22 abril 2010

Aquel premio Alacrán


"La lengua es una patria y su patriotismo el único que me pone caliente", declara Pérez-Reverte, que ocupa la letra T en la Real Academia. Tal bandera la maneja como pocos, igual tierna que afilada. Busca sangre sobre todo en sus artículos para el Semanal XL, ese ajuste de cuentas que le sirve de "acto higiénico". Porque Reverte elige a sus enemigos.

Arturo Pérez-Reverte alterna la faceta de novelista con la de articulista. Desde hace 16 años es fiel a su cita con los lectores del Semanal XL. Cada cierto tiempo reúne esas 'patentes de corso', como las titula, en libros. El último: Cuando éramos honrados mercenarios.

En ellas está el Pérez-Reverte ácido, afilado, con ganas de bronca y que jamás se ha arrepentido: "He dicho muchas barbaridades pero he sido consciente de ellas. Yo no soy así, no hablo así. Soy normal, hasta amable. Todo lo que digo es verdad. Es la forma de decirlo lo que no corresponde conmigo".

Ese "acto higiénico" surge cuando abre el periódico y se indigna "con las ´bibianas´ (por la ministra de Igualdad) y ´rajoys´ de turno. Escribirlo me lleva toda una mañana. No es algo espontáneo, aunque reconozco que a veces hay víctimas colaterales. Uno mataría a todos y que Dios reconozca a los suyos". Confía en que "el lector inteligente" eluda las generalizaciones y las interpretaciones espurias. Critica al "lector estúpido". Sobre este le viene un ejemplo a la mente. Hablaba de una mujer con tacones y escribía: "¿Acaso no disparan a los caballos?". "Una feminista dijo que incitaba a la violencia de género, cuando yo mencionaba el título de la novela de McCoy. Llega un momento en que renuncias a explicarlo. No puedes controlarlo todo".

Contra el feminismo combate, pero no ese cuyos principios generales comparte sino "el radical, que es un negocio ridículo que me subleva". Es lo que siente cuando Rafa López le menciona que Bibiaba Aído propone vetar "cuentos sexistas" como Blancanieves. "Sería como matar un niño. No me hagas ser cruel", responde Pérez-Reverte, pero entra en materia. Recuerda que la asociación viguesa Alecrín le adjudicó en 2007 el premio "Alacrán" por machista. Algo que le parece increíble.

Se defiende Pérez-Reverte con sus personajes femeninos, contrabandistas, empresarias, aventureras "fuertes". "Hay dos tipos de mujer: la que se pone a gritar y se agarra del brazo de Rock Hudson cuando atacan los indios y la que coge el fusil y dispara, que es la que me interesa". La mujer es "el héroe moderno por excelencia, el único posible, porque no tiene los mecanismos sociales de consuelo que se ha construido el hombre. La mujer, si fracasa, no tiene una segunda oportunidad". A esta mujer la defiende. Es el feminismo que ensalza. En cambio, "los extremos radicales de un sector del feminismo que han hecho del fenómeno un negocio subvencionado llegan hasta lo grotesco. No es feminismo, es oportunismo".

Armando Alvarez
farodevigo.es
21 de abril de 2010

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Miembras y carne de membrillo

A la ministra española de Igualdad y Fraternidad, Bibiana Aído, que pasará a los anales de la estupidez nacional por lo del miembro, la miembra y la carne de miembrillo, le han dado en las últimas semanas las suyas y las del pulpo, así que no quiero ensañarme. Podría, puesto a resumir en dos palabras, llamarla tonta o analfabeta. Supongo que, ateniéndonos a su estólida contumacia cuando fue llamada al orden por gente respetable y docta, a esa ministra podrían irle como un guante ambos epítetos. Pero no lo creo. Quiero decir que no tengo la impresión de que Bibiana Aído sea tonta ni analfabeta. Por lo menos, no del todo. O lo justo. Lo que pasa es que está muy mal acostumbrada.

