Personal. Así es su carrera y su belleza. Un atractivo picassiano y arrollador enganchado a los papeles de malos complejos.
Ahora interpreta a un fraile que pasa de las luces a las sombras.
Uno puede discutir sobre la belleza o eficacia estética de todos y cada
uno de los elementos que integran el rostro de Vincent Cassel (París,
1966). Observados y analizados por separado, no parecen nada del otro
mundo, alguno de ellos resulta tosco, otro casi banal. Pero el mundo del
cine está ante un rostro picassiano, así que al juntarlos y verlos ya
como un todo, como una cara, hay que rendirse a la evidencia: Vincent
Cassel, que entra en el estudio fotográfico de París como un vendaval
pero a la vez como pidiendo perdón, posee un físico arrollador y, lo que
marca la diferencia en este negocio, distinto. A los dos minutos de conversación acaba resultando cristalinamente comprensible que guste tanto a las chicas. Y a los chicos.
Salvando las distancias, que las hay, casi cabe contemplarlo como una
especie de Javier Bardem a la francesa. Tipos duros de belleza no
evidente, sex symbols del cine con tintes de estibadores
portuarios, estrellas de lo suyo y partidarios de carreras edificadas
sobre elecciones tremendamente personales, casi radicales. Y, como
asegura Cassel hablando de su propio caso, han sido convenientemente "glamourizados", quién sabe si por los santos expertos de la imagen y el
marketing, por sus respectivas y célebres parejas (Penélope Cruz y Monica Bellucci, respectivamente) o por una mezcla de las dos cosas.
"En
mi caso, Monica me glamourizó claramente", confiesa Cassel, que tiene
dos hijas con la actriz italiana -Deva y Léonie- y que vive con ella a
caballo entre Londres, París y Río de Janeiro. "Fue ella quien derribó
los últimos bastiones de mi ferocidad y mi oscuridad", comenta desde una
abierta sonrisa. Así pasó el hijo del fallecido actor Jean-Pierre
Cassel de encarnar a aquel pavoroso esquizoide de los suburbios
parisienses (en El odio, de Mathieu Kassovitz, 1995, inicio de
una brillante carrera) a... anunciar perfumes de Saint Laurent. O a
trabajar a las órdenes de Steven Soderbergh (Ocean's twelve), David Cronenberg (Promesas del Este y Un método peligroso) o Darren Aronofsky (Cisne negro).
Lo que ahora le ocupa es el estreno en España (el próximo viernes) de El monje, una
coproducción hispano-francesa dirigida por el franco-alemán Dominik
Moll e inspirada en la novela escrita en 1796 por Matthew Lewis. En
ella, Vincent Cassel interpreta a un inquietante fraile que pasará de
las luces a las sombras sin solución de continuidad. La lucha entre el
Bien y el Mal, siempre una historia sabrosa. Tanto que el mismísimo Luis
Buñuel y su amigo Jean-Claude Carrière quisieron llevarla al cine -sin
éxito- allá por la década de los sesenta.
Agarrando como pretexto su papel en 'El monje', a lo mejor podríamos
empezar hablando de las luces y de las sombras, y de las contradicciones
de la vida...
Ese tema me va, me va al dedillo...
¿Le va como actor o como persona?
No sé, me interesa la contradicción, así, en general. Pero es cierto
que, a nada que examine un poco las películas que he hecho, es ese el
tema que vuelve una y otra vez. Nunca haré de bueno. Pero siempre desearé hacer de ese tipo de malos que al final la gente puede acabar queriendo.
¿Odia las certidumbres?
No es que las odie, sencillamente pienso que no representan la
realidad. Creo que en realidad lo que menos me gusta son los buenos
sentimientos porque sí, esa especie de mentira permanente que consiste
en catalogar, etiquetar y simplificar las cosas solo para darnos buena
conciencia... que si los musulmanes son malos, que si los americanos son
buenos... y esas cosas. La verdad no tiene nada que ver con todo eso.
¿Y con qué tiene que ver esa verdad?
Con las cosas complejas, ni blancas ni negras.
