31 diciembre 2009
Adiós a la primera década

Han sido diez años intensos a nivel mundial e histórico, también a nivel personal. Mi vida dio un giro de 180º con todo lo que esto puede implicar y a pesar de ello, tengo muchas más satisfaciones que frustraciones. Aunque siempre tengo la impresión de que falta algo más, siempre hay algo que parece que se queda en el tintero. Es por eso que he dejado de hacer listados de propósitos a llevar a cabo en el próximo año. Hace tiempo que tengo algunos grabados a fuego en mi cabeza y hace tiempo que por una razón o por otra, no soy capaz de culminarlos aunque tenga toda la disposición de iniciarlos y medianamente sostenerlos.
No prometo nada, ni tampoco me hago falsas ilusiones, pero puedo asegurar que en este 2010 me pondré las pilas y haré que lleguen a buen puerto esos dos o tres propósitos que llevo arrastrando casi desde hace años. Por el momento, tengo el proyecto de un libro que escribiremos a seis manos entre dos buenos y talentosos amigos y yo. Y no diré más hasta que el proyecto esté en una fase mediana de avance, jejeje.
Han sido diez años donde viví mis años finales de la veintena (uys, viejos tiempos parecen, hahaha) y donde disfruté de mis treinta con todo lo bueno y con todo lo malo que implica ser una treintañera. Ahora me encamino a los cuarenta y cuánto respeto despierta asumirlo :P Aparecieron en mi vida dos hombres que yo no había imaginado: uno, dentro de tres meses, cumplirá sus primeras cuatro décadas y no tiene la menor intención de celebrarlo por todo lo alto, hahaha. El otro, está creciendo demasiado aprisa y es fascinante observarlo, escucharlo, tratar de comprender qué bulle dentro de su cabecita con casi cinco años que cumplirá en febrero.
Hay recuentos importantes sobre todo del mundo del cine que en días próximos publicaré por aquí. Hay otros tantos sobre los acontecimientos mundiales que incluyen desde el atentado de las Torres Gemelas hasta la ejecución de Sadam Hussein, entre otros, claro. Poco a poco dedicaré entradas. Aunque también es importante lo que aconteció en nuestras vidas en estos diez años. Seguro hemos amado, perdido, ganado, aprendido, nos hemos equivocado y también hemos acertado. En sí, hemos vivido. Y ojalá haya sido y siga siendo con pasión.
Mucha salud y mucho amor para este 2010. Que el éxito no sea en ámbitos laborales o económicos, sino con aquellos que amamos y que nos aman.
Felicidades a todos :-)
29 diciembre 2009
El apocalipsis que no fue y las lecciones que nos enseñó
Predijeron que el «efecto 2000» sería una tragedia, pero al final no ocurrió nada. ¿O quizá sí? Diez años después, diversos expertos cuestionan la idea de que el «fallo Y2K» fue el mayor fraude de la historia.
A lo largo de 1999, Peter De Jager concedió más de 2.000 entrevistas a reporteros de todo el mundo. En casi todas ellas, la última pregunta era la misma: ¿qué va a hacer usted esta Nochevieja? Tanta curiosidad estaba justificada: De Jager era el autor de «Apocalipsis 2000», un célebre artículo de la revista «Computerworld» que denunció en 1993 el riesgo de que los ordenadores dejasen de funcionar con el nuevo milenio y detonó una campaña planetaria para arreglar el problema. De ahí que todo el mundo le pidiera consejo sobre cómo sobrevivir al fin de mundo tal y como lo conocíamos.
Sin embargo, su respuesta decepcionaba a casi todos sus interlocutores. Tras seis años de trabajos, De Jager creía que el mundo ya había tomado medidas suficientes para evitar una tragedia. Sin embargo, los periodistas se negaban a escuchar sus palabras: sólo querían oír augurios catastróficos, como que las luces se apagarían, los aviones se desplomarían y los viejecitos dejarían de cobrar la pensión. Por eso, De Jager anunció que cuando sonaran las campanadas, él estaría sobrevolando el Atlántico a bordo de un avión. «Pensaba que mi ejemplo sería suficiente para convencer a la gente de que todo estaba bajo control», recuerda De Jager. «Obviamente, me equivoqué».
En la madrugada del 1 de enero, decenas de equipos televisivos se apostaron ante cajeros automáticos de medio mundo. Y cuando comprobaron que los billetes aparecían por la ranura igual que antes, les invadió el desconcierto: ¿no habían quedado en que el mundo iba a hundirse? «Al perder su noticia, los periodistas se enfadaron como niños y, para aliviar su enfado, se pusieron a meterse conmigo y a gritar que todo había sido un montaje», se queja De Jager.
Así fue cómo cuajó la idea de que el «efecto 2000» fue una engañifa de un puñado de informáticos con demasiado tiempo libre. Pero, cuando se cumple el décimo aniversario, el debate está lejos de cerrarse. Primero, porque diversos expertos mantienen que la campaña de prevención –500.000 millones de dólares de gasto en todo el mundo– nos libró de un desastre colosal. Segundo, porque los «parches» contra el «efecto 2000» siguen provocando efectos secundarios, muchos de ellos insospechadamente positivos. Y, finalmente, porque aquella experiencia nos ofrece valiosísimas lecciones sobre cómo debemos afrontar los principales retos de nuestro mundo, ya sea el cambio climático o las pandemias de gripe.
Los escépticos
Pocos han expresado las ideas de los escépticos con tanta elocuencia como Ross Anderson, profesor de la Universidad de Cambridge. En 1999, realizó un estudio sobre el «efecto 2000» en los sistemas informáticos de su universidad y predijo que apenas se registrarían problemas. «Además, me di cuenta de que la mayoría de los fallos podrían resolverse apagando y encendiendo las máquinas», asegura. Entusiasmado, pidió que el gabinete de prensa de Cambridge difundiera al mundo las buenas noticias. «Pero nadie nos hizo caso más allá de un par de emisoras locales», recuerda. «El fin del mundo es un notición, pero que las cosas funcionen bien no lo es. Así que pasaron de mi estudio».
Para Anderson, el «fallo Y2K» fue una gigantesca estafa. Con la llegada del nuevo milenio, todo funcionó mejor de lo anticipado: salvo unos cuantos fallos temporales, el mundo siguió funcionando como un día cualquiera. Es más: países como Italia o Corea del Sur, que apenas habían invertido en medidas preventivas, sufrieron los mismos problemas que el resto. Y algo parecido ocurrió con millones de pequeñas empresas que no habían adaptado a tiempo sus sistemas. «Lo único que podemos concluir es que los italianos y los coreanos estaban en lo cierto: el “efecto 2000” no era para tanto», dice Anderson.
