26 septiembre 2010

True Blood enseña los colmillos





He tenido mis problemas con True Blood. Después de que se diluyera la novedad de los primeros capítulos -que proponían una lectura contemporánea realmente imaginativa en torno a los mitos del vampirismo-, estuve a punto de abandonar la serie al final de su decepcionante segunda temporada, pues parecía que no podía dar más de sí, que Alan Ball, el creador de la impagable A dos metros bajo tierra, había entrado en estado de inercia y conformismo creativo una vez que el éxito de audiencia estaba asegurado. La segunda temporada era ambiciosa, ampliaba el radar de su radiografía social al tratar el fenómeno de las sectas y los fundamentalismos religiosos, pero todo se trazaba con brocha gorda, no había lugar para la emoción (no a los niveles de A dos metros...), y el bloque argumental relacionado con la hedonista Maryann, trasunto contemporáneo de una ménade griega, nunca cuajó del todo. Además, el artificio de los capítulos iba en aumento con soluciones postizas, personajes intrascendentes y una estética plastificada que convertía la serie en una especie de parque temático donde se confundían las mitologías más nobles con las más bastardas. Y todo sin que el característico humor macabro de Ball -que ha elaborado todo un discurso sobre la (in)mortalidad en su obra televisiva- saliera a relucir.

Aparte del gusto torcido de las audiencias, al éxito de True Blood habían contribuido dos hechos determinantes, ambos de carácter morboso: el tratamiento exhibicionista del sexo (la serie se atrevió a romper unos cuantos tabúes de la América puritana) y el hecho de que los dos protagonistas, Anna Paquin y Stephen Moyer, hicieran extensible de la ficción a la vida real su condición de amantes enfebrecidos.

En la tercera temporada (que se emite ahora en Canal +, pero que ya terminó hace unas semanas en Estados Unidos), True Blood alcanzó el techo de las series más populares y tomó la forma de un fenómeno mediático que escapaba del ámbito de la ficción televisiva cuando Paquin y Moyer contrajeron matrimonio. Todo aderezado con la confesa bisexualidad de Anna Paquin. La portada de la revista Rolling Stone con los tres protagonistas posando desnudos y ensangrentados ha sido la guinda del pastel. Siempre me siento dividido entre el repudio y la admiración frente a jugadas de marketing tan genuinamente americanas como ésta, y siempre me sorprende el infantilismo crónico que delatan, pues están basadas en la generación del escándalo en torno a algo que dejó de ser escandaloso hace mucho tiempo: el sexo, la homosexualidad, la violencia... Pero de eso, precisamente, trata True Blood, de prejuicios. El escándalo no existiría sin ellos. Así que todas estas maniobras promocionales también hablan en favor de la inteligencia de los publicistas de la HBO a la hora de asociar no sólo la imagen, sino el espíritu y la filosofía de la serie, a su protagonista Sookie Stockhause / Anna Paquin, convertida en la vecina de al lado de América, mitad ángel (o hada), mitad demonio.

No me arrepiento en todo caso de haber sido fiel a Alan Ball. La tercera temporada ofrece suficientes motivos como para recuperar la confianza en True Blood. Por un lado, los personajes han ido creciendo en complejidad y se ha dejado ver una mayor dosis de ironía, como si la serie hubiera asumido plenamente su condición de "fast food" televisiva (algo que la diferencia de A dos metros...) sin renunciar al mismo tiempo a ofrecerse como comentario político de su entorno. Frente al tono enloquecido del segundo año, ahora se ha impuesto una imaginación no menos desatada, pero mucho más pendiente de los detalles y de la generación de intriga inteligente. True Blood es lo que es, un producto de radical entretenimiento lleno de sangre y oscuridad, pero también es un espejo deformado de una civilización empeñada en aniquilarse a sí misma debido a sus diferencias. La voz de la conciencia la proporciona el vampiro Godric (Allan Hyde), mensajero de paz y armonía entre vampiros y humanos.

Una de las líneas más interesantes de True Blood es cómo va ampliando el rango de figuras de la mitología fantástica, manteniendo el suspense sobre la naturaleza no humana de los personajes, algo que afectará a la misma Sookie en esta tercera temporada. Un factor determinante ha sido la introducción de un nuevo y gran personaje, el vampiro-villano Russell Edginton (extraordinario Denis O'Hare), y la atención prestada a ciertos secundarios, cuyos comportamientos bizarros recuerdan en ocasiones a esos personajes que poblaban Twin Peaks. Hay más de un homenaje a la serie de David Lynch en True Blood. Algunos de estos personajes satélite han adquirido una relevancia que trasciende los límites narrativos de la serie, como el de Jessica, la pelirroja "bebé-vampiro" cuya vida, como si fuera una ficción paralela a la serie, puede seguirse a través de su propio video-blog. Más promoción (de la buena) para una serie que parecía muerta pero que ha enseñado los colmillos.


Carlos Reviriego
elcultural.es
El Mundo
23 de septiembre de 2010

25 septiembre 2010

El intelectual adúltero y la fiel amante miope

Estatua de Diderot en el Boulevard St. Germain, París


Ella era una chica lista, con gafas, solterona, una especie de Julieta que hubiera leído a Shakespeare y a Dante, pero que no se atreviera a plantarle cara a su madre, ni siquiera después de haber cumplido los 40. Él era un escritor casado, coautor de la primera enciclopedia de la historia, figura clave de la Ilustración, padre de una hija, Angelique, fruto de su extraño matrimonio con una costurera ultracatólica a la que no tardaría en abandonar.

Él, Denis Diderot y ella, Louise-Henriette Volland, rebautizada por su amante Sophie, se conocieron en 1755 y se prometieron amor (epistolar) eterno poco después, cuando iniciaron la correspondencia que algunos consideran "la obra maestra de la literatura amorosa" y que se mantuvo hasta la muerte del escritor, en 1784.

Inéditas hasta ahora en español, las cartas que Diderot, el hombre que tardó 41 años en encontrar a su alma gemela (Louis-Henriette reconvertida en Sophie), acaban de aterrizar en las librerías (la editorial responsable: Acantilado) en su edición más completa (la de Laurent Versini), publicada originalmente en 1997. Edición de unas cartas que pueden leerse como una suerte de diario amoroso pero también cotidiano del filósofo, que no sólo da consejos financieros a su fiel amante miope (la previene contra las estafas de su cuñado, Vallet de Salignac) sino también ensaya hipótesis de su materialismo y desvela el secreto de la creación literaria, dando rienda suelta a sus capacidades narrativas en sus relatos de cosas que ha visto y que convierte en pequeños cuentos.