¿Con lo que no es clasificable?
Más bien sí. Y luego ocurre que cada uno de nosotros representa...
una tasa de contradicción y de paradoja enorme. Estamos obligados a
vivir con eso.
Y por eso le gustan más los personajes así, oscuros, paradójicos, al borde del abismo...
Encuentro que es más divertido hacerlo así, elegir personajes que
para mí representan la realidad mucho mejor que esos otros clichés
falsos de los que hablaba.
Siempre mejor el antihéroe que...
¡Que el héroe a secas! No puedo con él.
Bien, eso, como actor, pero como ciudadano...
Mmm, ciudadano tiene que ver con patria, y yo no soy alguien patriótico. Vivo en Francia y tal, pero no...
Bueno, pues como 'peatón'.
Vale. Pues sí, en realidad es lo mismo, porque lo que hago como
artista no deja de ser una extensión de aquello que me hace pensar, de
aquello que me gusta.
Ya, pero si le entiendo bien, y teniendo en cuenta que vivimos en
plena dictadura de corrección política y de hipocresía 'etiquetista'
-aun bajo las formas más solemnes-, ¿es usted alguien que, por su
personalidad, vive a contracorriente?
No diría eso, porque tengo una profesión que consiste en que la
gente venga a verme, vivo del espectáculo, así que no puedo decir que
sea precisamente un rebelde que va contra la sociedad. Al revés, tengo
claro que me sirvo del sistema para poder seguir haciendo lo que hago,
viviendo como me gusta y alimentando a mi familia. Donde sí me siento a
contracorriente es en las elecciones que hago y en las decisiones que
tomo.
Porque desde que era muy, muy joven había un camino preparado para
mí, que rechacé de forma consciente porque me parecía aburrido. Y hoy
veo que mis elecciones y decisiones artísticas son poco o nada
académicas. Si lo fueran un poco más, a lo mejor hacía papeles más
comerciales que mucha gente espera que haga... pero los rechazo
sistemáticamente.
¿Así, porque sí?
Hace muy poco rechacé un papel en un gran proyecto porque quería
hacer otro con un director que fue muy importante en los años setenta,
un director de culto, da igual cuál, y claro, mi representante me dijo:
"Mira, Vincent, con todos los papeles que rechazas, si ahora haces ese,
la gente de la profesión no lo va a entender...". Bueno, pues creo que
justo eso es lo que define mi identidad.
Bueno, al final tiene razón porque...
¡En relación a mí, desde luego que sí! En relación a los demás, ni idea. Ni me importa.
Quería decir que, al fin y al cabo, el tiempo o su propia testarudez
parecen darle la razón, porque su carrera, una carrera de éxito, está
jalonada de papeles que parecen fruto de, digamos, decisiones radicales,
o viscerales... y eso no es fácil.
No sé si mi carrera es radical o visceral... en todo caso es mi carrera,
no la de otro a quien quiera imitar, ni la de alguien que busca solo
hacer carrera fácilmente en este oficio. Mire, yo parto de un principio:
la vida es realmente corta y no tengo tiempo para aburrirme. Perder el
tiempo me pone enfermo. Necesito trabajar, y trabajar divirtiéndome
además.
Vaya, ese debe de ser el ideal de todo el mundo...
Ya, pero no digo lo de divertirme como algo ligero, ¿eh?,
sino como una forma de descubrirme a mí mismo, de experimentar cosas, de
pasar el tiempo haciendo algo que me apasiona, en vez de hacer un
oficio a secas.
Bueno, la verdad es que el cine es un 'oficio' distinto. No parece
exactamente lo mismo ser actor de éxito que funcionario de correos, con
todo el respeto para...
Distinto hasta cierto punto. Repito: si un actor dice "bueno, voy a
hacer carrera en esto rápida y fácilmente" -y eso es posible, y
relativamente sencillo-, pues entonces es un oficio más, como ser
político o modelo, o sea, nada. Pero si uno va descubriendo sus
preferencias, impone sus criterios artísticos, se construye como actor,
entonces... Mire, ayer estuve con David Cronenberg y le dije: "Gracias
por escribir para mí papeles así".
