UN TRAGO DE DESPEDIDA
Stephen King
Plaza&Janés, 1978
-Supongo
que sí -respondió, con voz trémula-. Pero sus ojos... parecían
rojos -me miró- ¿Así son los ojos de los ciervos, de noche? -su
tono era casi suplicante.
-Pueden
tener cualquier color -contesté, pensando que quizás esto era
verdad, pero que yo había visto muchos ciervos de noche desde muchos
coches, y nunca había visto que sus pupilas irradiaran un reflejo
rojo.
Tookey no dijo nada.
Aproximadamente quince minutos más tarde llegamos a un tramo donde
la acumulación de nieve de la derecha de la carretera no era tan
alta porque se supone que los quitanieves deben levantar un poco sus
rejas cuando pasan por una intersección.
-Creo
que este fue el lugar dónde viramos -anunció Lumley, que no parecía
muy seguro-. No veo el cartel...
-Es
aquí -confirmó Tookey. Hablaba con voz muy cambiada-. Se ve apenas
el remate del cartel.
-Oh,
claro -Lumley pareció aliviado-. Escuche, señor Tookey, lamento
haber sido tan grosero hace un rato. Tenía frío y estaba precupado
y furioso conmigo mismo. Sólo quiero agradecerle a ambos...
-No
nos agradezca nada a Booth y a mí hasta que las hayamos pasado a
este vehículo -lo interrumpió Tookey. Activó la tracción de las
cuartro ruedas del Scout y arremetió contra la nieve para
introducirse por Jointner Avenue, que atraviesa Jerusalem's Lot y
desemboca en la 295. Los guardabarros despidieron una tromba de
nieve. Las ruedas traseras patinaron un poco, pero Tookey conduce
desde que el mundo es mundo. Maniobró, le habló, y seguimos
adelante. De vez en cuando los faros iluminaban las huellas borrosas
de otros neumáticos. Eran las que había dejado el coche de Lumley,
unas huellas que después desaparecerían nuevamente. Lumley se
inclinaba y escudriñaba la carretera buscando su coche. De pronto,
Tookey le dijo:
-Señor
Lumley
-¿Qué?
-se volvió para mirar a Tookey.
-Los
lugareños son bastante supersticiosos cuando se trata de Jerusalem's
Lot -explicó Tookey con tono aplomado... pero vi las profundas
arrugas que su tensión formaba alrededor de la boca, y la forma en
que sus ojos se desviaban de un lado a otro-. Si su esposa e hija
están en el coche, tanto mejor. Las cargaremos aquí, volveremos a
mi casa, y mañana, cuando haya amainado la tormenta, Billy tendrá
mucho gusto en remolcar su coche fuera de la nieve. Pero si no
estuvieran en el coche...
-Si
no estuvieran en el coche? -lo interrumpió Lumley bruscamente-. ¿Por
qué no habrían de estar en el coche?
-Si
no estuvieran en el coche -prosiguió Tookey, sin contestar a su
pregunta-, daremos una vuelta e iremos a Falmouth Center y buscaremos
al sheriff. No sería prudente chapotear en la nieve en medio de la
oscuridad, ¿no le parece?
-Estarán en el coche. ¿En qué
otro lugar pueden estar?
-Le
diré algo más, señor Lumley -intervine-. Si vemos a alguien, no le
hablaremos. Aunque nos hable a nosotros, ¿me entiende?
-¿Qué
supersticiones son esas? -inquirió Lumley, muy lentamente.
Antes de que yo pudiera decir algo, y sólo Dios sabe lo que habría
dicho, Tookey exclamó:
-Hemos
llegado.
Nos estábamos acercando a la parte posterior de un gran Mercedes.
Todo el techo del coche estaba cubierto de nieve, y otro montículo
había bloqueado la parte izquierda de la carrocería. Pero las luces
traseras estaban encendidas y vimos que salían gases del tubo de
escape.
-Por
lo menos no se les agotó la gasolina -comentó Lumley.
Tookey detuvo el Scout y accionó el freno de mano.
-Recuerde lo que dijo Booth, Lumley.
