A mí cada vez me cuesta más tratar de mantener mi blog actualizado. Es más, no pude 'autofestejarme' por el décimo aniversario que fue el pasado 1 de julio :P Estoy pensando si lo dejo estar o si festejo por todo lo alto aunque sea a destiempo, jejeje.
Cuesta encontrar el 'balance' perfecto entre las redes sociales y los blogs. Entre la vida misma con tanto por vivir, leer, disfrutar en cine y tv con esas magníficas series, y en mi caso, tratar de aterrizar todo lo que tengo en la cabeza y que ocasionalmente me deja por breves momentos en paz. Muchas veces tengo que buscar un papelito donde escribir la frase, el momento o la situación que se me van ocurriendo según si estoy en un trayecto de transporte público, tendiendo la ropa, de camino a hacer la compra o a recoger a mi hijo ahora en su curso de verano de robótica, limpiando los platos, o en cualquier otra actividad que me permita concentrarme un poco. Por cierto, estoy publicando mis cuentos, gracias a que logro pasar la elección de los textos, en la revista digital Penumbria (pinchar aquí) :)
Y ahora, para compensar un poco el cierto abandono donde permanece mi blog, he decidido compartir el texto que Mr. Neil Gaiman dedicó a Cthulhu. La traducción es obra de F. A. REAL H., director de la página Fantasía Austral
YO, CTHULHU
Neil Gaiman
O, ¿qué es lo que hace una cosa con
rostro tentacular como yo en una ciudad sumergida como esta (Latitud 47°
9’ S, Longitud 126° 23’ W)?
Me dicen Cthulhu. El Gran Cthulhu.
Nadie puede pronunciarlo correctamente.
¿Estás escribiendo esto? ¿Cada palabra? Bien. ¿Por dónde comenzar? Mm…
Que así sea, entonces. El comienzo. Escribe esto, Whateley.
Fui engendrado hace eones incontables en las oscuras nieblas de Khhaa’yngnaiih (no, por supuesto que no sé cómo se escribe.
Escríbelo como suena), por innombrables
padres de pesadilla bajo una luna gibosa. No era la luna de este
planeta, por supuesto: era una luna de verdad. Algunas noches llenaba
más de la mitad del cielo y, mientras se elevaba, podías ver el rojo
carmesí gotear y chorrear su rostro hinchado, manchándolo de rojo hasta
que, al alcanzar su cenit, bañaba los pantanos y torres con su
sangrientamente muerta luz roja.
¡Qué días aquellos!
O noches, en realidad, teniendo todo en
cuenta. Nuestro lugar tenía algo como un sol, pero era viejo incluso en
aquella época; recuerdo que la noche en que finalmente explotó todos
serpenteamos a la playa a mirarlo. Pero me estoy adelantando.
Nunca conocí a mis padres.
Mi padre fue consumido por mi madre tan
pronto como él la hubo fertilizado y ella, por su parte, fue devorada
por mí al nacer. Da la casualidad que ese es mi primer recuerdo:
retorciéndome para salir de mi madre, el sabor de su carne todavía en
mis tentáculos.
No te muestres tan estupefacto, Whateley; yo los encuentro a ustedes los humanos igual de repulsivos.
Lo que me recuerda, ¿se acordaron de alimentar al shoggoth? Me parece haberlo escuchado farfullando.
Pasé mis primeros miles de años en esos
pantanos. Esto no me agradó, por supuesto, pues yo era del color de una
trucha joven y medía algo así como cuatro de tus pies.[1] Pasé
la mayor parte de mi tiempo atrapando cosas desprevenidas y
devorándolas y, a su vez, evitando que me atraparan desprevenido y me
devoraran.
Así pasó mi juventud.
Y entonces un día —creo que fue un
martes— descubrí que había más en la vida que sólo comida. (¿Sexo? Por
supuesto que no. No alcanzaré esa etapa hasta después de mi próxima
estivación; para entonces, tu pequeño e insignificante planeta estará
hace mucho tiempo congelado). Fue ese martes que mi tío Hastur se
deslizó a mi parte del pantano con sus mandíbulas fusionadas.
Significaba que no pretendía cenar esa visita, y que podíamos hablar.
Bueno, esa es una pregunta estúpida
incluso para ti, Whateley: no uso ninguna de mis bocas para comunicarme
contigo, ¿o sí? Muy bien. Una pregunta más como esa y encontraré alguien
más relatar mis memorias. Y tú estarás alimentando al shoggoth.
—Vamos a salir —me dijo Hastur—. ¿Te gustaría acompañarnos?
