, que alguien había hecho girar por Internet. Le contó que le parecía extraordinario y que quería incluirlo en una colección de exquisiteces que supervisaba en Seix Barral. La colección se llama Únicos y hay narraciones pequeñas pero memorables de Paul Bowles, Don DeLillo y Patrick Süskind.

Arturo, que pertenece históricamente al equipo de Alfaguara, se encogió de hombros y le dijo: "Publícalo si quieres". Seix Barral es de Planeta. "Pero es una cosa especial y me la pidió un amigo, que además me honró con ese pedido, ¿entiendes?".

Arturo está escribiendo una novela de ochocientas páginas y está acostumbrado al éxito y al prestigio. Pero igualmente se siente orgulloso de Ojos azules . "¿Sabes algo? -me dice-. Yo quería contarlo cortito. Hay muchas novelas sobre el tema, y muy buenas. Pero yo quería hacerlo de una manera brutal, sin adornos, con un lenguaje que no fuera ni siquiera arcaico a la manera de Alatriste. Que fuera directo, corto y seco. Tan duro como la historia. No me salió de golpe. Me llevó mucho tiempo. Las cosas que parece que salen de golpe son las que más trabajo dan. Tardé un mes, puliendo y sacando, dejando el esqueleto. Cualquier reflexión complementaria, cualquier personaje secundario, cualquier incursión lateral, cualquier diálogo de sobra hubiera arruinado ese efecto final de escopetazo o de estocada. Yo quería que el lector viviera esa noche, tuviera ese miedo, se mojara y corriera. Y que se enfrentara con ese final atroz. Necesitaba una economía de medios. Y eso da mucho trabajo."

-Sé que no simpatizás con Ernest Hemingway. Pero tengo que citarlo porque la teoría del iceberg revela tu procedimiento. Lo que contás en Ojos azules explica la vida entera de un hombre, la cronología de esa noche trágica y famosa, y toda la historia de la Conquista y el mestizaje.

-Gracias. Es lo que quería. Pero ojo, que Hemingway como escritor me parece muy interesante. Lo que no me gusta es su fanfarronería y su ostentación del valor y la testosterona. Ahora su estilo, la capacidad de dialogar y sintetizar me gustan mucho. Pero es cierto. Ojos azules es una narración tipo iceberg. Cada línea tenía que sugerir algo muy grande que estaba oculto debajo. El desafío era mostrar sólo la puntita. Bernal Díaz del Castillo ya escribió ese libro de historia que es en realidad una gran novela. ¿Cómo escribir después de ese libro? Pues yo encontré esta manera.

-Una vez más un libro tuyo surge de una obra de arte. Y específicamente, de una línea secundaria de una pintura.

-Sí. Yo tengo una forma de mirar el arte. Lo que realmente me importa de los cuadros son los segundos planos. Toda mi vida me han fascinado los rincones, los personajes secundarios, los misterios en las esquinas. Eso me pasó también con el mural de Rivera. Soy de los que piensan que en los westerns de John Ford las cosas las explican mejor los sargentos que el protagonista. Los personajes y planos secundarios en los cuadros, en los libros, en las películas e incluso en la vida real explican mejor la realidad que las figuras centrales. Por eso en La Reina del Sur , por ejemplo, son tan importantes los personajes secundarios que andan alrededor de la protagonista. Y por eso, Cortés pasa. No interesa tanto. Ya fue contado, ya lo conocemos a Cortés. Interesa más el anónimo que va detrás corriendo, el que se queda, el último de la retaguardia. Toda mi obra es así. Los personajes de infantería llevan el peso de la trama en mis relatos y novelas.

-Que son una mezcla de mercenarios honestos con testigos directos y desesperados. Tipos que, en muchos casos, no saben muy bien por qué están ahí, en medio de las batallas. ¿Por qué van esos héroes a la guerra?

-¿Pero por qué Jenofonte va a Persia? Va porque el hombre se mueve por dinero o por afán de aventuras. O por las dos cosas. Basta leer Moby Dick . Dinero, afán de aventuras, valor y ya está. Ya tienes al hombre que echa a andar, que toma una coraza, una espada o un arpón y va a cazar la ballena y se va a matar a persas o troyanos. ...sa es la historia de la Humanidad: ambición más aventura más valor. Claro, el que no tiene coraje se queda toda la vida labrando la tierra como esclavo del amo. Es el otro el que se arriesga y el que muere. Y cuando no muere, a lo mejor, a veces, consigue el premio, o no. Pero por lo menos se mueve. Siempre he simpatizado con los hombres que ponen un pie delante del otro y avanzan. Nunca me han gustado los moluscos quietos en la concha. Tengo más simpatía por el pez que corre la aventura con la piel desnuda. Siempre he querido mucho más al que se arriesga, al que conoce mundos, se mueve y al final muere, pero cuando ha vivido. El molusco, en cambio, pasa toda su vida encerrado hasta el final.

