El Capitán Alatriste, Francisco de Quevedo, Caridad la Lebrijana y Arturo Pérez-Reverte.- Ilustración de Joan Mundet
Alatriste vuelve, cinco años después de la última novela y 15 después
del inicio de la serie literaria de Arturo Pérez-Reverte. Este soldado
cansado viaja a la peligrosa Venecia del XVII en El puente de los Asesinos.
Pero el telón de fondo es el mismo: la España descarnada y violenta del
Siglo de Oro, la época que para bien y para mal nos forjó como país.
Puesto a maltratar y degollar infieles, argumentó, prefería a los que
eran capaces de defenderse. Y en eso seguía, azares de la vida, casi
veinte años después". En uno de los momentos clave de la serie, al
principio de la ya penúltima entrega, Corsarios de Levante, el
Capitán Alatriste recuerda los tiempos duros en que, tras más de una
década combatiendo en los campos de batalla europeos en el Tercio de
Cartagena, acabó participando en la represión de los moriscos españoles.
Degollinas, violaciones, saqueos, salvajadas en un universo, el suyo y
quizás el nuestro, despiadado. "Todo el mundo tenía asuntos que ajustar
en aquella turbulenta frontera mediterránea, encrucijada de razas,
lenguas y viejos odios", prosigue el relato. "Como diría mi amigo Élmer
Mendoza: 'Son las reglas", señala Arturo Pérez-Reverte para explicar la
amargura y las contradicciones de su personaje. "Era una España muy
difícil, muy cruel y muy descarnada, pero incluso en ese escenario todo
tiene un límite. Alatriste se mueve por códigos, maneja unas reglas
básicas a las que se acoge", prosigue el escritor español para definir
un personaje que puede ser, sin remordimientos, a la vez un héroe y un
asesino a sueldo.
Tras cinco años de ausencia, el viejo Capitán, el narrador Íñigo
Balboa (cada vez más curtido, más alejado de aquel muchacho ingenuo que
conocimos en las primeras entregas), Quevedo y un buen puñado de
personajes regresan con El puente de los Asesinos, que Alfaguara
pone en las librerías el próximo jueves, en un año que además coincide
con el decimoquinto aniversario de la primera entrega de la serie. La
nueva novela, que transcurre en Venecia, es la séptima y están previstas
dos más, La venganza de Alquézar y Misión en París, salvo que su autor, o su personaje, rectifiquen y decidan seguir más allá.
Muchas
cosas han cambiado -en España, en el mundo, en la literatura e incluso
en el pasado- desde aquella última semana de noviembre de 1996, cuando
los lectores se toparon por primera vez con la ya mítica frase: "No era
el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente".
Una de ellas es que Alatriste pasó de ser la idea disparatada de un
escritor, en cuyo éxito no confiaban demasiado ni él ni sus editores
(aunque un auténtico novelista no escribe para vender libros, escribe
porque tiene que hacerlo) a convertirse en una de las series novelescas
más importantes de la literatura en castellano. Y su dimensión no se
mide por la cantidad de ejemplares vendidos (monumental), sino por la
relación que establece con sus lectores.
"Lo mejor de Alatriste es
que me permite volver a mi verdadera patria que, como muy bien explicó
Fernando Savater, es la infancia recuperada a través de la literatura,
de las grandes novelas de peripecias", explica Alexis Grohmann, profesor
de la Universidad de Edimburgo, experto en la narrativa de
Pérez-Reverte (está a punto de publicar un ensayo sobre su obra).
"Alatriste me permite viajar a través de la narración pura a esa
'brumosa tierra natal de nuestra alma', nada menos que a los cimientos
de nuestra condición humana. Por eso vuelvo a esa tierra 'con previo
fervor y con una misteriosa lealtad', que es como Borges dijo que se
leen los libros clásicos", prosigue. Estas palabras, expresadas varias
veces con ideas similares por personas muy diferentes a lo largo de la
preparación de este texto, demuestran que Alatriste es más que un libro.
Al final del segundo volumen, Limpieza de sangre, en los apéndices que siempre coronan los alatristes,
con poemas de época -que a veces incluso hablan de las hazañas del
Capitán-, encontramos la aprobación para la impresión del libro, firmada
por un tal doctor Alberto Montaner Frutos: "Caballero del hábito de San
Eugenio y lector de humanidades en el General Estudio de Zaragoza".
"Pues no sólo deleita, sino que también aprovecha, y ambas cosas en sumo
grado con lo que no cabe mayor ponderación", se puede leer en este nihil obstat.
El Montaner del siglo XXI es un filólogo e historiador aragonés,
catedrático de la Universidad de Zaragoza, erudito, experto en el Siglo
de Oro y en el Cantar de Mío Cid. Su papel alatristiano es
pequeño pero clave: la selección poética que cierra cada volumen (es él
quien ha encontrado los sonetos sobre Alatriste) y la edición anotada de
la primera entrega, publicada hace dos años. "Son textos muy bien
investigados, en los que Pérez-Reverte hila muy fino. Es una recreación
muy documentada y minuciosa de la época".