'Temo ir a veros; pero tendré que hacerlo'

No están todas, sin embargo. Porque las cartas que intercambiaron los primeros cuatro años fueron religiosamente destruidas por la madre de Sophie, que quiso mantener a su hija a salvo de los hombres durante toda su vida (ella fue madre soltera y no quiso que Sophie corriera la misma suerte, de ahí su asfixiante autoritarismo). Así que la recopilación arranca con la carta que Diderot escribió el 10 de mayo de 1759.

Era viernes. Y Diderot no estaba de un humor especialmente bueno. "Veo el futuro muy negro", le confiesa. "Vuestra madre tiene el alma sellada por los siete sellos del Apocalipsis", dice. "Pero me consuelo y vivo de la certeza de que nada podrá separar nuestras dos almas", añade. Y aún más: "Temo ir a veros; pero tendré que hacerlo". Fue, por supuesto, y tuvo su cita, junto a la 'mesita verde', una "escena ritual" (mencionada aún el 22 de noviembre de 1768, 13 años después de iniciarse su relación).

Leídas con el morbo del que espera la próxima cita (y el próximo encuentro con la madre maldita) o como apuntes de la vida (y obra, sobre todo, obra, pues pueden leerse como una especie de 'making off' de toda su producción literaria y filósofica), estas 'Cartas a Sophie Volland' resultan imprescindibles para componer la figura del autor de Jacques el fatalista. Desde cómo redactaba cada nueva entrada en la Enciclopedia hasta qué prefería cuando se sentaba a la mesa hambriento ("dos huevos frescos y un pichón"), reconstruyendo, vía desahogo amoroso, tanto el microcosmos intelectual de la segunda mitad del siglo XVIII como los usos y costumbres de una época.


Laura Fernández
El Mundo
12 de septiembre de 2010

19 septiembre 2010

Ver para creer (tercera parte y final)

Foto de uno de los edificos que rodean el Zócalo, con parte de la decoración para festejar el Bicentenario de la Independencia. (M.M., agosto 2010)


El DF es un oasis a comparación de lo que ocurre en otras partes de mi México: a pesar de sus más de 23 millones de habitantes, de que el agua ya no pertenece al gobierno y ahora la gestiona una empresa, de sus cafres al volante porque sólo de ese modo se puede conducir y del hecho de que me negué en redondo usar el metro con Happy Demon a cuestas :P Manías que tiene una, qué le vamos a hacer? Preferí tomar todos los taxis posibles.


.En la esquina de la calle Correspondencia con Isabel la Católica (creo que es la colonia Postal) hay un rosal en plena acera sin enrejados, confiando quizá, en sus propias defensas, jejeje. Está precioso y enorme y da unas rosas de un rojo muy oscuro. Ha sido una verdadera sorpresa encontrarme con él, descubrirlo desde la ventanilla de todos los taxis que tomé para ir de Walmart a casa de mi padre.

. El DF no está planeado para ir en moto confiando quizá en el hecho de que la gente prefiere los coches. En la mayor parte de la avenida Cuauhtémoc, el alcantarillado se encuentra justo en el centro lo que representa un verdadero peligro para los que circulan en dos ruedas. Y mejor ni hablar de los baches y los topes, que estos últimos deberían estar mejor planeados. En algunos sitios te los encuentras sin más.

. Casi me dio algo de al ver toda la mercancía que venden de Jack Skellington, protagonista de Nightmare Before Christmas ;-) Mochilas, guardalápices, cuadernos hasta patinetes (patines del diablo). Me imagino que también había camisetas, pero a pesar de lo que se pueda creer, no tuve tiempo de buscarlas y me conformé con comprarme un pequeño bolsito para guardar mis cosméticos :P

.Paranoia pura y dura,pero leyendo la noticia del niño de diez años cuyo padre pagó su rescate con la liquidación que le habían dado en su trabajo, creo que mi necedad de que Happy Demon no saliese de casa si no era conmigo o con su padre, estuvo justificada. Me provocó muchos problemas con mi familia, me llamaron casi loca y exagerada, pero me dio igual. A pesar de que el DF no tiene nada qué ver con el tipo de vida tan violento y trágico que se vive en el norte del país, no es lugar para que los niños vayan solos por las calles y mucho me temo, para que ni siquiera jueguen en la calle, así sea delante de sus casas. El chiquito que fue secuestrado y asesinado vilmente, estaba paseando en bicicleta frente a su casa, cuando fue sorprendido. Y es que los secuestros ya no se dan sólo en las "altas esferas" sociales. Ahora cualquier cualquiera puede ser víctima de bandas sin escrúpulos.

. Ainss, tacos al pastor, doy mi reino por ellos ;-) Afortunadamente a una calle de distancia de la casa de mi padre, encontramos un local que a partir de las seis o siete de la tarde, vendía unos de los tacos más deliciosos que he probado en toda mi vida. Lo malo es que había que comersélos con los ojos cerrados, con mucho limón y confiando en la buena salud que podemos tener, que la taquería y los que atienden, no tienen una pinta nada higiénica :P Una de las cosas curiosas es que uno de los chicos que atiende las mesas, lleva un corte de pelo igualito al del personaje llamado Kicking Bird en la peli Dance with wolves ;-) Aquel indio sioux que es al primero que le simpatiza el personaje que interpreta Kevin Costner.

. Seguí sin salir de mi asombro por la total falta de prevención sobre la seguridad de los niños como pasajeros ya no en el transporte público, sino en los mismos vehículos de sus padres y familiares. Hubo muchas personas que me dijeron que de un tiempo para acá, se había prohibido que los menores de doce años fuesen en el siento del copiloto o los bebés en brazos de sus madres, pero poca conciencia han creado en la población. Como no hay campañas ni anuncios que te taladren día y noche por la tele, la gente se toma esas disposiciones como el pito del sereno. No nos vayamos tan lejos: en mi propia familia hay un poco de esa inconciencia y lo comprobé una noche que salimos a cenar con unos tíos míos, que como íbamos muy justitos en el coche, yo consideré que me llevaría a Happy Demon en mis piernas en el asiento trasero, pero mi tía sin más me dijo que de eso nada, que ella se lo llevaría delante, sentado en las suyas O_O Happy Demon, un poco sorprendido (tiene muy asumido que él siempre debe ir en el asiento trasero y si no es con su silla, al menos sujeto con el cinturón de seguridad) se montó y le pidió a su tía que lo sujetara con sus brazos, para al menos sentirse un poco seguro :/ Soy muy insistente con este asunto, lo sé y no me disculpo, porque no acabo de entender cómo es que los propios padres son an descuidados y ni siquiera enseñan a sus hijos a abrocharse el cinturón. Vi muchos niños que iban alegremente a su aire en los coches, de todas las edades y de todas las condiciones sociales. Y es que no es necesario que sólo se tomen precauciones al salir a carretera, que en la misma ciudad puede ocurrir cualquier accidente. En fin, a veces creo eso de que mi tierra es otro mundo: desde princpios de septiembre, en este lado del mundo han comenzado una campaña para concienciar a la gente y para que no baje la guardia con los sistemas de protección de los niños en los coches. Ahora se harán controles para certificar que los chiquillos van en sillas y elevadores corrspondientes a sus edades y sobre todo, que lleven puesto el cinturón de seguridad y de no ser así, se multará a sus padres.