El 1 de enero, los escépticos se pavoneraron con su acierto, mientras que los profetas del apocalipsis se distanciaron como pudieron del fiasco. Pero eso no significa que asuman que se equivocaron: simplemente están dolidos por el escarnio público al que les sometieron. «No fue una campaña exagerada, asegura Paul Saffo, un experto en tecnología que lideró la lucha contra el «efecto 2000». «El “fallo Y2K” podría habernos hecho mucho daño, pero unos “frikis” de los ordenadores nos salvaron el pellejo».
Ésa es la gran dificultad de evaluar la trascendencia del «efecto 2000». Para unos, los escasos destrozos que provocó demuestran que todo fue un montaje. Otros, sin embargo, sostienen la tesis opuesta: que todo salió tan bien que nos resulta difícil admitirlo. «Ese es el problema de tomar medidas preventivas: al evitar una catástrofe, borras las huellas de que el problema existía», ha dicho Aidan Davidson, autor de un amplio informe sobre el «fallo Y2K», a la revista online «Slate».
El éxito es un fracaso
De Jager fue una de las principales víctimas de esta paradoja del éxito. Tan efectiva fue su campaña para convencer a los Gobiernos y las empresas de que actualizaran sus sistemas que la gente se ha quedado con la copla de que su alarmismo no estaba justificado. Pero él calcula que la mayoría de la inversión –alrededor del 80 por ciento, según algunos estudios– sirvió para evitar problemas mayores. «Antes del cambio del milenio, los bancos adelantaron sus relojes y comprobaron que sus ordenadores no funcionaban», asegura. «Si no llegan a gastarse tanto dinero, los cajeros habrían dejado de funcionar. No tengo ninguna duda al respecto».
Entonces, ¿cómo explica De Jager los raquíticos incidentes que se registraron el 1 de enero de 2000? En primer lugar, señala, «por el trabajo duro de centenares de miles de informáticos que parchearon millones de sistemas» en todo el mundo. Y, además, porque los problemas no fueron tan puntuales como se cree: muchas empresas sufrieron fallos graves, pero no los difundieron para no espantar a su clientela. «Es una grave injusticia considerarlo un fracaso, cuando fue un éxito sin precedentes», asegura.
De hecho, algunos expertos creen que el «shock» del «efecto 2000» tuvo efectos benéficos que nadie sospechó en su momento. Así, al parchear el problema, muchas empresas aprovecharon para actualizar sus sistemas, lo que disparó su eficiencia . Sólo un ejemplo: seis días después del 11-S, la Bolsa de Nueva York pudo retomar sus operaciones gracias a protocolos que se diseñaron para el cambio de milenio.
El origen del «outsourcing»
Además, el «fallo Y2K» aceleró el desarrollo de la economía mundial. Con tanto trabajo por hacer, las empresas occidentales se vieron desbordadas, así que tuvieron que subcontratar programadores foráneos, principalmente en India. Así, las prisas del «efecto 2000» les hicieron descubrir las virtudes del «outsourcing», una inagotable fuente de crecimiento en estos diez últimos años. «Es un ejemplo de manual de un “shock” temporal que provoca efectos permanentes», explica Saffo.
Según De Jager, el «efecto 2000» es una de las poquísimas crisis ante las que el mundo ha actuado de forma tan coordinada ante una amenaza futura. De hecho, algunos están examinando esa época a la caza de estrategias para afrontar problemas actuales como el calentamiento global. Pero más bien ocurre lo contrario: el precedente del «fallo Y2K» es una ilustración de los riesgos que asumen los políticos que apuestan por el principio de precaución. Imaginemos que pasa este invierno y apenas se producen muertes por la gripe A. ¿Significa eso que nos hemos pasado de precavidos? ¿O, simplemente, que el programa de vacunación ha funcionado? Cada uno alcanzará sus conclusiones, pero algo parece claro: la próxima vez que se anuncie una pandemia de gripe, la gente tenderá a ser más escéptica sobre sus peligros. Y pocos darán las gracias a los líderes que se gastaron un pastón en prevenir una pandemia que, al menos en apariencia, «no fue para tanto».
La apatía del triunfo
Lo mismo ocurre con el «efecto 2000», que ha cambiado para siempre nuestra percepción del riesgo. Al buscar «Y2K» en internet, salen resultados sobre los apocalipsis más estrambóticos, como la película «2012». Es decir, el éxito de hace una década ha engendrado una peligrosa sensación de apatía. Si entonces no ocurrió nada, ¿por qué debemos preocuparnos por amenazas como el cambio climático o la proliferación nuclear? «Quizá ese sea su legado más duradero», explica el analista tecnológico Farhad Manjoo. «El “fallo Y2K” no fue el fin del mundo. Pero el hecho de que lo corrigiéramos a tiempo puede dificultar que arreglemos cualquier cosa en el futuro».
Los mormones lo arreglaron antes
Nunca un fallo tan tonto provocó tantos destrozos. Todo arrancó en los años 50, cuando los programadores idearon un apaño para ahorrar memoria: reflejar los años con dos dígitos en vez de cuatro. A nadie se le ocurrió que su invento seguiría vigente medio siglo más tarde y que los ordenadores confundirían el «00» con el año 1900. Curiosamente, los primeros en detectar su error fueron los mormones, que ya en los 60 cambiaron el sistema de su base de datos. Pero las principales empresas, entre ellas IBM, mantuvieron el parche original. Así pasó el tiempo hasta que, a finales de los 90, estalló la fiebre del «efecto 2000», que se tragó 500.000 millones de dólares en arreglos. «Todos los informáticos sabían que iba a ocurrir, pero les dio pereza afrontar el problema: pensaban que cuando todo estallara, ellos ya se habrían jubilado», denuncia Peter De Jager.
Gonzalo Suárez
Diario La Razón
26 de diciembre de 2009
24 diciembre 2009
21 diciembre 2009
Brrrr!!!!!!
En Valencia capital no ha nevado, sólo ha caído aguanieve algunos días salteados y la madrugada del domingo llegamos a -1 grado y para muestra quedaron muchísimas fuentes que ayer amanecieron congeladas (como bien lo muestra la foto que encabeza esta entrada). La Gothic-Biker Family salimos el sábado a cenar con unos amigos y sólo por lo mucho que los apreciamos, jejeje, que de lo contrario nos hubiésemos quedado en casita pegados a la estufa de queroseno. Lo malo de este atrevimiento es que hoy he amanecido con la nariz congestionada (aunque apenas y me fluye) gracias a que en el bar a donde fuimos a cenar, tenían la calefacción a todo trapo y luego fue inmenso el contraste con el frío siberiano que nos esperaba en la calle a las doce de la noche. Happy Demon va aguantando, con algunos mocos y poco más. Seguramente quedó cuasi "inmunizado" luego de pasar la gripe A. Sí, damas y caballeros, sin mucho cuento y sin grandes aspavientos, pero en este hogar hemos sido dos los que ya pasamos por todo ese sanquintín, aunque no fuimos internados como fue el caso de el padre de un compañero de Happy Demon que pasó día y medio en el hospital.
