Mi querida amiga Ana de Lorien ha hablado sobre los próximos estrenos que le apetece ver y yo agrego uno que bien valdrá la pena: Alatriste, cuyo estreno mundial es el 1 de septiembre. Sinceramente estoy emocionada con lo poco que se ha podido ver en el trailer y en algunas escenas que proyecta a modo de cápsulas el canal de televisión TeleCinco que ha participado en una parte de la producción (también intervino en una película sobre los Borgia que en próximas fechas se estrena). El domingo pasado, en la revista XL Semanal del diario Las Provincias (cuya portada encabeza esta entrada), se publicó la sección que siempre escribe Arturo Pérez-Reverte y una entrevista dual realizada a Viggo Mortensen que dá vida en la pantalla grande al Capitán Alatriste y al autor de este, Pérez-Reverte. He decidido publicar algunos fragmentos de la misma que considero algo así como los highlights, jejeje. Por cierto, al leer algunas de las declaraciones de Pérez-Reverte, entiendo las pocas simpatías que goza :P Tal vez tiene razón en la visión que tiene de la historia de España y quienes la escribieron, pero, no sé, parece que sufre de un rencor muy particular. Sin embargo, esto no afecta a su trabajo (menos mal) y es posible seguir disfrutando de su genial pluma y preveer que dentro de poco declarará tajantemente como lo hizo en su día Gustav Flaubert que él era Madame Bovary, Pérez-Reverte dirá: ¡Alatriste soy yo!.
"Bueno, pues ya he visto la película. Después de los créditos y todo eso, se encendieron las luces de la pequeña sala de proyección y me quedé colgado en las últimas imágenes: el viejo y maltrecho tercio de fiel infantería española –qué remedio, no había otro sitio a donde ir–, dejado de la mano de su patria, de su rey y de su Dios, esperando la última carga de la caballería francesa, en Rocroi, el 19 de mayo de 1643. Y el ruego del veterano arcabucero aragonés Sebastián Copons al joven Íñigo Balboa: «Cuenta lo que fuimos». Veinte años de nuestra historia a través de la vida de Diego Alatriste, soldado y espadachín a sueldo. Veinte años de reyes infames, de ministros corruptos y de curas fanáticos subidos a la chepa, de gentuza ruin y hogueras inquisitoriales, de crueldad y de sangre, de España, en suma; pero también veinte años de coraje desesperado, de retorcida dignidad personal –singular ética de asesinos– en un mundo que se desmorona alrededor, reflejado en la mirada triste y las palabras lúcidas del poeta Francisco de Quevedo, interpretado por el actor Juan Echánove con una perfección enternecedora, memorable.
No puedo aportar un juicio objetivo sobre Alatriste. Aunque durante su larga gestación y rodaje procuré mantenerme al margen cuanto pude, estoy demasiado cerca de todo como para verla con frialdad. Es cierto que unas cosas me gustan más y otras me gustan menos; y que durante diez minutos críticos –al menos para mí, autor al fin y al cabo– del primer tercio de la película me removí inquieto en el asiento. Pero eso aparte, debo decir que los soplacirios y cagatintas de mala fe que preveían un canto imperial de españolazos heroicos y rancio folklore de capa y espada, se van a tragar la bilis por azumbres. Nada más respetuoso con los textos originales. Nada más descarnado, fascinante y terrible que el espejo que, a través de la magistral interpretación de Viggo Mortensen –se come la pantalla, ese hijo de puta– se nos pone ante los ojos durante las dos horas y cuarto que dura la película. Un retrato fiel, punto por punto, como digo, al espíritu del personaje que lo inspira: descarnado, sin paños calientes, lleno de peripecias y estocadas, por supuesto; pero también de amargura y lucidez extremas. Contado en un caudal de imágenes de tanta belleza que a veces parece una sucesión de pinturas. Cuadros animados de Velázquez o de Ribera.
Y ese final, pardiez. No se lo voy a contar a ustedes, porque me odiarían el resto de sus vidas. Pero aparte el comienzo espectacular, el desarrollo impecable y la extraordinaria actuación de los intérpretes –y cómo están todos, oigan: Unax, Elena, Ariadna, Eduard, Cámara, Blanca, Pilar, Noriega…– el final, o mejor dicho, toda la hora final, deja al espectador definitivamente sin aliento, atrapado por la pantalla, mientras se desmenuza y fija en su retina y su memoria el postrer tramo de la vida del héroe y sus últimos camaradas, desde las trincheras de Breda hasta la llanura de Rocroi. Todo se ve y suena como un escopetazo en la cara; como una sacudida que te deja turbado, suspenso el ánimo, clavado al asiento, consciente de que ante tus ojos, acaba de desarrollarse, de modo implacable, la eterna tragedia de tu estirpe. La imagen serena del capitán Alatriste escuchando acercarse el rumor de la caballería enemiga, el trágico recorrido de la cámara que sigue a Iñigo Balboa –«soldados antiguos delante, soldados nuevos atrás»– cuando retrocede en las filas para hacerse cargo de la vieja y rota bandera, su expresión sombría y lúcida –sombría de puro lúcida–, y todo esa culminación perfecta al espléndido recorrido que por las cinco novelas alatristescas ha hecho Agustín Díaz-Yanes, constituyen el retrato fiel, trágico, conmovedor, de la España de antaño y de siempre. Una España infeliz, feroz, a trechos heroica, a menudo miserable, donde es fácil reconocerse. Y reconocernos.
Quizá por eso, cuando al acabar la proyección privada se encendieron las luces, y con un nudo en la garganta miré alrededor, vi que algunos de los actores de la película que estaban en los asientos contiguos –no digo nombres, que lo confiese cada cual si quiere– seguían inmóviles en sus asientos, llorando a moco tendido. Llorando como niños por sus personajes, por la historia. Por el final hermoso, sobrecogedor. Y también porque nadie había hecho nunca, hasta ahora, una película así en esta desgraciada y maldita España. Como diría el mismo capitán Alatriste, pese a Dios, y pese a quien pese".
Arturo Pérez-Reverte
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El uno, Arturo Pérez-Reverte [Cartagena, 1951], por iniciar un buen día de 1996 con «no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes. Cuando lo conocí malvivía en Madrid, alquilándose por cuatro maravedís en trabajos de poco lustre» la saga épica y novelesca de un soldado que malvivió en España durante el siglo XVII; el otro, Viggo Mortensen [Manhattan, Nueva York, EE.UU., 1958], por lograr que, a partir del 4 de septiembre [fecha del estreno del filme], tengamos su rostro presente al imaginar al capitán Alatriste.
A.P.R. Pero más que la dureza y complicación propios del rodaje, que fue más o menos como en todas las películas, y al fin y al cabo ellos son profesionales, me gustaría mucho destacar la manera como Viggo encarnó el personaje. Porque ten en cuenta una cosa: él no es español. Eso sí, domina nuestro idioma, cosa que le ha facilitado el acceso, y es un actor culto, que no todos los son. Es un actor que lee. Pero él llegó aquí, al fin y al cabo, como un extranjero. Lo que hubo fue un proceso de asimilación del personaje español impresionante. Eso fue lo que más me impresionó. Mi lección de todo esto ha sido ver cómo Viggo se convertía paulatinamente en Alatriste. Y no delante de la cámara, sino vitalmente durante todo el tiempo que estuvo trabajando en la película. Cómo fue asumiendo la españolidad. La tragedia oscura, dolorosa y terrible de ser español. Ese destino del soldado español que no tiene más que a sus amigos y su espada para salir adelante. Es tremendo cómo compuso el personaje. Desde el primer momento en que empiezas a ver la película, te das cuenta de que Viggo no está interpretando a un español, es que es español. Viggo fue español durante todo el tiempo que duró el rodaje. [Dirigiéndose a Viggo] ¿O no?
V.M. [Sonríe] Creo que sí. Aunque la verdad es que tuve un buen mapa, una buena carta, en los libros que has escrito. Además, el guión que escribió Tano [Agustín Díaz Yanes] también me ayudó en gran medida a componer mi personaje. Yo leí primero el guión, no había leído tus novelas, y en seguida me leí tus libros de un tirón. Acepté la propuesta de Tano y lo siguiente que hice fue acercarme hasta una librería en la Gran Vía madrileña, y comprarme todos los Alatristes, que devoré en un par de días. Lo que no es Alatriste es mediocre. Lo que ocurre cuando pasa eso, cuando se domina a la gente, es que el pueblo viene siendo más y más mediocre. Él cumple como soldado desde los 13 años y hasta su muerte es alguien leal a la corona, a la bandera y, sobre todo, a sus compañeros.
A.P.R. Sobre todo a sus compañeros.
V.M. Sobre todo. Aunque tiene problemas con la autoridad, siempre está con su gente.
A.P.R. La camaradería. Ese sentimiento es el que han sabido crear todos los actores que rodean a Viggo en la película. Eduard Fernández, Unax Ugalde, Francesc Garrido, Antonio Dechent..., son compañeros que a veces se matan entre ellos, porque no hay más remedio, pero por encima de todo son compañeros. Pensad que la palabra ‘matar’ era fundamental. Se mataba más fácilmente que ahora. Matar no era un acto tan trascendente como lo es ahora. Matar era algo cotidiano. Me gustaría remarcar también que, para Viggo, a la hora de componer su personaje, ha sido muy, pero que muy importante, la palabra ‘torero’.