El Capitán, un título
que le dieron sus compañeros, no sus superiores, nace en León en torno
al año 1582 y muere el 19 de mayo de 1643 en Rocroi, la batalla que
significa el final de los Tercios y, a medio plazo, de la dominación
española en el norte de Europa. Sirve a tres reyes, Felipe II, Felipe
III y Felipe IV, desde que, a los 13 años, se alistase como paje tambor
en el Tercio Viejo de Cartagena. "Para un hispanista, las aventuras del
Capitán Alatriste son un verdadero manantial de sugerencias e
informaciones. En ellas se mezclan la historia, la literatura y la
cultura con una crítica a veces muy severa de la gran España imperial",
explica el italiano Marco Succio, profesor de literatura española en la
Universidad de Génova.
La visión que Arturo Pérez-Reverte
construye de aquella época está muy alejada de cualquier sentimiento
épico. Las aventuras son importantes, los lances de capa y espada, que
surgen de la memoria literaria de Pérez-Reverte en la que ocupan un
espacio fundamental los grandes escritores del folletín como Alejandro
Dumas. Pero Alatriste no se puede entender sin el relato de la
miseria y los horrores de un mundo dominado por reyes ciegos, una
nobleza bastarda y una Iglesia cruel y despiadada. Las reflexiones de
Quevedo (un personaje fundamental en la serie) al final de Limpieza de sangre,
cuando todavía crepitan, en medio del hedor a carne quemada, las
hogueras de un auto de fe celebrado en el centro de Madrid, resumen muy
bien el lado oscuro del Siglo de Oro. "Aquella España desdichada,
dispuesta siempre a olvidar el mal gobierno, la pérdida de una flota de
Indias o una derrota en Europa con el jolgorio de un festejo, un Te Deum
o unas buenas hogueras, oficiaba una vez más de fiel a sí misma". Un
poco antes, el narrador Íñigo de Balboa había afirmado sobre los
inquisidores: "Encarnaban demasiado bien los auténticos poderes en
aquella corte de funcionarios venales y curas fanáticos, bajo la mirada
indiferente del cuarto Austria, que veía condenar a sus súbditos a la
hoguera sin mover una ceja".
El relato de la gestación de
Alatriste es conocido y tiene que ver precisamente con la Historia.
Cuando vio el espacio que dedicaban al Siglo de Oro los libros de
bachillerato de su hija Carlota -con la que firma el primer volumen-,
decidió crear un personaje que contase un momento crucial de nuestra
Historia, sin el que no se puede entender nuestro presente. El autor de La tabla de Flandes y El club Dumas
no quería ajustar cuentas con el pasado, simplemente contarlo, y a la
vez recrear un tipo de novela de aventuras que parecía ausente de la
literatura española. Antonio Méndez, librero de los de siempre y
propietario de la librería Méndez, situada en un territorio tan
alatristiano como la calle Mayor de Madrid, recuerda que incluso el
formato del volumen -más grande- y con las ilustraciones entonces de
Carlos Puerta y luego de Joan Mundet, sorprendía a los lectores porque
no era nada habitual.
Nadie sospechaba lo que iba a ocurrir: que
Alatriste iba a vender millones de ejemplares, llevar a su autor al
sillón T de la Real Academia, incluso según algunos expertos influir en
su obra narrativa posterior -varios estudiosos consideran que Un día de cólera y El asedio, sus dos últimos libros, nacen de un impulso que surgió con Alatriste- y que iba a devolver el Siglo de Oro a los institutos.
"Alatriste,
siendo profesor, es un regalo que quiero darles a mis alumnos de 3º de
ESO para ensanchar su imaginación, alimentar su espíritu,
proporcionarles conocimiento histórico y humanístico en un momento tan
caótico como éste, y más a los 15 años", explica Ricardo Soria, de 31
años, profesor de lengua y literatura. "No quiero ahorrarles nada de
eso. A él se acercan primero con fastidio, después con curiosidad, para
acabar con entusiasmo y yendo a por otro libro que les proporcione todo
lo anterior. Pocas veces uno está tan seguro de acertar".
El
profesor Francisco Rico, académico de la lengua y uno de los grandes
expertos en la literatura del Siglo de Oro, escribe en el prólogo de la
edición anotada: "Nunca se agradecerá bastante a Pérez-Reverte haber
hecho entrar a tantos lectores en esa literatura y en esa historia".
"La
reconstrucción del Siglo de Oro es espléndida, pero no sólo por la
labor de documentación, sino por la manera en que un mundo tan
minuciosamente reconstruido se recrea con viveza como parte orgánica de
una historia cautivadora", señala el profesor Grohmann, autor de ensayos
sobre Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Rosa Montero, y que prepara
el volumen Las reglas de juego de Arturo Pérez-Reverte.
