Arthur Machen
(Hulton Archive/Getty Images)
Nació en 1863 en Caerleon, un pueblo de Gales donde se supone que se
coronó al Rey Arturo entre ruinas romanas, y vivió desde muy chico
fantaseando con un mundo de magia, paganismo y ensoñaciones místicas.
Arthur Machen recorrería un largo camino literario hasta su muerte, en
1947, que lo llevó del mito a ser considerado el padre subterráneo del
género de terror, pasando por el movimiento decadentista y parnasiano.
La publicación en castellano de La gloria secreta permite redescubrir a
uno de los autores británicos más olvidados, secretamente admirado por
escritores
como Borges y Stephen King.
Con frecuencia se llama a los escritores de género fantástico “creadores
de mitos”: es una de las formas más trilladas de describirlos,
especialmente cuando se trata de autores visionarios, pioneros y muy
influyentes. Es la forma más común de llamar a Arthur Machen (1863-1947)
pero, por una vez, se trata de una descripción subjetiva. En septiembre
de 1914, Machen publicó un cuento en el diario londinense The Evening
News llamado “The Bowmen”: inspirado en la batalla de Mons de la Primera
Guerra Mundial, donde las tropas británicas se habían enfrentado con
los alemanes con un resultado adverso –la retirada– pero no catastrófico
–lo esperable dada la superioridad del enemigo–, inventó un relato
donde arqueros angélicos descendían de los cielos para ayudar a los
ingleses. El cuento no fue presentado como ficción, sino como un falso
documento, técnica que Machen conocía bien; en pocos meses, el diario
comenzó a recibir solicitudes para poder reimprimirlo, en forma de
panfleto. Sucedía que, en una combinación de histeria, propaganda y
leyenda urbana, la historia de los Angeles de Mons, los guerreros
celestiales, había sido dada por cierta. Un hecho sobrenatural, por
supuesto, pero verdadero. Machen, ya entonces un escritor de carrera,
explicó que el relato era producto exclusivo de su imaginación –un
relato patriótico, claro, pero enteramente ficticio–. De nada sirvió.
Para tratar de aclarar lo ocurrido de una vez por todas, Machen publicó
el cuento en un libro, con un prefacio que decía: “En un principio, mi
ficción liviana fue tomada como el más sólido de los hechos por una
congregación de una iglesia; entonces empecé a darme cuenta de que si
había fracasado en el arte de las letras, al menos había triunfado en el
arte del engaño. Desde entonces, la bola de nieve del rumor no ha
parado de rodar hasta que hoy día alcanza proporciones monstruosas”.
La aclaración tampoco sirvió de nada. La leyenda de los arqueros
celestiales ya no le pertenecía. Hoy es parte del folklore mágico, una
historia similar, aunque no tan popular, a la del monstruo del lago
Ness, con su propia legión de pseudocientíficos aficionados que intentan
probarla y proporcionan, cada tanto, nueva evidencia. Hace solamente
diez años, en 2001, el diario Sunday Times publicó que se había
encontrado evidencia fílmica y fotográfica de la existencia de los
ángeles; el propio Marlon Brando anunció públicamente que él estaba
dispuesto a comprarla por medio millón de dólares, para hacer una
película. En 2002 se demostró la falsedad de esta historia que, en sus
elaborados detalles, aseguraba que la filmación de los guerreros alados
había sido hallada en un negocio de antigüedades de Caerleon, el pueblo
del sur de Gales donde nació Arthur Machen.
El paraíso perdido
Pocos escritores fueron tan hechizados por el paisaje de su infancia:
Caerleon es uno de los sitios arqueológicos más importantes del Reino
Unido, con las ruinas de una fortaleza de las legiones romanas y un
fuerte de montaña de la Edad de Hierro. Se cree, también, que Caerleon
fue el lugar del martirio de los santos cristianos San Julio y San
Aarón, perseguidos por el emperador Diocleciano en el año 304 A.C. Pero
quizá lo más importante para la imaginación de Machen fue que el
historiador medieval Geoffrey of Monmouth considerara a Caerleon el
lugar de coronación del Rey Arturo o, al menos, uno de los sitios de su
corte. Hay que recordar que el reino de Camelot recién aparece cuando
Chrétien de Troyes toma el mito para escribir sus romances, casi dos
siglos después.
