La madre había traido consigo una canasta repleta de hierbas. No preparó la cena, sino que pasó toda la tarde hirviendo las plantas hasta que se formó un jarabe muy fluido. De él emanaba un tufo amargo y picante mientras se cocinaba. La madre dejó que la pócima reposara hasta la noche siguiente. Entonces, Mamá hizo que Rosalie la bebiera toda.
Fue el peor dolor que jamás había sentido. Le parecía como si sus intestinos, su matriz y los huesos de la pelvis estuvieran siendo arrancados por un puño gigantesco. Cuando comenzó el sangrado, llegó a pensar que sus entrañas estaban disolviéndose. Había gruesos coágulos y pedazos de tejido desgarrados mezclados con sangre.
-No te hará daño-, le dijo Mamá - y se te pasará para mañana por la mañana.
Tal y como Mamá le había dicho, justo antes del amanecer Rosalie sintió como algo sólido era arrancado de su interior. De inmediato supo que estaba perdiendo lo único que le quedaba de Theophile. Trató de cerrar las paredes de su vagina alrededor de él, para mantenerlo dentro de ella el mayor tiempo que fuera posible. Pero aquella cosa era resbalosa y carecía de forma, y se deslizó sin dificultad a la toalla que Mamá había colocado entre las piernas de Rosalie. Su madre la recogió de inmediato y no permitió que Rosalie viera lo que había en ella.
La joven escuchó como el inodoro era descargado una vez, luego otra. Su matriz y los músculos de su abdomen se sentían como si acabaran de pasar por el molinillo que Mamá tenía en la cocina. Pero el dolor no se comparaba con el vacío que se apoderó de su corazón).
El cielo se estaba iluminando, revelándole más del cementerio que se extendía ante sus ojos: los cadáveres flotando en el agua que seguía creciendo, el barro infestado de gusanos y alimañas. El rostro de Theophile bostezando delante del suyo. Rosalie se retorció contra él, sintiendo como aquella carne devastada cedía bajo su peso. Ella ya no era capaz de reconocer a su amado en esos momentos. Se encontraba aterrada, luchando contra aquel cadáver. Su mano golpeó el estómago embotado, hundiéndose hasta la muñeca.
Entonces, de pronto, el cuerpo de Theophile se abrió como un flor hecha de carroña y ella se hundió en él. Sus codos quedaron atrapados en la frágil jaula de las costillas, su cara se sumergió en la amarga sopa de los órganos. Rosalie giró violentamente el rostro hacia un lado. Su cara era una máscara de podredumbre. La llevaba en el cabello, en sus fosas nasales, se convirtió en una fina capa en sus ojos. Ella estaba ahogándose en el cuerpo que alguna vez representó el sustento, el alivio anhelado. Abrió la boca para gritar y pudo sentir cosas revolviéndose entre sus dientes.
-Mi Rosalie, ma cherie-, puede escuchar la voz de su amante, susurrándole.
Y en ese preciso momento, la lluvia comienza a caer de nuevo.
***
Desagradable.
Me separé de ella gritando... aullando silenciosamente, sin desear despertarla. En ese instante tenía miedo de ella por lo que había que tenido que sufrir; me horrorizaba que abriera los ojos como si se tratase de una muñeca, observándome fijamente a la cara.
Pero Rosalie sólo estaba durmiendo en un sueño agitado. Murmuraba palabras inconexas, pastosas; una fría corona de sudor perlaba su frente; emanaba un floral y aplastante olor a sexo. Floté hasta el borde de la cama y estudié sus manos, llenas de anillos, cerradas en diminutos puños, sus párpados temblorosos e inquietos aún manchados con el maquillaje del día anterior. Sólo pude imaginar los años y tormentos que siguieron a todo aquello, y que habían llevado a esa pobre chiquilla hasta esta noche, a ésta habitación. Los que le habían hecho usar, incluso, la falsa parafernalia de la muerte, después de haberse sumergido en la aterradora verdad de Ella.
Pero yo sabía lo difíci que resultaría que ella hablase, sin coacción, de esos recuerdos. No podía haber consuelo o compensación posible ante un pasado tan cruel. Ningún tesoro, sin importar que tan valioso fuera, parecería importar ante la vista de tan abyecto error.
Así que yo os aseguro que lo que hice después fue hecho como un acto de misericordia pura... No un deseo de ganar algo para mí o de controlar a Rosalie. Nunca le hice algo semejante antes. Ella era mi amiga; deseaba liberarla de la ponzoña de tales recuerdos. Es tan simple como eso.
Me armé de valor y volví a la mente de Rosalie. Me abrí camino de nuevo, a través de sus ojos y de los enroscados túneles de sus oídos, de regreso al esponjoso bosque electrificado de su cerebro.
No puedo ser más científico acerca de esto: encontré las conexiones que generan la memoria. Busqué los nervios y sutiles ácidos que componían el sueño hasta encontrarlos, las migajas del cerebro de Rosalie que aún contenían el residuo de Theophile, las células que quedaron mancillas por su muerte.
Y lo borré todo.
Compadecí a Theophile. En verdad que lo hice. No hay existencia más solitaria que la muerte, en especial una muerte en la que no queda nadie que te llore.
Pero ahora me pertenecía a mí.
(Continuará)
Poppy Z. Brite (C) (1993)
Traducción: Javier Barriopedro (1999)
Corrección de Estilo: Macarena Muñoz (2009)
2 comentarios:
Genial. Me tiene enganchadísima.
Besos, Eli.
Me alegra, Eli ;-)
La próxima semana llega el desenlace.
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