La Historia y el Hombre o el Futuro o los libros son el sustrato nutricio del cine hasta los 60. A partir de aquí la propia cinefilia pasa también a alimentarlo expresamente. Y a la literatura. Por entonces, Pere Gimferrer escribía poemas a Raoul Walsh, a Jean Harlow, a Shane, de 'Raíces profundas'. Sergio Leone, un ejemplo prototípico de estos años (pero en las antípodas de las "nuevas olas"), fue un niño del Trastevere romano que se pasó la posguerra adorando el cine de EEUU, en sesión continua. Dijo que los primeros americanos que vio eran soldados, y que le decepcionaron un poco. No eran Gary Cooper.
Su breve filmografía tiene irónico descreimiento e infantil devoción, a partes iguales. Carlos Aguilar ha reescrito para Cátedra un trabajo antiguo que tenía sobre él, 'Sergio Leone, el hombre, el mito, la muerte'. En esta revisión el título ha quedado tan escueto como el nombre del cineasta. Quizá sea Aguilar más solvente en distancias cortas. Sus guías de cine contienen minireseñas con categóricos estacazos de cuatro líneas e insultos con gran economía de adjetivos. Pero su libro no es como del de Gallagher sobre Ford, ni remotamente.
Su gran enciclopedismo en torno al "eurowestern" sitúa muy bien al estudiado. Alemania, España, Italia, Inglaterra, tienen esta tradición arraigada desde mucho antes de los 60. ¿Saben ustedes que 'La vampira italiana' de 1913, fue la primera película de espagueti western, y que la dirigió nada menos que de Vincenzo Leone, padre de Sergio? Sergio Leone destacó sobre los Corbucci, los Castellari, los Valerii y los Sollima, y los representa a todos. Un cine neurótico, de cierto verismo de sangría y antihigiene, que con los años fueron cargando más las tintas en la retórica (tan avejentada) del zoom (hasta, ay, Valerio Lazarov). "La fiereza convertida en guiñol", que dice Aguilar.
En el cine clásico un personaje se tenía que ganar el primer plano. Con Leone, tipos con cara de malos, que antes no han aparecido, componen incontinentes escenas con más primeros (o primerísimos) planos que toda 'La pasión de Juana de Arco', de Dreyer. Y Ennio Morricone, que compitió con los Beatles en discos vendidos del momento, ornamenta el trance torero de los duelistas con orquestas inverosímiles y coros y un señor que silba, y muelles saltarines. Y el tiempo se dilata. El director, que rodaba en mudo y después doblaba, ponía la banda sonora en altavoces junto al escenario.
Aguilar compara a Leone con Terence Fisher que miraba desde la Hammer a la Universal. Más próximo se puede ver quizá a Argento (que además tenía a Morricone también). Aunque sus señas, sus viñetas llegan hasta hoy, hasta Tarantino y Robert Rodríguez.
No hay matriarcado ni patriarcado en estos territorios. Casi ni sociedad. Después de un peplum, Leone se trajo (vía Kurosawa, vía demanda de plagio) al hombre sin nombre, al agente de la Continental pero por cuenta propia y en flacucho. 'Por un puñado de dólares', 'La muerte tenía un precio', 'El bueno, el feo y el malo' tienen al llanero solitario del poncho. Ni apaches, ni kiowas, ni pies negros, ni vacas, ni vaqueros. Clint Eastwood y Van Cleef son el nihilismo con pistolas, la vendetta se convierte en un porque sí, el conflicto moral pasa al conflicto lúdico de las balas. Cuando los ven enfrentarse, unos niños dicen: "¡Juegan como nosotros!". Aguilar recuerda convenientemente el tema de la amistad viril y hawksiana en Leone.
Las mujeres son aquí parte del decorado. El hombre no huye del pasado, como los personajes de Anthony Mann. Sino que no tienen pasado. Viven malencarados en un presente torvo, de calles polvorientas, de tiroteos hiperbólicos y armamento a punto. Mientras otro guiñol prepara más ataúdes. Son arquetipos, dibujos animados. Aguilar menciona a Giorgio De Chirico.
Realismo de la violencia
Dice Aguilar: "...Leone había ignorado cierta norma para la representación fílmica de la violencia, impuesta por la censura americana y por ende respetada normalmente por los westerns tradicionales, consistente en separar los planos en que se dispara y se acusa el efecto del disparo". Hecho "insólito", según el autor. Pero en Ford, su antítesis, su ídolo, recordamos que Doniphan mata a Liberty Valance, en un plano, y que Earp dispara a la mano de Doc Holliday de igual manera en 'Pasión de los fuertes'. O Ethan Edwards al artero Futterman en una noche impostada por los estudios Warner. ¿Se diría que se trata de una visión baziniana de las escenas de acción?