. Resulta difícil poner en palabras las sensaciones que me invandieron aquel mediodía que me planté con mi padre y con mi Happy Demon en plena plancha del Zócalo, con un día radiante, la bandera ondeando preciosa, la Catedral imponente sin ningún vendedor en sus alrededores y el Palacio Nacional majestuoso. Fue increíble encontrar un lugar limpio, sin manifestantes, sin carpas, sin tinglados ni escenarios, sin concheros, esos personajes que se visten como aztecas y que rudimentariamente realizan bailes según ellos auténticos y en muchos casos hasta le ven la cara a los extranjeros con sus "limpias" que hacen con un manojo de hierbas y el "baño" con un incensario lleno de copal. Puedo decir que casi se me ensanchó el corazón de puro orgullo. Casi se me erizó la piel recordando tanta historia que conserva en sus entrañas ese pequeño gran trozo de México, de esa ciudad que tanto puedes amar y odiar al mismo tiempo, que tanto te da y tanto te arrebata.

Hasta pronto mi México querido. Esta vez la despedida no abarcará años, sino meses, que dentro de poco volveré al terruño ;-)

16 septiembre 2010

Orgullo


Muchos han declarado que no hay nada qué celebrar en este Bicentenario. Quizá la mayor parte de ellos no se sienten orgullosos de ser mexicanos, de que por sus venas corra mucho más que un puñado de historia pero no la que cuentan en los libros, ni los vencedores, ni siquiera el gobernante en turno, sino la que te hace vibrar con sólo ver tu bandera ondeando al viento...

¡Viva México!

14 septiembre 2010

Aquarius y el corredor de la muerte



http://www.youtube.com/watch?v=7vlVmDjJ7D8


Este es el nuevo anuncio de la bebida Aquarius que ha empezado desde la semana pasada a recorrer los canales de tele de España y a pesar de que tal parece que sólo mueve a la lágrima fácil, me encanta su mensaje y la fotografía.

13 septiembre 2010

Los cuentos de la baronesa

Marilyn Monroe con Karen Blixen (centro), febrero de 1959



Isak Dinesen, née baronesa Karen Blixen de Rungstedlund, fue una notable escritora, autora de Seven Gothic Tales. Mujer fascinante: renunció a su fácil mundo europeo, y se empeñó en una plantación cafetalera en el corazón de África que terminó por costarle su fortuna. Enferma de sífilis, supo encontrar refugio en la construcción de una obra ajena a las modas literarias.

La baronesa Karen Blixen de Rungstedlund, que fue una gran escritora y firmó sus libros con el seudónimo de Isak Dinesen, debió de ser una mujer extraordinaria. Hay una foto de ella, en Nueva York, junto a Marilyn Monroe, cuando era ya sólo un pedacito de persona consumida por la sífilis, y no es la bella actriz sino los grandes ojos irónicos y turbulentos y la cara esquelética de la escritora los que se roban la foto.

Nació en Dinamarca, en una casa a orillas del mar, a medio camino entre Copenhague y Elsinor, que es hoy algo muy afín a ese ser imaginativo e inesperado que ella fue: un enclave de plantas y pájaros exóticos. Allí está enterrada, en pleno campo, bajo los árboles que la vieron gatear. Había nacido en 1885, pero daba la impresión de haber sido educada con un siglo de atraso, ese que se inició en 1781 y terminó con el Segundo Imperio en 1871, que ella llamaba "la última gran época de la cultura aristocrática". Entre esos años ocurren casi todas sus historias. Espiritualmente, fue una mujer del dieciocho y del diecinueve, aunque, según confesó en una de las charlas radiales de sus últimos años, sus amigos sospechaban que tenía "tres mil años de antigüedad". Nunca pisó una escuela; fue educada por institutrices asombrosas que a los doce años la hacían escribir ensayos sobre las tragedias de Racine y traducir a Walter Scott al danés. Su formación fue políglota y cosmopolita; aunque danesa, escribió la mayor parte de su obra en inglés.

Los cuentos y las historias la hechizaron desde niña, pero su vocación literaria fue tardía; la aventurera, precoz. Ambas las heredó del padre, el simpatiquísimo capitán Wilhelm Dinesen, quien, luego de una arriesgada carrera militar, a mediados del xix se enamoró de los pieles rojas y otras tribus de Norteamérica y se fue a vivir entre ellos. Los indios lo aceptaron y lo bautizaron con el nombre de Boganis, que él puso en la carátula de sus memorias. Terminó ahorcándose, cuando Karen tenía diez años. Como corresponde a una baronesa, ésta se casó muy joven con un vago primo enfermo, Bror Blixen, y ambos se marcharon al África, a plantar café en el interior de Kenia. El matrimonio no anduvo bien (el mal francés que devoró en vida a Isak Dinesen se lo contagió su marido) y terminó en divorcio. Cuando Bror volvió a Europa, ella decidió permanecer en África, manejando sola la hacienda de setecientos acres. Lo hizo por un cuarto de siglo, en una terca lucha contra la adversidad. Su vida en el continente africano, con el que llegó a consubstanciarse y de cuyas gentes y paisajes su irreprimible fantasía compuso una visión sui generis, está bellamente recordada en Out of Africa (1938), tierna y risueña evocación de su peripecia africana y del extraordinario marco en el que transcurrió.

