A veces,
el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de
dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces
la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a
cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como
antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la
Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que
venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en
definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único
que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con
fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir
atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni
dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena
blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo.
Imagínate una tormenta como ésta.
Me
imagino una tormenta como ésa. Un blanco remolino que apunta al cielo,
irguiéndose vertical como una gruesa maroma. Mantengo los ojos y las
orejas fuertemente tapados con ambas manos. Para que la fina arena no se
me meta en el cuerpo. La tormenta se acerca deprisa. Desde lejos puedo
sentir la fuerza del viento en la piel. Va a engullirme de un momento a
otro.
El chico llamado Cuervo posa con suavidad una mano sobre mi hombro. La tormenta de arena se desvanece. Pero yo continúo aún con los ojos cerrados.
-Tú, ahora, tendrás que ser el chico de quince años más fuerte del mundo. Sólo así lograrás sobrevivir. Y, para ello, deberás comprender por ti mismo lo que significa ser fuerte de verdad. ¿Entiendes?
Me limito a permanecer callado. Me gustaría hundirme poco a poco en el sueño sintiendo su mano sobre mi hombro. Un tenue aleteo llega a mis oídos.
-Tú, ahora, pronto te convertirás en el chico de quince años más fuerte del mundo -me repite al oído en voz baja el joven llamado Cuervo mientras me dispongo a dormir. Como si tatuara con tinta azul oscuro estas palabras en mi corazón.
Y tú en
verdad la atravesarás, claro está. La violenta tormenta de arena. La
tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y
simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil
cuchillas se tratase. Muchas personas han derramado allí su sangre y tú,
asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre caliente y roja. Y esa sangre
se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la sangre de los demás. Y
cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has
logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la
tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que
la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que
penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.
Kafka en la orilla
Haruki Murakami
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