Para los mexicanos, el Dia de Muertos representa algo más que veneración de sus difuntos. Podría decirse que el pueblo mexicano, a diferencia de otros países, lo refleja burlándose, jugando y conviviendo con la muerte. Esta convivencia ha dado lugar a diferentes manifestaciones de arte popular tan originales como lo son: las calaveras de dulce, el pan de muerto, las "catrinas" y esqueletos de cartón, dibujos que se burlan de la muerte, versos en los que se ridiculiza a cualquier personaje vivo de las artes, ciencias y en especial de la política, y las tradicionales ofrendas.
La herencia nos demuestra que las creencias antiguas mexicanas aseguraban que los muertos regresaban del más allá, para visitar a sus parientes que han quedado en la Tierra. Así que los vivos debían esperarlos alegres, con música y todo aquello que les gustaba en vida. Se levantaban altares donde los difuntos se alimentarían con los olores y el colorido de la ofrenda.
Ofrendar significa compartir con los parientes y amigos fallecidos ciertos goces y algo de los frutos obtenidos de la anualidad pasada, así como ofrecer alimentos, además de los tradicionales que se ofrendan en cada población, los preferidos en vida por los difuntos. Todas las ofrendas o Altares de Muertos tienen la misma finalidad: recibir a los familiares difuntos para compartir con ellos los buenos frutos de la tierra, recordarlos y halagarlos. Pero sobre todo, tener presente de que a pesar de que se han ido, los días 1 y 2 de noviembre volverán para estar nuevamente reunidos con los suyos. La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria.
La fotografía del ser querido ocupa el lugar principal de la ofrenda o altar y alrededor se colocan objetos que la persona disfrutaba en vida como: los alimentos que más les gustaban, tal vez cigarros, dulces y hasta una botella de licor que prefería "pues hay que atender bien al difunto". También se colocan algunas imágenes religiosas. La ofrenda, en sí, es una escenografía donde participan los muertos que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus deudos.
Los platillos de la ofrenda son una estela de aromas, el banquete de la cocina en honor de los seres recordados. La buena comida tiene por objeto deleitar al ánima que nos visita. El agua se le ofrece a las ánimas ya sea en un jarrito o en un vaso y es para que mitiguen su sed después de un largo recorrido y para que fortalezcan su regreso al más allá. La sal, que se coloca en un plato pequeño, representa un elemento de purificación y sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta para el siguiente año. También es la señal que indica al difunto que está invitado al banquete y representa lo bueno de la existencia.
Las velas o veladoras con su flama titiliante guían a las ánimas para que puedan llegar a sus antiguos hogares y alumbran el regreso a la moradas. Toda ofrenda tiene una para cada uno de los seres queridos invitados al banquete y otra más para un alma olvidada. El copal (el incienso que usaban los antiguos mexicanos desde tiempos prehispánicos) que se quema en sahumerios, con su particular fragancia, es un saludo reverente. Muchas veces también se utiliza para limpiar el lugar de malos espíritus y así el alma puede entrar a su casa sin ningún peligro.
Las flores son símbolos de fertilidad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta. Los floricultores siembran en los meses de mayo y junio la siempreviva, , nube, cresta de gallo, nardo, gladiolo y el cempasúchitl que se cosechan en fechas cercanas al Día de Muertos.
Los panaderos se encargan de satisfacer el paladar de vivos y muertos con los panes especiales para esta época del año como son: el pan de muerto (hecho con harina, mantequilla, esencia de azahar, esencia de anís, azucar y sal), la rosca de la vida, pan cruzado, huesitos de manteca, entre otros. Cabe mencionar que muchos panes especiales tienen formas humanas o de animales. Los dulceros hacen lo suyo con las famosas calaveritas de azúcar (y también de chocolate) que llevan impreso el nombre del comprador, las cruces, los violines oel sabroso dulce de pepita de calabaza.
En muchas comunidades donde prevalecen las viejas costumbres, el repique de campanas de las iglesias, a las ocho de la noche del 31 de octubre, anuncia la llegada de los espíritus de los niños que "ya vienen". Para esa hora, las señoras de la casa ya tienen arreglado el altar: dos mesas puestas en dos niveles con manteles blancos o con papel de china, en donde se coloca la ofrenda para los "angelitos". Esta consiste en alimentos que les gustan a los niños: pan de muerto, fruta, elotes, atole de masa o "champurrado" (atole de chocolate), leche en jarritos especiales, tamales de dulce y de elote, arroz con leche, dulce de calabaza (calabaza en tacha), conserva de tejocotes y refrescos. Varias familias ponen juguetes de madera y barro: jarritos, canastitas, coches, muñecas de trapo, baleros, sin faltar en ningún lado las calaveritas de azúcar. Todo el día siguiente, 1 de noviembre, repican las campanas por el gozo que causa la visita de los infantes. La hora de retiro de los "chiquitos" varía, en algunos lugares lo hacen desde las doce del día, en otros lo llevan a cabo a las ocho de las noche.
Al mediodía del 2 de noviembre, se tocan las campanas anunciando que vienen los difuntos grandes. Entonces se cambian las ofrendas y mientras se hace esto, se colocan jarros con "agua porque empiezan a llegar los difuntos y vienen cansados, acalorados, con sed y se les debe recibir con un jarro de agua fresca".Al instalar la ofrenda, las mujeres persignan la mesa del altar cone l primer pan que van poner. Principian por invitar al último ser querido que falleció y con él a todos sus ancestros difuntos. Entre el pan y la fruta colocan las velas formando una cruz también flores de cempasúchitl alrededor de la mesa o sobre el pan (los pétalos). Frente al altar de muertos, se ponen ramos de flores, sahumerios con copal, candeleros con velas encendidas o veladoras, también cazuelas con mole, tortillas, pan de muerto, cigarros, botellas de tequila, mezcal o cualquier otro licor, calaveritas de azúcar y por supuesto, el retrato del difunto.
En estos días todos los cementerios del país se llenan de gente que está ansiosa de compartir con sus difuntos. En algunos lugares, se pasa toda la noche delante de la tumba, iluminándola con varias velas y adornándola con la calidez y vitalidad que dá la tradicional "flor de muerto": el cempasúchitl. Familiares y amigos llegan a la tumba de su ser querido con flores y escoba en mano, ya que ha pasado mucho tiempo desde la última visita, algunos llevan comida para disfrutar en compañía de sus difuntos, otros hasta músicos para alegrar el momento que pasan en el cementerio. Y es que la música se escucha por todos lados: en el panteón, acompañando las comparsas, en las casas, en la iglesia.
Si bien es cierto que a muchos les angustia la perspectiva de morir, los mexicanos nos diferenciamos de otros pueblos, porque transformamos a la muerte en algo familiar y cotidiano. Y quizá, a pesar del juego y de la burla, hay mucho respeto, el mismo que se muestra el Día de Muertos.
"Qué maldita costumbre de enterrar a los muertos, de aniquilarlos, de acabar con ellos. Tal parece que un día se levantarán de sus tumbas y nos preguntarán: ¿por qué lloras?" Jaime Sabines.
2 comentarios:
Hermoso post amiga, felicidades.
Me tope con este blog por casualidad.
Oscuro y bello...
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