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. ¿Qué obra de la arquitectura lo emociona? Las catedrales antiguas y los castillos medievales.
El mexicano promedio puede ser patriotero, puede ser criticable su forma de expresar el patriotismo (sobre todo cuando hay partidos de fútbol) pero contrario a la mayoría de los españoles, nosotros no nos avergonzamos de mostrarlo, ni tampoco lo censuramos. Eso sí, hay un respeto tremendo por los símbolos nacionales, nada de usar la bandera como lo hacen en Estados Unidos que inclusiven estampan calzoncillos con la misma. Desde pequeños, hacemos honores a la bandera en los colegios todos los lunes. Los chiquillos con mejor promedio escolar, son los que conforman la escolta que lleva la bandera y para muchos es un honor ser el elegido que porte la insigna nacional que todas las escuelas tienen. Hay cierto aire marcial en esta pequeña ceremonia que se realiza en todos los colegios de cualquier nivel económico. Y aún, a estas alturas del partido, soy capaz de recordar casi completa la canción que todos aprendemos y entonamos al hacer honores a la bandera: "Se levanta en el mástil mi Bandera/ como un sol entre céfiros y trinos/ muy adentro en el templo de mi veneración,/ oigo y siento contento latir mi corazón./ Es mi bandera, la enseña nacional,/ son estas notas su cántico marcial./ Desde niño sabremos venerarla/y también por su amor, ¡vivir!".
Sí, resulta difícil explicar por qué celebramos con tanta algarabía la noche de cada 15 de septiembre el inicio de nuestra Guerra de Independencia, por qué gritamos con tanto énfasis ¡Viva México! y al escuchar el nombre de los que nos dieron Patria y Libertad, por qué casi impulsados por un resorte, nos ponemos de pie para escuchar respetuosamente nuestro himno nacional y por qué nos sentimos tan orgullosos de ser mexicanos a pesar de la pésima imagen que tiene nuestra tierra en el extranjero, a pesar de la corrupción, de la miseria y de muchas cosas más.
Señoras, señores, esta noche, cuando el reloj marque las 23.00 horas, la Plaza del Zócalo estará a reventar entre curiosos, festeros, detractores y demás, y nuevamente, como hace casi doscientos años, sonará de nuevo la campana con la que el cura Miguel Hidalgo y Costilla convocó a los mexicanos a luchar por su independencia.
Sí, hay muchas historias encontradas, hay varias versiones que no son imposibles, a fin de cuentas, bien se dice que la historia la escriben los vencedores, pero a título personal debo decir que me gusta el patriotismo que vivimos, sentimos, aprendimos y padecimos en mi México.
Dejo con ustedes al Charro Cantor, Jorge Negrete, con una canción representativa de su repertorio cuyo título es Yo soy mexicano (el video corresponde a la película El peñón de las ánimas de 1942).
La Ley Seca 'resucita' en Nueva York
Los mejores combinados de la ciudad se sirven en locales de difícil acceso
Uno cuando quiere beber, quiere beber bien, y en Nueva York, una ciudad sin apenas secretos, lo mejor es tomarse algo en un lugar donde llegar es más difícil que pagar. La Ley Seca, que quiso reconducir el gusto de los hígados y las papilas gustativas de los estadounidenses desde 1920 a 1933, ha renacido en los últimos años con unos locales que han desbancado a los clásicos de la ciudad.
En estos sitios, los 'barman' de mayor caché atienden como prestidigitadores de la noche al cliente como si sólo existiera un cliente. Una forma de acceso que hace sentirte como una mezcla de Super Agente 86 y el protagonista de la película de Scorsese '¡Jo, qué noche!'.
El primer sitio en esta ruta por los cócteles más selectos de Manhattan es el Please Don't Tell. Como todos estos nuevos 'speakeasies' —denominación que recibían los locales clandestinos durante la Ley Seca— se necesita reservar y tener imaginación para encontrarlos, ya que no hay rótulos en la puerta.