Bibiana Aído, que es de Cádiz, procede de esa nueva casta política de feministas crecida en Andalucía a la sombra del régimen chavista; que así, dándoles cuartelillo, las tiene entretenidas y goteando agua de limón. Esas pavas, que han convertido una militancia respetable y necesaria en turbio modo de vida y medro, no tienen otra forma de justificar subvenciones y mandanga que rizar el rizo con piruetas cada vez más osadas, como en el circo. La lengua española, que en este país miserable ha resultado ser arma política útil en otros ámbitos, les viene chachi. Por eso están embarcadas en una carrera de despropósitos, empeñándose, cuatro iletradas como son, en que cuatrocientos millones de hispanohablantes modifiquen, a su gusto, un idioma donde cada palabra es fruto de una afinada depuración práctica que suele ser de siglos, para adaptarlo por la cara a sus necesidades coyunturales. A su negocio.

Lo que pasa es que, en el cenagal de la política española, cualquier cosa viene de perlas a quienes buscan votos de minorías que, sumadas, son rentables. Sale baratísimo. Sólo hay que destinar unas migajas de presupuesto y darle hilo a la cometa. Así andan las Bibianas de crecidas, campando a su aire en una especie de matonismo ultrafeminista de género y génera donde, cualquiera que no trague, recibe el sambenito de machista. Y así andamos todos, unos por cálculo interesado y otros por miedo al qué dirán. Los doctos se callan con frecuencia, y los ignorantes aplauden. Incluso hay quienes, después de cada nueva sandez, discuten el asunto en tertulias y columnas periodísticas, considerando con gravedad si procede decir piernas cuando se trata de extremidades en una mujer, y piernos cuando se trata de un hombre. Por ejemplo.

En todo esto, por supuesto, la Real Academia Española y las veintiuna academias hermanas de América y Filipinas son enemigo a batir. Según las feminatas ultras, las normas de uso que las academias fijan en el Diccionario son barreras sexistas que impiden la igualdad. Lo plantean como si una academia pudiera imponer tal o cual uso de una palabra, cuando lo que hace es recoger lo que la gente, equivocada o no, justa o no, machista o no, utiliza en su habla diaria. «La Academia va siempre por detrás», apuntan como señalando un defecto, sin comprender que la misión de los académicos es precisamente ésa: ir por detrás y no por delante, orientando sobre la norma de uso, y no imponiéndola. Voces cultas, y no sólo de académicos -Alfonso Guerra se unió a ellas hace poco-, han explicado de sobra que las innovaciones no corresponden a la RAE, sino a la sociedad de la que ésta es simple notario. En España la Academia no inventa palabras, ni les cambia el sentido. Observa, registra y cuenta a la sociedad cómo esa misma sociedad habla. Y cada cambio, pequeño o grande, termina siendo inventariado con minuciosidad notarial, dentro de lo posible, cuando lleva suficiente tiempo en uso y hay autoridades solventes que lo avalan y fijan en textos respetables y adecuados. De ahí a hacerse eco, por decreto, de cuanta ocurrencia salga por la boca de cualquier tonta de la pepitilla, media un abismo.

Así que tengo la obligación de advertir a mis primas que no se hagan ilusiones: con la Real Academia Española lo tienen crudo. Ahí no hay demagogia ni chantaje político que valga. Ni Franco lo consiguió en cuarenta años -y mira que ése mandaba-, ni las niñas capricho del buen rollito fashion lo van a conseguir ahora. En la RAE somos así de chulos. Y lo somos porque, desde su fundación hace trescientos años, esa institución es independiente del poder ejecutivo, del legislativo y del judicial. Su trabajo no depende de leyes, normas, jueguecitos o modas, sino de la realidad viva de una lengua extraordinaria, hermosa y potente que se autorregula a sí misma, desde hace muchos siglos, con ejemplar sabiduría. De forma colegiada o particular, a través de sus miembros -que no miembras-, siempre habrá en esa Docta Casa una voz que, con diplomacia o sin ella, recuerde que, en el Diccionario, la palabra idiotez se define como «hecho o dicho propio del idiota».


Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
29 de junio de 2008

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