-Sí,
claro -pero sólo pensaba en su esposa y en su hija. Lo cual tampoco
me parece censurable.
-¿Listo, Booth? - me preguntó
Tookey. Sus ojos, lúgubres y grises a la luz del tablero de
instrumentos, estaban fijos en los míos.
-Supongo que sí.
Nos apeamos todos y entonces nos azotó el viento, arrojándonos
nieve a la cara. Lumley marchó delante, inclinado contra el
vendaval, con su abrigo elegante hinchándose detrás de él como una
vela. Proyectaba dos sombras: una por los faros del Scout y otra por
las luces traseras de su propio coche. Yo lo seguía, y Tookey iba un
paso más atrás. cuando llegué al maletero del Mercedes, Tookey me
detuvo.
-Déjalo
solo -espetó.
-¡Janet! ¡Francie! -gritaba
Lumley-. ¿Estáis bien? -abrió la portezuela del lado del conductor
y se inclinó hacia dentro-. Estáis...
Se quedó petrificado. El viento le arrancó la pesada puerta de la
mano y la abrió totalmente.
-Dios
mío, Booth -murmuró Tookey, un poco por debajo del alarido del
viento-. Creo que ha vuelto a ocurrir.
Lumley se volvió hacia nosotros. Tenía una expresión asustada y
pepleja, con los ojos desorbitados. De pronto arremetió hacia
nosotros por la nieve, resbalando y a punto de caer. Me apartó como
si yo fuera nadie, y se apoderó de Tookey.
-¿Cómo
lo sabía? -bramó-. ¿Dónde están? ¿Qué demonios sucede aquí?
Tookey se zafó y lo empujó a un costado para abrirse paso. Él y yo
escudriñamos juntos el interior del Mercedes. Estaba caliente como
una torrija, pero no seguiría así por mucho tiempo. La lucecita
ambarina anunciaba que se estaba agotando el combustible . El enorme
coche estaba vacío. Sobre la alfombrilla descansaba una muñeca
Barbie. Y un anorak infantil para esquiar estaba arrugado sobre el
respaldo del asiento.
Tookey se cubrió el rostro con las manos... y después desapareció.
Lumley lo había cogido por atrás y lo había arrojado sobre la
acumulación de nieve. El rostro de Lumely estaba pálido y
desencajado. Movía las mandíbulas como si hubiera mordido algo
amargo que aún no podía despegar y escupir. Metió las manos
adentro y cogió el anorak.
-¿El
anorak de Francie? -dijo casi en un susuro. Y después en voz alta,
rugiendo: -¡El anorak de Francie! -se volvió, sosteniéndolo por la
capucha ribeteada de piel. Me miró alelado e incrédulo-. No se
puede estar a la intemperie sin su abrigo, señor Booth. Se... se
morirá de frío.
-Señor
Lumley...
Pasó trastabillando junto a mí, sin soltar el anorak, al tiempo que
gritaba:
-¡Francie! ¡Janet! ¿Dónde
estáis? ¿Dónde estáááááis?
Le di la mano a Tookey y lo ayudé a levantarse.
-¿Estás...?
-No
te preocupes por mí -respondió-. Tenemos que detenerlo, Booth.
Lo seguimos con la mayor rapidez posible, que no fue mucha porque en
algunos lugares nos hundíamos en la nieve hasta las caderas. Pero al
fin se detuvo y lo alcanzamos.
-Señor
Lumley... -empezó a decir Tookey, colocándole una mano sobre el
hombro.
-Por
aquí -interrumpió Lumley-. Pasaron por aquí. ¡Miren!
Bajamos la vista. Estábamos en una especie de hondonada y el viento
pasaba de largo sobre nuestras cabezas sin afectarnos apenas. Y vimos
dos series de pisadas, unas grandes y otras pequeñas, que se estaban
llenando de nieve. Si nos hubiéramos puesto en marcha cinco minutos
más tarde, ya habrían desaparecido.
Echó a andar, con la cabeza gacha, y tookey lo retuvo.
-¡No!
¡No, Lumley!