El acceso al bar es a través de un negocio de perritos calientes en el cogollo del Village. En este modesto local hay una cabina de teléfono. Uno entra y marca, la pared se abre de repente y una chica guapa te hace pasar tras confirmar tu reserva.
El sitio no es muy grande, unas cuantas mesas y una barra exuberante comandada por un 'barman' con chaleco y camisa blanca de manga corta. La oferta es enorme y destacan los que evocan la ginebra como 'alma mater' del combinado.
El Please Don't Tell destila aires clásicos, exhibe una copia mala de la Venus de Velázquez y una cabeza de ciervo escolta la paz del 'barman' —juraría que los bares neoyorquinos sienten una gran atracción por la taxidermia—. Los precios son asequibles y cada cóctel cuesta unos 10 euros.
'El nivel ha subido mucho'
Seguimos con este paseo de embriaguez. Próxima parada: Death & Co. Este fantástico bar, situado también en el Village, cuenta con un acceso mucho más sencillo. "La evolución en los cócteles en Nueva York en los últimos ocho años ha sido espectacular, el nivel ha subido mucho", comenta Joaquín, un 'barman' de origen ecuatoriano que explica con erudición los matices y la intrahistoria de una ginebra maltosa californiana, que es considerada como el whisky de esta bebida de origen holandés. La penumbra marca un escenario victoriano con tintes vanguardistas. "Los dos dueños tienen estilos muy diferentes y decidieron combinarlos", explica sonriente este alquimista.
Es una noche afortunada. Gracias a un contacto de una camarera encantadora se consigue una reserva para entrar en el Milk & Honey, sin duda el 'speakeasy' más difícil de abordar. La cita es a la una de la mañana, en el Lower East Side.
La calle Eldridge es estrecha y oscura, llena de comercios chinos y, ante la puerta, uno teme estar llamando a un domicilio particular hasta que ve cómo una cámara de video le vigila. Al atravesar las cortinas negras del para muchos mejor bar de Nueva York hace su aparición la 'maître', que se molesta un poco cuando dices que a última hora tu acompañante no ha podido venir y su lista no cuadra. Te ofrece un sitio en la barra, donde sólo hay tres taburetes más.
Hablar con desconocidos
Hay algunas mesas y en el bar no dejan entrar a más de 15 personas. No hay carta, el 'barman' pregunta sobre tus gustos y crea, así de sencillo. El mojito del Milk and Honey es para los expertos el mejor valorado de la ciudad, pero uno es moderado y no está para mezclas, así que se toma un Gin Fizz. La bebida no es lo único que hace extraordinario a este sitio. Lejos del ruido y del famoseo, su elitismo se basa simplemente en una armonía sin estridencias. Entran aquellos que consiguen averiguar su número de contacto y van solos o con un número muy reducido de acompañantes.
Una chica que se sienta en la barra toma un cóctel de champán y se ha traído un libro de John Fante para leer. Es de Brooklyn y le cuenta amigablemente al camarero que al día siguiente se va de viaje a Buenos Aires. Media hora después deja su lectura y supongo que como 'ser' es 'hablar con', se pone a ello. No tarda en preguntar a este español con inglés de Atapuerca —Nueva York es también una ciudad dura, con mucha gente sola y en los bares es normal mantener conversaciones con desconocidos sin ninguna trascendencia erótico gravitatoria, algo que siempre sorprende a los turistas— y a dar rienda suelta a una divertida conversación. En apenas cinco minutos uno ya conoce su árbol genealógico y sus sueños y esperanzas en la Gran Manzana.
El camarero prepara dos cócteles iguales y nos los sirve. Se hace tarde y el cansancio marca el tiempo de retirada. Los compañeros de barra se despiden con cordialidad y es tiempo de buscar un taxi, antes de que aparezca aquel bostezo capaz de aniquilar años de pasión y este Nueva York 'on the rocks' se consuma.
Jorge B. Montañes
Diario El Mundo
6 de septiembre de 2008
Back in black
Midnight hour
Bela Lugosi's Dead