A mediados de noviembre comenzé a sentirme fatal de la garganta hasta llegar al punto de pasar dos días afónica. Happy Demon iba resistiendo ya que en el cole, me atrevo a decir que todos los niños y los profesores, fueron cayendo con diferentes manifestaciones de constipado (no nos vayamos tn lejos: la prpia profesora de Happy Demon dejó de ir casi tres semanas porque comenzó con la gripe y se le complicó con ciática :P). Sin embargo, a finales de noviembre, una mañana de lunes, Happy Demon amaneció con casi 38.5 de temperatura y así pasó casi toda la semana. La madrugada del martes nos dio un tremendo susto porque de pronto le subió la fiebre a 39.5 Le dimos ibuprofeno y sin mucha tardanza le bajó la fiebre. Pero la tarde de ese día, yo empezé a sentirme mal, con la cabeza embotada y al ponerme el termómetro marqué 38.5 :P Lo único claro es que Happy Demon me había contagiado. Tratamos de descansar aunque él no estaba tan decaído.
Por si las dudas, lo llevé con la pediatra y esta con toda la parsimonia del mundo nos dijo que lo mismo podía ser gripe común que A, que de cualquier forma se combatían del mismo modo, así que recetó descanso y paracetamol. Al lunes siguiente, Happy Demon acudió al cole y hasta el momento sólo ha tenido mocos y poco más.
Si bien superé ese constipado raro o gripe A, dos semanas después tuve cuasi un colapso debido a una plena manifestación de migraña :P Y no es que esté llegando a ese momento de la vida donde decimos con demasiada frecuencia "Es que yo nunca..." pues nos cuesta trabajo aceptar que los años no pasan en balde, jejeje, pero a pesar de que desde peqeña padezco de dolores de cabeza que han ido transformándose en jaquecas, nunca me había pasado lo de ese sábado donde desde la una o las dos de la tarde me metí a la cama y así pasé todo el día, sin tener ánimos ni para comer, casi sin moverme porque todo me dolía y con el estómago hecho una mierda y ya ni hablamos de la cabeza que no me permitía encontrar acomodo alguno en la cama.
A los pocos días fui con el médico familiar que me toca según la Seguridad Social y sin moverse ni un milímetro de su clásica postura no sé si incrédula o para evitar la fatiga, hahaha, ni me auscultó ni me envío con el neurólogo. Al responder negativamente a sus preguntas de si tenía problemas de cervicales y todo eso, al contarle que desde niña padezco de dolores de cabeza y poco más, directamente me dio tres recetas distintas para el mismo número de pastillas. Por cierto, una de ellas son bastante caras pero muy efectivas. Y me recomendó que casi jugara al "apueste, acierte y gane" :P Que fuera probando con cada pastilla, a ver cuál era la más efectiva para aminorar lo más posible esos connatos de migraña, como aquel que dice, pues según me dijo, lo que yo tengo es de por vida :/
Hoy he amanecido con la nariz congestionada aunque no me fluye... Qué mal pinta eso :P A ver cómo paso las Navidades y el festival de Navidad del cole de Happy Demon que es mañana por la mañana y que en vista del clima que tenemos, aunque no lloviera, se está previendo llevarlo a cabo en el auditorio del instituto que está a menos de una calle de distancia. El año pasado, al ser lo más pequeños, la clase de Happy Demon figuró como el belén aunque a él le tocó ir de pastocillo. Este año no tenemos idea de cuál será la historia porque los niños de las clases de cuatro y cinco años irán de naranjos (¿?) y creo que cantarán una especie de villancico que se han inventado que más o menos dice que el niño Jesús se ha constipado y hay que darle vitamina C, hahaha, vamos, que un tema de moda ;-)
17 diciembre 2009
13 diciembre 2009
Navidades paranormales
1.- Carnivàle: Sin duda 'La Serie'. Una de las mejores producciones de la HBO desgraciadamente cancelada antes de tiempo. No te molestes en bajártela de internet, te la vas a acabar comprando. La eterna lu
2.- War on Terror (The boardgame): Un juego de mesa pensado para los conspiranoicos que creen que Al Qadea es la versión 2.0 de 'que viene el coco'. Esta joya de lo políticamente incorrecto nació cuando dos amigos decidieron actualizar el Risk. Introdujeron terroristas, intereses económicos, sobornos, torturas... y voilà. La policía inglesa lo ha llegado a calificar de "arma peligrosa", cuando es un máster en realpolitik con forma de juego. The Independent, Der Spiegel, The Guardian, BBC, Forbes, Playboy o Foreing Policy Magazine son sólo algunos de los medios que se han quitado el sombrero ante este despliegue de talento. Las cartas, diseñadas por Tom Morgan Jones, son una auténtica maravilla. Puede que el mejor juego de mesa del mundo y del tiempo (en inglés).
3.- El Tarot de las Amas de Casa: ¿Quién necesita a un tarotero cuando hay a mano una botella de Martini? A partir del mítico tarot de Raider Waite (el más utilizado por los sinvergüenzas) Paul Kepple y Jude Buffum alumbraron una baraja inspirada en la típica familia americana de los años 60. Diseño retro y mucho humor en el único tarot que puede utilizarse como juego de mesa (y que conste que lo del Martini es cierto). Basta reunir a unas amigas (está pensado sobre todo para ellas), por turnos cada una es la pitonisa y... a pelarse. Es el que usarían Pandora y sus amigas en un akelarre. La mayor aportación a la fiesta del pijama desde el Häagen Dazs.
4.- Illuminati, el juego de las conspiranciones: Dominar el mundo nunca había sido tan sencillo gracias a este juego de cartas editado por Edge. Ovnis, sociedades secretas, intelectuales, comunistas, narcotraf
5.- ¡Vaya Timo!: Aunque me hayan publicado un libro, la iniciativa de Serafín Senosiáin (editorial. Laetoli) y Javier Armentía (Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico) merece un sonoro aplauso. Es una colección de libros no muy largos, sencillos, a precio razonable y con bastante sentido del humor, pensada para gente que empieza a interesarse por el pensamiento escéptico. Ideal para adolescente, aunque gustará a todo tipo de público. Lo mejor es comenzar con 'La Parapsicología ¡Vaya Timo!' de Carlos J. Álvarez que sirve de introducción a todos los demás. Brillante, aunque como posavasos el mío es mejor.
6.- La Ouija Hasbro: Tras pasar por varias compañías, los derechos de la Ouija original (la patentada en 1898 por Bond, Kennard y Maupin) los tiene ahora la multinacional Hasbro, aunque la que vend
7.- Barbie Zombie: Como hay crisis, reciclar puede ser la solución. Róbale la muñeca a tu hermana, consigue un cráneo de goma tipo Jack Skeleton y con estas simpáticas instrucciones puedes hacerte tu propia Barbie Zombie. El regalo perfecto para una novia invisible. ¿No querían los de Mattel celebrar los 50 años de la muñeca con modelos originales? Pues toma dos tazas.
