14 abril 2008

Tibet

Monjes tibetanos protestando en Lhasa
Desde mediados de marzo han venido ocurriendo una serie de hechos que cuesta trabajo entender y mucho más tratar explicarlos. Hay toda clase de noticias y como siempre ocurre, hay mucha más información que llega a cualquier rincón del extranjero antes que a cualquier rincón del lugar donde están ocuriendo las barbaridades que la mayoría hemos visto a través de cualquier telediario. Resultaba difícil de creer la violencia con que fueron replegados los monjes budistas.
Las protestas comenzaron el pasado 10 de marzo, cuando cientos de monjes salieron a las calles de Lhasa para conmemorar pacíficamente el 49 aniversario de la aplastada rebelión de 1959 contra el dominio chino, que desembocó en la huida al exilio de 100.000 tibetanos, entre ellos el Dalai Lama. El 14 de marzo, los disturbios estallaron en Lhasa antes de propagarse a las provincias vecinas donde viven importantes minorías tibetanas. Los primeros cálculos señalaban que al menos diez personas habían muerto, entre ellos dos manifestantes por disparos de la policía china. Sin embargo el gobierno de Pekín pronto se atrevió a declarar que 'la situación bía vuelto a la normalidad', luego de los disturbios en los que se produjeron saqueos e incendios de tiendas, centros comerciales, vehículos e incluso una mezquita.
Los peores días fueron el 14 y el 15 donde cerca de 800 personas fueron arrestadas, Según las declaraciones de Wang Xiangming, subsecretario del Partido Comunista en Lhasa. Otros 280 se entregaron voluntariamente antes del periodo de gracia promulgado por las autoridades chinas que finalizó el 17 de marzo, añadió el funcionario.
Los disturbios, los peores registrados en el Tibet en 20 años y en los que según las autoridades murieron 19 civiles, la mayoría de etnia Han, a manos de tibetanos, han puesto de nuevo en el punto de mira a Pekín en cuestión de derechos humanos a cinco meses de la celebración de los Juegos Olímpicos.Wang añadió que los detenidos serán juzgados antes del 1 de mayo, con una premura que la prensa independiente interpreta como una prueba de la voluntad de Pekín de dar por zanjado el problema antes de la inauguración de los Juegos el 8 de agosto. (já)
Según la "versión oficial", civiles y monjes budistas de la minoría tibetana atacaron a civiles de la etnia mayoritaria china Han y sus negocios, en una revuelta instigada por el Dalai Lama, el líder espiritual y político en el exilio al que acusan de promover la independencia del Tíbet. Los grupos tibetanos en el exilio señalan por su parte que la cifra de muertos real asciende a 140, de ellos al menos 13 personas fallecidas por los disparos de las fuerzas de seguridad chinas contra los manifestantes, según la organización Free Tibet Campaign.
La oficina del Dalai Lama ha negado su implicación en los disturbios y dicen tener pruebas de que los peores actos de violencia fueron perpetrados por policías chinos disfrazados de monjes. Tras la revuelta, el gobierno comunista bloqueó el acceso al Tíbet a la prensa extranjera, y sólo a finales de marzo, un reducido grupo de corresponsales y otro de diplomáticos pudo acceder a la región en un breve viaje fuertemente controlado por las autoridades.
Sin embargo el pasado 3 de abril, según el diario Shanghai Daily, Lhasa (la capital del Tibet) volverá a estar abierta a los visitantes el próximo 1 de mayo.
Lo dicho: noticias de todo tipo van y vienen, pero lo cierto es que yo no creo nada de lo que declare el gobierno chino. Y naturalmente procuran "lavar su imagen" teniendo encima los juegos olímpicos y tantas amenazas de boicot o declaraciones de no asistencia inaugural como la del primer ministro inglés Gordon Brown. Aunque el viernes pasado, el Dalai Lama afirmó que no apoyaba el boicot: 'Yo apoyo esos juegos. No estoy contra China. Pero también soy un hombre comprometido con la democracia y no podría mandar a callar a los manifestantes', señaló el líder espiritual de 13 millones de tibetanos.'No somos partidarios de un boicot (pero) debemos dejar claro que los antecedentes chinos en relación con los derechos humanos no son buenos', agregó en una entrevista para la cadena de televisión estadounidense NBC. 'No estamos en contra del Gobierno de Pekín y tampoco buscamos independizarnos', matizó.Con esa declaración rechazó denuncias chinas de que las protestas tengan como objetivo promover una campaña en favor de la independencia del Tíbet, en la cual estaría implicado.'Yo soy un hombre de paz, un enemigo de la violencia', señaló durante una visita de cinco días a Estados Unidos. También declaró que además de problemas humanos el Tíbet sufre el de la pobreza.'Existe el peligro del hambre. Hay problemas médicos. Por favor envíen ayuda médica. Nadie quiere estos problemas'.