Mientras hacía de pionera agrícola, luchaba contra las plagas y las inundaciones y administraba sus cafetales, en las primeras décadas del siglo, la baronesa de Rungstedlund no tuvo urgencia en escribir. Sólo garabateó unos cuadernos de notas en los que aparecen en embrión algunos de sus futuros relatos. La atraían más los safaris, las expediciones a comarcas remotas, la familiaridad con las tribus, el contacto con la Naturaleza y los animales salvajes. El primitivo contorno, sin embargo, no le impidió tener una refinada vida cultural, fraguada por ella misma y enriquecida por lecturas y el trato de algunos curiosos representantes de la Europa culta que llegaban a esos parajes, como el mítico inglés Denys Finch-Hatton, esteta y aventurero salido de Oxford con quien Karen Blixen mantuvo una intensa relación sentimental. No es difícil imaginárselos, discutiendo sobre Eurípides o Shakespeare, después de haberse pasado el día cazando leones (no sorprende, por eso, que el único escritor del que Hemingway habló siempre con una admiración sin reservas fuera Isak Dinesen). El aislamiento en aquella plantación africana y el estrecho círculo de expatriados europeos con los que alternaba en Kenia, explican en buena parte el tipo de cultura que sorprende tanto al lector de Isak Dinesen. No es una cultura que refleje su época sino que la ignora, un anacronismo deliberado, algo estrictamente personal y extemporáneo, una cultura disociada de las grandes corrientes y preocupaciones intelectuales de su tiempo y de los valores estéticos dominantes, una reelaboración singularísima de ideas, imágenes, curiosidades, formas y símbolos que vienen del pasado nórdico, de una tradición familiar y de una educación excéntrica, marcada por la historia escandinava, la poesía inglesa, el folclor mediterráneo, la literatura oral africana y las leyendas y maneras de contar de los juglares árabes. Un libro capital en su vida fue Las mil y una noches, ese bosque de historias relacionadas entre sí por la astucia narradora de Sherezada, modelo de Isak Dinesen. África le permitió vivir, de manera casi incontaminada, dentro de una cultura caprichosa, sin antecedentes, creada para uso propio, que aparece como horizonte y subsuelo de su mundo, a la que debe tanto la originalidad de los temas, el estilo, la construcción y la filosofía de sus cuentos.

Su vocación literaria tuvo estrecha relación con la bancarrota de sus cafetales. Pese a que los precios del café se venían abajo, ella, con temeridad característica, se empeñó en proseguir los cultivos, hasta arruinarse. No sólo perdió la hacienda; también, su herencia danesa. Fue, cuenta ella, en ese tiempo de crisis, al comprender que el fin de su experiencia africana era inevitable, cuando comenzó a escribir. Lo hacía en las noches, huyendo de las angustias y trajines del día. Así terminó los Seven Gothic Tales, que aparecieron en 1934, en Nueva York y en Londres, después de haber sido rechazados por varios editores. Publicó luego otras colecciones de cuentos, algunas de alto nivel, como los Winter's Tales (1943), pero su nombre quedaría siempre identificado con sus primeros siete cuentos reunidos en aquella obra, una de las más fulgurantes invenciones literarias de este siglo.

Aunque escribió también una novela (la olvidable The Angelic Avengers), Isak Dinesen fue, como Maupassant, Poe, Kipling o Borges, esencialmente cuentista. Es uno de los rasgos de su singularidad. El mundo que creó fue un mundo de cuento, con las resonancias de fantasía desplegada y hechizo infantil que tiene la palabra. Cuando uno la lee, es imposible no pensar en el libro de cuentos por antonomasia: Las mil y una noches. Como en la célebre recopilación árabe, en sus cuentos la pasión más universalmente compartida por los personajes es, junto a la de disfrazarse y cambiar de identidad, la de escuchar y decir historias, evadirse de la realidad en un espejismo de ficciones. Semejante propensión llega a su apogeo en "The Roads Round Pisa", cuando la joven Agnese della Gherardesca (vestida de hombre) interrumpe el duelo entre el viejo Príncipe y Giovanni para contarle a aquél un cuento. Ese vicio fantaseador imprime a los Seven Gothic Tales, como a los de Sherezada, una estructura de cajas chinas, historias que brotan de historias y se descomponen en historias, entre las que discurre, ocultándose y revelándose en un ambiguo y escurridizo baile de máscaras, la historia principal.

Sucedan en abadías polacas del siglo dieciocho, en albergues toscanos del diecinueve, en un pajar de Norderney a punto de ser sumergido por el diluvio o en la ardiente noche de la costa africana entre Lamu y Zanzíbar, entre cardenales de gustos sibaríticos, cantantes de ópera que han perdido la voz o contadores de cuentos desnarigados y desorejados como el Mira Jama de "The Dreamers", los cuentos de Isak Dinesen son siempre engañosos, impregnados de elementos secretos e inapresables. Por lo pronto, es difícil saber dónde comienzan, cuál es realmente la historia —entre las historias engarzadas por las que va discurriendo el subyugado lector— que la autora quiere contar. Ella se va perfilando poco a poco, de manera sesgada, como de casualidad, contra el telón de fondo de una floración de aventuras disímiles que, algunas veces, figuran allí como meras damas de compañía, y otras, como en "The Dreamers", gracias al desconcertante final, resultan articuladas y fundidas en una sola coherente narración.

Artificiales, brillantes, inesperados, hechiceros, casi siempre mejor comenzados que rematados, los cuentos de Isak Dinesen son, sobre todo, extravagantes. El disparate, el absurdo, el detalle grotesco e inverosímil, irrumpen siempre, destruyendo a veces el dramatismo o la delicadeza de un episodio. Era más fuerte que ella, una predisposición invencible, como en otros la risa o el melodrama. Hay que esperar siempre lo inesperado en los cuentos de Isak Dinesen. En la inverosimilitud veía ella la esencia de la ficción. Se lo dice al cardenal de "The Deluge at Norderney" la perversa y deliciosa Miss Malin Nat-og-Dag, mientras conversan rodeados por las aguas que sin duda terminarán por tragárselos, al exponerle su teoría de que Dios prefiere las máscaras a la verdad "que ya conoce", pues truth is for tailors and shoemakers (la verdad es para sastres y zapateros). Para Isak Dinesen la verdad de la ficción era la mentira, una mentira explícita, tan diestramente fabricada, tan exótica y preciosa, tan desmedida y atractiva, que resultaba preferible a la verdad.

Lo que el príncipe de la Iglesia predica en ese cuento: Be not afraid of absurdity; do not shrink from the fantastic (No temas lo absurdo, no rehuyas lo fantástico) podría ser la divisa del arte de Isak Dinesen, pero delimitando la noción de lo fantástico a lo que por su desmesura y extravagancia difícilmente encaja en nuestra concepción de lo real y excluyendo la vertiente sobrenatural de lo fantástico, pues, en estos relatos, aunque resucite un muerto y abandone el infierno para venir a cenar con sus dos hermanas —el corsario Morten de Coninck de "The Supper at Elsinor"—, la fantasía, pese a sus excesos, tiene siempre una raíz en el mundo real, como ocurre con las representaciones teatrales o los circos.