La literatura de Arthur Machen nunca abandonó del todo las ruinas,
los bosques y los mitos de su infancia. Hijo de un pastor anglicano,
pasó sus primeros años entre arqueólogos, religión y, seguramente,
susurradas historias de pueblo, leyendas extrañas y vagamente
tenebrosas. A los once años fue enviado a estudiar a la prestigiosa
Hereford Cathedral School, donde se destacó, pero aunque se graduó con
buenas notas, su familia no tenía dinero para enviarlo a Oxford. Así, se
mudó a Londres para trabajar como periodista. Sin embargo dedicó sus
primeros años en la capital a caminar la ciudad: vivía en los suburbios y
los pasajes desolados de las afueras –sus misterios, su soledad– se
convirtieron en material de su narrativa.
Aunque publicó dos libros antes, se puede decir que con El gran dios Pan
(1894) Arthur Machen encontró su tema y su voz. Es el relato que lo
define como padre de la ficción rara (weird fiction) y el que exhibe la
obsesión que recorre su obra: la de un pasado pagano y glorioso pero
también terrible, viejos dioses dormidos en las colinas galesas que
debían ser despertados para enfrentarse a la edad de la razón y a una
sociedad puritana –Machen escribe estos primeros relatos de horror
místico en la Inglaterra victoriana–. El precio de ese despertar es, en
la ficción de Machen, altísimo. Como si de antemano fuera una tarea
destinada a la tragedia, pero de cualquier modo necesaria. Sus
personajes, por lo general hombres de ciencia desviados que han pasado
demasiado tiempo entre tratados de alquimia y viejas rocas grabadas con
antiguos jeroglíficos, se ven compelidos a abrir estas puertas
prohibidas hacia otras realidades y otros mundos. Esas puertas suelen
encontrarse en los bosques de Gales, donde aún caminan los fantasmas de
los sacerdotes druidas y los antiguos dioses romanos, que tienen forma
de fauno o de sátiro y les dan la mano a las muchachitas. Ese otro mundo
pagano, dice Machen, nunca ha desaparecido. Sucede que el cristianismo
lo ha aplastado, y ha convertido a Pan, dios de la fecundidad, en un ser
con cuernos, en la imagen del demonio. Entonces, quizá la manera de
acceder hacia ese otro mundo sea a través del Mal.
Pero Machen no sólo evocó ese pasado pagano para sus cuentos extraños.
Es también uno de los temas de dos de sus principales novelas, vagamente
autobiográficas, La colina de los sueños (1907) y La gloria secreta
(1922), recién editada en Argentina por La bestia equilátera en su
primera traducción al español, un inesperado y bienvenido rescate. El
protagonista de La gloria secreta es Ambrose Meyrick, un joven
estudiante de la escuela pública Lupton que prefiere pasar sus tardes
recorriendo las viejas catedrales góticas y las ruinas de los
alrededores antes que jugar al rocker, el deporte de su institución.