Javier Cavanilles
Blog Desde el más allá (más o menos)
Diario El Mundo
10 de diciembre de 2009
10 diciembre 2009
Terror en 3D en el cementerio
Los nuevos cineastas han puesto sus ojos en el cementerio de Valencia para recrear sus historias de terror. El Ayuntamiento de la ciudad ha recibido ya peticiones de dos productoras para rodar en el camposanto: una que plantea un 'remake' de alguno de los clásicos del género, como 'Drácula' o 'Frankenstein'; y otra para filmar un corto de terror con tecnología 3D, titulado 'Ángela'.
En el caso de 'Ángela', los permisos se están tramitando en la Concejalía de Cementerios del Ayuntamiento de Valencia, si bien fuentes municipales aseguran que no debe haber problemas para que finalmente se lleve a término el rodaje. El corto estará dirigido por Alberto González, un especialista en fotografía que ha sido galardonado en numerosas ocasiones por sus trabajos en cortos, documentales y series de televisión. Le acompaña en el proceso creativo Carlos Pérez, montador y grafista con el que ha colaborado anteriormente.
El proyecto cuenta con el respaldo del Instituto de Cinematografía y las Artes Audiovisuales del Ministerio de Cultura (ICAA) y el Instituto Valenciano de Cinematografía (IVAC), además de la participación de la firma Krono Mav, una de las tres empresas más importantes del mundo en innovación tecnológica, que sorprendió con sus máquinas para filmar en 3D en la IBC, el certamen referente en tecnología audiovisual.
Una niña como eje del terror
El corto de Alberto González Lorente y Carlos Pérez Santamaría cuenta con algunos de los ingredientes irrenunciables del género. Una ambientación "perfecta" -el cementerio de Valencia les convenció más incluso que alguna necrópolis polaca-, una niña como protagonista y una historia lúgubre y escalofriante para mantener la tensión del espectador, entre cruces, elementos judíos y ángeles de piedra.
Ángela es una niña que va a un cementerio judio con su madre y mientras visitan una tumba un niño le roba su muñeca y empieza una persecución por los recovecos del lugar. Localizado en Polonia, años 40, el relato introduce a un grupo de niños con los que Ángela entra en una especie de juego, hasta que la niña quiere dejar de jugar y volver con su madre.
La busca desesperadamente y, cuando la encuentra, la madre se está marchando ya del cementerio. Uno de los niños, una especie de ángel de la guarda, le dice a la protagonista que no se puede ir con su madre porque está muerta. Descubrimos entonces que la madre ha ido a visitar la tumba de su hija.
Los realizadores afirman que se trata de "un trabajo serio y muy profesional", por lo que "se rodará con todo el respeto del mundo teniendo en cuenta las localizaciones en las que queremos grabar". Alberto y Carlos forman un gran equipo, un conjunto explosivo en el que se combina el talento para la fotografía con unos gráficos y un montaje excepcional. Sus trabajos enganchan.
elmundo.com
10 de diciembre de 2009
*******
No tiene mala pinta, no (menos me lo parece justo ahora que estoy a punto de terminar de leer El libro del cementerio de Neil Gaiman, que por cierto, me ha encantado). Y creo que elegir el cementerio de Valencia, ha sido una gran idea. Sólo he ido en una ocasión y no por gusto (con lo que a mí me gustan los cementerios :P) y me encantó todo lo que vi. A ver si me apunto para hacer uno de esos recorridos que desde junio pasado se están llevando a cabo y según cuenta, con mucha aceptación por parte del público.
***
05 diciembre 2009
El Dueño de Rampling Gate (7a y última parte)
Pálido y febril, con la camisa empapada de sudor, mi compañero me tomó de la mano, y me arrastró fuera de la casa y del llanto del niño.
Muerte en los salones, muerte en los dormitorios, muerte en el claustro, muerte delante del altar mayor, muerte en los campos. Parecía el Juicio Final. Mil almas habían muerto en Knorwood -yo sollozaba y suplicaba que me alejara de allí-, y parecía el fin de toda la Creación.
Finalmente, la noche cubrió el pueblo muerto y él seguía vivo, cruzando tambaleante las colinas, atravesando el bosque, en dirección hacía la torre redonda en la que el Señor, con la mano posada en el alféizar de piedra de la ventana rota, esperaba su Regada.
-¡No vayas! -le supliqué. Corrí a su lado gritando, pero él no me oía. Por mucho que lo intentara, me era imposible cambiar el curso de las cosas.
El Señor se inclinó sobre él sonriendo con tristeza; le vio tambalearse y caer, dilatarse el pecho tratando de aspirar las últimas boqueadas. Finalmente los labios se movieron para pedir salvación, cuando era condenación lo que ofrecía el Señor, condenación lo que el Señor iba a darle.
-¡Sí, condenado pero vivo, respirando! -gritó el joven, alzándose en un postrer movimiento espasmódico. Y el Señor, que había permanecido inmóvil hasta ese instante, se inclinó a beber.
De nuevo el beso, el beso letal, la sangre extraída del cuerpo moribundo; después, el Señor alzó la cabeza inerte del joven para devolverle la sangre, extraída ahora del cuerpo del propio Señor.
Yo grité de nuevo: «No, no bebas». Se volvió a mirarme. Su rostro era ahora la imagen perfecta de la muerte, hasta el punto de que me pareció imposible que pudiera hablarme, y sin embargo lo hizo. Me preguntó: «¿Qué harías tú? ¿Regresarías a Knorwood, abrirías esas puertas una tras otra, tocarías la campana de la iglesia vacía? Y aunque lo hicieras, ¿revivirían los muertos?».
No esperó mi respuesta. Y yo no tenía ninguna respuesta que ofrecerle. Se volvió hacia el Señor que le esperaba, y aplicó su boca inocente en la vena que latía con toda la apariencia de la vida bajo la piel fría y translúcida de la garganta del Señor. Y la sangre fluyó en el cuerpo joven, venciendo con su poderosa irrupción la fiebre y la enfermedad que lo aquejaban, pero arrastrándolo al mismo tiempo más allá de la vida mortal.
Ahora estaba solo en el salón del Señor. La inmortalidad era suya, y con ella la sed de sangre que necesitaría para mantenerla. Yo podía sentir esa sed con todo mi ser. Contempló los muros desmoronados que se extendían a su alrededor, el fuego que lamía las piedras ennegrecidas de la gigantesca chimenea, el cielo nocturno visible a través del techo hundido con su infinita red de estrellas.