El pasado atraía a Isak Dinesen por la memoria del ambiente de su infancia, por la educación que recibió y su sensibilidad aristocrática, pero, también, por lo que tiene de inverificable; situando sus historias un siglo o dos atrás, podía dar rienda suelta con más libertad a esa pasión antirrealista que la animaba, a su fervor por lo grotesco y lo arbitrario, sin sentirse coactada por la actualidad. Lo curioso es que la obra de esta autora de imaginación tan libre y marginal, que poco antes de morir se jactaba ante Daniel Gillés de no tener "el menor interés por las cuestiones sociales ni la psicología freudiana" y ambicionar sólo "inventar bellas historias", surgiera en los años treinta, cuando la narrativa occidental giraba maniáticamente en torno a las descripciones realistas: problemas políticos, asuntos sociales, estudios psicológicos, cuadros costumbristas. Por eso André Breton consideró que sobre la novela pesaba una suerte de maldición realista y la expulsó de la literatura. Había excepciones a ese realismo narrativo, escritores que estaban en entredicho con la tendencia dominante. Uno de ellos fue Valle-Inclán; otro, Isak Dinesen. En ambos el relato se hacía sueño, locura, delirio, misterio, juego, ni más ni menos que la poesía.

Los siete cuentos góticos del libro son admirables; pero "The Monkey" lo es más aún que los otros, y, de todos los que la autora escribió, el que mejor sintetiza su mundo disforzado, refinado, de exquisita factura, retorcida sensualidad y desalada fantasía. Todo es coherente y macizo en esta deliciosa joya y por eso resulta difícil decir en pocas palabras de qué trata. En sus breves páginas se las arregla para contar historias muy diversas, sutilmente emparentadas entre sí. Una de ellas es la sorda lucha entre dos temibles mujeres, la elegante priora de Closter Seven y la joven y silvestre Athena, a quien aquélla se ha propuesto casar con su sobrino Boris, valiéndose de todos los medios lícitos e ilícitos, incluidos los filtros de amor, el engaño y el estupro. Pero la indomable priora tiene al frente a una voluntad tan inflexible como la suya en la joven giganta que es Athena, criada a la intemperie de los bosques de Hopballehus, y que no tiene el menor empacho en romperle al galante Boris dos dientes de un puñetazo y en luchar con él cuerpo a cuerpo, en su combate semimortal, cuando el joven, azuzado por su tía, intenta seducirla.

Nunca sabremos cuál de estas dos epónimas mujeres vence en ese forcejeo, porque esta historia es interrumpida de manera fulminante, cuando el lector está por averiguarlo, con la sorprendente irrupción de otra historia, que, hasta entonces, ha estado reptando, discreta como una culebra, debajo de la anterior: las relaciones de la priora de Closter Seven con un mono de Zanzíbar, que le regaló un primo almirante, y al que ella mima. La violenta aparición del mono —entra a la habitación rompiendo la ventana de la priora y presa de fiebre que sólo puede ser sexual— cuando la superiora del claustro está a punto de rematar su emboscada obligando a Athena a aceptar a Boris como esposo, es uno de los episodios más difíciles de contar y más magistralmente resueltos de la literatura. Es un hiato, un escamoteo tan genial como el paseo del fiacre por las calles de Rouen en el que van Emma y León, en Madame Bovary. Lo que ocurre en el interior de ese fiacre lo adivinamos pero el narrador no lo dice, lo insinúa, lo deja adivinar, azuzando con su silencio locuaz la imaginación del lector. Un dato escondido semejante es este cráter narrativo de "The Monkey". La astuta descripción del episodio abunda en lo superfluo y calla lo esencial —las relaciones culpables entre el mono y la priora— y, por eso mismo, esta nefanda relación vibra y se delínea en el silencio con tanta o más fuerza que ante los ojos espantados de Athena y Boris, que presencian la increíble ocurrencia. Que, al final del relato, el saciado mono termine encaramado sobre un busto de Immanuel Kant es como la quintaesencia de la delirante orfebrería que amuebla el mundo de Isak Dinesen.

Entretener, divertir, distraer: muchos escritores modernos se indignarían si alguien les recuerda que ésa es también obligación de la literatura. Las modas, cuando aparecieron los Seven Gothic Tales, establecían que el escritor debía ser la conciencia crítica de su sociedad o explorar las posibilidades del lenguaje. El compromiso y la experimentación son muy respetables, desde luego, pero cuando una ficción es aburrida no hay doctrina que la salve. Los cuentos de Isak Dinesen son a veces imperfectos, a veces demasiado alambicados, jamás aburridos. También en eso fue anacrónica; para ella contar era encantar, impedir el bostezo valiéndose de cualquier ardid: el suspenso, la revelación truculenta, el suceso extraordinario, el detalle efectista, la aparición inverosímil. La fantasía, abundante y excéntrica, enrevesa de pronto una historia con exceso de anécdotas o la encamina en la dirección más infortunada. La razón de esos sacrificios o malabarismos es sorprender al lector, algo que siempre consigue. Sus cuentos suceden en una indecisa región, que ya no es el mundo objetivo pero que aún no es lo fantástico. Su realidad participa de ambas realidades y es, por eso, distinta de ambas, como sucede con los mejores textos de Cortázar.

