22 octubre 2011

Las patrias de Alatriste

El Capitán Alatriste, Francisco de Quevedo, Caridad la Lebrijana y Arturo Pérez-Reverte.- Ilustración de Joan Mundet


Alatriste vuelve, cinco años después de la última novela y 15 después del inicio de la serie literaria de Arturo Pérez-Reverte. Este soldado cansado viaja a la peligrosa Venecia del XVII en El puente de los Asesinos. Pero el telón de fondo es el mismo: la España descarnada y violenta del Siglo de Oro, la época que para bien y para mal nos forjó como país.


Puesto a maltratar y degollar infieles, argumentó, prefería a los que eran capaces de defenderse. Y en eso seguía, azares de la vida, casi veinte años después". En uno de los momentos clave de la serie, al principio de la ya penúltima entrega, Corsarios de Levante, el Capitán Alatriste recuerda los tiempos duros en que, tras más de una década combatiendo en los campos de batalla europeos en el Tercio de Cartagena, acabó participando en la represión de los moriscos españoles. Degollinas, violaciones, saqueos, salvajadas en un universo, el suyo y quizás el nuestro, despiadado. "Todo el mundo tenía asuntos que ajustar en aquella turbulenta frontera mediterránea, encrucijada de razas, lenguas y viejos odios", prosigue el relato. "Como diría mi amigo Élmer Mendoza: 'Son las reglas", señala Arturo Pérez-Reverte para explicar la amargura y las contradicciones de su personaje. "Era una España muy difícil, muy cruel y muy descarnada, pero incluso en ese escenario todo tiene un límite. Alatriste se mueve por códigos, maneja unas reglas básicas a las que se acoge", prosigue el escritor español para definir un personaje que puede ser, sin remordimientos, a la vez un héroe y un asesino a sueldo.
Tras cinco años de ausencia, el viejo Capitán, el narrador Íñigo Balboa (cada vez más curtido, más alejado de aquel muchacho ingenuo que conocimos en las primeras entregas), Quevedo y un buen puñado de personajes regresan con El puente de los Asesinos, que Alfaguara pone en las librerías el próximo jueves, en un año que además coincide con el decimoquinto aniversario de la primera entrega de la serie. La nueva novela, que transcurre en Venecia, es la séptima y están previstas dos más, La venganza de Alquézar y Misión en París, salvo que su autor, o su personaje, rectifiquen y decidan seguir más allá.

Muchas cosas han cambiado -en España, en el mundo, en la literatura e incluso en el pasado- desde aquella última semana de noviembre de 1996, cuando los lectores se toparon por primera vez con la ya mítica frase: "No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente". Una de ellas es que Alatriste pasó de ser la idea disparatada de un escritor, en cuyo éxito no confiaban demasiado ni él ni sus editores (aunque un auténtico novelista no escribe para vender libros, escribe porque tiene que hacerlo) a convertirse en una de las series novelescas más importantes de la literatura en castellano. Y su dimensión no se mide por la cantidad de ejemplares vendidos (monumental), sino por la relación que establece con sus lectores.

"Lo mejor de Alatriste es que me permite volver a mi verdadera patria que, como muy bien explicó Fernando Savater, es la infancia recuperada a través de la literatura, de las grandes novelas de peripecias", explica Alexis Grohmann, profesor de la Universidad de Edimburgo, experto en la narrativa de Pérez-Reverte (está a punto de publicar un ensayo sobre su obra). "Alatriste me permite viajar a través de la narración pura a esa 'brumosa tierra natal de nuestra alma', nada menos que a los cimientos de nuestra condición humana. Por eso vuelvo a esa tierra 'con previo fervor y con una misteriosa lealtad', que es como Borges dijo que se leen los libros clásicos", prosigue. Estas palabras, expresadas varias veces con ideas similares por personas muy diferentes a lo largo de la preparación de este texto, demuestran que Alatriste es más que un libro.

Al final del segundo volumen, Limpieza de sangre, en los apéndices que siempre coronan los alatristes, con poemas de época -que a veces incluso hablan de las hazañas del Capitán-, encontramos la aprobación para la impresión del libro, firmada por un tal doctor Alberto Montaner Frutos: "Caballero del hábito de San Eugenio y lector de humanidades en el General Estudio de Zaragoza". "Pues no sólo deleita, sino que también aprovecha, y ambas cosas en sumo grado con lo que no cabe mayor ponderación", se puede leer en este nihil obstat. El Montaner del siglo XXI es un filólogo e historiador aragonés, catedrático de la Universidad de Zaragoza, erudito, experto en el Siglo de Oro y en el Cantar de Mío Cid. Su papel alatristiano es pequeño pero clave: la selección poética que cierra cada volumen (es él quien ha encontrado los sonetos sobre Alatriste) y la edición anotada de la primera entrega, publicada hace dos años. "Son textos muy bien investigados, en los que Pérez-Reverte hila muy fino. Es una recreación muy documentada y minuciosa de la época".

El Capitán, un título que le dieron sus compañeros, no sus superiores, nace en León en torno al año 1582 y muere el 19 de mayo de 1643 en Rocroi, la batalla que significa el final de los Tercios y, a medio plazo, de la dominación española en el norte de Europa. Sirve a tres reyes, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, desde que, a los 13 años, se alistase como paje tambor en el Tercio Viejo de Cartagena. "Para un hispanista, las aventuras del Capitán Alatriste son un verdadero manantial de sugerencias e informaciones. En ellas se mezclan la historia, la literatura y la cultura con una crítica a veces muy severa de la gran España imperial", explica el italiano Marco Succio, profesor de literatura española en la Universidad de Génova.

La visión que Arturo Pérez-Reverte construye de aquella época está muy alejada de cualquier sentimiento épico. Las aventuras son importantes, los lances de capa y espada, que surgen de la memoria literaria de Pérez-Reverte en la que ocupan un espacio fundamental los grandes escritores del folletín como Alejandro Dumas. Pero Alatriste no se puede entender sin el relato de la miseria y los horrores de un mundo dominado por reyes ciegos, una nobleza bastarda y una Iglesia cruel y despiadada. Las reflexiones de Quevedo (un personaje fundamental en la serie) al final de Limpieza de sangre, cuando todavía crepitan, en medio del hedor a carne quemada, las hogueras de un auto de fe celebrado en el centro de Madrid, resumen muy bien el lado oscuro del Siglo de Oro. "Aquella España desdichada, dispuesta siempre a olvidar el mal gobierno, la pérdida de una flota de Indias o una derrota en Europa con el jolgorio de un festejo, un Te Deum o unas buenas hogueras, oficiaba una vez más de fiel a sí misma". Un poco antes, el narrador Íñigo de Balboa había afirmado sobre los inquisidores: "Encarnaban demasiado bien los auténticos poderes en aquella corte de funcionarios venales y curas fanáticos, bajo la mirada indiferente del cuarto Austria, que veía condenar a sus súbditos a la hoguera sin mover una ceja".

El relato de la gestación de Alatriste es conocido y tiene que ver precisamente con la Historia. Cuando vio el espacio que dedicaban al Siglo de Oro los libros de bachillerato de su hija Carlota -con la que firma el primer volumen-, decidió crear un personaje que contase un momento crucial de nuestra Historia, sin el que no se puede entender nuestro presente. El autor de La tabla de Flandes y El club Dumas no quería ajustar cuentas con el pasado, simplemente contarlo, y a la vez recrear un tipo de novela de aventuras que parecía ausente de la literatura española. Antonio Méndez, librero de los de siempre y propietario de la librería Méndez, situada en un territorio tan alatristiano como la calle Mayor de Madrid, recuerda que incluso el formato del volumen -más grande- y con las ilustraciones entonces de Carlos Puerta y luego de Joan Mundet, sorprendía a los lectores porque no era nada habitual.

Nadie sospechaba lo que iba a ocurrir: que Alatriste iba a vender millones de ejemplares, llevar a su autor al sillón T de la Real Academia, incluso según algunos expertos influir en su obra narrativa posterior -varios estudiosos consideran que Un día de cólera y El asedio, sus dos últimos libros, nacen de un impulso que surgió con Alatriste- y que iba a devolver el Siglo de Oro a los institutos.

"Alatriste, siendo profesor, es un regalo que quiero darles a mis alumnos de 3º de ESO para ensanchar su imaginación, alimentar su espíritu, proporcionarles conocimiento histórico y humanístico en un momento tan caótico como éste, y más a los 15 años", explica Ricardo Soria, de 31 años, profesor de lengua y literatura. "No quiero ahorrarles nada de eso. A él se acercan primero con fastidio, después con curiosidad, para acabar con entusiasmo y yendo a por otro libro que les proporcione todo lo anterior. Pocas veces uno está tan seguro de acertar".

El profesor Francisco Rico, académico de la lengua y uno de los grandes expertos en la literatura del Siglo de Oro, escribe en el prólogo de la edición anotada: "Nunca se agradecerá bastante a Pérez-Reverte haber hecho entrar a tantos lectores en esa literatura y en esa historia".

"La reconstrucción del Siglo de Oro es espléndida, pero no sólo por la labor de documentación, sino por la manera en que un mundo tan minuciosamente reconstruido se recrea con viveza como parte orgánica de una historia cautivadora", señala el profesor Grohmann, autor de ensayos sobre Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Rosa Montero, y que prepara el volumen Las reglas de juego de Arturo Pérez-Reverte.
La serie Alatriste está compuesta de novelas, no de ensayos, pero detrás de cada libro late una voluntad didáctica, desde la recreación del castellano de la época hasta la elección de los temas. "También quise con Alatriste narrar España de distintas maneras. En Limpieza de sangre explico la Iglesia; en El oro del rey, la economía, en El sol de Breda, la guerra; en Corsarios de Levante, el Mediterráneo", señala Pérez-Reverte. Y no sólo de documentación vive el escritor: el autor utiliza sus propios recuerdos de los años de guerras y trincheras como reportero para reconstruir las batallas del siglo XVII: pueden haber cambiado las armas y los escenarios, pero la violencia y la muerte son las mismas, entonces y ahora.

La otra cara de la moneda, la reivindicación no teórica sino práctica, del gran folletín literario también ha prendido en muchos lectores. En una entrevista que le hizo para El País Semanal en noviembre de 1996, cuando el primer volumen estaba a punto de salir a la calle, Sol Alameda le describía como un escritor "hijo tanto de las guerras como de Alejandro Dumas". "Hay escritores que pierden de vista su condición de lectores y otros no; yo espero formar parte de este grupo por el resto de mi vida", dijo entonces a Sol. "Alatriste es un camino de ida y vuelta", señala Belén Hernández, periodista de 28 años. "Antes había leído a Dumas, pero si era capaz de disfrutar del contexto histórico de una Francia desconocida ¿por qué no también de la España en la que no se ponía el sol? Y luego seguí con el género folletinesco", prosigue. El poeta Luis Alberto de Cuenca, inmenso lector, literato de mil facetas, que acaba de publicar un disco con Loquillo titulado Su nombre era el de todas las mujeres, explica su éxito porque "se inscribe dentro del folletín clásico". "El folletín es inherente a nuestra condición de lectores, a los seres humanos nos gustan los folletines, es algo que ha ocurrido en todas las épocas", señala.

En el éxito de la serie hay una clave que tiene que ver con algo que supera la Historia recuperada y los relatos de aventuras. Es algo que ocurre a veces y que permanece en la memoria más allá de las páginas impresas (o digitalizadas, porque Alatriste fue pionera en su distribución en la Red): la creación de un gran personaje. Parece una tautología pero no lo es. Sin ese soldado cansado de batallas, medio arruinado, que se busca la vida entre las tabernas del viejo Madrid, ese tipo que lleva demasiado tiempo guerreando, que un día decidió dejar de matar moriscos, sin ese individuo capaz de torturar, de vender su acero para venganzas ajenas, pero también fiel a sus códigos, a sus reglas de vida, leal, incapaz de matar a un enemigo herido en el camastro de una mugrienta pensión de Lavapiés, un compañero al que a uno le gustaría tener cubriéndole las espaldas entre el barro de las trincheras, sin Diego Alatriste y Tenorio la serie no sería lo que es. "La solidez del personaje es clave en el éxito", explica José Belmonte, profesor de la Universidad de Murcia y coordinador junto a J. M. López de Abiada del volumen colectivo Alatriste. La sombra del héroe (Alfaguara, 2009), que refleja un congreso celebrado en Murcia en 2007. "De la novela española contemporánea han surgido pocos personajes realmente grandes y Alatriste es una creación muy sólida. Ni bueno, ni malo, pero que siempre sigue un código de honor. Te convence y te identificas con él". "Es un personaje que enlaza con las grandes creaciones literarias", asegura López de Abiada.

Los diferentes volúmenes ofrecen muchas frases que describen al personaje. "La inminencia del peligro le daba siempre una limpia lucidez, una economía práctica de gestos y palabras". "Desde siempre, ser lúcido y español aparejó gran amargura y poca esperanza". Pero quizás ésta sea especialmente significativa: "Fuimos hombres de nuestro siglo: no escogimos nacer y vivir en aquella España, a menudo miserable y a veces magnífica, que nos tocó en suerte; pero fue la nuestra. Y ésa es la infeliz patria -o como diablos la llamen ahora- que, me guste o no, llevo en la piel, en los ojos cansados y en la memoria". El primer libro llevaba la siguiente dedicatoria: "Por la vida, los libros y la memoria". Eso es en el fondo Alatriste: vida, libros y memorias. Y un viejo capitán cansado de batallas, que tal vez -los misterios de la literatura son así- nos dé una sorpresa y acabe sobreviviendo a Rocroi.


Guillermo Altares
Suplemento Babelia
El País
22 de octubre de 2011



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