Y cada una de aquellas cosas se transfiguraba en su visión, y en la mía -en la visión que él me prestaba ahora-, en la esencia exquisita de sí misma. Una voz inaudible y eterna hablaba desde el velo estrellado del cielo, cantaba en el viento que susurraba entre las vigas rotas, suspiraba en las llamas que roían las piedras ennegrecidas del hogar.
Era el ritmo implacable del universo, presente debajo de todas las superficies, mientras dejaba de oírse el llanto de la última criatura viva -aquel frágil niño recién nacido- en el pueblo del valle.
Se levantó un viento suave que dispersó el polvo de los terrones recién removidos de los campos de labranza desiertos. El cielo negro e infinito dejó caer la lluvia.
Pasaron años y más años. Todo lo que había sido Knorwood se confundió con la simple tierra. El bosque envió allí a sus silenciosos centinelas, y troncos poderosos se alzaron donde había habido chozas y casas, y en el mismo lugar en el que se alzaron los muros del monasterio.
Finalmente, nada quedó de Knorwood: ni el pequeño cementerio, ni la pequeña iglesia. Ni tan siquiera el nombre de Knorwood sobrevivió. Y era un horror superior a todos los demás horrores el hecho de que ya nadie supiera que mil almas habían vivido y muerto en aquella aldea insignificante; que en ningún lugar de los grandes archivos en los que se registra la historia se hiciera la menor mención a aquella población.
Pero quedaba un ser que sí sabía, un ser que había sido testigo de todo y ahora miraba con fijeza el mismo lugar en el que había concluido su vida mortal. Aquel ser que había escapado arrastrándose a gatas del pozo del infierno que había sido aquella tragedia, era el joven que tenía a mi lado, el dueño de Rampling Gate.
Y a través de los muros de la vieja mansión se alzaba el recuerdo de las piedras del castillo en ruinas, y en los techos y suelos de las estancias se entrecruzaban las ramas de los antiguos árboles.
Todo lo que parecía sólido y majestuoso aquí, y seguro en la perspectiva de quienes dormían esta noche en la aldea de Rampling, era únicamente una frágil ciudadela contra el horror: sólo eso era la casa a la que ahora él se veía atado.
Sentí una inmensa pena. En algún momento de aquel desfile de imágenes me había perdido a mí misma, había perdido todo sentido del punto del espacio desde el que lo veía todo. Y en medio de una gran avalancha de luces y de ruidos regresé a la vida y me encontré de nuevo como había sido cuando viajábamos juntos por el bosque, salvo que ahora estábamos en el mundo actual, en la hora presente. Volábamos al parecer sobre los campos en tinieblas, siguiendo la vía del
ferrocarril de Londres, donde la ciudad nocturna era un estallido de risas, agitación y luces deslumbrantes. Él caminaba a mi lado bajo las lámparas de gas, y en su rostro relucía la misma inocencia oscura, el mismo irresistible calor. Y parecía que nos apretábamos estrechamente el uno contra el otro en medio de la muchedumbre. Aquella muchedumbre era algo vivo, algo que se agitaba, y en todas partes emanaba un aroma excitante y oscuro, el aroma de la sangre fresca. Mujeres vestidas de pieles blancas y caballeros cubiertos con capas salían del teatro de la ópera brillantemente iluminado; el estrépito del music-hall nos invadió, y luego fue alejándose. Sólo quedó una tenue voz de soprano que cantaba una canción aguda y triste. Yo estaba en los brazos de él, y sus labios se apretaban contra los míos, y de nuevo tuve la misma lejana sensación de desgarramiento, de apertura inmensa e incontrolable en mi interior. Era la sed, y la promesa de
saciarla medida únicamente por la intensidad de esa sed. Subimos corriendo muchas escaleras, penetramos en dormitorios de techos muy altos y paredes forradas de damasco rojo, donde yacían las mujeres más hermosas reclinadas en lechos de cabeceras de bronce, y el aroma se hizo tan intenso que no podía soportarlo; ante mí, aquellas mujeres se ofrecían a sí mismas, con los brazos abiertos.
-Bebe -susurró él-. Sí, bebe.
Y sentí que me invadía un gran calor, que me sofocaba y hacía borrosa mi visión, hasta que de nuevo partíamos, libres, ligeros e invisibles al parecer, saltando por encima de los techos o caminando de nuevo por calles resplandecientes de lluvia. Pero la lluvia no nos tocaba, ni la nieve que caía nos hacía estremecer; teníamos en nuestro interior un calor grande e indisoluble. juntos en el carricoche, conversamos en voz baja, con parrafadas exuberantes; éramos amantes, éramos constantes, éramos inmortales. Viviríamos tanto tiempo como Rampling Gate.
Intenté hablar; intenté terminar el conjuro. Sentí que sus brazos me rodeaban y supe que estábamos juntos en la habitación del torreón, y que había habido algún terrible error de cálculo.
-No me dejes -murmuró-. No entiendes lo que te estoy ofreciendo; te lo he contado todo; el resto no es sino vacío, fiebre e inquietud, las viejas palabras del poema. Bésame, Julie, ábrete a mí. No te tomaré contra tu voluntad...
De nuevo oí mi propio grito. Mis manos descansaban sobre su piel blanca y fría, sus labios eran suaves pero ávidos, sus ojos rendidos y eternamente jóvenes. Papá se volvió en la calle londinense empapada de lluvia y gritó: «Julíe!». Vi a Richard perdido entre la multitud, como si buscara a alguien; el ala del sombrero dejaba en sombra sus ojos, y los rasgos de su cara eran ásperos, rugosos como los de un anciano. ¡Un anciano!
Me aparté. Estaba libre. Lloraba sin ruido y los dos estábamos en la extraña y abarrotada habitación del torreón. Él estaba de pie junto a la ventana, recortada su figura contra las pálidas nubes. La luz de las velas brillaba en sus ojos. Me parecieron inmensos, tristes y sabios, y ¡oh, sí inocentes como he repetido una y otra vez.
-Me rebelé a ellos -dijo-. Sí, conté mi secreto. Por rabia o por amargura los convertí en mis siniestros compañeros de conspiración, y siempre vencí. No pudieron hacer nada contra mí, y tampoco lo harás tú. Pero aun así, serán ellos quienes triunfen, porque ahora me atormentan con su flor más hermosa. No te alejes de mí, Julie. Eres mía, Julie, como es mío Rampling Gate. Déjame arrancar esa flor y colocarla junto a mi corazón.
Después de muchas noches de discusiones, por fin Richard ha cedido. Me donará su parte de Rampling Gate, y yo me negaré en redondo a derribar el edificio. Entonces, él no podrá obedecer ya la orden de papá. Le he proporcionado el impedimento legal que necesitaba, y, por supuesto, legaré la casa en testamento a él y a sus hijos. Siempre deberá permanecer en manos de los Rampling.
