La famosa autora de novelas policíacas recogió en un librito sus experiencias de excavación junto a su marido en Siria
"Cásate con un arqueólogo. Cuanto más vieja te hagas, más
encantadora te encontrará". Esta frase suele atribuirse a la escritora
Agatha Christie (1890-1976), prolífica autora de novelas policíacas y
madre literaria de Miss Marple y Hércules Poirot. Sin embargo, no la
pronunció nunca. Quien sí lo hizo adjudicándosela a ella, en una
entrevista radiofónica realizada en 1954, fue su segundo marido, el
arqueólogo Max Mallowan (1904-1978). Desde que se casaron, la escritora
lo acompañó en sus excavaciones arqueológicas en Siria e Irak,
expediciones en las que desempeñó labores diversas como ayudante en los
yacimientos.
Christie incluyó elementos arqueológicos en varias de sus
novelas, sobre todo en 'Asesinato en Mesopotamia', 'Muerte en el Nilo' y
'Cita con la muerte'. Pero lo que muchos de sus lectores ignoran es que
escribió un librito sobre arqueología en el que cuenta sus experiencias
en Siria. Redactado a partir de 1938 y sobre todo durante la Segunda
Guerra Mundial, firmado por Agatha Christie Mallowan, 'Come, tell me how
you live' ('Ven y dime cómo vives') fue una especie de regalo de
bienvenida a su marido, que sirvió en la Real Fuerza Aérea británica
durante el conflicto.
Agatha Christie y Max Mallowan se conocieron en Ur (actual Irak), un
gran yacimiento arqueológico en el que él trabajaba como asistente del
director de la excavación, Leonard Woolley. Ella estaba superando el
divorcio de su primer marido, Archibald Christie, y había llegado al
lugar invitada por la esposa de Woolley, Katharine, lectora devota de
sus novelas que acabó convertida en uno de sus personajes: Louise
Leidner, la víctima de 'Asesinato en Mesopotamia'. La escritora realizó
dos visitas y en la segunda, en 1930, el joven arqueólogo le hizo de
guía. Pero Christie tuvo que volver a Inglaterra urgentemente al
enfermar su hija adolescente, Rosalind. Mallowan se ofreció
caballerosamente a acompañarla. Regresaron en el Orient Express. Se
casaron ese mismo año.
'Come, tell me how you live' se editó en 1946. Aunque no es
un tratado de arqueología, Agatha Christie ofrece en él su propia
visión de esta disciplina en el prefacio, cuando explica qué es lo que
la llevó a escribirlo. “Así que usted excava en Siria, ¿no? Hábleme de
ello. ¿Cómo vive usted? ¿En una tienda?”. La autora recibía este tipo de
preguntas a menudo de amigos, conocidos y curiosos. “¿Cómo vivís?”.
Para Agatha Christie, “esa es la pregunta que la arqueología le hace al
pasado: 'Vamos, contadme ¿cómo vivíais?'”. Las respuestas se obtienen
"con picos y palas". Las gentes de la Antigüedad hablan a través de los
restos arqueológicos: "Estos eran nuestros utensilios de cocina"; "En
este silo almacenábamos nuestro grano"; "Con estas agujas de hueso
cosíamos nuestras ropas"...
En línea con los grandes arqueólogos de la época, Christie
huye de la imagen de buscadora de tesoros, la que en realidad atrae al
público: "Ocasionalmente hay un palacio real, a veces un templo, mucho
más raramente un enterramiento real. Estas cosas son espectaculares.
Salen en los periódicos y en titulares", pero no son el interés
principal de la arqueología, que se ocupa "de la vida cotidiana del
antiguo ceramista, del granjero, del artesano...", de la gente normal.
La que conoce Christie es una arqueología todavía en formación, aunque
ya metódica, y descriptiva, que se limita a reconstruir el pasado, pero
todavía no se preocupa por explicar la evolución de las sociedades.
No hay mucha más teoría en 'Come, tell me how you live',
que se convierte desde el primer capítulo en un entretenido libro de
viajes, repleto de anécdotas y situaciones curiosas, a veces duras. El
libro no es un diario detallado ni sigue una cronología precisa. De
hecho 'comprime' varias campañas en Siria entre 1934 y 1938. El relato
comienza con la descripción de problemas tan prosaicos como conseguir
ropa de verano en Londres en otoño o racionalizar el equipaje para
conseguir un volumen razonable de maletas que tendrán que viajar en
tren, barco, de nuevo en tren -por supuesto, el Orient Express- hasta
Turquía, de nuevo en barco hasta Beirut y luego repartidas en un camión y
un taxi alquilados por el desierto de Siria.
Papeleo a la hora del té
En la época que recoge el libro, Max Mallowan ya era un
arqueólogo veterano que conocía bien el terreno y hablaba el árabe con
fluidez. De sus excavaciones con Woolley, además de la experiencia, se
llevó al capataz, Hamoudi, que se ocupaba de reclutar a los
trabajadores, conseguir y adecentar alojamientos, asegurar los
transportes y administrar la intendencia. Tras la Primera Guerra
Mundial, Siria pasó de manos turcas a manos francesas. Por lo tanto,
Mallowan, cuya expedición corría a cargo del Museo Británico y la
Escuela Británica de Arqueología, tuvo que gestionar los permisos con
las autoridades galas. El papeleo se resolvía con una reunión informal a
la hora del té con el funcionario francés del departamento de
'Servicios especiales' y su amable esposa.