Una de las constantes de su mundo son los cambios de identidad de los personajes, que viven emboscados bajo nombres o sexos diferentes y que, a menudo, llevan simultáneamente dos o más vidas paralelas. Se diría que una plaga de inestabilidad ontológica ha contagiado a los seres humanos; sólo los objetos y el mundo natural son siempre los mismos. Así, por ejemplo, el renacentista cardenal de "The Deluge at Norderney" resulta ser, al final de la historia, el valet Kasparson que asesinó a su amo y lo suplantó. Pero, en este dominio, la apoteosis de la danza de las identidades la encarna Peregrina Leoni, apodada Lucífera o Doña Quijota de la Mancha, cuya historia transparece, a través de una verdadera miríada de otras historias, en "The Dreamers". Cantante de ópera que perdió la voz, del susto, en un incendio en la Scala de Milán, durante una representación de Don Giovanni, hace creer a sus admiradores que ha muerto. La ayuda en sus designios su admirador y su sombra, el riquísimo judío Marcus Coroza, que la sigue por el mundo, prohibido de hablarle o hacerse ver por ella, pero siempre a mano para facilitarle la huida en caso de necesidad. Peregrina cambia de nombre, personalidad, amantes, países —Suiza, Roma, Francia— y oficios —prostituta, artesana, revolucionaria, aristócrata que vela la memoria del general Zumala Carregui— y fallece, finalmente, en un monasterio alpino, bajo una tormenta de nieve, rodeada de cuatro amantes abandonados, que la conocieron en distintas instancias y disfraces y sólo ahora descubren, gracias a Marcus Coroza, su peripatética identidad. La caja china —historias dentro de historias— es utilizada con admirable maestría en este relato para ir componiendo, como un rompecabezas, a través de testimonios que en un principio parecen no tener nada en común, la fragmentada y múltiple existencia de Peregrina Leoni, fuego fatuo, actriz perpetua, hecha —como todos los personajes de Isak Dinesen— no de carne y hueso sino de sueño, fantasía, gracia y humor.

La prosa de Isak Dinesen, como su cultura y sus temas, no remite a modelos de época; es, también, un caso aparte, una anomalía genial. Al aparecer Seven Gothic Tales, su prosa desconcertó a los críticos anglosajones por su elegancia ligeramente pasada de moda, su exquisitez e irreverencia, sus juegos y desplantes de erudición, y su escaso, para no decir nulo, contacto con el inglés vivo y hablado de la calle. Pero, también, por su humor, la delicadeza irónica y risueña con que en aquellos relatos se referían crueldades, vilezas y ferocidades indecibles como si fueran nimiedades de la vida cotidiana. El humor es en Dinesen el gran amortiguador de los excesos de todo orden que habitan su mundo —los de la carne y los del espíritu—, el ingrediente que humaniza lo inhumano y da un semblante amable a lo que provocaría repugnancia o pánico. Nada como leerla para comprobar hasta qué punto es cierto que todo se puede contar, si se sabe cómo hacerlo.

La literatura, tal como ella la concibió, era algo que a los escritores de su tiempo espeluznaba: una evasión de la vida real, un juego entretenido. Hoy las cosas han cambiado y los lectores la comprenden mejor. Al hacer de la literatura un viaje hacia lo imaginario, la frágil baronesa de Rungstedlund no rehuía responsabilidad moral alguna. Por el contrario, contribuía —distrayendo, hechizando, divirtiendo— a que los seres humanos aplacaran una necesidad tan antigua como la de comer y adornarse: el hambre de irrealidad.


Mario Vargas Llosa
Letras Libres
mayo de 1999

11 septiembre 2010

Espectro



"Spectre" - The Shroud


Leave him alone leave him alone you won't take him from me With your withered flower stalk fingers and your moon struck eyes that do not see... You won't take him from me... Rag clad bitch with baggy sad eyes Red forked tongue in a mouth a mile wide Whirlwind hair marked by time... I won't let you take what's mine You hover behind him on the winding night road You wrap around him when I leave him alone You're always there for no-one to see but I won't let you take him from me... Crawl back to the hell where you came from Slither on back before I make your blood run You have no power over me... Now your power ceases to be You have you have no you have no you have no power over me...

Del álbum "Drowing Dreams" (1992)

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No es que todo tiempo pasado fuera mejor. Tampoco se trata de demeritar a todos los que han venido después. Esto no es un club donde se exija algo así como una membresía que certifique la "antigüedad militante". Pero lo cierto es que lo que algún día si bien nació muerto, estuvo pletórico de no-vida gracias al entusiasmo y a las ganas de hacer algo distinto a lo ya establecido; se ha prostituido, se ha manipulado, se ha transformado en un ente irreconocible donde si bien no se rechaza a la monstruosidad, sino que se le acoge casi con ternura y admiración, ahora se muestra ante el mundo como un carnaval grotesco. No de sombras, no de no-muertos deseosos de beberse la noche; sino un desfile interminable de gente sin más ambición que poder deformar su vida insulsa para resultar más atractivo.

Me había percatado no sólo en la distancia que dan nueve mil kilómetros, sino la que también otorga el estilo de vida y la diversidad de intereses, quizá también la necesidad de ampliar conceptos y mi propia mentalidad. Lo peor fue percatarme en directo de lo podrida que está la escena gótica en México. Es que ya ni siquiera me atrevería a llamarla, no escena, sino "Gótica" como tal. Será signo de los tiempos que corren, pero todo se mezcla con todo y los resultados en lugar de parecer sorprendentes y hasta fascinantes, sólo despiertan vergüenza ajena y cierta burla...

Sorprende, provoca risa y puede llegar a incomodar, la terquedad, honda como un pozo sin fondo, de algunos personajes por "aleccionar" a los más jóvenes sobre su derecho por encima de todos y de todos debido al "extenso" tiempo que tienen "militando" en el Gótico a la Mexicana. La necesidad de ser "reconocidos" aunque de cara a la galería, algunos digan que no les importa que a su paso desplieguen no alfombras rojas, sino de exquisito tercipelo negro. Sorprende, entristece, incomoda, que la peña más joven (no sólo de edad sino de integración) sólo pretenda deformar su estética y no busque la otrora elegancia que daba el simple y parco atuendo negro, la raya y la sombra que envolvia los ojos, el rostro pálido para aparentar la "frescura" de un muerto no para renegar del color de piel, el negro ala de cuervo que tintaba todas las caballeras peinadas, su mayoría, con la precisión de un arquitecto inspirado en nidos de harpías... Se mezcla la estética fetish con la cyber, las botas de puntas afiladas y muchas veces tacones imposibles ahora son sutituidas por las New Rock que son otra cosa que los zapatos de Frankie modernizados. Se ha perdido el mínimo sentido del buen gusto y ahora, ya nadie quiere dominar los secretos de la noche, porque se conforman con ser zombies e intentar devorarnos los cerebros.