Es una solución hábil, a mi entender, porque papá no me ordenó a mí que destruyera la mansión, y yo ya no tengo ningún escrúpulo referente a esa cuestión.
Todo lo que tiene que hacer él es llevarme a la pequeña estación del ferrocarril y verme marchar a Londres, y dejar de preocuparse por mí, que marcho a mi propia casa de Mayfair.
-Quédate aquí todo el tiempo que desees, y no te preocupes -le he dicho. Siento por él más cariño del que nunca podría expresar-. Desde el mismo momento en que pusiste los pies en este lugar, supiste que papá estaba completamente equivocado. Tío Baxter le metió esa manía en la cabeza, evidentemente, y Mrs. Blessington siempre ha tenido razón. No hay nada perjudicial en este lugar, Richard. Disfruta de él, y trabaja o estudia, según tu gusto.
La enorme locomotora pasa rugiendo a nuestro lado, y el tren frena su marcha hasta detenerse.
-Ahora debo irme, querido, dame un beso -digo.
-Pero qué te ha ocurrido, Julie, para convencerte tan aprisa...
-Todos estábamos equivocados, Richard -contesto-. Lo que importa es que ahora todos somos felices.
Y nos damos un fuerte abrazo.
Agito el pañuelo hasta que dejo de verle. Las luces parpadeantes del pueblo se pierden en la profunda luz color lavanda del atardecer, y la mole oscura de Rampling Gate aparece por un instante como el fantasma de sí misma, en lo alto de la colina.
Me siento y cierro los ojos. Luego los abro lentamente, saboreando el momento que he esperado tanto tiempo.
Él me sonríe, sentado en el lugar en el que ha permanecido todo el rato, en el rincón más lejano del asiento forrado de piel de enfrente, y ahora se incorpora con un movimiento ágil, casi delicado; y sentándose a mi lado, me estrecha en sus brazos.
-Tardaremos cinco horas en llegar a Londres -susurra a mi oído.
-Puedo esperar -respondo, mientras la sed me invade como una fiebre me aprieto contra él, sintiendo la presión de sus labios en mis párpados y en mi cuello.
-
Me gustaría ir de caza por las calles de Londres, esta noche -confieso, con cierta timidez; pero sólo veo aprobación en sus ojos.
-Hermosa Julie, mi Julie... -murmura él.
-Te gustará la casa de Mayfair -comento.
-Sí... -dice él.
-Y cuando Richard se canse al fin de Rampling Gate, volveremos a casa.
Anne Roquelaure (Rice)
1982
04 diciembre 2009
26 noviembre 2009
22 noviembre 2009
Nadie muerde como Drácula
¡Atrás vampiros modernos!, fuera Lestats, truebloods, crepúsculos y otros nosferatus contemporáneos: Drácula, el rey de la noche, el canon (no) viviente, ha vuelto. "He atravesado océanos de tiempo para encontrarte", podría decirnos a sus añorados fans. Acaba de publicarse en varios países a la vez, entre ellos España, Drácula, el no muerto (editorial Roca), la secuela oficial de Drácula, escrita por Dacre Stoker, un descendiente canadiense del autor original, Bram Stoker, que ha usado material inédito de las notas de su ancestro.
En la nueva novela, que arranca en 1912, 25 años después de los acontecimientos explicados en la primera, el gran aristócrata de las sombras no pronuncia la romántica frase de la película de Coppola, pero hay que surcar mares de páginas (exactamente 349) para que el transilvano por excelencia aparezca -sin disfraz- en el relato. No importa: está presente en cada línea y en la memoria de su amada Mina Harker, que no sólo conserva, sospechosamente, toda su belleza sino que sigue sintiendo una secreta pasión por el vampiro ("¡Que Dios me perdone, aún te deseo!"). Una pasión irrefrenable que ha destruido su matrimonio y empujado a su marido, el bueno de Jonathan Harker, a la desesperación y la bebida.
Calidad como amante
Pero es que ¡cualquiera se compara con Drácula! No sólo es imbatible por su inmortalidad, su fuerza sobrehumana, su capacidad de convertirse en diferentes animales o de manejar los fenómenos atmosféricos, por no hablar de la capa, sino por su calidad como amante. Jonathan, se nos explica en la continuación de la famosa novela, descubrió en un lapsus de su mujer que "Drácula, con siglos de experiencia, la había introducido en la pasión" y "había dejado una impresión tan profunda en ella que su marido, por más que lo intentara, nunca podría igualar". Mina, abunda la novela, "se había hecho insaciable en la alcoba" y "a Jonathan le resultaba físicamente imposible seguir su ritmo". ¡Vaya con el conde!, y pensar que creíamos que lo peor que hacía era morderlas...
El tema de los problemas conyugales de los Harker y el oscurísimo deseo de Mina por Drácula es sin duda de los más entretenidos de la secuela. Una secuela llena de acontecimientos -con mucha sangre nueva, por así decirlo- y, pese a lo que uno podría esperar, bastante revisionista. Está centrada en el rebelde joven Quincey Harker, hijo de Mina y ¿Jonathan? (lo han adivinado: algún vampiro tendría que hacerse pruebas de paternidad), que vive unas asombrosas aventuras iniciáticas y afronta grandes peligros. Éstos no vienen de Drácula, al que todos tienen por (definitivamente) muerto desde aquel rojizo atardecer en Transilvania que cerraba la novela de Bram Stoker, sino del verdadero villano de la continuación, la condesa magiar Erzsébet Báthory, la que solía bañarse en sangre de doncellas y que aquí adquiere categoría de verdadero vampiro, ex amante y rival de nuestro conde. De paso, tiene una escena lésbica con Mina, a lo Carmilla.
El pastiche que ha pergeñado el sobrino biznieto de Stoker, de 51 años, con la colaboración del especialista vampírico Ian Holt, retoma a los personajes de su antepasado (a varios los va liquidando con un deleite que cabría analizar freudianamente: a Jonathan lo hace empalar en una estaca de 12 metros de altura en Picadilly Circus) y añade otros más o menos nuevos como el detective Cotford, que aparece en las notas manuscritas de Bram Stoker para su Drácula pero que no pasó entonces del borrador, el enigmático (?) actor rumano Basarab -la dinastía reinante de Valaquia a la que pertenecía Vlad el Empalador eran los Basarab-, la citada Báthory o ¡el propio Bram Stoker!, que resulta que no se ha inventado su historia sino que se la escuchó contar a alguien. La escena en que Stoker se enfrenta a Drácula es muy jugosa.