Papeles de atormentado, de gente poco recomendable...
Sí, papeles de mafioso, de homosexual rebotado, de psicoanalista
cocainómano... y resulta que es en ese tipo de personajes donde
encuentro más verdad. Para mí, lo más apasionante del ser humano es el
momento en el que está a punto de caer al abismo y lo da todo para
enderezarse y sobrevivir.
Desde luego, eso es mucho más complejo que "a Vincent Cassel le gusta hacer de malo".
Es... sí, creo poder decir que yo encarno a malos que gustan a la gente. A las mujeres, por ejemplo, les encantan los malos.
¿Ah, sí? Puede que ese sea el titular de esta entrevista: "A las mujeres les gustan los malos". Tendrá éxito.
Es que... encuentran algo, ven que ahí dentro hay algo de verdad. La
belleza del mal. Lo prohibido. Todas esas cosas que no tenemos
posibilidad de hacer en nuestras vidas, puesto que somos animales
sociales y se supone que tenemos que comportarnos bien.
A muchas mujeres y a muchos hombres les gustan, además de los malos,
los feos atractivos y los brutos. Quiero decir los actores de belleza no
tan evidente o académica, pero con innegable tirón físico. Javier
Bardem, por ejemplo. Usted mismo.
Bien, hablemos de ese canon de belleza al que usted alude. Dejaré de
lado a Javier Bardem, que es uno de mis actores favoritos, y me
remontaré al caso de Jean-Paul Belmondo. ¡Si usted supiera lo que mucha
gente decía de él en Francia y en Italia en los sesenta...! Ese tipo de
la boca torcida, ese tipo con gesto de mala leche... pues para mí era la
clase. Clase con mayúscula. Era el encanto, la elegancia, la
masculinidad, más allá de lo plástico.
Menos una hermana mía que estaba loca por él, las chicas preferían a Alain Delon...
Pues tenía razón su hermana; bueno, Delon era magnífico, era guapo,
era arrollador y todo eso, pero ¿y hoy?, ¿qué ha quedado de él? Nada de
nada, ¡pfff!, cero. No me interesa, mientras que Belmondo, con esa
especie de desenvoltura, era arrebatador y lo sigue siendo. Él encarnaba
a ese actor intuitivo, de aspecto despreocupado, auténtico.
¿Le interesa más esa escuela que la del Método? ¿Se queda con el Actor's Studio o con la preparación autodidacta?
Todo eso del Actor's Studio, la concentración, el trabajo, la
técnica depurada, es muy interesante para un actor en un momento dado
porque le da como más solidez a la profesión de actor a ojos del
público. Pero a mí nada me gusta más que un actor al que parece que todo
le sale porque sí, de forma espontánea, fácil, como que todo le da
igual. Mastroianni, vamos. Actores en los que lo importante no es el
trabajo previo, sino la capacidad de sorprender en el momento de abrir
la boca o de proyectar una mirada. Y eso no se estudia. Hay gente capaz
de eso, actores que se dejan llevar por las pulsiones y triunfan.
Y ahí, ¿a quién ponemos?
Depardieu, claro. Él puede haber hecho un enorme trabajo previo para
el papel, o no haber hecho nada de nada, pero da igual, llega al rodaje
y nadie sabe lo que va a pasar. Y si estás trabajando con él y no estás
bien metido en situación, te lleva por delante. Porque es una bestia
del instante. Y yo creo que Javier Bardem es así también. Y los actores
que prefiero son así.
¿Le ha pasado eso a usted? ¿Haber preparado el personaje de forma
obsesiva y de repente llegar al rodaje y ¡zas!, olvidarlo todo y
atenerse a la intuición?
Desde luego. Pero no se hace a propósito, eso sale. Yo primero fui
un actor muy estudioso, tomaba notas, leía, trabajaba como un buen
alumno... y de repente...
¿Qué cambió?
Que de repente no tuve tiempo. Y me di cuenta de que era mejor así.
