29 diciembre 2009
El apocalipsis que no fue y las lecciones que nos enseñó
Predijeron que el «efecto 2000» sería una tragedia, pero al final no ocurrió nada. ¿O quizá sí? Diez años después, diversos expertos cuestionan la idea de que el «fallo Y2K» fue el mayor fraude de la historia.
A lo largo de 1999, Peter De Jager concedió más de 2.000 entrevistas a reporteros de todo el mundo. En casi todas ellas, la última pregunta era la misma: ¿qué va a hacer usted esta Nochevieja? Tanta curiosidad estaba justificada: De Jager era el autor de «Apocalipsis 2000», un célebre artículo de la revista «Computerworld» que denunció en 1993 el riesgo de que los ordenadores dejasen de funcionar con el nuevo milenio y detonó una campaña planetaria para arreglar el problema. De ahí que todo el mundo le pidiera consejo sobre cómo sobrevivir al fin de mundo tal y como lo conocíamos.
Sin embargo, su respuesta decepcionaba a casi todos sus interlocutores. Tras seis años de trabajos, De Jager creía que el mundo ya había tomado medidas suficientes para evitar una tragedia. Sin embargo, los periodistas se negaban a escuchar sus palabras: sólo querían oír augurios catastróficos, como que las luces se apagarían, los aviones se desplomarían y los viejecitos dejarían de cobrar la pensión. Por eso, De Jager anunció que cuando sonaran las campanadas, él estaría sobrevolando el Atlántico a bordo de un avión. «Pensaba que mi ejemplo sería suficiente para convencer a la gente de que todo estaba bajo control», recuerda De Jager. «Obviamente, me equivoqué».
En la madrugada del 1 de enero, decenas de equipos televisivos se apostaron ante cajeros automáticos de medio mundo. Y cuando comprobaron que los billetes aparecían por la ranura igual que antes, les invadió el desconcierto: ¿no habían quedado en que el mundo iba a hundirse? «Al perder su noticia, los periodistas se enfadaron como niños y, para aliviar su enfado, se pusieron a meterse conmigo y a gritar que todo había sido un montaje», se queja De Jager.
Así fue cómo cuajó la idea de que el «efecto 2000» fue una engañifa de un puñado de informáticos con demasiado tiempo libre. Pero, cuando se cumple el décimo aniversario, el debate está lejos de cerrarse. Primero, porque diversos expertos mantienen que la campaña de prevención –500.000 millones de dólares de gasto en todo el mundo– nos libró de un desastre colosal. Segundo, porque los «parches» contra el «efecto 2000» siguen provocando efectos secundarios, muchos de ellos insospechadamente positivos. Y, finalmente, porque aquella experiencia nos ofrece valiosísimas lecciones sobre cómo debemos afrontar los principales retos de nuestro mundo, ya sea el cambio climático o las pandemias de gripe.
Los escépticos
Pocos han expresado las ideas de los escépticos con tanta elocuencia como Ross Anderson, profesor de la Universidad de Cambridge. En 1999, realizó un estudio sobre el «efecto 2000» en los sistemas informáticos de su universidad y predijo que apenas se registrarían problemas. «Además, me di cuenta de que la mayoría de los fallos podrían resolverse apagando y encendiendo las máquinas», asegura. Entusiasmado, pidió que el gabinete de prensa de Cambridge difundiera al mundo las buenas noticias. «Pero nadie nos hizo caso más allá de un par de emisoras locales», recuerda. «El fin del mundo es un notición, pero que las cosas funcionen bien no lo es. Así que pasaron de mi estudio».
Para Anderson, el «fallo Y2K» fue una gigantesca estafa. Con la llegada del nuevo milenio, todo funcionó mejor de lo anticipado: salvo unos cuantos fallos temporales, el mundo siguió funcionando como un día cualquiera. Es más: países como Italia o Corea del Sur, que apenas habían invertido en medidas preventivas, sufrieron los mismos problemas que el resto. Y algo parecido ocurrió con millones de pequeñas empresas que no habían adaptado a tiempo sus sistemas. «Lo único que podemos concluir es que los italianos y los coreanos estaban en lo cierto: el “efecto 2000” no era para tanto», dice Anderson.
El 1 de enero, los escépticos se pavoneraron con su acierto, mientras que los profetas del apocalipsis se distanciaron como pudieron del fiasco. Pero eso no significa que asuman que se equivocaron: simplemente están dolidos por el escarnio público al que les sometieron. «No fue una campaña exagerada, asegura Paul Saffo, un experto en tecnología que lideró la lucha contra el «efecto 2000». «El “fallo Y2K” podría habernos hecho mucho daño, pero unos “frikis” de los ordenadores nos salvaron el pellejo».
Ésa es la gran dificultad de evaluar la trascendencia del «efecto 2000». Para unos, los escasos destrozos que provocó demuestran que todo fue un montaje. Otros, sin embargo, sostienen la tesis opuesta: que todo salió tan bien que nos resulta difícil admitirlo. «Ese es el problema de tomar medidas preventivas: al evitar una catástrofe, borras las huellas de que el problema existía», ha dicho Aidan Davidson, autor de un amplio informe sobre el «fallo Y2K», a la revista online «Slate».