La segunda etapa de Leone, su segunda trilogía, compuesta por 'Hasta que llegó su hora' ('Érase una vez en el Oeste', de título original), '¡Agáchate, maldito!'(que debía llamarse 'Érase una vez la revolución') y 'Érase una vez en América'. Hay que añadir 'Mi nombre es Ninguno', que le enemistó (siendo él productor) con su discípulo (director) Tonino Valerii. Cuesta entender cómo convencieron a Henry Fonda para participar en esta inclasificable comedieta. Aguilar ataca (quizá excesivamente) '¡Agáchate maldito!' y magnifica las otras dos. Cine de presupuesto hecho por italianos ya en América, por fin. Parece mentira pero Leone nunca llegó a aprender inglés.
Leone, Leoni
Tenía en su despacho una foto del director de 'La diligencia' que decía. "To Sergio Leoni, with admiration. John Ford". "Leoni" pluraliza a Leone, lo que puede servir de metáfora de su creciente corpulencia. Megalómano, un poco turbio y vanidoso, comilón, temperamental, sin saberlo nació en querella artística con el cine clásico, con su redefinición de los códigos del género, exacerbándolos, tergiversándolos a su antojo.
El "espagueti" se consolidó como nomenclatura de un western cutrón, mestizo, involuntariamente paródico y algo italo-hortera que llega hasta los 80. Y sobre esto se alza el formalismo pop de dos poderosas trilogías leoninas. Entre aureolas y pompas de sesiones peliculeras, fueron floreciendo esas circunstancias criminales con matojos secos rodando por la calle. Oeste imaginado, incendiado en sus magnitudes por el cielo cerúleo y raso de Almería. O Nueva York de hampones y fumaderos de opio chinos. Como en Truffaut, todo es fruto de la revelación cinéfila de un hijo único. Hijo éste de director, ya saben, Vincenzo Leone.
Dice un verso de Gimferrer, en el poema 'El tigre de Esnapur', en referencia a una película de Fritz Lang: "Esnapur está en nosotros". Cine nutriente, íntimo cine de género de cuando Roma, ciudad abierta, con soldados aliados (que, ciertamente, no son Gary Cooper) fumando por las calles.
Sergio Leone de Carlos Aguilar. Cátedra. Signo e Imagen, 2009. 318 páginas. 11,80 euros.
Alvaro Cortina
Diario El Mundo
16 de marzo de 2010
Su breve filmografía tiene irónico descreimiento e infantil devoción, a partes iguales. Carlos Aguilar ha reescrito para Cátedra un trabajo antiguo que tenía sobre él, 'Sergio Leone, el hombre, el mito, la muerte'. En esta revisión el título ha quedado tan escueto como el nombre del cineasta. Quizá sea Aguilar más solvente en distancias cortas. Sus guías de cine contienen minireseñas con categóricos estacazos de cuatro líneas e insultos con gran economía de adjetivos. Pero su libro no es como del de Gallagher sobre Ford, ni remotamente.
Su gran enciclopedismo en torno al "eurowestern" sitúa muy bien al estudiado. Alemania, España, Italia, Inglaterra, tienen esta tradición arraigada desde mucho antes de los 60. ¿Saben ustedes que 'La vampira italiana' de 1913, fue la primera película de espagueti western, y que la dirigió nada menos que de Vincenzo Leone, padre de Sergio? Sergio Leone destacó sobre los Corbucci, los Castellari, los Valerii y los Sollima, y los representa a todos. Un cine neurótico, de cierto verismo de sangría y antihigiene, que con los años fueron cargando más las tintas en la retórica (tan avejentada) del zoom (hasta, ay, Valerio Lazarov). "La fiereza convertida en guiñol", que dice Aguilar.
En el cine clásico un personaje se tenía que ganar el primer plano. Con Leone, tipos con cara de malos, que antes no han aparecido, componen incontinentes escenas con más primeros (o primerísimos) planos que toda 'La pasión de Juana de Arco', de Dreyer. Y Ennio Morricone, que compitió con los Beatles en discos vendidos del momento, ornamenta el trance torero de los duelistas con orquestas inverosímiles y coros y un señor que silba, y muelles saltarines. Y el tiempo se dilata. El director, que rodaba en mudo y después doblaba, ponía la banda sonora en altavoces junto al escenario.