No tener tiempo para intelectualizar las cosas. Hoy tengo claro que hay
cosas que hay que preparar a nivel técnico -un acento, un aspecto o una
actitud física...-, pero creo que lo que de verdad se me pide y aquello
por lo que me pagan está relacionado con el instante, no con el pasado.
Ha dicho "intelectualizar las cosas". Un día, en una entrevista,
Manoel de Oliveira me dijo que ese era el peor enemigo del cine. Y que
lo que venía faltando eran artesanos del cine, que ya casi no había...
La verdad es que es muy tranquilizador y muy esperanzador que
alguien como Oliveira, a sus 103 años, diga cosas como esa. No sé, cada
uno trabaja como puede o como quiere, pero a mí lo que me obsesiona cada
vez más como actor es mostrarme casi pueril, infantil, y dejarme
llevar, con el riesgo de hacer el ridículo que eso supone. Pero un actor
no puede tener miedo al ridículo. Hay que flirtear con él. Y no caer en
él, claro. ¿Intelectualizar el cine? Me puede parecer interesante
hacerlo a posteriori, pero no previamente.
Perdón de antemano, pero a menudo el cine francés ¿no ha intelectualizado en exceso las cosas?
Pues claro que sí. Y sigue existiendo un estereotipo de cine francés
del que yo llevo huyendo como de la peste desde mi juventud... y que
resulta de un complejo de la nouvelle vague.
Algunos querrán quemarle vivo por eso.
Como diría Polanski, la nouvelle vague ha hecho mucho daño.
También ha dado películas extraordinarias y trajo todo eso de la
democratización del cine, pero el problema es que las generaciones
posteriores no digirieron bien nada de todo aquello. Se quedaron solo
con la forma y el naturalismo, y se olvidaron de los guiones y de las
historias. Así que hubo toda una generación posnouvelle vague que
nos ha dado bastante por saco. Se creyeron que sus problemas personales
eran suficientes para interesar al mundo. También estaban convencidos
de que, para ser un verdadero artista, un cineasta tiene que dirigir la
película y escribir el guion. ¡Pero si esas dos cosas son dificilísimas
de hacer! No te digo nada si las haces a la vez...
La idea del 'artista total' y el falso renacentismo...
Hay grandísimos directores que no han escrito sus guiones. Algunos
de los directores que más me interesan no lo han hecho. Fellini no lo
hizo. Scorsese, muy poco. Truffaut, sí; pero, por ejemplo, para mí, Jules et Jim es
una historia apasionante... mal rodada. Todos ellos han sido enormes
cineastas. Hay otros que no, que creen que hacen cine, pero no es
verdad, hacen otra cosa, cine no. Y también hay periodistas y críticos
que creen que hacen las películas. Pues no. Los periodistas cambian. El
cine sigue. Yo conozco a varios periodistas jóvenes a los que les gustan
mucho algunos de mis primeros papeles... aunque sus padres periodistas,
en Le Monde, en Cahiers du Cinéma y en Les Inrockuptibles, dijeron en su día que lo que yo hacía era mierda y que yo era un fascista. Es divertido.
Dijo usted en una entrevista que su relación con el cine francés era "racista".
Sí, pero no tiene nada que ver con la raza, cuidado. Quise decir que
hay un tipo de cine francés que rechazo frontalmente. Y en un momento
dado quise desmarcarme, así que me fui a Estados Unidos. Y tuve que
pasar allí un tiempo para darme cuenta de hasta qué punto era francés. Y
de que necesitaba las cualidades y los defectos franceses para vivir.
¿Sabe?, los franceses tenemos reputación de quejicas... y es verdad, lo
somos, y yo reivindico eso. Nunca estamos contentos.
Volvamos a su experiencia en Estados Unidos. Es de suponer que cuando
ha trabajado allí habrá establecido comparaciones con el cine francés
y, en general, europeo. ¿Son planetas distintos?
No. Las que marcan la diferencia son las personas, no las
nacionalidades. Y luego yo tengo que decir que siempre he trabajado con
verdaderos autores, con cineastas, no con meros realizadores...