Todo cambia cuando Ambrose llega tarde a la escuela y el profesor
Horbury le da una paliza atroz. Desde entonces, Ambrose vive una
existencia doble: por fuera es un estudiante orgulloso y obediente de la
institución; por dentro vive en la gloria secreta, recordando los
paseos con su padre muerto, que hablaba en galés y lo llevaba de visita a
casas de antiguas familias que conservaban reliquias medievales, entre
ellas una bella y antigua copa, que en el panteón personal de Ambrose
–ansioso por escapar de la mediocridad– es el Santo Grial. “Ambrose
pensaba en la Gran Montaña, en los valles secretos, en los refugios y
ermitas de los santos, en las suntuosas tallas de las iglesias
solitarias ocultas entre colinas y bosques.” Además, en una de sus
excursiones, ha asistido a un ritual de magia santa, entrevisto como en
sueños: los personajes de Machen suelen caer en estos trances, en los
que reciben la visión que los acompañará por el resto de sus vidas y, en
muchos casos, los llevará a la destrucción. Ambrose no sólo quiere
escapar de su destino de hombre de negocios en Londres: lo que desea es
ser un santo celta, “ese cristianismo que no era un código moral, dotado
con alguna especie de paraíso metafórico ofrecido como recompensa por
su debida observancia, sino una gran aventura mística”. Es así que
Ambrose abandona la escuela y la moral de su clase: en definitiva,
escapa en busca de un sentido para su vida.
La gloria secreta es, entonces, una novela de aprendizaje y también una
brutal sátira de la educación inglesa, que juzga una verdadera
aplanadora de la imaginación y el espíritu, formadora de hombres huecos.
Escribe Machen: “No hay nada como nuestras grandes escuelas públicas, y
quizá las únicas voces de disenso son las del padre y la madre que
entierran el cuerpo de un chico que muestra la negra marca de la soga al
cuello”. Pero, sobre todo, La gloria secreta es una variación sobre
otro de los temas de Machen: la dificultad o la imposibilidad del
lenguaje de aprehender los paisajes místicos y las experiencias
extáticas.
Machen desarrolló ampliamente este tema en La colina de los sueños. El
protagonista, otro de sus alter egos, se llama Lucian Taylor, hijo de un
vicario del sur de Gales, aspirante a escritor que, de muy joven, ha
experimentado una poderosísima visión mística y erótica en el viejo
fuerte romano cercano a su modesta casa. Cuando el joven se muda a
Londres –la trayectoria de Lucian es casi idéntica a la de Machen–
pasará años luchando por dar cuenta de esa visión, sin éxito. Cuando
habla de esas luchas solitarias del escritor, que ocupan páginas y
páginas de La colina de los sueños, Machen también se está refiriendo a
sus propias limitaciones, a su propia amargura cuando compara sus textos
con los de sus grandes ídolos: Cervantes y Rabelais. Escribe:
“Intentaba encontrar esa cualidad que les da a las palabras algo más
allá de su sonido y de su significado, eso que en las primeras líneas de
un libro debería susurrar cosas ininteligibles pero llenas de sentido.
Con frecuencia trabajaba muchas horas sin éxito y el depresivo y húmedo
amanecer lo encontraba en la búsqueda de oraciones jeroglíficas, de
palabras místicas, simbólicas”. Lucian Taylor morirá en esta búsqueda,
menos espectacular que la de Ambrose en La gloria secreta, pero igual de
obstinada: esas palabras son su Grial. Ya muerto en su mesa de trabajo,
la mujer que le alquila el departamento y que dará aviso a la policía
encuentra sus escritos y, con pena, descubre que no son más que
garabatos. Como para Ambrose (¿como para Machen?), obtener el Grial es
imposible.
Habitante de un mundo extraño
Poco después de El gran dios Pan, que escandalizó a la sociedad
londinense por sus sugerencias eróticas –hay en el relato una
inolvidable y lúbrica mujer demonio–, Arthur Machen se hizo amigo de
Oscar Wilde, sus textos fueron ilustrados por el enorme Aubrey Beardsley
y la crítica lo consideró parte de los decadentes de la década de 1890.
En 1895 publicó Los tres impostores, quizá la novela corta de Machen
más cercana para los lectores argentinos, porque en 1988 Jorge Luis
Borges la incluyó en su Biblioteca Personal; escribe en su prólogo: “Las
literaturas encierran breves y casi secretas obras maestras; Los tres
impostores es una de ellas”. Con enorme fluidez y la influencia de R. L.