Como explica Christie, el yacimiento a excavar se decide
durante una breve precampaña. Ella y su marido recorren la zona (la
región del río Khabur, un afluente del Éufrates, en el norte de Siria) a
bordo de un viejo camión, bautizado como 'Queen Mary', acompañados por
su arquitecto, Robin Marcartney, que acabaría ilustrando la portada de
cuatro de sus novelas. El objetivo es excavar un tell, un yacimiento
formado por sucesivas etapas de ocupación, a lo largo de siglos y
milenios, y convertido en un montículo por la erosión. Mallowan busca
sitios habitados en periodos neolíticos. Varios yacimientos
espectaculares con restos romanos son desechados tras un vistazo por
“demasiado recientes”. El grupo revisa decenas de montículos en unos
pocos días. Los recorren a pie, buscando restos en la superficie que den
alguna pista cronológica. “Empiezo a entender por qué los arqueólogos
tienen el hábito de caminar mirando al suelo”, anota la autora.
En la zona hay decenas de tells. Desde lo alto de
cualquiera, "una puede contar hasta sesenta". Aquí, "hace unos 5.000
años, nació la civilización y aquí, encontrado por mí, está este trozo
de cerámica hecha a mano, decorada con un diseño de puntos y cruces,
antecesora de la taza Woodworth en la que esta misma mañana he tomado el
té". En uno de estos montículos, que ni siquiera figura en los mapas
arqueológicos, recogen piezas que encuentran en superficie: trozos de
cerámica y alguna figurita de barro. Se deciden por un tell intacto
llamado Chagar Bazar. Tell Brak queda como una segunda opción. Al final
ambos serán excavados.
Tell Chagar Bazar tiene propietario. Es el jeque local
('sheikh'), un personaje ceremonioso “que recuerda a Enrique VIII”,
vestido con ropajes blancos y tocado con un turbante verde. Se produce
un curioso regateo. El tell, que a todas luces es un lugar desértico sin
uso alguno, de pronto es una fértil explotación agrícola que se verá
perjudicada por la excavación. El propietario exige una compensación
adecuada. En la zona, el barón Max von Oppenheim, excavador de Tell
Halaf, se ha convertido en una figura casi legendaria: 'El-Baron' pagaba
con cantidades ingentes de oro, recuerdan todos. Hay que estar a la
altura. Así que Mallowan llega a un acuerdo con el jeque. El pago por la
cesión del terreno incluye una casa -la que habitará la expedición
durante la campaña- y dinero. Al final obtendrá además un reloj de oro
para compensar que la excavación “le ha impedido cultivar un jardín”
inexistente detrás de su casa.
Problemas de convivencia
Los trabajadores son reclutados en los pueblos de
alrededor. Algunos caminarán hasta 10 kilómetros cada día para acudir al
tajo. Son entre 200 y 280. El número siempre fluctúa por enfermedades,
expulsiones temporales por mal comportamiento o ausencias sin
explicación. Mallowan los reparte en cuadrillas por grupos étnicos y
aldeas, dirigidas por los capataces de confianza. Separar a los
trabajadores por etnias no es un capricho: árabes, kurdos y armenios
tienen problemas de convivencia y cualquier roce o malentendido
desencadena una pelea. Mallowan, que habla árabe con fluidez, tiene una
relación cordial con los capataces y los trabajadores veteranos:
"Envidio cuando les oigo bromear y reírse, me gustaría entender la
conversación", escribe Christie, que solo puede comunicarse con gestos,
frases de cortesía y órdenes sencillas en árabe.
Los trabajadores se dirigen a Mallowan como 'khwaja'
('señor'), aunque en más de una de las situaciones que describe el libro
la traducción correcta sería 'amo'. En ocasiones -cuando hay peleas o
robos-, el arqueólogo actúa como un juez castigando con la expulsión o
la retirada de la paga. Cuando los problemas son graves -agresiones con
heridas, cuatro hombres que mueren sepultados por un derrumbe cuando
intentan obtener piezas valiosas a escondidas-, Mallowan recurre al
jeque, a los ancianos de las localidades más cercanas y a las
autoridades francesas. Un día unos agentes de aduanas aparecen para
detener a dos trabajadores por fumar cigarrillos iraquíes de
contrabando. Mallowan se muestra perplejo: ¡todos los trabajadores fuman
y trapichean con cigarrillos iraquíes!