Lumley se volvió para enfretarse a Tookey, con las facciones
descompuestas, y alzó un puño. Lo echó hacia atrás... pero algo
en la expresión de Tookey lo hizo vacilar. De nuevo nos miró
alternativamente a Tookey y a mí.
-Se
congelará -dijo, como si fuéramos un par de niños estólidos-. ¿No
se dan cuenta? No lleva su anorak y sólo tiene siete años...
-Podrían estar en cualquier parte
-explicó Tookey-. No podrá seguir esas huellas. Desaparecerán bajo
la próxima ráfaga.
-¿Qué
propone? -rugió Lumley con voz aflautada e histérica-. ¡Si vamos a
buscar a la policía morirán congeladas! ¡Francie y mi esposa!
-Es
posible que ya estén congeladas -respondió Tookey. Sus ojos
sostuvieron la mirada de Lumley-. Congeladas o algo peor.
-¿A
qué re refiere? -susurró Lumley-. Hable claro, maldito sea.
¡Dígamelo!
-Señor
Lumley -prosiguió Tookey-, hay algo en Jerusalem's Lot...
-Vampiros, señor Lumley.
Jerusalem's Lot está llena de vampiros. Supongo que esto es difícil
de aceptar... -me miraba como si me hubiera puesto verde.
-Lunáticos -murmuró-. Son un par
de lunáticos -luego se volvió, colocó ambas manos ahuecados a los
lados de la boca y vociferó: ¡FRANCIE! ¡JANET!
Empezó a alejarse nuevamente. La nieve le llegaba hasta los bajos
del elegante abrigo. miré a Tookey.
-¿Y
ahora qué haremos?
-Seguirlo -contestó Tookey. Tenía
el pelo pegoteado por la nieve y parecía realmente un poco
lunático-. No puedo dejarlo aquí a la intemperie, Booth. ¿Y tú?
-No,
supongo que no.
De
modo que empezamos a vadear la nievedetrás de Lumley en la mejor
forma posible, pero él se adelantaba cada vez más. Entended, tenía
el vigor de la juventud. Abría camino, arremetía por la nieve como
un toro. La artritis empezó a fastidiarme terriblemente y me miré
las piernas, dciéndome: Un poco más, un poco más, sigue caminando,
maldito seas, sigue caminando...
Tropecé con Tookey, que estaba detenido sobre un montículo de
nieve, con las piernas separadas. La cabeza le colgaba y se apretaba
el pecho con ambas manos.
-¿Te
sientes bien, Tookey? -pregunté.
-Sí
-contestó, apartando las manos-. Lo seguiremos, Booth y cuando se
sienta agotado, entrará en razón.
Llegamos a la cresta de un montículo y vimos a Lumley abajo,
buscando desesperadamente más huellas. Pobre hombre, era imposible
que las hallara. El viento soplaba directamente por el lugar donde se
había detenido, y cualquier huella habría sido borrada tres minutos
después de hecha. Con más razón después de un par de horas.
Alzó la cabeza y aulló en medio de la noche:
-¡FRANCIE! ¡JANET! ¡POR EL AMOR
DE DIOS!
Capté la angustia de su voz, el terror, y me apiadé de él. La
única respuesta que obtuvo fue el ulular del viento, que sonaba como
el silbato de un tren de mercancías. Casi parecía burlarsede él,
diciéndole: yo me las llevé señor Nueva Jersey, el del coche
lujoso y el abrigo de pelo de camello. Yo me las llevé y borré sus
huellas y por la mañana estarán tan primorosas y heladas como dos
fresas guardadas en el congelador de la nevera...
-¡Lumley! -gritó Tookey contra el
viento-. ¡Escuche, no piense en los vampiros ni en los espectros ni
en nada por el estilo, pero piense en esto! ¡Está empeorando la
situación de las dos! Tenemos que ir al buscar...
Súbitamente se oyó una respuesta, una voz que surgía de la
oscuridad como un tintineo de campanillas de plata y se me heló el
corazón.
-Jerry... Jerry, ¿eres tú?