—¿Nosotros? —le pregunté—. ¿Quiénes son «nosotros»?
—Yo —dijo—, Azathoth, Yog-Sothoth,
Nyarlathotep, Tsathogghua, Ia! Shub Niggurath, el joven Yuggoth y
algunos otros. Tú sabes —dijo—: los chicos. (Entiendes que estoy
traduciendo libremente para ti aquí, Whateley: la mayoría de ellos eran
a-, bi- o trisexuales, y Ia! Shub Niggurath tiene al menos mil hijos, o
eso dice. Esa rama de la familia siempre ha sido dada a la exageración).
»Vamos a salir —concluyó—, y nos preguntábamos si te apetecía algo de diversión.
No le respondí de inmediato. A decir
verdad, no les tenía mucho cariño a mis primos y, debido a alguna
particular distorsión fantasmagórica de los planos siempre he tenido
problemas para verlos claramente. Tienden a volverse borrosos en los
bordes y algunos de ellos —Sabaoth es un buen ejemplo— tienen
muchísimos.
Pero era joven y ansiaba algo excitante.
«¡Tiene que haber más en la vida que esto!», gritaba mientras los
deliciosamente fétidos olores a carne putrefacta del pantano
polucionaban a mi alrededor y, sobre mi cabeza, los ngau-ngau y
zitadores ululaban y daban alaridos. Dije que sí, como probablemente
habrás adivinado, y rezumé tras de Hastur hasta que llegamos al punto de
encuentro.
Según recuerdo pasamos la siguiente luna
discutiendo donde iríamos. Azathoth tenía sus corazones puestos en la
distante Shaggai y Nyarlathotep tenía algo por el Lugar Innombrable (no
puedo, aunque mi vida estuviese en juego, entender el por qué; la última
vez que estuve allí todo estaba cerrado). Para mí era todo lo mismo,
Whateley: cualquier lugar húmedo y de alguna manera sutilmente errado y
me sentiría en casa. Pero Yog-Sothoth tuvo la última palabra, como
siempre, y vinimos a este plano.
¿Tú conoces a Yog-Sothoth, cierto, mi pequeña bestiecilla de dos patas?
Me lo imaginaba.
Él abrió el camino para nosotros para venir aquí.
Para ser sincero, este lugar no me
pareció gran cosa. Todavía no me lo parece. Si hubiese sabido los
problemas que íbamos a tener dudo que me hubiese importado, pero era
joven entonces.
Según recuerdo, nuestra primera parada
fue la sombría Carcosa; ese lugar hizo que me cagara de miedo. Estos
días puedo mirar a tu especie sin estremecerme, pero toda esa gente, sin
una escama o pseudópodo entre ellos, me hicieron tiritar.
El Rey en Amarillo fue el primero con el que me llevé bien.
El rey andrajoso. ¿No lo conoces? El
Necronomicon en la página setecientos cuatro (de la edición completa) da
pistas acerca de su existencia, y creo que el idiota de Prinn lo
menciona en el De Vermis Mysteriis. Y está Chambers, por supuesto.
Un tipo agradable, una vez te acostumbras a él.
El fue el primero que me dio la idea.
—¿Qué innombrables diablos se puede hacer en esta deprimente dimensión? —le pregunté.
Se rió.
—Cuando vine por primera vez aquí
—dijo—, un mero color venido del espacio, me hice la misma pregunta.
Entonces descubrí la diversión que uno puede obtener de conquistar estos
raros mundos, sometiendo a sus habitantes haciendo que te teman y te
adoren; es realmente divertido.
»Por supuesto que a los Antiguos no les gusta.
—¿Los antiguos? —pregunté.
—No —dijo—: los Antiguos; es con
mayúscula. Compadres chistosos, como grandes barriles con cabezas de
estrella de mar, con grandes y diáfanas alas con las que vuelan a través
del espacio.
¿Volar a través del espacio? ¿Volar?
Estaba estupefacto. No pensaba que alguien volaba hoy en día. ¿Por qué
tomarse la molestia si uno gasteropodear, no? Podía imaginar porqué les
llamaban antiguos. ¡Perdón! «Antiguos».
—¿Qué hacen estos Antiguos? —le pregunté al Rey.
(Te hablaré de «gasteropodear» después,
Whateley, aunque no tiene sentido: te faltan wnaisngh’ang. Aunque quizás
un equipo de bádminton podría funcionar casi igual de bien. ¿En qué
estaba? ¡Ah! Sí).
—¿Qué hacen estos Antiguos? —le pregunté al Rey.
—Poca cosa —me explicó—: tan solo no les gusta que nadie más lo haga.
Ondulé, retorciendo mis tentáculos como
diciendo: «He conocido criaturas así en mi época», pero temo que el
mensaje fue incomprensible para el Rey.
—¿Sabes de algunos lugares a punto para ser conquistados? —le pregunté.
Hizo un gesto con una mano vagamente dirigido a un pequeña y sombría área de estrellas.
—Hay uno por allá que te podría gustar —me dijo—. Se llama Tierra; un poco apartado pero con harto espacio para moverse.
Mocoso idiota.
Eso será todo por ahora, Whateley.
Dile a alguien que alimente al shoggoth cuando salgas.
II
¿Ya es la hora, Whateley?
No seas idiota. Sé que te mandé a buscar. Mi memoria está tan bien como siempre.
Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fthagn.
¿Sabes lo que significa, cierto?
En su hogar en R’lyeh el muerto Cthulhu espera soñando.
Una exageración justificada, esa: no me he sentido del todo bien últimamente.
Era una broma, unicéfalo, una broma. ¿Estás escribiendo todo esto? Bien. Sigue escribiendo. Sé hasta dónde llegamos ayer.
R’lyeh.
La Tierra.
Ese es un ejemplo de cómo los lenguajes
cambian el significado de las palabras. Borrosidad. No lo soporto. Erase
en una época que R’lyeh era la Tierra, o al menos la parte que yo
gobernaba, los pedazos húmedos del inicio. Ahora es tan sólo mi pequeña
casa aquí, latitud 47° 9’ sur, longitud 126° 43’ oeste.
O los Antiguos. Nos llaman a nosotros los Antiguos ahora. O los Grandes Antiguos, como si no hubiese diferencia entre nosotros y los chicos barriles.
O los Antiguos. Nos llaman a nosotros los Antiguos ahora. O los Grandes Antiguos, como si no hubiese diferencia entre nosotros y los chicos barriles.
Borrosidad.
Así que vine a la Tierra, y en esos días
era bastante más húmeda de lo que es hoy en día. Un lugar maravilloso
era, los mares tan ricos como si fuesen sopa y me llevé fantástico con
la gente. Dagon y los chicos (esta vez uso la palabra literalmente),
todos vivíamos en el agua en esos tiempos remotos, y antes de que
pudieras decir «Cthulhu fthagn» los tenía construyendo y esclavizando y
cocinando. Y siendo cocinados, por supuesto.
Lo que me recuerda que había algo que quería contarte. Una historia verdadera.
Había un barco navegando por los mares.
En un crucero por el Pacífico. Y en este barco había un prestidigitador,
un conjurador, cuya función era entretener a los pasajeros. Y había un
loro en el barco.
Cada vez que el prestidigitador hacía un
truco el loro lo arruinaba. ¿Qué cómo lo hacía? Les decía cómo se
hacía, ni más ni menos. «La escondió en la manga», el loro graznaba. O,
«tiene el mazo arreglado», o, «tiene un fondo falso».
Al prestidigitador no le gustaba para nada.
Finalmente vino el momento de que hiciera su truco más grande.
Lo anunció.
Se levantó las mangas.
Movió los brazos.
En ese momento el barco se sacudió y se rompió por un lado.
La sumergida R’lyeh se había levantado
bajo ellos. Hordas de mis sirvientes, asquerosos hombres-pez, pulularon
sobre los costados, atraparon a los pasajeros y la tripulación y los
arrastraron bajo las olas.
R’lyeh se hundió nuevamente bajo las aguas, esperando al tiempo en que el temido Cthulhu se levantará y reinará una vez más.
Sólo sobre las fétidas aguas, el
prestidigitador —ignorado por mis pequeños idiotas batracios, por lo que
pagaron caro— flotaba, aferrándose a un mástil, solitario. Y entonces,
lejos por sobre él notó a una pequeña silueta verde. Comenzó a
descender, finalmente posándose en un bulto cercano de madera a la
deriva, y vio que era el loro.
El loro ladeó la cabeza a un lado y echó una mirada al prestidigitador.
—Está bien —le dijo—: me rindo. ¿Cómo lo hiciste?
Por supuesto que es una historia verídica, Whateley.
¿Acaso el negro Cthulhu, quién salió
babeando de las estrellas oscuras cuando tus pesadillas más
fantasmagóricas todavía se amamantaban de las glándulas pseudomamarias
de sus madres, quien espera al tiempo en que las estrellas se alineen
para emerger de su tumba-palacio, revivir a los fieles y reanudar su
reinado, quien espera para enseñar nuevamente los elevados y exquisitos
placeres de la muerte y la festividad, te mentiría?
Por supuesto que lo haría.
Cállate, Whateley, estoy hablando. No me interesa donde lo escuchaste antes.
Nos divertíamos en aquella época:
matanza y destrucción, sacrificio y condena, icor y baba y zumo, y
fétidos e innombrables juegos. Comida y diversión. Fue una sola y larga
fiesta, y a todos les encantó… excepto a quienes se descubrieron a sí
mismos empalados en estacas de madera entre un trozo de queso y piña.
¡Oh! Había gigantes en la tierra en aquella época.
No podía durar para siempre.
Desde los cielos descendieron, con sus
alas diáfanas y reglas y regulaciones y rutinas y Dho-Hna sabe cuántos
formularios para ser llenados en quintuplicado. Pequeños y banales
burócratas de mierda, todos ellos. Lo podías notar con tan sólo
mirarlos: cabezas de cinco puntas; cada uno de ellos tenías cinco
puntas, brazos, lo que sea, en sus cabezas (los que, podría agregar,
estaban siempre en el mismo lugar).
Ninguno de ellos tenía la
imaginación para hacer crecer tres brazos o seis, o ciento dos. Cinco,
siempre cinco.
Sin ofender.
No nos llevamos bien.
Llamaron a los muros (metafóricamente).
No les prestamos atención. Entonces se pusieron infames. Discutieron. Se
quejaron. Pelearon.
Está bien, dijimos: quieren el mar, pues tengan el mar. El barril completo.[2]
Nos movimos a la tierra —era un lindo pantano entonces— y construimos
colosales estructuras monolíticas que hacían ver pequeñas a las
montañas.
¿Sabes lo que mató a los dinosaurios, Whateley? Nosotros. En un solo asado.
Pero aquellos aguafiestas de cabeza
puntiaguda no podían dejarnos solos. Intentaron mover al planeta más
cerca del sol; ¿o era más lejos? Nunca les pregunté. Antes de que me
diera cuenta, estábamos de nuevo bajo el mar.
Tenías que reírte.
La ciudad de los Antiguos se jodió hasta
el cuello. Odiaban la sequedad y el frío, igual que sus criaturas y, de
pronto, estaban en la Antártica, secos como un hueso y congelados como
las tres veces malditas llanuras de Leng.
Aquí ha de concluir la lección de hoy, Whateley.
¡¿Y podrías por favor hacer que alguien alimente a ese condenado shoggoth?!
III
(Tanto los profesores Armitage como
Wilmarth están convencidos que en este punto no menos de tres páginas
del manuscrito están perdidas, citando el texto y largo. Concuerdo con
ellos).
Las estrellas cambiaron, Whateley.
Imagina tu cuerpo separado de tu cabeza,
dejándote convertido en un bulto de carne sobre una fría losa de
mármol, parpadeando y asfixiándote. Así fue como se sintió. La fiesta se
había acabado.
Nos mató.
Así que esperamos aquí abajo.
Terrible, ¿no?
Para nada. No me importa un innombrable temor. Puedo esperar.
Me siento aquí, muerto y soñando, mirando los imperios de hormiga de los hombres levantarse y caer, destacarse y desmoronarse.
Un día —quizás mañana, quizás en más
mañanas de lo que tu débil mente puede abarcar— las estrellas estarán
correctamente unidas en los cielos, y el tiempo de la destrucción se
cernirá sobre nosotros; me alzaré de las profundidades y poseeré el
dominio del mundo una vez más.
Desorden y deleite, alimentos de sangre y
fetidez, crepúsculo eterno y pesadilla y los gritos de los muertos y
los no-muertos y el cántico de los fieles.
¿Y después?
Abandonaré este plano cuando este mundo
sea una ceniza congelada orbitando un sol sin luz. Retornaré a mi propio
lugar, donde la sangre gotea cada noche a través del rostro de una luna
que sobresale como el ojo de un marinero ahogado, y estivaré.
Entonces me aparearé y al final sentiré
una agitación dentro de mí, y sentiré como mi pequeño se alimenta
creando su salida hacia la luz.
Mm.
¿Estás escribiendo esto, Whateley?
Bien.
Bueno, eso es todo. El fin. Narrativa concluida.
¿Adivina que vamos a hacer ahora? Exactamente.
Vamos a alimentar al shoggoth.
[1] Si consideramos a Whateley como «humano», esa medida se traduce en 1.2 metros de alto [N. del T.]
[2]
En inglés, el relato contiene un juego de palabras con el aforismo
“lock, stock and barrel”, literalmente «candado, existencias y
barriles», en referencia a la forma de barril de los Antiguos. [N. del
T.]
***