En cuanto a Christie, para los trabajadores locales es la
'khatun', la esposa del 'khwaja'. Entre otras labores, es la enfermera
de la expedición, trabajo que había desempeñado en la Primera Guerra
Mundial. La mayor parte de las veces se limita a administrar aspirinas y
bicarbonato, pero su fama de gran médica corre por la región y acaba
recibiendo en consulta a grupos de mujeres de varias aldeas, muchas
afectadas por dolencias inexistentes. Llegan atraídas por la curiosidad y
las ganas de conocer una mujer extranjera que da órdenes a los hombres y
trata a su marido como un igual. La autora simpatiza más con las
mujeres kurdas que con las árabes y las armenias a pesar de que no puede
entenderse ni con unas ni con otras: las kurdas se mueven con libertad,
hablan en presencia de los hombres y abroncan a sus maridos en público
cuando llevan poco dinero a casa, ante el escándalo de los hombres
árabes. Si a los lectores de Agatha Christie les resulta familiar la
figura de 'la enfermera de la excavación' es porque la autora se basó en
sí misma para construir el personaje de Amy Leatheran, narradora
ficticia de 'Asesinato en Mesopotamia'. Irónicamente, el personaje de
Leatheran no muestra interés alguno por la arqueología.
La excavación se realiza mediante grandes trincheras y
cuadros. La idea es abrir cortes que muestren los diferentes niveles de
ocupación del tell. Se trabaja en la base, la parte que contiene los
niveles más antiguos, no en la 'cima'. Los trabajadores se organizan en
grupos con picos y palas, y cada uno tiene asignados dos o tres chicos
que extraen la tierra en capazos para arrojarla a una escombrera
improvisada. Los restos arqueológicos son extraídos sin más y llevados
al laboratorio, donde Agatha Christie los clasifica o los fotografía si
son de gran interés. Cuando se encuentra algo especial, “un grupo de
cerámicas en posición, los huesos de un enterramiento, estructuras de
adobe”, el capataz del grupo detiene el trabajo y avisa a Mallowan, que
se encarga de extraerlo con su cuchillo. En estos casos, el hallazgo es
fotografiado in situ por la escritora, dibujado y recibe una entrada
específica en el diario de la excavación, antes de ser extraído.
De vez en cuando aparecen enterramientos romanos y árabes,
"claramente intrusiones", como anota Christie. Para evitar herir las
susceptibilidad de los trabajadores musulmanes, se les dice que todos
son romanos. Pero los peones no son tontos. Sí son una "pandilla de
irreverentes" que se ríen del asunto: "¡Es a tu abuelo a quien estamos
excavando aquí, Abdul!", "¡No, es el tuyo, Daoud!", bromean a carcajada
limpia.
La excavación es un éxito: "Toda la base (del tell) ha
resultado ser prehistórica. Hemos realizado un corte profundo en una
parte de la colina desde arriba hasta el suelo virgen. Esto nos ha dado
quince niveles sucesivos de ocupación de los que los diez inferiores son
prehistóricos. El lugar fue abandonado a partir de 1500 aC".
Es normal que muchos restos pasen desapercibidos y acaben
en un capazo camino de la escombrera. Los chicos se encargan de revisar
la tierra antes de tirarla, bajo la supervisión de la novelista, aunque
por lo general tienen buen ojo. “El pequeño Abdul Jehar” encuentra un
sello cilíndrico intacto que despierta la admiración de Malloway.
Christie no interviene en la excavación propiamente dicha: su trabajo
consiste en clasificar, etiquetar y fotografiar los hallazgos. En
ocasiones reconstruye las piezas. Además, escribe sus novelas en su
máquina de escribir.
Propina por los hallazgos
Los hallazgos notables son recompensados con una propina
('bakhshish') que se reparte al final de la jornada y se suma a la paga
fija, que se entrega semanalmente. Este sistema de propinas favorecía la
eficiencia de los trabajadores, pero también la picaresca: un día
Mallowan se da cuenta de que entre los hallazgos han aparecido unas
estatuillas falsas. "Comienza la labor de detective", anota -¡cómo no!-
Agatha Christie. Los 'hallazgos' son recompensados como si no pasara
nada, y siguen apareciendo en días sucesivos. Pronto la escritora y el
arqueólogo se dan cuenta de que siempre los encuentran dos hermanos. El
castigo, al más puro estilo colonial, es en público y el día de paga.
Mallowan destruye las falsificaciones a la vista de todos, señala a los
tramposos, "pronuncia un apasionado discurso de condena" y los expulsa
de la excavación. Los culpables marchan proclamando a gritos su
inocencia. Al día siguiente, los trabajadores murmuran en sus
trincheras: "El 'khwaja' es sabio. No puedes engañar a sus ojos".
Cuando las excavaciones de Chagar Bazar y Tell Brak finalizan, llega el
momento más duro, "una agonía": dividir la "colección" de hallazgos en
dos lotes iguales. Un funcionario francés de 'Servicios especiales'
decidirá qué lote se queda en Siria. El resto irá al Museo Británico.
Después toca hacer las maletas y volver a casa. "Estoy pensando -le digo
a Max-, que esta es una forma muy feliz de vivir". Años después, Agatha
Christie se lamentó ante su marido de no haber podido estudiar
arqueología en su juventud. "¿Pero no te das cuenta de que en este
momento tú sabes más de cerámica prehistórica que cualquier otra mujer
de Inglaterra?", le respondió él.
Julio Arrieta
elcomercio.com
1 de marzo de 2013
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