La serie Alatriste
está compuesta de novelas, no de ensayos, pero detrás de cada libro
late una voluntad didáctica, desde la recreación del castellano de la
época hasta la elección de los temas. "También quise con Alatriste
narrar España de distintas maneras. En Limpieza de sangre explico la Iglesia; en El oro del rey, la economía, en El sol de Breda, la guerra; en Corsarios de Levante,
el Mediterráneo", señala Pérez-Reverte. Y no sólo de documentación vive
el escritor: el autor utiliza sus propios recuerdos de los años de
guerras y trincheras como reportero para reconstruir las batallas del
siglo XVII: pueden haber cambiado las armas y los escenarios, pero la
violencia y la muerte son las mismas, entonces y ahora.
La otra
cara de la moneda, la reivindicación no teórica sino práctica, del gran
folletín literario también ha prendido en muchos lectores. En una
entrevista que le hizo para El País Semanal en noviembre de 1996,
cuando el primer volumen estaba a punto de salir a la calle, Sol
Alameda le describía como un escritor "hijo tanto de las guerras como de
Alejandro Dumas". "Hay escritores que pierden de vista su condición de
lectores y otros no; yo espero formar parte de este grupo por el resto
de mi vida", dijo entonces a Sol. "Alatriste es un camino de ida y
vuelta", señala Belén Hernández, periodista de 28 años. "Antes había
leído a Dumas, pero si era capaz de disfrutar del contexto histórico de
una Francia desconocida ¿por qué no también de la España en la que no se
ponía el sol? Y luego seguí con el género folletinesco", prosigue. El
poeta Luis Alberto de Cuenca, inmenso lector, literato de mil facetas,
que acaba de publicar un disco con Loquillo titulado Su nombre era el de todas las mujeres,
explica su éxito porque "se inscribe dentro del folletín clásico". "El
folletín es inherente a nuestra condición de lectores, a los seres
humanos nos gustan los folletines, es algo que ha ocurrido en todas las
épocas", señala.
En el éxito de la serie hay una clave que tiene
que ver con algo que supera la Historia recuperada y los relatos de
aventuras. Es algo que ocurre a veces y que permanece en la memoria más
allá de las páginas impresas (o digitalizadas, porque Alatriste
fue pionera en su distribución en la Red): la creación de un gran
personaje. Parece una tautología pero no lo es. Sin ese soldado cansado
de batallas, medio arruinado, que se busca la vida entre las tabernas
del viejo Madrid, ese tipo que lleva demasiado tiempo guerreando, que un
día decidió dejar de matar moriscos, sin ese individuo capaz de
torturar, de vender su acero para venganzas ajenas, pero también fiel a
sus códigos, a sus reglas de vida, leal, incapaz de matar a un enemigo
herido en el camastro de una mugrienta pensión de Lavapiés, un compañero
al que a uno le gustaría tener cubriéndole las espaldas entre el barro
de las trincheras, sin Diego Alatriste y Tenorio la serie no sería lo
que es. "La solidez del personaje es clave en el éxito", explica José
Belmonte, profesor de la Universidad de Murcia y coordinador junto a J.
M. López de Abiada del volumen colectivo Alatriste. La sombra del héroe
(Alfaguara, 2009), que refleja un congreso celebrado en Murcia en 2007.
"De la novela española contemporánea han surgido pocos personajes
realmente grandes y Alatriste es una creación muy sólida. Ni bueno, ni
malo, pero que siempre sigue un código de honor. Te convence y te
identificas con él". "Es un personaje que enlaza con las grandes
creaciones literarias", asegura López de Abiada.
Los diferentes
volúmenes ofrecen muchas frases que describen al personaje. "La
inminencia del peligro le daba siempre una limpia lucidez, una economía
práctica de gestos y palabras". "Desde siempre, ser lúcido y español
aparejó gran amargura y poca esperanza". Pero quizás ésta sea
especialmente significativa: "Fuimos hombres de nuestro siglo: no
escogimos nacer y vivir en aquella España, a menudo miserable y a veces
magnífica, que nos tocó en suerte; pero fue la nuestra. Y ésa es la
infeliz patria -o como diablos la llamen ahora- que, me guste o no,
llevo en la piel, en los ojos cansados y en la memoria". El primer libro
llevaba la siguiente dedicatoria: "Por la vida, los libros y la
memoria". Eso es en el fondo Alatriste: vida, libros y memorias. Y
un viejo capitán cansado de batallas, que tal vez -los misterios de la
literatura son así- nos dé una sorpresa y acabe sobreviviendo a Rocroi.
Guillermo Altares
Suplemento Babelia
El País
22 de octubre de 2011
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