No siempre estoy de acuerdo con las decisiones colectivas de
la Real Academia Española. Mi agradecimiento por pertenecer a esa
institución no incluye la lealtad ciega. Contra ciertos aspectos de la
última Ortografía, por ejemplo, milito en abierta disidencia, como
Javier Marías. Sin embargo, otras cosas me calientan el orgullo. En lo
que va de año llevo dos alegrías. Una, el informe con que Ignacio Bosque
demolió algunas disparatadas guías de lenguaje no sexista, poniendo en
su sitio a ciertos analfabetos, oportunistas y cantamañanas. La otra
alegría es la aparición, en la Biblioteca Clásica de la RAE, que dirige
el profesor Rico, de uno de los libros más importantes escritos en
lengua española; y quizá, junto a la Crónica de Muntaner -los almogávares en Bizancio- el más apasionante de todos: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.
Si
les gusta la Historia, si aman los buenos relatos de guerra y
aventuras, si quieren asistir a una de las más grandes y terribles
hazañas de la Historia, si desean conocer de primera mano el sangriento
prodigio que fue la conquista de México por una pequeña tropa de
españoles ambiciosos, valientes, crueles y duros como la ingrata tierra
que los parió, vayan a una librería y cojan uno de esos volúmenes azules
con el emblema de la RAE -éste, el más grueso de todos, cuesta lo que
tres entradas de cine-. Luego ábranlo al azar y lean algo. Con suerte
darán en el capítulo 86, donde los conquistadores empiezan a abrirse
camino desde Cholula; o en el 129, donde comienza el asedio de
Tenochtitlán. O en el capítulo anterior, el 128, donde se cuenta cómo en
plena noche, bajo la lluvia, los españoles intentan romper el cerco y
escapar de la ciudad, peleando con los valerosos aztecas que les caen
encima por millares y arrastran a los prisioneros a los templos para
sacrificarlos, y cómo el plan original se va al diablo en el caos del
combate -«si había algún concierto, maldito aquel»-; y mientras
todos pelean en la estrecha calzada, matando y muriendo, Cortés, que va
a caballo con el tesoro y las mujeres, escapa y sigue adelante; pero
requerido por sus hombres vuelve atrás a socorrer a los rezagados, y ya
sólo encuentra a Alvarado, que corre en la oscuridad seguido por cuatro
españoles y ocho fieles tlaxcaltecas empapados de lluvia y de sangre; y
viendo que tras ellos no vienen más, que de la retaguardia sólo quedan
ésos, «se le saltaron las lágrimas de los ojos».
Bernal
Díaz del Castillo no era un historiador ni un literato. Era un soldado
profesional que había leído libros y tenía el talento, el don magnífico,
de juntar palabras con una naturalidad, una limpieza y una honradez
envidiables. Escribió sus recuerdos de la conquista de México -«lo que
yo vi y me hallé en ello peleando»- muchos años después, viejo y
cansado, tras ver cómo los advenedizos, funcionarios y parásitos
llegados de España se enriquecían en la tierra que él conquistó y en la
que quedó mal pagado y casi pobre. Escribió con asombrosa fidelidad y
atención al detalle, sin trompetazos ni alardes, con una sencillez
pasmosa; humilde siempre, excepto para revindicar el orgullo legítimo de
haber estado allí. De sus sufrimientos y peligros. Harto de versiones
de segunda mano y manipulaciones de los hechos que él vivió en carne
herida -ciento cuarenta combates durante su larga vida de soldado-, el
anciano veterano de Cortés, superviviente de una de las más asombrosas
gestas que vieron los siglos, quiso poner las cosas en su sitio. Hacer
honor a la memoria de sus compañeros muertos y a la suya propia, porque «soy
viejo de más de ochenta y cuatro años y he perdido la vista y el oír, y
por mi ventura no tengo otra riqueza que dejar a mis hijos y
descendientes, salvo esta mi verdadera y notable relación».
El
libro de Bernal Díaz del Castillo es tan fascinante y extraordinario
que resulta imprescindible en la memoria y la certeza histórica de
cualquier español de honrada casta. Pero no sólo eso. La Historia verdadera
cuenta también de modo asombroso el final de un mundo y el terrible
crujido que hizo nacer otro nuevo. El retrato minucioso de aquellos
hombres increíbles que se abrieron paso por una tierra desconocida y
hostil, haciéndola propia a arcabuzazos y cuchilladas, no es sólo una
historia española, sino también, y sobre todo, una historia mexicana.
Cuando el autor cuenta que tras la toma de Tenochtitlán se hizo el
recuento de las mujeres indias que iban con los conquistadores, añade
que «algunas de ellas estaban ya preñadas»: para mal y para
bien, los primeros nuevos mexicanos estaban a punto de nacer. Por eso
Bernal Díaz del Castillo y sus camaradas son hoy más de allí que de
aquí. Por la sangre vertida. Por la sangre mezclada.
Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
24 de junio de 2012
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La conquista de Tenochtitlán es un tema que apasiona mucho a Don Arturo ;-) Si pinchan aquí podrán leer el relato de catorce páginas titulado Ojos azules escrito por Pérez-Reverte sobre un momento específico de la llamada Noche Triste, la única batalla que ganaron los mexicas.
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