13 septiembre 2008

La Ley Seca 'resucita' en Nueva York

Bar Please Don't Tell



La Ley Seca 'resucita' en Nueva York
Los mejores combinados de la ciudad se sirven en locales de difícil acceso

Uno cuando quiere beber, quiere beber bien, y en Nueva York, una ciudad sin apenas secretos, lo mejor es tomarse algo en un lugar donde llegar es más difícil que pagar. La Ley Seca, que quiso reconducir el gusto de los hígados y las papilas gustativas de los estadounidenses desde 1920 a 1933, ha renacido en los últimos años con unos locales que han desbancado a los clásicos de la ciudad.

En estos sitios, los 'barman' de mayor caché atienden como prestidigitadores de la noche al cliente como si sólo existiera un cliente. Una forma de acceso que hace sentirte como una mezcla de Super Agente 86 y el protagonista de la película de Scorsese '¡Jo, qué noche!'.

El primer sitio en esta ruta por los cócteles más selectos de Manhattan es el Please Don't Tell. Como todos estos nuevos 'speakeasies' —denominación que recibían los locales clandestinos durante la Ley Seca— se necesita reservar y tener imaginación para encontrarlos, ya que no hay rótulos en la puerta.

El acceso al bar es a través de un negocio de perritos calientes en el cogollo del Village. En este modesto local hay una cabina de teléfono. Uno entra y marca, la pared se abre de repente y una chica guapa te hace pasar tras confirmar tu reserva.

El sitio no es muy grande, unas cuantas mesas y una barra exuberante comandada por un 'barman' con chaleco y camisa blanca de manga corta. La oferta es enorme y destacan los que evocan la ginebra como 'alma mater' del combinado.

El Please Don't Tell destila aires clásicos, exhibe una copia mala de la Venus de Velázquez y una cabeza de ciervo escolta la paz del 'barman' —juraría que los bares neoyorquinos sienten una gran atracción por la taxidermia—. Los precios son asequibles y cada cóctel cuesta unos 10 euros.

'El nivel ha subido mucho'

Seguimos con este paseo de embriaguez. Próxima parada: Death & Co. Este fantástico bar, situado también en el Village, cuenta con un acceso mucho más sencillo. "La evolución en los cócteles en Nueva York en los últimos ocho años ha sido espectacular, el nivel ha subido mucho", comenta Joaquín, un 'barman' de origen ecuatoriano que explica con erudición los matices y la intrahistoria de una ginebra maltosa californiana, que es considerada como el whisky de esta bebida de origen holandés. La penumbra marca un escenario victoriano con tintes vanguardistas. "Los dos dueños tienen estilos muy diferentes y decidieron combinarlos", explica sonriente este alquimista.

Es una noche afortunada. Gracias a un contacto de una camarera encantadora se consigue una reserva para entrar en el Milk & Honey, sin duda el 'speakeasy' más difícil de abordar. La cita es a la una de la mañana, en el Lower East Side.

La calle Eldridge es estrecha y oscura, llena de comercios chinos y, ante la puerta, uno teme estar llamando a un domicilio particular hasta que ve cómo una cámara de video le vigila. Al atravesar las cortinas negras del para muchos mejor bar de Nueva York hace su aparición la 'maître', que se molesta un poco cuando dices que a última hora tu acompañante no ha podido venir y su lista no cuadra. Te ofrece un sitio en la barra, donde sólo hay tres taburetes más.

Hablar con desconocidos

Hay algunas mesas y en el bar no dejan entrar a más de 15 personas. No hay carta, el 'barman' pregunta sobre tus gustos y crea, así de sencillo. El mojito del Milk and Honey es para los expertos el mejor valorado de la ciudad, pero uno es moderado y no está para mezclas, así que se toma un Gin Fizz. La bebida no es lo único que hace extraordinario a este sitio. Lejos del ruido y del famoseo, su elitismo se basa simplemente en una armonía sin estridencias. Entran aquellos que consiguen averiguar su número de contacto y van solos o con un número muy reducido de acompañantes.

Una chica que se sienta en la barra toma un cóctel de champán y se ha traído un libro de John Fante para leer. Es de Brooklyn y le cuenta amigablemente al camarero que al día siguiente se va de viaje a Buenos Aires. Media hora después deja su lectura y supongo que como 'ser' es 'hablar con', se pone a ello. No tarda en preguntar a este español con inglés de Atapuerca —Nueva York es también una ciudad dura, con mucha gente sola y en los bares es normal mantener conversaciones con desconocidos sin ninguna trascendencia erótico gravitatoria, algo que siempre sorprende a los turistas— y a dar rienda suelta a una divertida conversación. En apenas cinco minutos uno ya conoce su árbol genealógico y sus sueños y esperanzas en la Gran Manzana.

El camarero prepara dos cócteles iguales y nos los sirve. Se hace tarde y el cansancio marca el tiempo de retirada. Los compañeros de barra se despiden con cordialidad y es tiempo de buscar un taxi, antes de que aparezca aquel bostezo capaz de aniquilar años de pasión y este Nueva York 'on the rocks' se consuma.


Jorge B. Montañes
Diario El Mundo
6 de septiembre de 2008

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