- ¿Qué te hace pensar que eres como mi padre? - le pregunté al hombre que tenía sentado frente a mí.
Kristoff es un viejo amigo que se ha retirado del negocio bancario y
disfruta de su jubilación, navegando en viejos veleros. Siempre había
ansiado ser marino y llevaba un tatuaje en cada brazo, que lucía
orgulloso llevando camisas de manga corta. Uno era un corazón a la
usanza antigua con un nombre poco común atravesándolo. El otro era una
pequeña representación de un florido a la usanza yakuza. "Me recuerda
Kioto", alguna vez me dijo con un brillo nostálgico en la mirada.
Mi amigo es un hombre alto, de constitución delgada y andar un poco
tímido, común en los hombres que parecen disculparse por ser tan altos y
desgarbados. Su cabello y su bigote son entrecanos y sus ojos grises.
Casi nunca ríe, pero a veces esboza una sonrisa misteriosa. Ama el mar y
su despacho está lleno de detalles: sextantes, navíos en miniatura, cartas de navegación, cuadros y fotografías. Un viejo lobo de mar, sin duda. Descubrió mi
secreto desde el principio, pero jamás hizo preguntas, sólo observa,
sólo aprendió a amarme con un cariño casi paternal. Quizá habría sido un
buen padre, sólo basta ver cuánto ama y protege a sus sobrinos. Lo he
visto sonriente y feliz jugueteando con el más pequeño, un bebé de ocho
meses. Jamás me ha permitido leer su pensamiento, jamás he intentado
forzarlo. Después de todo, la gente me muestra lo que quiere mostrarme y
yo no busco saberlo todo.
Kristoff ha sido un buen amigo cuya protección va más allá de la física.
Me protege de mis temores, de mis dudas. Cuando el cansancio me vence,
cuando creo que ya no podré continuar viviendo, Kristoff me infunde la
fuerza necesaria y hasta el entusiasmo para seguir sorprendiéndome con
la vida. Es un hombre mayor, pero aún tiene proyectos, aún quere
recorrer nuevas rutas, perderse en los mares y navegar sin ninguna otra
preocupación que el viento y el estado del mar. Su vida nunca fueron los
negocios familiares, ni mantener a costa de todo el imperio bancario.
Él hubiese preferido hacerse a la mar desde muy joven.
Hace tiempo, le retribuí toda su fuerza y lo mucho que ha cuidado de mí.
Por primera y única vez, manipulé su pensamiento y me interné en sus
deseos más ocultos. Le inoculé la idea de dejarlo todo en manos del
mayor de sus sobrinos para que al fin viviera sus sueños. Sólo bastó un
pequeño impulso, el resto lo hicieron sus anhelos acallados por tanto
tiempo. Compró un viejo velero, vendió sus acciones, se libró de aquello
que le fue impuesto y abrazó sus ilusiones. En su mirada ápareció un
extraño brillo, como si en el fondo adivinara que yo tuve algo qué ver
con su transformación. No importa. Sé que ahora es feliz, que vive cada
momento intensamente y que atesora en su memoria el anhelo de
rencontrarse con la mujer cuyo nombre misterioso lleva tatuado en el
brazo. Algún día Kristoff, algún día. Mientras tanto, sigue viviendo,
brindándome ese impulso para continuar adelante y no aborrecer cada vez
más el paso del tiempo.
Nos conocemos desde hace muchos años, aún tu cabello no pintaba canas y
yo he sido tan joven como entonces. Sigue viviendo, Kristoff.
***
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