XL. ¿Y eso?
A.P.R. Me gustaría que te lo explicara él. Hablando los tres en una ocasión sobre Alatriste, Tano, él y yo, le dijimos que el torero es el único que todavía conserva en el mundo actual español las maneras, las actitudes, el respeto por el enemigo, por la vida y por la muerte. En la manera de colocarse ante el toro, hay mucho de los soldados españoles del siglo XVII. Como, además, el padre de Tano fue torero y él mismo anda muy metido en ambientes taurinos, yo le comenté a Viggo que aprovechase eso para su Alatriste.
V.M. Así es. Le pedí a Tano que me llevase a la plaza y me permitiese ver eso de cerca. Es una cuestión de aprender las maneras, la actitud. Lo que vi en los toreros me ayudó mucho para componer mi personaje. Conocí a varios de ellos y estuvimos hablando de su profesión, aunque supongo que son como Alatriste y no les gustaría que los nombrase aquí. Nos ayudaron y, viendo su manera de ser, sus cicatrices, tanto físicas como psicológicas, caí en la cuenta de que más allá de esa chulería que muchos adoptan en sus maneras, lo que hay es miedo. Todos tienen miedo del toro. Eso me pareció muy interesante. Verles en la plaza me ayudó a comprender a los mosqueteros del XVII. Hay una imperfección en la plaza de toros, algo muy feo, muy bárbaro, algo asqueroso, pero también hay valentía y belleza, un resplandor que surge entre la sangre y la fealdad de la muerte al toro. Es un momento inolvidable y precioso, que no se puede negar. Creo yo. Y eso lo vi algunas veces. Hay momentos en la película entre Alatriste y sus compañeros en los que brilla una esperanza. Los personajes de la película vienen de todas partes de la península. Hay portugueses, navarros, malagueños..., gente de todos los puntos que trabajan juntos. Y no lo hacen siempre bien, pero es la manera en que deciden trabajar. Eso era interesante. Teníamos que mostrarlo.
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A.P.R. Recuerdo ahora que cuando vino Bob Anderson, el maestro de esgrima contratado para la película, lo primero que le preguntó a Tano fue: «Pero, bueno, ¿aquí se mata o no se mata?». A lo que Tano le contestó: «No, aquí, en ésta, se mata de verdad». Y Anderson gritó: «Por fin una película en la que se mate. Estoy más que harto de enseñar a dar saltitos de ballet». Y se mata. De hecho, hay una escena en la que Viggo mata a un hombre en la que yo le dije: «Eres un asesino. Eres un hijo de puta».
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XL. Les voy a pedir que me cuenten un momento del rodaje que les haya llegado al alma.
V.M. Bueno, yo me quedo con la última noche de rodaje. Fue muy bonito. Algo entrañable. Sorprendimos a Tano con una banda de músicos de una plaza de toros. Nos escondimos todos y le dimos una sorpresa. Aparecimos con todas las banderas. Le cogimos y lo llevamos a hombros. Lo pasamos bien. Fuimos al final como una familia que se quería.
A.P.R. La película es una película que cuenta lo que fue España, sin contemplaciones, para lo bueno y para lo malo. Algún cretino puede pensar que se narra una historia en plan Tercios, España, Imperio, pero estará muy equivocado. Es una película turbia, sucia, durísima sobre nosotros mismos. En ese sentido, vi rodar una escena que me sorprendió muchísimo. Es cuando en la batalla de Rocroi los franceses ofrecen a los españoles del Tercio Viejo de Cartagena la rendición honrosa. Viggo se adelanta con los compañeros y, resignado, dice: «Agradecemos mucho el ofrecimiento pero éste es un tercio español». Pues ahí me di cuenta de que este hijoputa [refiriéndose a Viggo] es español. Es que en este momento Viggo Mortensen es español.
V.M. [Ríe].
A.P.R. ¿Es verdad o es mentira, Viggo?
V.M. Espero que sí [riéndose].
XL. ¿Y qué es ser español, Viggo?
V.M. Saber perder.
A.P.R. [Sonriendo] Lo que demuestra que sí es español. Sólo un español lúcido puede decir eso.
David Benedicte, XL Semanal, 19 agosto 2006
4 comentarios:
Suena muy bien, chequémosla!
Ganas tengo de verla!!!! Y respecto a Piratas...a mi si mem gustó. reconozco que no es como la primera, pero, hija, ver a esos dos hombres juntos :).......
Besitos wapa
weeee...jajajaja...iba a copiar el artículo de Reverte sobre la peli al volver de elche! jajaajajaj ya no lo hago ;) Desde luego es peli super esperada, y si, yo tambien me quedé emocionada con el trailer...ya queda menooos!
Gracias por sus comentarios, creo que muchos esperamos con ansia el estreno, jejeje ;-)
Por cierto, Pollux, el tag-box sólo admite comentarios cuando te registras (todos lo han hecho). Es una pérdida de tiempo, lo sé, pero también es necesario :P
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