El Dalai Lama tiene más simpatizantes que detractores, pero estos últimos nuncan faltan. Los principales, claro, son el gobierno chino y varios periodistas que inclinan su balanza en favor del régimen, y no necesariamente tienen que ser chinos. Triste pero cierto.
Yo no soy una entendida del problema que padece el Tibet desde hace más de sesenta años, pero en cierta medida simpatizo con muchos de los preceptos budistas (la mayoría, por desgracis, casi inaplicables en este mundo occidental ) y la labor en el exilio que ha debido llevar y sostener alguien como el Dalai Lama, no olvidemos, Premio Nobel de la Paz 1989.
Aquí un poco de historia y a continuación un par de artículos que aparecieron ayer en el periódico y que quiero compartir con ustedes:
Las tropas del Ejército de Liberación Popular chino ocuparon el Tíbet en 1951 para acabar con el sistema 'feudal y esclavista' que, según Pekín, imperaba en la región.
La última 'insurrección' en el Tíbet contra el Gobierno chino tuvo lugar en 1989 y comenzó también un 10 de marzo en honor de la fallida revuelta de 1959, la cual dejó más de 10.000 muertos y obligó a emigrar a unos 100.000 tibetanos junto al Dalai Lama.
La rebelión de 1989, que dejó varias decenas de muertos, llevó al Gobierno chino a declarar la ley marcial durante trece meses.Por aquel entonces, el actual presidente del país, Hu Jintao, era secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) en Tíbet, la máxima autoridad en la región.
El Dalai Lama denunció el pasado 10 de marzo que 'la lengua, las costumbres y las tradiciones del Tíbet están desapareciendo gradualmente' y agregó que los tibetanos 'han tenido que vivir en estado de constante miedo, intimidación y sospecha bajo la represión china'. 'La represión continúa aumentando con múltiples, inimaginables y burdas violaciones de los derechos humanos, la negación de la libertad religiosa y la politización de los asuntos religiosos', afirmó el líder espiritual.
La corte del Dalai Lama
Bajo el Himalaya, la ciudad india de Dharamsala acoge desde 1959 a la máxima figura del budismo y es destino de los refugiados que huyen de Tíbet
Risueños monjes budistas envueltos en sus túnicas de color azafrán, famélicos santones medio desnudos y embadurnados en in cienso, andrajosos mendigos cu biertos de mugre arrastrando por el suelo sus piernas dobladas por la polio, espirituales mochileros 'neohippies' con melenas a lo rasta y calcetines sobre las sandalias y, sobre todo, un laberinto de restaurantes, cibercafés, puestos am bulantes y tiendas de recuerdos para los turistas donde se venden desde 'thangkas' -los típicos y coloristas cuadros budistas- hasta ropa de montaña falsificada. Bienvenidos a Dharamsala, una pequeña ciudad del norte de India donde, a la sombra de la sobrecogedora cordillera del Himalaya, vive el Dalai Lama, quien escapó de Tíbet tras la fallida rebelión contra las tropas chinas en 1959.
Desde entonces han huido unos 200.000 tibetanos, de los cuales la mitad se han instalado en India y unos 20.000 en el vecino Nepal. To dos ellos han seguido el ejemplo del venerado Dalai Lama, la máxima figura política y espiritual del budismo, quien se refugió primero en Mussoorie y en abril de 1960 trasladó el Gobierno tibetano en el exilio a Dharamsala.
A unos cuatro kilómetros de esta ciudad de 20.000 habitantes se levanta la estación de montaña de McLeod Ganj, un antiguo cuartel establecido por los británicos durante la dominación colonial en 1850 y bautizado en honor del entonces gobernador del Punjab, David McLeod. Aquí se halla la re sidencia oficial de Su Santidad el Dalai Lama, el jefe de este supuesto Estado tibetano que ningún otro país reconoce, en el complejo de Tsuglagkhang, donde también se encuentran el monasterio de Nam gyal y el templo de Kalachakra.
Unos kilómetros más abajo, si guiendo una tortuosa y estrecha carretera por donde los taxistas in dios sortean a toda velocidad las curvas y las vacas del camino al volante de sus diminutos Tata Indigo, una estupa preside la plaza donde se erige el Parlamento en el exilio. Sus 43 miembros, elegidos democráticamente, se reúnen dos veces al año bajo la presidencia del Dalai Lama. Todo un ejemplo de modernidad que contrasta con la figura del oráculo, quien sigue entrando en trance en unas ceremonias rituales que celebra varias veces al año para vaticinar el futuro y aconsejar al Dalai Lama en el conflicto con el régimen comunista de Pekín.
