Ofrendar significa compartir con los
parientes y amigos fallecidos ciertos goces y algo de los frutos
obtenidos de la anualidad pasada, así como ofrecer alimentos, además de
los tradicionales que se ofrendan en cada población, los preferidos en
vida por los difuntos. Todas las ofrendas o Altares de Muertos tienen la
misma finalidad: recibir a los familiares difuntos para compartir con
ellos los buenos frutos de la tierra, recordarlos y halagarlos. Pero
sobre todo, tener presente de que a pesar de que se han ido, los días 1 y
2 de noviembre volverán para estar nuevamente reunidos con los suyos.
La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria.
En muchas comunidades donde
prevalecen las viejas costumbres, el repique de campanas de las
iglesias, a las ocho de la noche del 31 de octubre, anuncia la llegada
de los espíritus de los niños que "ya vienen". Para esa hora, las
señoras de
la casa ya tienen arreglado el altar: dos mesas puestas en dos niveles
con manteles blancos o con papel de china, en donde se coloca la ofrenda
para los "angelitos". Esta consiste en alimentos que les gustan a los
niños: pan de muerto, fruta, elotes, atole de masa o "champurrado"
(atole de chocolate), leche en jarritos especiales, tamales de dulce y
de elote, arroz con leche, dulce de calabaza (calabaza en tacha),
conserva de tejocotes y refrescos. Varias familias ponen juguetes de
madera y barro: jarritos, canastitas, coches, muñecas de trapo, baleros,
sin faltar en ningún lado las calaveritas de azúcar.
Todo el día
siguiente, 1 de noviembre, repican las campanas por el gozo que causa la
visita de los infantes. La hora de retiro de los "chiquitos" varía, en
algunos lugares lo hacen desde las doce del día, en otros lo llevan a
cabo a las ocho de las noche.
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