Alguna vez, una buena amiga de este lado del mundo me preguntó porque la mayoría de la peña mexicana buscaba ser tan grotesca, más aún con ese revival del Deathrock, donde inclusive se han colado hasta los colores fosforescentes. Yo no supe que decir. Lo cierto es que tampoco esgrimí ninguna disculpa. La mayoría de las ocasiones, las imágenes dicen más que las palabras y no se puede defender lo indefendible. Como aquella foto que vi por la red de una fiestecilla donde un sujeto maquillado como zombie, porta boina militar oscura y lleva una banda nazi en el brazo izquierdo y por supuesto, para "engalanar" la fotografía, ejecuta el saludo nazi O_O

Lástima, mucha lástima es lo que puede inspirar ver a dónde ha llegado el Gótico a la mexicana. No sirve de nada investigar cómo o por qué se perdió la ruta. Quizá el afán de envolverlo en una mística de cultura oscura (que sólo he visto en México), de tesoro que sólo podía pertenecer a unos cuantos y la llegada de Internet que ha revelado verdades y mentiras con sólo un click, le dieron la puntilla y lo transformaron en ese ente al que yo no reconozco ni con el que me identifico.

Qué lejanos se ven ahora esos años vividos y que pueden ser rememorados gracias a bandas como The Shroud.


01 septiembre 2010

La irresistible seducción del lado oscuro


Tras el éxito de Crepúsculo las criaturas del submundo copan las mesas de novedades. Frente a vampiros y fantasmas, los ángeles llegan, incluso de la mano de la vampírica Anne Rice, y Cornelia Funke lanza su nueva trilogía. Esta es una guía para no extraviarse en la oscuridad


Vampiros, hombres lobo, ángeles caídos, zombis, fantasmas, hechiceros... siempre han habitado en las librerías. A veces silenciosos. A la espera. Ocupando unas pocas baldas en un rincón de la tienda. Objeto de deseo exclusivo de adictos a la fantasía más oscura. Pero ha llegado su momento. Las criaturas del submundo han salido a la luz y tomado los lugares privilegiados de las librerías y conquistando al gran público. En el origen, este último resurgimiento está en la saga Crepúsculo (Alfaguara), de Stephenie Meyer, editada en España en 2005. El vertiginoso fenómeno que desencadenó astronómicas cifras de ventas y beneficios, y la casi inagotable capacidad de explotación del producto puso los dientes largos a las editoriales. Si el público no quería muertos, ellos les saciarían con un catálogo de monstruos. Una oferta que se amplía al mezclar lo fantástico con otros géneros, de novela erótica a negra, pasando por la reinterpretación de los clásicos. Y al incorporar a escritores de no ficción a su nómina de autores.

Es una fiebre oscura que enajena a editoriales y lectores. Y lo hace mediante amores imposibles, violencia, la eterna lucha del bien contra el mal y la recreación de unos mundos paralelos y tenebrosos, siguiendo el ejemplo de lo que J. R. R. Tolkien hiciera en 1954 con El Señor de los Anillos. El primer gran fogonazo internacional de la temporada lo dará Cornelia Funke con Carne de piedra (Siruela), primera parte de su trilogía Reckless. A continuación los elementos que conforman el fenómeno a través de los títulos que han ayudado a auparlo y de aquellos que vendrán a consolidarlo.

Ángeles

Ni asexuados, ni inocentes. El ejército de criaturas celestiales que ha desembarcado en las librerías no conoce la misericordia, pero sí la pasión. Y, además, amenaza con arrebatar el trono de la fantasía a los chupasangres. La prueba es que Anne Rice, creadora de la saga superventas Crónicas vampíricas, ha cambiado los colmillos por las alas en su última novela, La hora del Ángel. Ediciones B publicará en España el 15 de septiembre esta historia sobre la búsqueda de la salvación, primera entrega de una serie bautizada como Canciones de Seraphin. El resurgimiento de los querubines comenzó hace un año con Angelology (Planeta), de Danielle Trussoni. Will Smith ya ha comprado los derechos para llevar al cine esta novela, traducida a 32 idiomas y protagonizada por los nefilim, fruto de la unión entre un hombre y un ángel. La trilogía de Cassandra Clare, Cazadores de sombras (Destino) -cuya precuela, Ángeles mecánicos, se publicará en noviembre-, también se centra en estos seres tan terriblemente bellos como crueles. Un poco más edulcorados son los ángeles de Oscuros (Montena), condenados a no poder estar nunca juntos. Y, ya diabéticos, los de Halo (Roca), que sale a la venta el 30 de agosto. Su escritora, Alexandra Adonetto, de tan solo 17 años, recrea un romance entre una ángel novata y el chico más guapo del instituto.

Amor imposible

"He cruzado océanos de tiempo para encontrarte". Desde que Drácula le susurrase esta frase a su amada en la obra homónima de Bram Stocker quedó claro que ningún amor es tan profundo como el amor de ultratumba. Puede que los protagonistas de estas novelas sean muertos vivientes o no tengan alma, pero se enamoran: entre sí o de humanos. Aunque siempre hay un obstáculo que salvar. Como en la tetralogía Medianoche (Montena), donde uno de los miembros de la pareja protagonista es un vampiro y el otro un cazador de vampiros. El amor es tan o más importante que la fantasía dentro del argumento de estos títulos. Por algo uno de los subgéneros más importantes que componen este fenómeno se denomina "romance paranormal".

Hombres lobo

El escritor Plinio El Viejo (siglo I) ya recogía en uno de sus textos la historia de un licántropo. Esta animalización del hombre ha estado presenten en el folclore de gran cantidad de culturas y hoy ocupa su hueco entre los monstruos fantásticos. Presente en obras míticas como El ciclo del hombre lobo, de Stephen King, ahora conquistan en su versión más adolescente. Un buen ejemplo de este éxito es Temblor (SM), de Maggie Stiefvater. La historia de una chica que, tras ser atacada en su niñez por una manada de lobos, se enamora de un licántropo. Ha permanecido en la lista de las novelas más vendidas de The New York Times durante 10 semanas y se va a llevar a la gran pantalla. La segunda entrega de la serie, Rastro, se publica el 27 de septiembre. El hombre lobo también aparece como secundario de lujo en obras como Harry Potter o Cazadores de sombras. Y, como tercero en discordia, en la omnipresente Crepúsculo.

Magos

Hace ya trece años que se publicó la primera de las siete novelas que componen la saga de Harry Potter. La hipótesis de que, junto al mundo real, existe otro paralelo y mágico, con su propio Gobierno, escuelas y periódicos (híbridos entre el papel y el iPad) enganchó a millones de lectores y llenó las librerías de novelas fantásticas con carga tenebrosa para niños, un género relegado hasta ese momento a las baldas más escondidas. Desde entonces, los conjuros triunfan. Para muestra, dos botones. Por un lado, La guerra de las brujas, de Maite Carranza, que ya se ha traducido a 14 idiomas. Por otro, Hermosas criaturas (Espasa), que está ambientada en el sur de Estados Unidos y cuenta la historia de una poderosa hechicera adolescente. Elegida mejor novela juvenil de 2009 en Amazon, Warner Bros prepara ya la adaptación al cine. Su continuación, Hermosa oscuridad, llegará a finales de año.