-¿Cómo nació tu amor por los personajes secundarios?

-El libro que más me dejó de pequeño fue la Eneida . Allí descubrí que Eneas, un personaje secundario de la Ilíada , que yo había leído, era luego protagonista. Eneas estaba desesperado y decide morir matando. Y ese héroe en esa ciudad en llamas siempre me ha fascinado. Desde niño. Casi todos mis héroes son hombres a la ida, durante o a la vuelta de ese recorrido peligroso en el transcurso del cual el hombre se transforma. Ningún hombre lo es hasta que no tiene una Troya ardiendo a sus espaldas. El hombre o la mujer que han ido a Troya son diferentes. Y no hablo de ir a la guerra. Troya puede estar en un amor, en una aventura personal, en el trabajo, en una enfermedad, en los libros, en la lucidez.

-¿Qué pasó cuando bajaste al Templo Mayor? Porque cuando yo bajé y subí al Zócalo, sentí algo inenarrable.

-La ventaja que tenemos los que hemos leído y poseemos imaginación es que amueblamos el mundo con los libros. Vas a Roma, pero ves el Coliseo y estás viendo y oyendo a la gente del pasado. Tú vas al mar y ves a los marinos de Conrad navegando. Y claro, cuando llegué al Templo Mayor, veía a esos estupendos animales, brutales y al mismo tiempo admirables, con sus hierros y espadas degollando indios y buscando oro. Y yo los estaba viendo y me decía: ¡Hasta aquí llegaron esos cabrones! Cargando sus hierros desde Veracruz, buscando El Dorado. ¡Hasta aquí llegaron! No puedo despreciarlos, ¿sabes? No los admiro desde un punto de vista moral. Pero los admiro en otro sentido: hicieron una hazaña increíble. Qué cojones. Lo que habrían hecho esas gentes si hubieran tenido buenos reyes y gobernantes, si hubieran podido vivir honradamente en su patria, qué distintos habrían sido España y el mundo. Lo diferente que hubiera sido todo, ¿no? En eso pensaba.

-Siempre tenés una visión políticamente incorrecta. ¿Ojos azules convalida o refuta alguna teoría sobre la Conquista?

-Vamos a ver. España destrozó esa cultura, la azteca. La arrasó. Y si no mataron a todos los indios fue porque los necesitaban como esclavos en las minas o como criados en las casas. Pero no se puede reducir la Conquista a eso. La Conquista es todo un movimiento cultural porque los españoles luchan incluso junto a los tlaxcaltecas, que les son fieles aun en la derrota. Es un mundo indio que acepta la modernidad europea contra otro mundo indio que no la acepta. Es el futuro que viene, una lengua que cambia todo, doscientos años de autogobierno. Es algo mucho más complejo que esas visiones limitadas. La Conquista de América para mí no es una hazaña patriótica española ni una canallada contra los derechos del hombre. Me niego a aplicarle un criterio moral del siglo XXI al siglo XVI. Eso es una gilipollez que se hace mucho hoy en día. Hay cosas que antes eran normales: la esclavitud, la Inquisición, el sometimiento de la mujer. Era un mundo diferente. Es como pretender aplicarle retroactivamente nuestras leyes al siglo XVI. Algo injusto y absurdo. Y esa lectura falsa de la historia lleva a la estupidez de pretender que Aníbal y Julio César y Hernán Cortés y los piratas del Caribe actuaran según la ética de la Unesco. Me niego por completo. Era un mundo de barbarie, hostil y sangriento, pero no puedo condenar moralmente yo a esa gente desde mi cómoda situación de hombre con Internet del siglo XXI. Que se vayan a tomar por culo los que pretenden eso.

Tengo en mi mano un ejemplar de Ojos azules . En su edición española de tapa dura, es un objeto diminuto y azulado. Tiene ilustraciones de Sergio Sandoval, un dibujante de Barcelona que trabajó para El laberinto del fauno y Hellboy . Veo sus imágenes. Los soldados que se abalanzan sobre el oro. Cortés a caballo con la espada en la mano derecha. Los mexicas que caen sobre el protagonista en la retaguardia. La india sensual que reposa junto al amante. Y luego recuerdo a ese niño de ojos azules que pintó Rivera hace tantos años. Y siento de pronto el bullicio. Bulle el Zócalo, resuenan los tambores de Tenochtitlán.


Suplemento Cultural de Clave 88
8 de marzo de 2009

(Originalmente publicado por Jorge Fernández Díaz en La Nación, adnCultura
Buenos Aires, Argentina
7 de marzo de 2009)

No hay comentarios: