Hace muchos, muchos años, cuando entendí que romántico no es sinónimo de cursi, aprecié profundamente la novela Cumbres Borrascosas. Y si hay un personaje que haya logrado llegar al fondo de mi corazón, es Heathcliff. Sobre todo después de la adaptación fílmica de 1992 donde un estupendo y guapísimo Ralph Fiennes lo interpretó.
Podemos llegar a odiar o despreciar a esa Cathy caprichosa y voluble,
egoísta e inmadura pero no podemos negar que es la fuerza de la pasión
encarnada. El vendaval que a su paso arrasa con todo. Heathcliff es el
alma rebelde que necesita un contrapeso que lo centre. Son dos fuerzas
que no se pueden vencer pero que se complementan. Dos fuerzas que
sobreviven al tiempo y a la misma muerte.
Almas torturadas que exigen ser libres de todo dolor y pena y sin embargo son lo que las mantiene vivas, poderosas, con ese fuego que por más pequeñas que sean sus ascuas, resurge y se aviva.
Una lectura que se presta para cualquier momento, pero es en estas fechas (octubre) cuando más se aprecia porque nos muestra que la muerte no es precisamente el fin. Porque las almas inquietas, apasionadas o muchas veces maldecidas, siguen buscando la forma de permanecer entre los vivos.
Almas torturadas que exigen ser libres de todo dolor y pena y sin embargo son lo que las mantiene vivas, poderosas, con ese fuego que por más pequeñas que sean sus ascuas, resurge y se aviva.
Una lectura que se presta para cualquier momento, pero es en estas fechas (octubre) cuando más se aprecia porque nos muestra que la muerte no es precisamente el fin. Porque las almas inquietas, apasionadas o muchas veces maldecidas, siguen buscando la forma de permanecer entre los vivos.
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