13:32 (aproximadamente) Me encanta que Katherine haya escogido a la firma de Alexander McQueen para su vestido de novia :) Y me ha conmovido, qué demonios... Tanto que luchó McQueen, tanto que fue contracorriente, siendo hijo de un sencillo taxista. Tan bueno que fue y será y su irreparable pérdida al no superar la muerte de su madre...
Esta fue la actualización de mi status en Facebook. No hace falta decir que me refería a la boda real del Príncipe William y su prometida Kate o partir de ahora, Catherine. Me gustó la línea del vestido y el velo sencillo y corto. Aunque ya hay opiniones que "destrozan" literalmente la decisión de una joven que si bien no es de lo más clásico que se ha visto, tampoco luce un estilo estridente. Además, cumplió con la norma de lucir una larga cola, pero no excesiva. Seguramente por pura comodidad.
Y da un poquito de vergüenza ajena que haya diseñadores y especilistas españoles que minimizan la elección o que se han tragado la trola de que el estilo Alexander McQueen sólo es lo estrambótico y lo extravagante. He leido sus opiniones en El Mundo y sin embargo, en El País, han publicado un artículo que expone con conocimiento todo lo que engloba la decisión de un diseño de la casa McQueen, sobre todo tratándose, claro está, de la realeza británica:
Kate le devuelve las alas a Ícaro
¿Cómo se guarda un secreto? Mintiendo, claro. A pesar de las reiteradas negativas de los portavoces de la firma Alexander McQueen, Sarah Burton sí era la encargada de diseñar el vestido de boda de Catalina Middleton. Una decisión cargada de significado, dramatismo e historia que dará lugar a abundante literatura en los próximos días.
"Miss Middleton eligió la firma británica Alexander McQueen por la belleza de su artesanía, su respeto a la tradición y por la construcción técnica de su ropa. Deseaba que su vestido combinara tradición y modernidad con la visión artística que caracteriza el trabajo de Alexander McQueen", explica el comunicado emitido por Clarence House en cuanto Middleton puso un pie fuera del coche.
Sarah Burton, de 36 años, fue mano derecha de Alexander McQueen durante 12 años y la encargada de sucederle tras su muerte, en febrero de 2010. Se suicidió a los 40 años, incapaz de lidiar con sus demonios. Siempre obsesionado por las aves, como Ícaro, emprendió un último vuelo escapando de un mundo en el que no encajaba. Catalina le ha devuelto hoy sus alas.
La elección de uno de los diseñadores más geniales, inventivos y torturados de la moda contemporánea es atrevida. Pero tiene sentido y mucha épica. En 2008, McQueen concibió una colección que mezclaba las referencias a la reina Victoria, la India y el duque de Wellington. Fue una de las más hermosas de su carrera. "Tengo un olmo de 600 años en mi jardín", explicó entonces. "Imaginé la historia de una chica que vive en él y sale de la oscuridad, conoce a un príncipe y se convierte en reina". No es que Middleton salga precisamente de las tinieblas, pero la imagen encaja en este cuento como el zapato en el de Cenicenta.
Se especula que fue la directora de la edición británica de Vogue quien le aconsejó a Middleton que se decantara por McQueen. Entre otras cosas, porque su taller tiene una calidad de factura propia de un atelier de alta costura. La última colección de Burton para la firma (la del próximo otoño/invierno) estaba inspirada por "la reina de hielo" e incluía apabullantes vestidos, como un traje con una cola realizada con 500 metros de chiffon. A lo largo de su carrera, el malogrado McQueen exhibió una particular (si bien controvertida) sensibilidad hacia la historia y la realeza. Desde que se licenciara en Saint Martins en 1994 mostró gestos rebeldes y anarquistas. Se declaraba "anarquista, ateo y antimonárquico", pero aceptó una condecoración de la reina Isabel II en 2003, que le nombró Comandante del Imperio Británico (CBE): "Solo la recogí porque a mis padres les hacía ilusión".
Desde luego, han debido ser unas semanas intensas para Sarah Burton. Este domingo se inaugura en el Museo Metropolitan de Nueva York una retrospectiva sobre la carrera del diseñador titulada Savage Beauty.
Es la principal exposición de moda del año, organizada por la poderosa Anna Wintour. Un año después de su muerte, Alexander McQueen alcanza una notoriedad, reconocimiento y popularidad que el fallecido diseñador seguramente no imaginó ni en sus más febriles sueños. La coincidencia es una auténtica orgía para los intereses económicos de la compañía, propiedad del Grupo Gucci (el tercero del sector del lujo mundial).
El interés económico no solo es para la compañía que fabrica el vestido: se confía en que sea un empujón para la industria de confección inglesa. Por eso, las cuatro páginas del texto de Clarence House enfatizan el carácter británico de todo el asunto y proporcionan toda clase de detalles. Por ejemplo, que el aplique de encaje del cuerpo y la falda fue realizado por la Royal School of Needlework (Real Escuela de Costura). La técnica utilizada se denomina Carrickmacross y se originó en Irlanda en 1820. La intrincada ingenieria del encaje fue supervisada por Burton y su equipo. Los trabajadores se lavaban las manos cada 30 minutos para mantener el tejido impoluto. El vestido rinde homenaje a la tradición de Arts and Crafts y al Romanticismo. Por supuesto, todos los materiales son de proveedores británicos.
Otros detalles: la cola mide 2,70 metros y el cuerpo de afilada cintura y caderas acolchadas es un guiño a la tradición victoriana, así como una de las señas de identidad de McQueen. En la espalda, hay 58 botones cubiertos de gazar y organza. El velo también ha sido bordado a mano por los mismos artesanos. Está sujeto por la tiara Halo, de Cartier, que Jorge VI regaló en 1936 a la reina Madre. Esta, a su vez, se la regaló a su hija (la reina Isabel II) por su 18 cumpleaños. Los pendientes de diamantes, de Robinson Pelham, han sido un obsequio de boda de los padres de la novia.
Alexander McQueen firma también el vestido de su hermana, Phillippa. El séquito de la novia exhibe gran coordinación. La dama de honor lleva en su traje los mismos botones y remates de encaje que en el de la novia. Las niñas van vestidas por Nicki y Charlotte Macfarlane y sus atuendos se han realizado con los mismos materiales que el vestido de Middleton.
Eugenia de la Torriente
El País
29 de abril de 2011
***
Esta fue la actualización de mi status en Facebook. No hace falta decir que me refería a la boda real del Príncipe William y su prometida Kate o partir de ahora, Catherine. Me gustó la línea del vestido y el velo sencillo y corto. Aunque ya hay opiniones que "destrozan" literalmente la decisión de una joven que si bien no es de lo más clásico que se ha visto, tampoco luce un estilo estridente. Además, cumplió con la norma de lucir una larga cola, pero no excesiva. Seguramente por pura comodidad.
Y da un poquito de vergüenza ajena que haya diseñadores y especilistas españoles que minimizan la elección o que se han tragado la trola de que el estilo Alexander McQueen sólo es lo estrambótico y lo extravagante. He leido sus opiniones en El Mundo y sin embargo, en El País, han publicado un artículo que expone con conocimiento todo lo que engloba la decisión de un diseño de la casa McQueen, sobre todo tratándose, claro está, de la realeza británica:
Kate le devuelve las alas a Ícaro
¿Cómo se guarda un secreto? Mintiendo, claro. A pesar de las reiteradas negativas de los portavoces de la firma Alexander McQueen, Sarah Burton sí era la encargada de diseñar el vestido de boda de Catalina Middleton. Una decisión cargada de significado, dramatismo e historia que dará lugar a abundante literatura en los próximos días.
"Miss Middleton eligió la firma británica Alexander McQueen por la belleza de su artesanía, su respeto a la tradición y por la construcción técnica de su ropa. Deseaba que su vestido combinara tradición y modernidad con la visión artística que caracteriza el trabajo de Alexander McQueen", explica el comunicado emitido por Clarence House en cuanto Middleton puso un pie fuera del coche.
Sarah Burton, de 36 años, fue mano derecha de Alexander McQueen durante 12 años y la encargada de sucederle tras su muerte, en febrero de 2010. Se suicidió a los 40 años, incapaz de lidiar con sus demonios. Siempre obsesionado por las aves, como Ícaro, emprendió un último vuelo escapando de un mundo en el que no encajaba. Catalina le ha devuelto hoy sus alas.