Aguilar compara a Leone con Terence Fisher que miraba desde la Hammer a la Universal. Más próximo se puede ver quizá a Argento (que además tenía a Morricone también). Aunque sus señas, sus viñetas llegan hasta hoy, hasta Tarantino y Robert Rodríguez.
No hay matriarcado ni patriarcado en estos territorios. Casi ni sociedad. Después de un peplum, Leone se trajo (vía Kurosawa, vía demanda de plagio) al hombre sin nombre, al agente de la Continental pero por cuenta propia y en flacucho. 'Por un puñado de dólares', 'La muerte tenía un precio', 'El bueno, el feo y el malo' tienen al llanero solitario del poncho. Ni apaches, ni kiowas, ni pies negros, ni vacas, ni vaqueros. Clint Eastwood y Van Cleef son el nihilismo con pistolas, la vendetta se convierte en un porque sí, el conflicto moral pasa al conflicto lúdico de las balas. Cuando los ven enfrentarse, unos niños dicen: "¡Juegan como nosotros!". Aguilar recuerda convenientemente el tema de la amistad viril y hawksiana en Leone.
Las mujeres son aquí parte del decorado. El hombre no huye del pasado, como los personajes de Anthony Mann. Sino que no tienen pasado. Viven malencarados en un presente torvo, de calles polvorientas, de tiroteos hiperbólicos y armamento a punto. Mientras otro guiñol prepara más ataúdes. Son arquetipos, dibujos animados. Aguilar menciona a Giorgio De Chirico.
Realismo de la violencia
Dice Aguilar: "...Leone había ignorado cierta norma para la representación fílmica de la violencia, impuesta por la censura americana y por ende respetada normalmente por los westerns tradicionales, consistente en separar los planos en que se dispara y se acusa el efecto del disparo". Hecho "insólito", según el autor. Pero en Ford, su antítesis, su ídolo, recordamos que Doniphan mata a Liberty Valance, en un plano, y que Earp dispara a la mano de Doc Holliday de igual manera en 'Pasión de los fuertes'. O Ethan Edwards al artero Futterman en una noche impostada por los estudios Warner. ¿Se diría que se trata de una visión baziniana de las escenas de acción?
La segunda etapa de Leone, su segunda trilogía, compuesta por 'Hasta que llegó su hora' ('Érase una vez en el Oeste', de título original), '¡Agáchate, maldito!'(que debía llamarse 'Érase una vez la revolución') y 'Érase una vez en América'. Hay que añadir 'Mi nombre es Ninguno', que le enemistó (siendo él productor) con su discípulo (director) Tonino Valerii. Cuesta entender cómo convencieron a Henry Fonda para participar en esta inclasificable comedieta. Aguilar ataca (quizá excesivamente) '¡Agáchate maldito!' y magnifica las otras dos. Cine de presupuesto hecho por italianos ya en América, por fin. Parece mentira pero Leone nunca llegó a aprender inglés.
Leone, Leoni
Tenía en su despacho una foto del director de 'La diligencia' que decía. "To Sergio Leoni, with admiration. John Ford". "Leoni" pluraliza a Leone, lo que puede servir de metáfora de su creciente corpulencia. Megalómano, un poco turbio y vanidoso, comilón, temperamental, sin saberlo nació en querella artística con el cine clásico, con su redefinición de los códigos del género, exacerbándolos, tergiversándolos a su antojo.
El "espagueti" se consolidó como nomenclatura de un western cutrón, mestizo, involuntariamente paródico y algo italo-hortera que llega hasta los 80. Y sobre esto se alza el formalismo pop de dos poderosas trilogías leoninas. Entre aureolas y pompas de sesiones peliculeras, fueron floreciendo esas circunstancias criminales con matojos secos rodando por la calle. Oeste imaginado, incendiado en sus magnitudes por el cielo cerúleo y raso de Almería. O Nueva York de hampones y fumaderos de opio chinos. Como en Truffaut, todo es fruto de la revelación cinéfila de un hijo único. Hijo éste de director, ya saben, Vincenzo Leone.
Dice un verso de Gimferrer, en el poema 'El tigre de Esnapur', en referencia a una película de Fritz Lang: "Esnapur está en nosotros". Cine nutriente, íntimo cine de género de cuando Roma, ciudad abierta, con soldados aliados (que, ciertamente, no son Gary Cooper) fumando por las calles.
Sergio Leone de Carlos Aguilar. Cátedra. Signo e Imagen, 2009. 318 páginas. 11,80 euros.
Alvaro Cortina
Diario El Mundo
16 de marzo de 2010
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