Stevenson, Machen compone en Los tres impostores un relato que parece
no acabar nunca, que se ramifica y deriva en nuevas aventuras y
horrores. Su sensibilidad aquí es más excéntrica que nunca: en este
Londres de anticuarios hay coleccionistas de objetos de tortura, casas
antiguas de los suburbios cargadas de una malignidad palpable y jóvenes
que, tras la ingesta de una droga equivocada, se transforman en
monstruos viscosos en sus habitaciones. Pero cuando la acción se mueve
al campo, el hechizo maldito se intensifica: así, el malogrado profesor
Gregg encuentra a un verdadero hijo de las hadas –que no son gentiles
seres alados sino una raza bestial que sobrevive en las colinas– y
también encuentra otras historias de erotismo pagano y horror. “Los
críticos han deplorado la vaguedad de ciertas narraciones de Machen”,
escribió Borges en la biografía sintética de Arthur Machen publicada en
Textos cautivos. “Han imputado imprecisión a sus aquelarres y a sus
emisarios satánicos. Yo tengo para mí que esa imputación procede de un
error. El concepto del pecado es fundamental en los libros de Machen. El
pecado (para él) es menos una transgresión voluntaria de las leyes
divinas que un estado abominable del alma.”
Es posible que aquí Borges estuviera pensando en el mejor relato de
Machen, “The White People”, publicado en The House of Souls (1906), la
historia de una niña hechizada, un cuento de hadas verdaderamente
espeluznante y de estilo exquisito, enmarcado por una charla entre
Ambrose (¿el Ambrose de La gloria secreta?) y sus amigos. Dice Ambrose:
“La esencia del pecado es tomar el cielo por asalto. Me parece que es
simplemente un intento de penetrar la esfera más alta de una manera
prohibida. La santidad requiere un esfuerzo grandioso, pero la santidad
trabaja sobre líneas que alguna vez fueron naturales; es un esfuerzo por
recuperar el éxtasis antes de la Caída. Pero el pecado es el esfuerzo
de obtener el éxtasis y el conocimiento que alguna vez les perteneció
solamente a los ángeles. Y al hacer ese esfuerzo, el hombre se
transforma en demonio”.
En esta teoría del Ambrose de “The White People” resuena la doctrina de
la Golden Dawn, sociedad secreta fundada en 1887 para el conocimiento
del ocultismo y la adquisición de poderes mediante la magia, doctrina
que, según Juan Jacobo Bajarlía, “se refiere a los límites del mal como
obtención de los poderes que le han sido negados al ser humano”. Arthur
Machen se unió a la Golden Dawn en 1899, después de años desgraciados en
los que nadie quería publicarlo: con la prisión de Oscar Wilde, el
clima editorial dejó de ser favorable para los narradores considerados
decadentes. Además, había quedado viudo y se hundió en una depresión de
la que salió recorriendo las calles de Londres con auténtica manía y
tomando nota de estos desesperados recorridos. El ingreso en la Orden
Hermética de la Golden Dawn le permitió ingresar nuevamente al mundo
literario: la organización siempre fue mucho más un club de amigos con
intereses en común que una verdadera sociedad mágica. Allí Machen se
codeó con William Butler Yeats, Bram Stoker –autor de Drácula–, Sax
Rohmer, Joris Karl Huysmans y un joven que se tomaba la doctrina del mal
como sabiduría mucho más en serio que sus ilustres cohortes: Aleister
Crowley. Estaba llegando a su fin un clima de época propicio para la
estética de Machen: el del revival celta y artúrico iniciado a mediados
del siglo XIX con los pintores prerrafaelistas como Edward Burne-Jones o
William Morris y el poema Los idilios del rey de Lord Alfred Tennyson.