El juego de referencias es de las cosas más simpáticas de la novela y permite a los autores guiños como criticar la grafomanía epistolar de la familia Harker, que le hagan la autopsia al cadáver de Lucy Westenra, que Quincey (que, por cierto, ya aparecía de niño al final del Drácula original) y Basarab tengan una relación de dependencia similar a la que tuvieron en la realidad Bram Stoker y el actor sir Henry Irving o que Van Helsing y Drácula intercambien papeles morales. La secuela mezcla también en su cóctel sangriento los crímenes de Jack el Destripador, que en su día interesaron al mismo Bram Stroker. ¡Quién da más!
"Teníamos que añadir cosas, pensamos que si no sazonábamos un poco la trama original ésta podía quedar algo aburrida en comparación con las modernas historias de vampiros", dice en conversación con este diario Dacre Stoker, cuyo nombre de pila no es un seudónimo gótico sino tradicionalmente irlandés y herencia de un célebre familiar (el comandante H. G. Dacre Stoker, DSO) que destacó en la I Guerra Mundial en submarinos.
Ante varias de las escenas -que se diría escritas directamente para el cine- uno puede pensar que a Stoker y Holt se les ha ido la mano: combate a espadas entre vampiros, un monstruo eviscerando a lo gore a su víctima, lucha en plan filme chino de fantasmas, las misteriosas cajas a bordo del Titanic... No esperen una revisión inolvidable del mito como Salem's Lot, de Stephen King, o Sueño del Fevre, de George R. R. Martin, pero sí mucho entretenimiento.
De la carga sexual de Drácula opina Dacre Stoker que su antepasado escritor fue muy lejos en una época tan conservadora como la victoriana y que las referencias al intercambio de sangre entre mortales y vampiros como metáfora del acto carnal eran algo muy arriesgado. "Me parece", reflexiona, "que nuestra historia, tomada en perspectiva, es igual en sexualidad a la de Bram". En cuanto al parecido de elementos de la secuela con los de la película de Coppola -la identificación de Drácula con Vlad, que no está en el original, la relación entre el príncipe y Mina, e incluso una cierta pátina estética- el novelista apunta que el cineasta hizo un buen trabajo siguiendo la historia de Stoker y que es lógico por tanto que si ellos han escrito una secuela del mismo libro haya similitudes. Para el continuador del mito, los vampiros resistirán al paso del tiempo, y valga la frase. "Todos tenemos un punto de fascinación con la inmortalidad y el poder", medita. "Los vampiros nos ofrecen una oportunidad de explorar esa fascinación".
Jacinto Antón
Diario El País
19 de octubre de 2009
*******
Vale, vale, esta semana prometo comprar la novela :P Hace casi un mes que la tuve en mis manos, pero como ya comenté, se atravesó en mi camino un libro que hacía meses y meses que lo estaba buscando.
Ya les comentaré qué me ha parecido.
***
21 noviembre 2009
El Dueño de Rampling Gate (6a parte)
Yo flotaba, y por Rampling Gate se extendía, como siempre, una paz infinita. Era Rampling Gate lo que yo sentía a mi alrededor; era su alma intemporal e impenetrable, que finalmente se había abierto como una flor... Sentí en mi interior una enorme sabiduría, el poder de ver tal como ve un dios, y captar la profundidad de las cosas con la misma destreza con la que los ojos exteriores registran su tamaño y su forma... Sí, susurré en voz alta, esas palabras de Keats, esas palabras..., planear sobre la medianoche sin esfuerzo…
No. En un instante violento nos separamos, y él se echó atrás con la misma brusquedad que yo. Crucé tambaleante el suelo del dormitorio me así al marco de la ventana, y apoyé la frente en la pared de piedra. Durante un largo instante permanecí inmóvil, con los ojos cerrados. Sentía un dolor agudo, pero casi placentero, en la garganta, en el lugar que sus labios habían rozado; y un hormigueo delicioso que ya no había de cesar.
Después me volví, y vi con toda claridad la habitación, la cama, la chimenea, el sillón. Él seguía en pie, exactamente en el mismo lugar en el que lo había dejado, y en su rostro se reflejaba la más desolada angustia.
-¿Qué es lo que han hecho conmigo? -murmuró-. ¿Me han hecho caer en la trampa más cruel de todas?
-Algo amenazador, de una amenaza inexpresable -susurré yo.
-Algo antiguo, Julie, algo que desafía el entendimiento, algo que puede suceder y que seguirá sucediendo.
-Pero entonces, ¿qué es lo que eres tú? -Toqué aquel doloroso latido con la punta de los dedos y, al bajar la vista, tragué saliva-. Sufres tanto, y eres aparentemente tan inocente, ¡y pareces capaz de amar!
Su rostro estaba tenso, como presa de un violento conflicto interior. Se volvió para irse. Apelé a toda mi voluntad para no ir detrás de él, y no rogarle que regresara. Pero él se volvió, desconcertado; luchó aún brevemente consigo mismo y luego, decidido ya, se inclinó y tomó mi mano.
-Ven conmigo -dijo.
Me atrajo hacia él con la misma suavidad de todos sus gestos, y deslizando su brazo por mi hombro, me guió hasta la puerta.
Subimos unas escaleras, cruzamos apresuradamente un largo pasillo, y a través de una pequeña puerta de madera accedimos a unas escaleras de caracol que yo no había visto anteriormente.
Pronto me di cuenta de que estábamos subiendo a lo alto del torreón norte de la casa, la parte en ruinas de la estructura que Richard y yo habíamos dejado sin registrar.
Por los estrechos ventanucos veía el paisaje suavemente ondulado que se extendía desde el bosque que rodeaba la mansión, y el pequeño grupo de luces tenues que señalaba el lugar en el que se alzaba la aldea de Rampling, junto a la pálida estela de la carretera de Londres.
Subimos más y más hasta llegar a la cámara más alta de la torre, que él abrió con una llave de hierro. Sostuvo la puerta para dejarme paso, y me encontré con una habitación espaciosa cuyas estrechas ventanas no estaban cerradas con cristales. La luz de la luna revelaba una curiosa mezcla de muebles y objetos diversos, como los que se encuentran en muchos desvanes. Había un escritorio, un gran estante con libros, sillones antiguos de piel, rollos amarillentos de viejos mapas, y pinturas enmarcadas colgadas de las paredes. Por todas partes había velas, colocadas en nichos de piedra abiertos en el muro o dispuestas sobre las mesas y los estantes. Aquí y allá, un barril servía de mesa y contrastaba con alguna silla de fina talla isabelina. La cera había goteado un poco por todas partes, y en medio de aquel desorden había abiertos ejemplares de periódicos recientes: el Mercure de París, y el Times de Londres entre otros.
No había ningún lugar donde dormir en aquella habitación.
Y al pensar en ello, en dónde se echarla para descansar, me asaltó un estremecimiento. Volví a sentir, vívidamente, sus labios rozando mi garganta, y sentí un súbito deseo de gritar.
Pero él me tenía en sus brazos, y besaba de nuevo mis mejillas y mis labios con toda delicadeza. Luego me hizo sentar en un sillón y encendió, una a una, las velas dispersas por la habitación.