Durante estos días, miles de personas participan en multitudinarias vigilias por las víctimas de la represión con que el Gobierno chino ha aplastado la revuelta tibetana. Al amanecer, los guturales cantos de los monjes despiertan a sus habitantes y les indican el camino a seguir en una nueva marcha por la paz. Portando pancartas donde se pueden leer proclamas como "China, deja de matar en Tíbet", religiosos, exiliados y turistas comprometidos con la causa desfilan por las empinadas calles de McLeod Ganj.
Imagen de los muertos
En las ventanas y balcones cuelgan impactantes fotografías de los disturbios en Lhasa, que estallaron el 14 de marzo tras varios días de manifestaciones pacíficas que conmemoraban el 49 aniversario de la huida del Dalai Lama. A su lado, otras desgarradoras imágenes muestran los cadáveres ensangrentados de las víctimas de las balas chinas. Al anochecer, las velas de la procesión iluminan las calles y templos mientras los monjes entonan los tradicionales 'sutras' de amor y compasión.
"Tenemos que aprovechar la re percusión de los Juegos para que el mundo conozca el sufrimiento que padece Tíbet", explica Lobsang Palden, un monje que ha pasado 12 de sus 39 años en la cárcel. Asegura que fue torturado por la Policía china por retirar en 1994 una placa del Gobierno en su pueblo, en el condado de Linga, y es cribir sobre la misma "Tíbet libre". "Me interrogaban cuatro veces al día y me ponían electroshocks en varias partes del cuerpo y hasta en la boca", relata este prisionero político, quien pasó "cuatro años encerrado en una pequeña celda oscura y con goteras, donde había otros once presos y en la que nos echaban los platos de una co mida infecta a través de una rendija en la puerta". Según Lobsang Palden, "las condiciones eran tan malas y las palizas tan habituales que uno de mis compañeros, acusado de es pionaje, enfermó de una infección y murió en el hospital, mientras que otro se quedó deficiente después de que los guardias le pegaran sin piedad".

Un regalo envenenado
China pretendía usar los Juegos para legitimarse, pero se han convertido en un escaparate para sus detractores
Tíbet, derechos humanos, Darfur, violación de las libertades, Falun Gong, régimen dictatorial, brecha entre ricos y po bres, apoyo a Birmania, conta mi nación, censura, persecución de disidentes, seguridad alimen taria y un largo etcétera. China tiene demasiados enemigos co mo para que todos ellos firmaran una tregua durante la ce lebración de los Juegos Olímpicos de Pekín, que se inaugurarán el próximo 8 de agosto.
Más bien al contrario, la presión internacional se incrementará sobre el régimen comunista a medida que se acerca la fecha. Pero, debido al cada vez mayor peso del 'dragón rojo' en la escena internacional, a su condición de 'fábrica global' para las grandes multinacionales y a su quimérico mercado de 1.300 millones de habitantes, no serán los otros estados los que critiquen a China. Las denuncias vendrán por parte de la sociedad civil y de las ONG y grupos cívicos que no tienen que pagar el peaje que Pekín impone a gobiernos y empresas para hacer negocios en su país: el silencio.
Por eso, la revuelta popular en Tibet y las violentas protestas de esta semana contra el re levo internacional de la antorcha olímpica, que ayer corrió por las calles de Buenos Aires sin problemas, son sólo el aperitivo de un rosario de problemas. Junto al conflicto de Tibet, el auténtico caballo de batalla es la violación de los derechos hu manos y la falta de libertades en el coloso oriental, ya que el régimen comunista pretende legitimar ante el resto del mundo su autoritario sistema político gracias a los Juegos.
Sus detractores, en cambio, lo utilizarán para hacer 'perder la cara' al Ejecutivo chino. Así se ha visto durante las manifes taciones con motivo del relevo de la an torcha. Las movilizaciones, am pliamente difundidas por los me dios, han obli gado a los gobiernos de todo el mundo a plantearse un posible boicot a la ceremonia inaugural.
Como consecuencia, los Juegos se revelan como un regalo en venenado para el régimen comunista porque, en principio, iban a contribuir a su apertura, pero puede ocurrir todo lo contrario. Basta con echar un vistazo a los efectos de la revuelta tibetana para comprobar que, lejos de abrirse y mostrarse dispuesto a la negociación con el Da lai Lama, el Gobierno ha op tado por cerrar a cal y canto es ta región del Himalaya.
El régimen se había imaginado que tendría que enfrentarse a unos cuantos osados que iban a aprovechar el escaparate de Pekín 2008 para lucir camisetas contra la violación de derechos hu manos. Sin embargo, lo que se ha en contrado a pocos meses de los Juegos es la peor revuelta social vivida en el país desde 1989.
Sin embargo, ¿hasta qué punto está China dispuesta a aguantar la presión? La respuesta es compleja y sólo se sabrá a medida que se vaya acercando la cita olímpica, que estará trufada de incidentes por los numerosos enemigos que tiene el régimen comunista.
Pablo M. Diez
Enviado especial a Lhasa
Diario Las Provincias
13 de abril 2008

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