Sin embargo, y a pesar de que esa sensibilidad se desdibujaba con el
cambio de siglo, Machen acentuó su aspecto espiritual y la mayoría de
sus textos, como La gloria secreta, ya no pertenecían al horror o el
cuento extraño, sino a su particular versión de la fe cristiana vista a
través del cristal de la mitología celta, las leyendas artúricas y la
importancia del ritual, prácticamente ausente en las austeras ceremonias
de la Iglesia anglicana, que Machen cuestionaba.
Arthur Machen pasó sus últimos años trabajando como periodista –también,
durante una breve temporada, se unió a una compañía ambulante de
teatro– y tuvo un breve período de éxito en la época de los Angeles de
Mons, especialmente en círculos críticos de EE.UU. Cuando murió, en
1947, sin embargo, su nombre casi había sido olvidado. Casi.
Los discípulos
La influencia de Arthur Machen en los narradores de fantástico y terror
desde entonces, y hasta hoy, es determinante y ampliamente reconocida,
aunque extrañamente subterránea. Machen es el gran secreto a voces: el
discreto padre del género. Su idea de una raza antigua de dioses
persistentes que acechan desde el principio de los tiempos es central en
la concepción de los mitos de Cthulhu de H. P. Lovecraft (que publicó
su primer relato en 1922, más de veinte años después de la publicación
de El gran dios Pan). Más cercano en el tiempo, Clive Barker se definió
como un admirador absoluto de Machen: “Está bastante dejado de lado”,
decía en una entrevista reciente, “pero en mi opinión es más importante
que Lovecraft. Es, sin duda, mejor escritor, más humano en su filosofía y
no tiene nada de la misoginia y el antisemitismo que vuelve tan odioso
el trabajo de Lovecraft a veces. Creo que Machen es el hombre que
redefinió el género”. Stephen King, además de considerar a El gran dios
Pan como el mejor relato de terror jamás escrito, lo homenajeó en “N”,
un cuento incluido en su libro de 2008 Después del anochecer. Peter
Straub, el otro gran escritor de terror norteamericano –e íntimo amigo
de King– acaba de publicar A Dark Matter, una novela sobre una realidad
paralela que se presenta, tras un ritual, en un descampado, un traslado
del misticismo de Machen a la década del 60, con terribles consecuencias
y dioses olvidados incluidos.
En su tierra natal, la influencia de Machen es aún más amplia. Uno de
los mejores novelistas británicos, M. John Harrison, reescribió El gran
dios Pan en un cuento ¡que tiene el mismo título!, y que fue la base de
su novela El curso del corazón (1992), donde un grupo de estudiantes
lleva a cabo una ceremonia mágica –jamás descripta, a la manera de las
visiones ensoñadas de Machen– que luego tendrá efectos devastadores en
sus vidas. El Londres alucinatorio de Machen (especialmente en un cuento
atesorado, el enigmático “N”, una fábula casi psicodélica sobre el
descubrimiento de una realidad paralela en los suburbios de la ciudad),
sus intensas caminatas y sus descubrimientos urbanos han sido
resignificados hoy por caminantes modernos (o psicogeógrafos) como Ian
Sinclair o Peter Ackroyd. También es citado como influencia por Neil
Gaiman o el guionista Alan Moore (que se inspiró en Machen para su cómic
Snakes and Ladders). La lista podría seguir, pero no habría que
cerrarla antes de mencionar El laberinto del fauno, del realizador
mexicano Guillermo del Toro, una fábula antifranquista nominada al Oscar
como mejor película extranjera en 2006 que, según su director, está
inspirada en el dios Pan de Arthur Machen.
A diferencia de aquellos ángeles guerreros, no hay todavía ninguna
leyenda urbana que hable del avistamiento de sátiros cornudos en los
bosques. Y es que no hace falta. La perturbadora demonología de Machen
ha producido admiradores obsesivos, como se lee en el prólogo a la
edición local de La gloria secreta: “una legión con hábitos literarios
de secta”.
Mariana Enriquez
Página 12
21 de noviembre de 2011
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