¿Recordáis el tiempo en que la juventud hacía explotar inevitablemente vuestra belleza? ¿Esa edad en la que vosotras erais arrebatadoras ninfas y vosotros hermosos efebos?
Existe un increíble momento de belleza en la vida de toda persona. Ése en el que el niño comienza a ser hombre o mujer. Ése en el que el tiempo aún nos mira de lejos sin arrebatarnos nada y el futuro se percibe como algo gratamente lejano y difuso. Es ésta una belleza natural, luminosa e indescriptible, de la que todo el mundo goza y que suele ser percibida como los demás como irresistible, arrebatadora. Es una belleza canalla, salvaje, fresca, que roza la perfección y se ríe, por un momento, del tiempo.
Luz. En ese momento de juventud nuestra belleza emana una luz difícil de mantener en el tiempo. Es una luz que proviene de la inocencia, la ilusión, las expectativas, el ansia del vivir, de experimentar, de conocer, de sentir. No hay belleza más pura que ésta; muy poco tiene que ver con nuestro aspecto físico.
A lo largo de nuestra vida la belleza cambia, se transforma; con suerte, evoluciona a nuestro favor, en consonancia con el tiempo. Con la edad, la belleza suele salirse inevitablemente de los cánones establecidos. Pero también, si hemos sabido ir hacia dentro, hacia nosotros mismos, va adquiriendo un hermoso velo de profundidad y consciencia que la convierte en magnética, imperturbable y perdurable.
Hay personas que embellecen con los años. Otras, obsesionadas con mantener a toda costa esa belleza canalla que un día tuvieron, la pierden o la transforman en algo que dista de ser hermoso. Hay personas que son bellas a lo largo de toda su vida, como Krisnamurthi.
Una profesora de yoga me comentaba hace poco que quienes practican esta milenaria disciplina comienzan un proceso de autoconocimiento, de acercamiento entre cuerpo, mente y espíritu, que les hace emanar una belleza que proviene del interior y que los demás perciben inmediatamente. Es una belleza que tiene mucho que ver con la energía que transmitimos y mucho menos con nuestro aspecto físico.
Pasada esa arrebatadora belleza propia de la juventud, ¿os sentís hermosos en vuestra edad? ¿Qué hace que os sintáis bellos? ¿Tal vez, la mirada de otro?
Lula Marvel
22 de enero de 2009
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Belleza Robada (1995) es una película "controvertida" dentro de la filmografía de Bernardo Bertolucci. Algunos la aman y otros simplemente la consideran ñoña. Yo la he visto varias veces y la más reciente ha sido hoy mismo. Y por azares del destino, esta ha sido la ocasión donde la he visionado reposadamente. Donde cada detalle tanto del guión, como de los paisajes y de las actuaciones ha logrado que me interne en un viaje de ida y vuelta, recordando las sensaciones y quizá hasta los pensamientos que bullían en mi cabeza cuando yo misma tenía 18 o 19 años, como Lucy (Liv Tyler), la protagonista de Belleza Robada.
No es una historia redonda, para qué nos vamos a engañar? El guión comienza a cojear desde la mitad del film pero Liv Tyler logra capturar y reflejar la esencia de esa chica que está despertando a la vida y que se interna, por decisión propia, en la búsqueda del significado de la vida, de su vida. Y su pequeña gran intromisión en un mundillo de artistas, que parecen mantenerlo paralelo al "real", trastoca las fibras más finas de cada uno de ellos.
Quizá el título de esta peli se refiera a que resulta tan avasallante y tan atractiva la belleza natural que nos otorga la vida cuando somos tan jóvenes, que los adultos intentan poseerla a costa de todo: unos para atesorarla embelesados, otros simplemente para destruirla llenos de rabia y envidia.
Que cierto es aquello que la juventud, por sí misma, nos envuelve en un halo mágico de belleza sin artificios.
Belleza Robada (1995) es una película "controvertida" dentro de la filmografía de Bernardo Bertolucci. Algunos la aman y otros simplemente la consideran ñoña. Yo la he visto varias veces y la más reciente ha sido hoy mismo. Y por azares del destino, esta ha sido la ocasión donde la he visionado reposadamente. Donde cada detalle tanto del guión, como de los paisajes y de las actuaciones ha logrado que me interne en un viaje de ida y vuelta, recordando las sensaciones y quizá hasta los pensamientos que bullían en mi cabeza cuando yo misma tenía 18 o 19 años, como Lucy (Liv Tyler), la protagonista de Belleza Robada.
No es una historia redonda, para qué nos vamos a engañar? El guión comienza a cojear desde la mitad del film pero Liv Tyler logra capturar y reflejar la esencia de esa chica que está despertando a la vida y que se interna, por decisión propia, en la búsqueda del significado de la vida, de su vida. Y su pequeña gran intromisión en un mundillo de artistas, que parecen mantenerlo paralelo al "real", trastoca las fibras más finas de cada uno de ellos.
Quizá el título de esta peli se refiera a que resulta tan avasallante y tan atractiva la belleza natural que nos otorga la vida cuando somos tan jóvenes, que los adultos intentan poseerla a costa de todo: unos para atesorarla embelesados, otros simplemente para destruirla llenos de rabia y envidia.
Que cierto es aquello que la juventud, por sí misma, nos envuelve en un halo mágico de belleza sin artificios.
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