27 octubre 2011

Fábulas para niñas oscuras

Clear hearts, grey flowers (Mark Ryden)
I


Existen duendes que habitan en la rancia penumbra de noches sin luna, particularmente calurosas y húmedas. Le pudren los dientes a las quinceañeras, tejen telarañas en las ingles de las putas, suben de precio los whiskys baratos y rasguñan con afiladas uñas las ventanas de las casas.

Cuando se indigestan de grillos, incrustan cucarachas en el pan dulce, orinan las migajas para envenenar palomas y abren la llave del gas mientras todos duermen.

En ciertas noches insoportables de verano, clavan diminutos alfileres en los pezones de las vírgenes, vomitan ácido en la comida de las mascotas y devoran muñecos de peluche.

Nadie los ha visto. Nadie sabe cómo son.

Dicen que algunos comen carne humana y les encanta. Especialmente la de jovencitas ardientes e ingenuas que se meten a hoteles decrépitos con el hombre que conocieron, horas antes, en el bar de siempre.

Así que no te asombres si me quito los ojos y los pongo en tus pechos para verlos mejor.


II

Sobre esta ciudad no vuelan vampiros, nadie que succione la sangre que recién se derrama por tus muslos. Tampoco hay hombres lobo que muerdan las faldas de las colegialas o pasen la lengua caliente por las delicadas mejillas. No pequeña: es mentira todo lo que te han contado. No hay ningún loco maniático escondido en lo más oscuro del parque, esperando saciarse en tu inocencia. No tienes que rechazar los dulces -envenenados, dijo Mamá- que te ofrecen los extraños...

Puedes ir al cine sola: nadie te meterá mano durante la escena más fuerte en la función prohibida. Puedes también besar a tu novio: no se atreverá a hurgar en tus humedades estrenadas.

Acércate. No temas porque mi coche se quedó sin gasolina en medio de este paraje oscuro y desolado. ¿Acaso no te enseñé que las mujeres olvidan sus temores con una caricia en la rodilla y una mordida en los labios?

Ven, será como siempre: mis colmillos rasgarán tus medias y mañana te compraré otras de diferente color.


III

Hubo una niña que desobedeció a sus padres. Pintó sus labios más rojos que la sangre, calzó unos zapatos de tacón más altos y negros que la noche. Salió a la calle y caminó sin rumbo. Terminó perdida en el humo ámbar de los bares, entre copas que vaciaba sin brindar con nadie.

Aburrida emprendió el regreso por callejones oscuros, ocultando sus lágrimas azules. No llevaba mucha prisa: en cada esquina se detenía unos minutos para arreglar sus medias.

Un coche se acercó lentamente y al ver a la Indefensa abrió una puerta con amailidad, Así terminó la triste suerte de la niña que desobedeció a sus padres.

Amaneció convertida en princesa entre las sábanas blancas de un lujoso hotel, con una pequeña fortuna sobre la mesita de noche y un atento recado:

"Ojalá nos volvamos a ver".



Bernardo Esquinca
La Jornada Semanal (1996).






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