Me estremecí, y mis ojos se humedecieron ligeramente a la luz. Vi más objetos inusuales: telescopios, cristales de aumento, un violín en su estuche abierto, y un puñado de conchas marinas relucientes y exquisitamente modeladas. También había joyas descuidadamente dispuestas, un sombrero de copa de seda negra y un bastón, un ramillete de flores marchitas y secas, daguerrotipos y camafeos en sus pequeños estuches de terciopelo, y libros abiertos.
Pero ahora estaba demasiado absorta por la visión de él a plena luz: el brillo de sus grandes ojos negros, el lustre de su cabello. Ni siquiera en la estación del ferrocarril le había visto con tanta claridad como ahora, a la suave luminosidad de las velas. Me destrozó el corazón.
Y sin embargo, me miraba como si yo fuera un festín para sus ojos, y pronunció de nuevo mi nombre de tal modo que sentí que la sangre se agolpaba en mi cara. Pero de súbito pareció producirse un corte brusco en el paso del tiempo. Yo había estado pensando, eso es, «qué es lo que tú eres, cuánto tiempo hace que existes...», y de nuevo me sentí dominada por el vértigo.
Me di cuenta de que me había levantado y estaba en pie a su lado, junto a la ventana; él se había vuelto a mirarme, y el paisaje que se extendía debajo de nosotros había cambiado imperceptiblemente. Las luces de Rampling habían desaparecido en la oscuridad que se extendía como una niebla espesa sobre la tierra. Un gran bosque, mucho más antiguo y denso que el de Rampling Gate, se extendía por las colinas, y súbitamente me sobrecogió el temor, como si me estuviera deslizando en un maelstrom del que nunca podría regresar por mi sola voluntad.
Seguía presente la sensación de que hablábamos y hablábamos los dos, con voces bajas y agitadas, y yo decía que no pensaba ceder.
-Sé mi testigo, es todo lo que te pido...
Y en mi interior había una tenue certeza de que la revelación que se avecinaba me había de cambiar fatalmente. Era como la lectura de un libro prohibido, o el recitado de un conjuro secreto.
-No, es solamente lo que fue -susurró él.
Y entonces, incluso la forma del terreno varió. La habitación misma había perdido su sustancia, como si un viento silencioso de terrible fuerza hubiera entrado en aquel lugar y lo arrastrara muy lejos.
Cabalgábamos en un carruaje, a través de la noche. Habíamos dejado el torreón hacía ya mucho tiempo, era la hora del crepúsculo y el cielo tenía el color de la sangre. Cruzábamos un bosque cuyos árboles eran tan altos y gruesos que apenas algún rayo del sol poniente llegaba a acariciar el suelo cubierto por una blanda alfombra de hojas caídas.
No tuvimos tiempo de disfrutar de aquel lugar mágico. Llegamos a terreno abierto, a las pequeñas parcelas de tierra labrada que rodeaban el antiguo pueblo de Knorwood, con sus tejados de caballete y sus calles estrechas y sinuosas. Vimos los muros del monasterio de Knorwood y la pequeña iglesia parroquial, con su campana que llamaba a vísperas bajo el cielo crepuscular. Knorwood bullía de vida, mil corazones latían en Knorwood, mil voces se alzaban en una plegaria comunitaria.
Pero muy lejos del pueblo, en lo alto de la colina que dominaba el bosque, se alzaba el torreón redondo de un castillo realmente antiguo; y hacia ese castillo en ruinas, apenas ya una sombra de sí mismo, nos dirigimos. Irrumpimos en sus estancias vacías como niños impetuosos, olvidados ya del caballo y del camino, y así Regamos al lugar en que esperaba el Señor del Castillo, una criatura adusta, de piel muy blanca, erguida delante del fuego crepitante del salón sin techo. Se giró, y clavó en nosotros sus ojillos estrechos y relucientes. Era un cuerpo muerto, lo comprendí de inmediato, pero en su interior vivía una magia inapreciable. Y mi joven compañero, aquel muchacho inocente, pasó junto a mí y cayó en los brazos del Señor. Vi el beso. Vi cómo el joven palidecía y luchaba por apartarse. Era lo mismo que yo habla hecho aquella misma noche, fuera del sueño, en mí propio dormitorio; y se apartó del Señor, llevándose la mano al agudo dolor de su garganta.
Comprendí. Supe. Pero el castillo se disolvía ya con la misma seguridad con la que se disuelve todo en los sueños, y nos encontramos en algún lugar húmedo y cerrado.
La fetidez me resultaba insoportable, y era la más terrible de las fetideces: la de la muerte. Oí mis propios pasos sobre las losas del pavimento, y conseguí apoyarme en el muro. La minúscula plaza estaba desierta; un viento vagabundo hacía batir las puertas y las ventanas. Arriba y abajo de la estrecha callejuela vi las marcas en los dinteles de las casas. La peste, la Muerte Negra, había Regado al pueblo de Knorwood. La Muerte Negra lo había dejado desierto. En un instante de angustioso horror comprendí que nadie, ni una sola persona, había quedado con vida.
Pero no era del todo cierto. Alguien caminaba a tropezones por el estrecho callejón. Se tambaleaba, estaba a punto de caer, pero iba asomándose a una puerta tras otra, y finalmente Regó a un lugar caluroso y nauseabundo donde un niño lloraba tendido en el suelo. El padre y la madre estaban muertos en la cama. Y el gato grande y gordo de la familia, no afectado por la enfermedad, se divertía jugando con el infante que lloraba, con los ojos hinchados en su carita bañada por las lágrimas.
-Basta -me oí decir a mí misma. Me di cuenta de que estaba sosteniéndome la cabeza con ambas manos-. ¡Basta, basta ya, por favor!
Lloraba, y esperé que mi llanto consiguiera trascender aquella visión, de modo que el mísero cuarto se derrumbara a mi alrededor y volviera a encontrarme en la estancia de Rampling Gate. Pero no fue así. El joven se giró y me miró, y en aquel cuartucho fétido, no pude ver su rostro.
Pero sabía que era él, mi compañero, y pude oler su fiebre y su enfermedad, y el hedor del bebé moribundo, y vi el cuerpo ágil y lustroso del gato cuando daba un zarpazo a la mano tendida del niño.
-¡Basta, has perdido el control! -debí de gritar con todas mis fuerzas, pero el llanto del niño era aún más fuerte-. ¡Haz que pare!
-No puedo... -murmuró-. í Seguirá siempre así! ¡No parará nunca!
Con un penetrante alarido, di un puntapié al gato y lo envié volando fuera de aquel inmundo cuartucho, volcando al tiempo un cubo de leche, que se derramó sobre las piedras, tiñéndolas de blanco como por arte de brujería.
A. R. (1982)
(Continuará)