Cronenberg, Soderbergh, Aronofsky... bueno, Ocean's twelve con
Soderbergh es quizá lo más parecido a Hollywood que he llegado a hacer, y
eso que él es un autor que lo hace todo, no es el Hollywood puro y
duro.
¿Puede decirse que el fenómeno de 'Cisne negro' fue un antes y un después en su carrera?
Le diré lo que es Cisne negro. Estamos hablando de una
película que salió baratísima; de una película que nadie quería; de una
película que solo pudo ser salvada en el último minuto, y es que
estuvimos a punto de pararlo todo ¡tres días antes de empezar el rodaje!
De una película oscura, triste, protagonizada por una neurótica...
¡vamos, no precisamente el tipo de producto que espera el mercado
americano! Una película cuyo resultado final nos sorprendió a todos.
Pero ¿cambió algo en su carrera?
Puede decirse que sí; en cierto modo, yo antes era el francés de Ocean's twelve... y ahora soy el francés de Cisne negro. Creo que me ha proporcionado un perfil internacional más evidente, más potente.
Me gustaría que hablara de su experiencia junto a David Cronenberg. ¿Es tan sombrío y oblicuo como da a entender su cine?
Del señor Cronenberg, yo diría antes de nada que es el gentleman perfecto.
Es de una delicadeza, de una inteligencia, de una educación, de una
precisión, de un humor y de una atención a los demás que hacen que sea
casi perfecto. Ufff, de muy joven yo iba a ver sus películas sin ni
siquiera saber no ya que un día trabajaría con él, sino que un día yo
sería actor.
¿Sueña rodar con algún director concreto con quien no lo haya hecho?
Yo no funciono así. No sueño con personas ni con papeles. Sueño con
emociones y con energías. Que si sería un sueño trabajar con Scorsese...
o con De Niro... pues no. Por cierto, adoro a Scorsese y a De Niro,
pero me daría miedo conocerlos de cerca.
¿Por qué?
Por miedo a sufrir una decepción. Son demasiado grandes para mí.
También adorará a Pacino, es de suponer...
Pues fíjese, mucho menos. Creo que en la última parte de su carrera ha hecho una caricatura de sí mismo.
Visto lo visto, y echando la mirada hacia atrás... ¿qué diría que tiene que tener y no tener un gran actor?
Mmm... sí. Pues sobre todo creo que debe saber inscribirse bien en
su época. Nuestra razón de ser es efímera, dura lo que dura. El actor
que se cree eterno, por grande que sea, es ridículo. El que se toma en
serio no tiene sentido, está muerto. Estamos aquí solo para vivir
nuestra ligereza, nuestra fantasía, al cien por cien. Ese es nuestro
espacio. Y no es fácil.
Un juego que hay que jugar en serio. O una profesión seria que hay que tomarse a la ligera.
Completamente. En mi caso, lo que yo hago, el cine, es lo único
importante que hago en la vida, mi única pasión. Pero para respetarla,
tengo que tratarla como si me la trajera floja. Cuando me la tomo muy en
serio resulto patético. Por eso admiro al actor Michael Fassbender. Da
la impresión de que todo le resbala. Y eso hace que resulte genial.
El rostro que adoran los cinéfilos
Vincent Cassel (París, 1966) es hijo de una periodista y del
actor Jean-Pierre Cassel, uno de los rostros emblemáticos del cine
francés de los años sesenta y setenta. Vincent (arriba, en una
fotografía de 1993) estudió interpretación en el Actor's Institute de
Nueva York y actuó con el grupo teatral de Jean-Louis Barrault.
Su salto a la categoría de esos actores cuya cara suena a los
aficionados y apasiona a los cinéfilos llegó de la mano del director
Mathieu Kassovitz, con quien trabajó en Métisse (1993) y El odio (1995),
película por la que fue candidato al Premio César como mejor actor y
mejor actor revelación. Desde 1999 está casado con la actriz Monica
Bellucci, a quien conoció en el rodaje de El apartamento (1996).
Borja Hermoso
El País Semanal
22 de enero de 2012
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