La elección de uno de los diseñadores más geniales, inventivos y torturados de la moda contemporánea es atrevida. Pero tiene sentido y mucha épica. En 2008, McQueen concibió una colección que mezclaba las referencias a la reina Victoria, la India y el duque de Wellington. Fue una de las más hermosas de su carrera. "Tengo un olmo de 600 años en mi jardín", explicó entonces. "Imaginé la historia de una chica que vive en él y sale de la oscuridad, conoce a un príncipe y se convierte en reina". No es que Middleton salga precisamente de las tinieblas, pero la imagen encaja en este cuento como el zapato en el de Cenicenta.
Se especula que fue la directora de la edición británica de Vogue quien le aconsejó a Middleton que se decantara por McQueen. Entre otras cosas, porque su taller tiene una calidad de factura propia de un atelier de alta costura. La última colección de Burton para la firma (la del próximo otoño/invierno) estaba inspirada por "la reina de hielo" e incluía apabullantes vestidos, como un traje con una cola realizada con 500 metros de chiffon. A lo largo de su carrera, el malogrado McQueen exhibió una particular (si bien controvertida) sensibilidad hacia la historia y la realeza. Desde que se licenciara en Saint Martins en 1994 mostró gestos rebeldes y anarquistas. Se declaraba "anarquista, ateo y antimonárquico", pero aceptó una condecoración de la reina Isabel II en 2003, que le nombró Comandante del Imperio Británico (CBE): "Solo la recogí porque a mis padres les hacía ilusión".
Desde luego, han debido ser unas semanas intensas para Sarah Burton. Este domingo se inaugura en el Museo Metropolitan de Nueva York una retrospectiva sobre la carrera del diseñador titulada Savage Beauty.
Es la principal exposición de moda del año, organizada por la poderosa Anna Wintour. Un año después de su muerte, Alexander McQueen alcanza una notoriedad, reconocimiento y popularidad que el fallecido diseñador seguramente no imaginó ni en sus más febriles sueños. La coincidencia es una auténtica orgía para los intereses económicos de la compañía, propiedad del Grupo Gucci (el tercero del sector del lujo mundial).
El interés económico no solo es para la compañía que fabrica el vestido: se confía en que sea un empujón para la industria de confección inglesa. Por eso, las cuatro páginas del texto de Clarence House enfatizan el carácter británico de todo el asunto y proporcionan toda clase de detalles. Por ejemplo, que el aplique de encaje del cuerpo y la falda fue realizado por la Royal School of Needlework (Real Escuela de Costura). La técnica utilizada se denomina Carrickmacross y se originó en Irlanda en 1820. La intrincada ingenieria del encaje fue supervisada por Burton y su equipo. Los trabajadores se lavaban las manos cada 30 minutos para mantener el tejido impoluto. El vestido rinde homenaje a la tradición de Arts and Crafts y al Romanticismo. Por supuesto, todos los materiales son de proveedores británicos.
Otros detalles: la cola mide 2,70 metros y el cuerpo de afilada cintura y caderas acolchadas es un guiño a la tradición victoriana, así como una de las señas de identidad de McQueen. En la espalda, hay 58 botones cubiertos de gazar y organza. El velo también ha sido bordado a mano por los mismos artesanos. Está sujeto por la tiara Halo, de Cartier, que Jorge VI regaló en 1936 a la reina Madre. Esta, a su vez, se la regaló a su hija (la reina Isabel II) por su 18 cumpleaños. Los pendientes de diamantes, de Robinson Pelham, han sido un obsequio de boda de los padres de la novia.
Alexander McQueen firma también el vestido de su hermana, Phillippa. El séquito de la novia exhibe gran coordinación. La dama de honor lleva en su traje los mismos botones y remates de encaje que en el de la novia. Las niñas van vestidas por Nicki y Charlotte Macfarlane y sus atuendos se han realizado con los mismos materiales que el vestido de Middleton.
Eugenia de la Torriente
El País
29 de abril de 2011
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