Lumley giró sobre los talones al oír la voz. Y entonces apareció
ella, que brotó como un fantasma de las oscuras tinieblas del
bosquecillo. Sí, era una mujer vestida con ropas de ciudad, y en ese
momento me pareció la más hermosa que había visto n mi vida. Sentí
deseos de correr hacia ella y decirle cuánto me alegraba de que al
fin y al cabo estuviera sana y salva. Usaba una pesada prenda verde
que según creo se llama "poncho". Flotaba alrededor de
ella su cabellera oscura que tremolaba al viento como si fuera el
agua de un arroyuelo de diciembre, un momento antes de que el frío
invernal lo congele y lo inmovilice.
Quizás di un paso hacia ella , porque sentí la mano áspera y
cálida de Tookey sobre mi hombro. Y sin embargo -¿cómo podría
expresarlo?- anhelaba ir hacia ella, tan morena y hermosa, con el
poncho verde flotando alrededor de su cuello y sus hombros, tan
exótica y extraña que hacía pensar en una maravillosa mujer de un
poema de Walter de la Mare.
-¡Janet! -exclamó Lumley-. ¡Janet!
-empezó a avanzar dificultosamente por la nieve hacia ella, con los
brazos estirados.
-¡No!
-gritó Tookey-. ¡No, Lumley!
Lumley
ni siquiera lo miró... pero ella sí. Levantó la vista hacia
nosotros y sonrió. Y entonces sentí que mi ansia, mi anhelo, se
trocaban en un espanto tan gélido como la tumba, tan blanco y
silencioso como los huesos envueltos en una mortaja. Incluso desde el
montículo vimos el tétrico resplandor rojo de esos ojos. Eran menos
humanos que los de un lobo. Y cuando sonrió vimos cómo le habían
crecido los colmillos. Ya no era humana. Era una muerta que había
resucitado misteriosamente en medio de la negra tormenta ululante.
Tookey
hizo la señal de la cruz en dirección a ella. Respingó... y luego
volvió a sonreírnos. Estábamos demasiado lejos, y quizás
demasiado asustados.
-¡Basta! -susurré-. ¿No podemos
impedirlo?
-¡Ya
es demasiado tarde, Booth! -contestó Tookey tristemente.
Lumley
le había tendido los brazos. Cubierto de nieve, él también parecía
un fantasma. Le tendió los brazos... y después empezó a chillar.
Oiré esa voz en mis sueños, ese hombre que chillaba como un niño
en medio de una pesadilla. Quiso eludirla, pero los brazos de ella,
largos y desnudos y tan blancos como la nieve, se estiraron y lo
abrazaron. La vi ladear la cabeza, y proyectarla luego hacia adelante
con fuerza.
-¡Booth! -dijo Tookey roncamente-.
Tenemos que salir de aquí.
Y
corrimos. Supongo que algunos dirán que corrimos como ratas, pero
quienes lo digan no estuvieron aquella noche allí. Huimos volviendo
sobre nuestros propios pasos, cayendo, levantándonos nuevamente,
resbalando y deslizándonos. Yo miraba constantemente por encima del
hombro para comprobar si la mujer nos seguía, luciendo su sonrisa y
escudriñándonos con sos ojos rojos.
Llegamos
al Scout y Tookey se dobló en dos, apretándose el pecho.
-¡Tookey! -exclamé, muy asustado-.
¿Qué...?
-El
corazón -respondió-. Hace cinco años, o más, que me martiriza.
Llévame hasta el asiento de pasajeros, Booth, y salgamos
inmediatamente de aquí.
Pasé
un brazo por debajo de su abrigo y lo llevé a rastras alrededor del
vehículo y de alguna manera conseguí izarlo dentro. Echó la cabeza
hacia atrás y ceró los ojos. Su piel estaba amarilla y parecía de
cera.
Rodeé
corriendo el motor del Scout y casi tropecé con la niñita. Estaba
junto a la portezuela del asiento del conductor, con sus trenzas, sin
más abrigo que el exiguo vestido amarillo.
-Señor
-dijo con voz fuerte, clara, tan dulce como una bruma matinal-, ¿me
ayudaría a buscar a mi madre? Se ha ido y tengo tanto frío...