La muerte

Es un protagonista más en estas novelas, aunque se presenta de formas diversas. Hay interpretaciones infantiles, naif, como en Ghost girl (Alfaguara), donde una niña muerta vive sus aventuras entre las dos orillas de Hades. Otras brutales, fruto necesario de la violencia que vertebra el argumento de algunas novelas, especialmente las de zombis. Pero también abunda la aproximación más sentimental, esa que ahonda en la pérdida, que expone el vacío y la desolación sin falsos romanticismos ni almidones. Porque en muchos de estos títulos la lucha del bien contra el mal (hombres contra hombres lobo, magos buenos contra magos oscuros...) no solo se cobra la vida de despreciables enemigos y camaradas cuasi anónimos que aparecen en escena con el único fin de desaparecer asépticamente después. Sobre los personajes principales pende siempre la amenaza de la muerte, amenaza cumplida en no pocos casos. Los fans de Harry Potter aún recuerdan el drama del asesinato de Dumbledore. Y en el reverso de esta moneda, la inmortalidad, o más exactamente, la perdurabilidad eterna, característica de muchas de las criaturas fantásticas: zombis, ángeles, vampiros, fantasmas. Esa que es don y castigo al mismo tiempo. Esa que provoca admiración y compasión en el lector.

Superpoderes o poderes paranormales

¿Se imagina que pudiera leer la mente como la protagonista de la última novela de Stephenie Meyer, La segunda vida de Bree Tanner (Alfaguara)? Quizá le gustaría más dominar las aguas como a Percy Jackson, hijo de Poseidón y personaje central de la serie homónima de Rick Riordan, cuya quinta, El último olímpico, verá la luz en España antes de que termine el año de la mano de la editorial Salamandra.

¿O tal vez preferiría que todo lo que escribiese en su diario se hiciese realidad? Eso es precisamente lo que le sucede a Alma en Oscuridad (Roca), primera parte de la trilogía My Land, de Elena P. Melodia.

El segundo capítulo se espera para la primavera de 2011. A cualquier lector le gusta ponerse en la piel de personajes que no se someten a las leyes de la naturaleza. Aunque estas supercapacidades tengan su reverso oscuro. Porque hay cosas mejores que morder, fulminar y desgarrar.

Vampiros

Todo empezó en 2005 con una madre mormona de Phoenix (Estados Unidos). Stephenie Meyer escribió Crepúsculo (Alfaguara), la historia de Bella, una chica un tanto retraída que se enamora de Edward, uno de los alumnos más populares del instituto, que resulta ser -afortunadamente para ella- un vampiro vegetariano. Una serie de cinco novelas románticas pasadas por el tamiz de lo paranormal que ya ha vendido más de 100 millones de ejemplares en todo el mundo y que está siendo llevada al cine. Eclipse, la tercera y última película hasta el momento, recaudó 30 millones de dólares (casi 27 millones de euros) el día de su estreno en Estados Unidos. Unas cifras que dan idea de la magnitud del fenómeno y que ponen los colmillos largos a los editores del mundo. Así casi todos los sellos se han unido a la corriente con sus propios chupasangres. Ya sean irresistibles amantes o despiadados asesinos. O ambas cosas a la vez, como en las 15 novelas de Charlaine Harris que se inspiraron de True Blood, la más exitosa del creciente grupo de series basadas en novelas vampíricas. En un goteo de sangrientos títulos que no cesa, uno de los más esperados es El Pasaje, de Justin Cronin, que Urano publicará en España el 15 de diciembre. El argumento no resulta demasiado sorprendente: científicos estadounidenses descubren que la mordedura de murciélago puede curar ciertos cánceres pero, tras hacerlo, se desencadena una epidemia vampírica mundial y solo una niña inmune puede salvarlo. Aun así la novela, que salió en junio en Estados Unidos, apunta alto: Ballantine, una marca de la editorial Random House, pagó 26,5 millones de euros por los derechos de este libro y los dos que le seguirán, y Ridley Scott va a dirigir la película basada en el primero. Guillermo del Toro, director de El Laberinto del Fauno, también apeló a las plagas de muertos vivientes en su primera novela, Noctura (Suma de Letras). Una de las grandes apuestas de la feria de Fráncfort en 2009. De cualquier forma, no hay nada nuevo bajo el sol ni bajo la luna. Anne Rice demostró que los vampiros pueden ser muy rentables hace ya 34 años con la publicación Entrevista con el vampiro. Fue el arranque de la exitosa serie Crónicas vampíricas, a la que se le sumarían nueve capítulos más hasta 2003.

Zombis

No pertenecen al mundo de los vivos ni al de los muertos, pero encajan a la perfección en el del papel. Putrefactos, poco dados a la oratoria, pero infatigables, hace un par de años intentaron suceder a los seductores y sofisticados vampiros como nuevo fenómeno literario. De momento no lo han conseguido, pero han dejado una interesante lista de títulos. Guerra Mundial Z (Almuzara), de Max Brooks, azuzó el género en 2008 con una historia de un conflicto global entre humanos y zombis.

Dos años antes, Stephen King había publicado Cell (Plaza&Janés). ¿El argumento? Todos los móviles del mundo suenan a la vez, y quien lo coge queda infectado por el virus de los no muertos. El español Maule Loureiro consiguió cierto éxito con Apocalipsis Z (Dolmen), que comenzó siendo un blog de ficción y ya tiene segunda entrega en papel: Los días oscuros (Plaza&Janés). La lista de títulos es infinita: la trilogía Zombie (Timum Mas), de David Wellington; la antología de John Joseph Adams Zombies (Minotauro); o Descansa en paz (Espasa), del escritor sueco John Ajvide Lindqvist, autor, a su vez, de Déjame entrar, la novela en la que se basó la exitosa película del mismo nombre... Los muertos vivientes se han mezclado incluso con los clásicos, dando lugar a híbridos escalofriantes, como la pionera Orgullo y Prejuicio y Zombies (Umbriel) o el Lazarillo de Tormes Z (DeBolsillo). Pero la explosión zombi no es sino el enésimo resurgir de un género que lleva décadas entre los vivos. Uno de sus títulos más famosos, La noche de los muertos vivientes, de John Russo, data de 1985 y es la adaptación de la película homónima.


Carmen Mañana
Suplemento Babelia
El País
28 de agosto de 2010