15 febrero 2009

El Sexto Centinela (4ta parte)

El padre de la chiquilla no era un hombre duro ni cruel. Pero lo habían educado en el seno de la iglesia, y allí aprendió a medir su propia valía en función del honor de su familia. Theophile nunca supo que su Rosalie estaba embarazada. El padre de la joven lo esperó en el cobertizo de los botes una noche. El chico entró, llevando una carpeta con poemas nuevos y la escopeta del padre deshonrado le dio de lleno en le pecho y en el estómago, un centenar de diminutos ojos negros lloraron lágrimas rojas.

Papá estaba encerrado en la cárcel del condado y Mamá dijo que pronto iría a un lugar todavía peor, un lugar donde no podrían verlo nunca más. Mamá decía que no era culpa de Rosalie, pero la chiquilla podía ver en sus ojos que sí lo era).

Había sido la primavera más húmeda que cualquiera pudiese recordar, un mes de lluvias frecuentes. El nivel del agua en los mantos del Bayou de Louisiana es tan alto que un agujero excavado en aquel suelo, asesenta centímetros de profundidad -y hasta mucho menos que eso-, comenzará a inundarse. Durante toda la primavera, los mantos crecieron a tal grado, que el suelo estaba constantemente húmedo, ahogando al césped y a las flores, haciendo un barrizal de la dulce tierra del pantano. Las enredaderas habían crecido hasta los límites del cementerio, invadiendo las verjas. Pero la tormenta de anoche había llevado el nivel de los mantos subterráneos más allá del nivel de saturación. La gente acaudalada de Nueva Orleans construyen mausoleos para depositar a sus muertos y protegerlos de este peligro, pero nadie aquí, en este pueblo miserable, puede costearse una bóveda de mármol... Ni siquiera de ladrillo.

Y el cementerio del pueblo se ha inundado por fin.

Algunas cosas que han flotado hasta la superficie son poco más que pequeños huesos. Otras están abotargadas, hinchándose tres y hasta cuatro veces su tamaño normal, montes flatulentos elevándose entre el barro omo islotes de carne putrefacta; algunas tienen flores de tela, clavadas a manera de obscena decoración. Las moscas se levantan perezosamente, para después descender de nuevo en nubes centellantes que trazan círculos sobre ellas mismas y los despojos a la deriva. En un sitio descansan las retorcidas tapas de los ataúdes, encalladas en los desniveles del terreno, que fueron desgajadas por el imparable acoso del torrente de agua. En otro lugar flota la imagen, hecha de yeso, de un santo: su cara y el color de su túnica deslavados por la incesante lluvia. Rostros bostezantes de cuencas vacías, salen a flote entre las extensiones de agua estancada y pareciera que buscan con desesperación una bocanada de aire fresco. Manos putrefactas se desdoblan como las flores de las lilas y lirios acuáticos. Cada gota de lluvia, cada palmo de tierra en el cementerio está mancillado con los efluvios de los muertos.

Pero Rosalie sólo puede ver el rostro que tiene delante del suyo, el cuerpo aplastado debajo del suyo. Los ojos de Theophile se han hundido dentro de las cuencas y su boca está abierta, la lengua ha desaparecido. Ella puede ver las delgadas larvas blancas pululando en el oscuro paisaje de su garganta. sus fosas nasales son negros agujeros que se han ensanchado, replegándose hacia la piel verdosa de sus mejillas. El sedoso cabello casi ha desaparecido por completo, las pocas hebras que aún quedan son muy delgadas y pringosas, devoradas por los bichos acuáticos... (Sentados en el muelle, Rosalie y Theophile acostumbraban escupir al aguapara ver a los brillantes escarabajos negros aglutinarse alrededor de las bolas blancas de saliva. Theophile le había dicho que también se comían el cabello y las uñas de los pies). En algunas partes, ella puede ver el lustroso domo de su cráneo. El cráneo detrás del rostro amado; el cráneo que acunó sus pensamientos y sueños.

Piensa en la pala que trajo y se pregunta qué era lo que deseaba hacer con ella. ¿Deseaba ver a Theophile así, de esta forma? ¿O en realidad había esperado encontrar su tumba vacía, su hermoso y joven cuerpo ido, entero y fresco, al encuentro con Dios?

No. Ella sólo quería saber dónde estaba él. Porque no le quedaba nada de él... La familia Thibodeaux se había negado a darle los poemas, un rizo de su cabello. Y ahora, ella había perdido incluso su semilla.

(Los perros derribaron a Papá al suelo del pantano donde se ocultaba y los hombres lo llevaron a rastras a la cárcel. Mientras lo llevaban al coche de policía, la madre de Theophile corrió hasta él y le escupió en el rostro. Papá estaba esposado y no pudo limpiarse; sólo se quedó de pie en aquel sitio con el salivazo, lleno de resquemor y amargura, escurriéndole mejilla abajo, y sus ojos parecían confundidos, como si no estuviese seguro de lo que acababa de hacer.

Mamá hizo que Rosalie durmiera con ella aquella noche. Pero cuando la jovencita se despertó a la mañana siguiente, Mamá ya se había ido, sólo dejó una nota diciendo que regresaría más antes del ocaso. Así sucedió, la mujer llegó con la última luz de la tarde. Su cara estaba arañada y sudorosa, con la mitad inferior de sus vaqueros encostrados de barro.

(Continuará)


Poppy Z. Brite (C) (1993)
Traducción: Javier Barriopedro (1999)
Corrección de Estilo: Macarena Muñoz (2009)

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