-Cariño
-respndí-, cariño, será mejor que subas. Tu madre...
Me
interrumpí, y si hubo algún momento de mi vida en que estuve a
punto de desmayarme, fue ese. Veréis, ella estaba allí, estaba
arriba de la nieve, y no se veían pisadas, en ninguna dirección.
Entonces
me miró, Francie, la hija de Lumley. No tenía más de siete años y
seguiría teniéndolos durante una eternidad de noches. Su carita
tenía un lúgubre color blanco cadavérico, y uno podría haberse
hundido en el rojo y la plata de sus ojos. Y debajo del maxilar vi
dos puntitos como alfilerazos, con los bordes espantosamente
triturados.
Me
tendió los brazos y sonrió.
-Álceme, señor -murmuró
suavemente-. Quiero darle un beso. Después podrá llevarme a donde
está mí mamá.
Yo
no quería hacerlo, pero no pude resistirme. Me incliné hacia
adelante, con los brazos estirados. Ví cómo se abría su boca, vi
los pequeños colmillosdentro del círculo rojo de sus labios. Algo
resbaló por su barbilla, algo reluciente y plateado, y con un horror
brumoso, lejano, remoto, me di cuenta de que le estaba chorreando la
baba.
Sus
manecitas me rodearon el cuello y pensé: Oh, quizás no será tan
desagradable, queizás no será tan desagradable, quizás después de
un tiempo no será tan espantoso... Y en ese instante algo negro
salió disparado del Scout y la golpeó en el pecho. Hubo una
varahada de humo de extraño olor, un fogonazo que se extinguió un
momento después, y en seguida ella se apartó, siseando. Su rostro
se había crispado en una máscara vulpina de rabia, odio y dolor. Se
volvió hacia el costado y... y desapareció. Lo que un segundo antes
había estado allí, se trocó en un remolino de nieve con un vago
aspecto humano. El viento no tardó en dispersarla por los campos.
-¡Booth! -susurró Tookey-. ¡Date
prisa!
Y
me di prisa. Pero no tanta como para no perder el tiempo de alzar lo
que le había arrojado a la niñita al infierno. La Biblia de su
madre.
Eso
ocurrió hace bastante tiempo. Ahor soy mucho más viejo y entonces
ya no era un jovencito. Herb Tookey murió hace dos años. Se
extinguió apaciblemente, por la noche. El bar continúa allí. Lo
compraron un hombre de Waterville y su esposa, buena gente, que lo
conservan más o menos como era antes. Pero no voy a menudo. Algo ha
cambiado, desde que murió Tookey.
En
Jerusalem's Lot todo sigue como antes. Al día siguiente el
sheriffencontró el coche de Lumley, sin gasolina, con la batería
agotada. Ni Tookey ni yo dijimos nada. ¿Para qué? Y de vez en
cuando alguien que anda haciendo auto-stop o que está caminando
desaparece en esa comarca, en lo alto de Schoolyard Hill o cerca del
cementerio Harmony Hill. Encuentran una mochila o un libro hinchado y
blanqueado por la lluvia o la nieve, o algo por el estilo. Pero nunca
a las personas.
Aún
tengo pesadillas acerca de aquella noche de tormenta en que fuimos
allí. No tanto acerca de la mujer como acerca de la niña, y de la
forma que sonrió cuando me tendió los brazos para que la alzara.
Para poder besarme. Pero soy viejo y pronto llegará el momento en
que acabarán los sueños.
Es
posible que vosotros mismos tengáis la oportunidad de viajar uno de
estos días por el sur de Maine. La campiña es hermosa. Incluso es
posible que os detengáis en el Tookey's Bar para tomar algo. No le
cambiaron el nombre. De modo que bebed , y seguid mi consejo: poned
directamente rumbo al norte, sin parar. Podéis hacer cualquier cosa,
menos torced por la carretera que conduce a Jerusalem's Lot.
Sobre
todo no lo hagáis después de que oscurezca. Por ahí ronda una
niñita. Y sospecho que todavía espera su beso de despedida.
***
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