El éxito es un fracaso
De Jager fue una de las principales víctimas de esta paradoja del éxito. Tan efectiva fue su campaña para convencer a los Gobiernos y las empresas de que actualizaran sus sistemas que la gente se ha quedado con la copla de que su alarmismo no estaba justificado. Pero él calcula que la mayoría de la inversión –alrededor del 80 por ciento, según algunos estudios– sirvió para evitar problemas mayores. «Antes del cambio del milenio, los bancos adelantaron sus relojes y comprobaron que sus ordenadores no funcionaban», asegura. «Si no llegan a gastarse tanto dinero, los cajeros habrían dejado de funcionar. No tengo ninguna duda al respecto».
Entonces, ¿cómo explica De Jager los raquíticos incidentes que se registraron el 1 de enero de 2000? En primer lugar, señala, «por el trabajo duro de centenares de miles de informáticos que parchearon millones de sistemas» en todo el mundo. Y, además, porque los problemas no fueron tan puntuales como se cree: muchas empresas sufrieron fallos graves, pero no los difundieron para no espantar a su clientela. «Es una grave injusticia considerarlo un fracaso, cuando fue un éxito sin precedentes», asegura.
De hecho, algunos expertos creen que el «shock» del «efecto 2000» tuvo efectos benéficos que nadie sospechó en su momento. Así, al parchear el problema, muchas empresas aprovecharon para actualizar sus sistemas, lo que disparó su eficiencia . Sólo un ejemplo: seis días después del 11-S, la Bolsa de Nueva York pudo retomar sus operaciones gracias a protocolos que se diseñaron para el cambio de milenio.
El origen del «outsourcing»
Además, el «fallo Y2K» aceleró el desarrollo de la economía mundial. Con tanto trabajo por hacer, las empresas occidentales se vieron desbordadas, así que tuvieron que subcontratar programadores foráneos, principalmente en India. Así, las prisas del «efecto 2000» les hicieron descubrir las virtudes del «outsourcing», una inagotable fuente de crecimiento en estos diez últimos años. «Es un ejemplo de manual de un “shock” temporal que provoca efectos permanentes», explica Saffo.
Según De Jager, el «efecto 2000» es una de las poquísimas crisis ante las que el mundo ha actuado de forma tan coordinada ante una amenaza futura. De hecho, algunos están examinando esa época a la caza de estrategias para afrontar problemas actuales como el calentamiento global. Pero más bien ocurre lo contrario: el precedente del «fallo Y2K» es una ilustración de los riesgos que asumen los políticos que apuestan por el principio de precaución. Imaginemos que pasa este invierno y apenas se producen muertes por la gripe A. ¿Significa eso que nos hemos pasado de precavidos? ¿O, simplemente, que el programa de vacunación ha funcionado? Cada uno alcanzará sus conclusiones, pero algo parece claro: la próxima vez que se anuncie una pandemia de gripe, la gente tenderá a ser más escéptica sobre sus peligros. Y pocos darán las gracias a los líderes que se gastaron un pastón en prevenir una pandemia que, al menos en apariencia, «no fue para tanto».
La apatía del triunfo
Lo mismo ocurre con el «efecto 2000», que ha cambiado para siempre nuestra percepción del riesgo. Al buscar «Y2K» en internet, salen resultados sobre los apocalipsis más estrambóticos, como la película «2012». Es decir, el éxito de hace una década ha engendrado una peligrosa sensación de apatía. Si entonces no ocurrió nada, ¿por qué debemos preocuparnos por amenazas como el cambio climático o la proliferación nuclear? «Quizá ese sea su legado más duradero», explica el analista tecnológico Farhad Manjoo. «El “fallo Y2K” no fue el fin del mundo. Pero el hecho de que lo corrigiéramos a tiempo puede dificultar que arreglemos cualquier cosa en el futuro».
Los mormones lo arreglaron antes
Nunca un fallo tan tonto provocó tantos destrozos. Todo arrancó en los años 50, cuando los programadores idearon un apaño para ahorrar memoria: reflejar los años con dos dígitos en vez de cuatro. A nadie se le ocurrió que su invento seguiría vigente medio siglo más tarde y que los ordenadores confundirían el «00» con el año 1900. Curiosamente, los primeros en detectar su error fueron los mormones, que ya en los 60 cambiaron el sistema de su base de datos. Pero las principales empresas, entre ellas IBM, mantuvieron el parche original. Así pasó el tiempo hasta que, a finales de los 90, estalló la fiebre del «efecto 2000», que se tragó 500.000 millones de dólares en arreglos. «Todos los informáticos sabían que iba a ocurrir, pero les dio pereza afrontar el problema: pensaban que cuando todo estallara, ellos ya se habrían jubilado», denuncia Peter De Jager.
Gonzalo Suárez
Diario La Razón
26 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario