25 abril 2021

Homenaje a tito King

 

Es un gran problema cuando el relato que has escrito para una antología de homenaje a equis escritor, se queda "huérfano". Esto es, que no es incluido por el antologador debido a criterios muy particulares y entonces, el relato se queda en una especie de limbo. Fuera del contexto de un homenaje, puede pasar hasta por un intento de plagio. Y eso no se imaginan cuánto jode...

He esperado hasta ahora, hasta que he visto publicada la antología de donde fui excluida sin, al menos, una explicación por pura cortesía, para compartir este relato que intenta proyectar toda la atmósfera de la novela Cementerio de animales. Contiene guiños que podrán ser descubiertos por aquellos que no sólo conocen la obra del genial autor norteamericano, sino también su vida y lo que esta novela significó para él. 


LO MUERTO, MUERTO ESTÁ 

Macarena Muñoz Ramos

Cheshire se había adaptado bien a la mudanza, dormía y ronroneaba como siempre. Poco a poco se atrevió a explorar los alrededores de la casa y la maldita Ruta 15, sin apenas prestar atención a los trailers que cruzaban esa carretera a toda velocidad. James, nuestro vecino más cercano, nos advirtió desde el primer día. No en balde, el pequeño cementerio que estaba a poca distancia de casa, tenía un amplio muestrario de perros y gatos que no habían tenido tanta suerte como nuestro felino.

      -Papá, ¿a dónde va a ir Chess cuando muera? -me preguntó Naomi, mi hija mayor, mientras observaba una de las pequeñas tumbas del cementerio de mascotas.

      -Pues, no sé, cariño. No tengo idea si exista un cielo para gatos.

Tabby, mi mujer, me lanzó una mirada de agobio que traspasó sus gafas. Llevaba en brazos al pequeño Owen y poco después meneó la cabeza negativamente.

      -Yo no quiero que se muera Chess, papá, porque se va a quedar muy solo sin nosotros. Quiero que viva para siempre.

Un gato inmortal, Dios mío. Pero es que Naomi estaba muy unida a Chess. El felino dormía en su cama y era algo así como su guardián. Tabby, Joe, Owen y yo podríamos desaparecer y Chess ni lo notaría.

A veces, cuando regresaba de dar clases en la universidad de Maine y me preparaba una bebida, Chess imitaba la forma de mirar de Tabby: ojos entrecerrados y desaprobación total. Lo siento, Chess, pero sin whisky no consigo relajarme ni desconectar. Entonces, le dedicaba una mueca parecida a una sonrisa. Los hielos tintineaban en el fondo del vaso y yo volvía a servirme. El gato me miraba con desdén y se perdía por la casa.

* * *

Me cuesta recodar con detalle. Aquellos días están empapados de whisky y empolvados con cocaína. Uno me relajaba; la otra me despejaba. Tenía que aprovechar el escaso tiempo que pergeñaba entre las clases en la universidad, atender a los chicos, fungir como marido preocupado por su relación, además de leer. Tenía que escribir o por lo menos vaciar mi cabeza que parecía una comedia donde los hermanos Marx intentaban apagar un incendio.

Carrie había sido muy buena conmigo, a pesar de que en un principio la deseché. El pueblo de Jerusalem Lot, una gran fuente de alimento para Barrow. El hotel Overlook y sus retorcidos huéspedes, habían tardado en dejarme en paz. Y ahora sólo podía pensar en una chiquilla con piroquinesis. ¿Y qué demonios era eso? Pues la capacidad de controlar y crear fuego con la mente. Tuve un sueño demasiado real donde mi hija le prendía fuego a todo lo que la rodeaba. Así que, ahí estaba yo, a medianoche, aporreando las teclas de mi máquina de escribir, refugiado en una habitación alejada del resto de la casa. A veces, me levantaba para estirar las piernas y echaba un vistazo por la ventaba que daba a un costado de la propiedad. Aquello no era más que el inicio tupido del bosque que una lámpara de baja intensidad trataba de iluminar. Al principio, creí que era una ilusión, inclusive limpié a fondo mis gafas... Pero no era la primera vez que distinguía entre la penumbra, una figura oscura que parecía humana, de gran altura y con una cornamenta de ciervo en la cabeza. Acechando, vigilando.

      -No lo imaginaste, Stevie -me dijo James con semblante muy serio-. Es el Wendigo. Los nativos Penobscot que habitaban desde aquí hasta Canadá, fueron los primeros que hablaron de esa criatura.

¿Una criatura? Venga ya. Eso era una leyenda que seguro se la contaban a los niños pequeños para asustarlos.

      -No me mires así. El Wendigo aparecía en el invierno, cuando el alimento escaseaba y los hombres apenas y podían cazar algo. Los Penobscot más viejos aseguraban que el Wendigo devoraba a los más débiles. Primero les arrancaba el corazón. Poco a poco los nativos descubrieron de que si ofrendaban corazones de animales, el Wendigo dejaba de merodear y de atacar. Aunque parecía que nunca estaba satisfecho.

      -¿Y quieres que crea que el Wendigo ha sobrevivido hasta nuestros días?

James le dio una calada profunda a su cigarro. Esa tarde de otoño en el porche de su casa, me estaba provocando un mal presentimiento.

      -Es real, no te quepa duda. Los trailers hacen mucho, pero es el Wendigo quien se cobra tantas vidas. Los perros y los gatos mueren atropellados al cruzar esta maldita carretera pero cuando los encuentran, les falta el corazón.

* * *

El pequeño Owen de casi dos años, siempre que podía iba tras su hermano Joe que en aquel entonces tenía seis. Esa mañana de noviembre, Joe se había encaprichado con una cometa con forma de murciélago que vio en una tienda del pueblo, así que se la compré. Nunca me arrepentí tanto de algo.

Después del almuerzo dominguero, Joe aprovechó para estrenar su cometa. Soplaba un buen viento y pronto levantó el vuelo. Joe solía tener mucha paciencia con su hermanito, por lo que no me preocupé cuando vi que Owen corría muy emocionado hacia él. Los chicos tenía muy claro que no debían acercarse a la carretera. El constante paso de los trailers a toda velocidad, se los recordaba. Sin embargo, la emoción de controlar la cometa, llevó a Joe muy cerca de la orilla... Un parpadeo, un alarido de Tabby y lo siguiente que recuerdo es que me vi sujetando con mucha fuerza a Owen por la espalda de su camiseta. El pequeño había estado a punto de tropezar hacia la carretera.

Eso me dejó muy mal cuerpo. Ni siquiera fuimos capaces de regañar a los chicos. Naomi no habló en lo que restó de la tarde y se la pasó acariciando a Chess. Joe no dejaba de abrazar a Owen mientras le leía sus cómics. Y mi imaginación truculenta por naturaleza, permaneció quieta y casi en blanco. Era incapaz de pensar qué habría pasado si Owen hubiera caído en mitad de la Ruta 15..

Esa noche arrasé hasta la última gota de una botella de whisky. Tabby no dijo nada cuando lo descubrió, sólo me besó con ternura en la frente. Ahí, a solas y con mis pensamientos funestos, tecleaba sin ton ni son, sin poder alejar la angustia. En un momento dado me levanté y fui a la ventana. En cuanto mis ojos se acostumbraron a la penumbra, lo vi.

      -Por favor, no te lleves a mis hijos -susurré.

* * *

Cada vez las noches eran más largas y Chess tardaba más en regresar a casa de sus excursiones, algo que desesperaba a Naomi. Esa noche, acosté a los chicos y el condenado gato seguía sin aparecer.

      -Sólo espero que no le haya pasado algo -susurró Tabby echando un vistazo hacia la carretera.

Le respondí que no se preocupara, que seguramente andaba de Don Juan por ahí. Y aunque le guiñé un ojo, un escalofrío bajó por mi espalda.

Al día siguiente cuando volví de la universidad, encontré que Tabby y a Naomi venían por el camino que llevaba al cementerio de mascotas. Mi hija tenía los ojos llorosos.

      -Chess no aparece -Tabby dejó escapar un suspiro.

Poco después de cenar, crucé con cuidado la Ruta 15. James ya me estaba esperando en el porche de su casa con una nevera portátil bien surtida de cervezas.

      -Stevie, ¿te he hablado de mi perro Thor?

Negué con la cabeza.

      -Bien, Thor era un pastor alemán dócil y obediente. Un buen compañero para un chico de diez años. Ibamos mucho al bosque, inclusive en el verano nadábamos en el río. Pero desde entonces, era peligrosa esta maldita carretera... Un día, Thor salió detrás de una ardilla, su instinto era más fuerte y no pude evitar lo que ya te estás imaginando.

      -Oh, James.

      -Sí, fue muy jodido llegar hasta donde quedó, casi destripado, sólo para ver cómo daba su último aliento. En fin, mi padre que era un hombre muy duro y práctico, me exigió que me limpiara las lágrimas y le ayudara a cavar una tumba en la parte trasera de la casa. Mamá bajó volando los escalones del porche y aquella fue la primera y última vez que le habló a mi padre con firmeza:

      -Louis, llévate a Thor al cementerio de mascotas. Ahí es donde merece descansar.

Por la noche, mamá fue a mi habitación y dijo que iba a contarme algo sobre sus ancestros. Aquí debo aclararte que ella era medio mestiza de la tribu Penobscot. Me preguntó si extrañaba a Thor. Le respondí que sí y me reveló que ella conocía una forma de “regresarlo”. Pero que debía ser muy fuerte y valiente y hacer lo que ella me pidiera sin preguntar.

Casi me atraganté con el sorbo de cerveza.

      -¿Regresar? Pero, ¿cómo? Thor estaba muerto. Mamá no respondió y cuando ya todos estaban dormidos, me pidió que me vistiera. Cogimos una pala, dos linternas y nos encaminamos hacia el cementerio de mascotas. Yo había señalizado la tumba de Thor no solo con una cruz sino poniendo piedras blancas a su alrededor..Mamá empezó a cavar y al poco rato, vimos la manta a cuadros con la que había envuelto el cuerpo de Thor.

Momento, ¿qué me estaba queriendo decir James?

      -Mamá hizo a un lado la manta, sacó un cuchillo pequeño que llevaba en el bolsillo del pantalón y me pidió que la iluminara mejor con la linterna. Cuando vi que acercaba el cuchillo al pecho de Thor, miré hacia otro lado.

      -Venga Jimmy, quedamos que ibas a ser valiente -y me puso algo en las manos que se sentía viscoso.

Pero, ¿qué demonios?

      -Era el corazón de Thor. Traté de no gritar aunque estaba asqueado y horrorizado. Mamá envolvió otra vez el cadáver de Thor, echó algo de tierra por encima y me pidió de nuevo que la siguiera. Caminamos más allá del cementerio, hacia el norte del bosque. Yo me sentía como una especie de zombie, sin saber qué hacer ni qué decir. Llegamos a un claro donde había espirales en el suelo marcadas con piedras blancas. Nos paramos encima de una que parecía ser la más grande.

      -Jimmy, no sueltes el corazón, no importa lo que oigas. Cierra los ojos y piensa en Thor, en lo mucho que lo quieres y lo extrañas. Piensa con todas tus fuerzas. -dijo mamá mientras se sentaba en el suelo.

No podía creer lo que me contando James.

      -Mamá empezó a cantar muy bajito, era como un sonido que brotaba desde el fondo de su pecho. Abrí un momento los ojos y vi que tenía las palmas de las manos hacia arriba y que también había cerrado los ojos, así que hice lo mismo. De pronto, empezó a soplar una brisa suave, que mecía las copas de los árboles. No sentía temor pero me invadió una sensación rara.

Abrí otra cerveza y James suspiró.

      -Al poco rato, el olor de la brisa cambió. Se me llenó la nariz de un aroma parecido a tierra mojada y hojas recién cortadas. Mamá seguía cantando bajito y en un momento dado, susurró algo que no pude descifrar y unas manos con dedos tiesos y alargados, tomaron el corazón de Thor.

-Dios mío, James.

      -Pensé que todo había sido un sueño, casi una pesadilla a pesar de que mamá estaba conmigo. Apenas recuerdo cómo regresamos a casa y que me ayudó a meterme en la cama. Cuando caía la tarde del día siguiente, Thor apareció ladrando al pie de los escalones del porche. Estaba un poco sucio y a veces cojeaba de una patita, pero corrí a abrazarlo.

      -Pero, ¿y tu padre qué dijo?

      -Mamá lo convenció de que seguramente no comprobó bien si aún respiraba... A papá le quedó la duda -James me miró de reojo-. Thor dejó de ser tan listo como era y a veces se quedaba mirando hacia la nada con un destello oscuro en sus ojos. Estuvo con nosotros un par de años más hasta que una tarde lo encontré desvanecido en un rincón de la cocina. Y por fin sus restos descansaron en su tumba en el cementerio de mascotas.

      -Pero, pero....

      -No me mires así. Mamá había hecho un pacto: ofrendó el corazón de Thor a cambio de revivirlo. Se lo ofreció al Wendigo. Tal como se lo habían enseñado sus ancestros.

Las luciérnagas parpadeaban alrededor de nosotros. Y James dejó de mirar hacia la carretera.

      -¿Sabes por qué te he contado todo esto, Stevie?

      -No, ni idea -apenas me salió un hilo de voz.

      -Porque sé que el gato de tu hija está muerto, es muy probable que aplastado por un trailer. Sé lo unida que está a él y que tú eres un buen padre, capaz de hacer cualquier cosa por tus hijos.

Tragué saliva con dificultad

      -El Wendigo puede devolverte a Cheshire, siempre y cuando le hagas una ofrenda.

* * *

Soy un cobarde, lo sé. Se me revolvieron las tripas cuando encontramos a Chess en la cuneta de la carretera, a unos metros de distancia de nuestra casa. Según James, no tendría arriba de dos días de muerto. Y para él, aún estábamos a tiempo.

Hacía mucho que la madre de James había fallecido. Y nunca más volvieron a hacer lo de aquella noche, y a pesar de que James había sido testigo, no conocía el ritual. Pero se le ocurrió que debíamos sacarle el corazón a Chess y que fuéramos al claro del bosque que estaba más allá del cementerio de mascotas. De algún modo, contactaríamos con el Wendigo.

Soy un cobarde, repito. Ni siquiera pude depositar a Chess en su tumba ni mucho menos extraerle el corazón. James tampoco aunque era terco con que yo era el único que debía hacerlo. Así que volvimos sobre nuestros pasos y a la noche siguiente, James apareció con un corazón de conejo.

Nos paramos encima de la espiral más grande, cerramos los ojos y James empezó a susurrar algo. La brisa que soplaba no fue suave sino todo lo contrario. Noté un olor penetrante a humedad y un sonido gutural parecido a una risa.

      -Devuélveme a mi gato, por favor -fue lo único que pude decir mientras temblaba sin poder controlarme.

Y unas manos de dedos tiesos y alargados me quitaron el corazón de conejo que tenía entre las mías. No me atreví a abrir los ojos y al poco rato, un cuerpo peludo y apenas tibio, empezó a moverse entre mis manos.

* * *

Tal vez fue el whisky, la cocaína, la angustia o el terror, pero aquellos días se incrustaron en lo más profundo de mi alma. Naomi fue feliz a pesar de la suciedad y ese tufo ligero a podrido que despedía Chess. Lo abrazaba pero el gato apenas respondía. Peor que nunca, no permitió que nadie más lo tocara y ya no dormía en la cama de Naomi. Las cosas se pusieron aun más feas cuando Chess se le fue encima al pequeño Owen dejándole arañazos en las piernas. Chess se estaba volviendo hosco y salvaje.

-Stevie, desde hace días que no puedo dormir bien -me dijo James un poco preocupado-. Tengo la sensación de que alguien va a entrar a mi casa y me hará daño.

Tres años atrás, James había enviudado y se negaba a vivir con alguno de sus hijos. Por eso conectó tan bien con nosotros cuando nos mudamos. En el fondo, necesitaba compañía. Pero empezaba a tener remordimientos.

      -Creo que no hicimos algo muy bueno, amigo mío.

¿Qué podía decirle? A veces, Chess me lanzaban miradas turbias. Además, varias noches después de la ofrenda, descubrí otra vez al Wendigo acechando entre los árboles.

      -Chess no es el mismo, ¿verdad?

No fue necesario que respondiera.

      -Esto no tenía que haber sido así, Stevie. No, no... Yo traté de hacer el ritual como mamá lo hizo, pero algo faltó y el Wendigo lo sabe.

Bueno, traer de vuelta a la vida algo que ya estaba muerto, no debía ser sano. Pero entre el whisky y el polvo blanco, había algo que no me parecía tan oscuro. Sobre todo cuando veía la felicidad de Naomi por no haber perdido definitivamente a su gato.

Me aislaba intentando escribir y por primera vez en mucho tiempo, nada surgía. El incendio en mi cabeza no era más que rescoldos. Y cada tanto tiempo, miraba por la ventana.

      -Sé que estás ahí, pero no te llevarás a nadie más, ¿me escuchas? ¡A nadie más!

Tomé la botella de whisky, bajé a la entrada y me senté en uno de los escalones. Quise sonreír porque entre la penumbra distinguí una enorme cornamenta de ciervo. Chess se metió entre mis piernas y yo seguí bebiendo de la botella. La fuerza de la brisa aumentó y un potente olor a humedad lo llenó todo.

Tabby dijo que escuchó mis carcajadas y el disparo, nada más. Que cuando bajó a la entrada, me encontró tirado boca arriba, con el rostro lleno de arañazos y Chess muerto encima de mi pecho. James le había disparado con su escopeta.

Yo sólo recuerdo una voz cavernosa que me susurró al oído antes de desvanecerme:

      -Te atreviste a engañarme, Stevie... En ese corazón no había fuerza de vida.



***

24 abril 2021

Reencuentro con Pandora

 

Quizás a algunos les sorprenda mi relato pulp que titulé Pandora y que fue incluido en el dossier de la revista Vozed en 2017. Por lo regular, mi estilo es tirando hacia la fantasía más que hacia el terror. Pero, también hay "salpicaduras" de erotismo aquí y allá, así, como no queriendo la cosa.

Cuando Edna Montes me invitó a participar en esa antología de estilo Pulp, acepté sin pensarlo dos veces. Algún tiempo atrás descubrí que dentro de esas revistas donde nuestro admirado maese Lovecraft publicó, hubo una variante que titularon "Spicy" (picante) y que no sólo abarcó a las historias de detectives clásicas, sino también llegó hasta el western y las aventuras tocando un poco hasta la ciencia ficción. No se trataba propiamente de "damsels in distress" ligeras de ropas, pero sí de historias con toques picantes, eróticos, donde en el caso de los detectives, caían bajo el influjo de las vamps o de las chicas en apuros.

Así que, contrario a lo que algunos pudieran pensar de que la Mac escribiría una historia de misterios ocultistas o algo parecido, decidí poner manos a la obra en un relato ambientado en el mundo BDSM. Confieso que me divertí mucho y que mi recién nacido detective privado Sebastián Sicilia volverá a protagonizar otra historia.

Aquí comparto Pandora porque parece ser que el sitio de la revista digital Vozed está caído:

   

PANDORA

Macarena Muñoz Ramos

 

 Ella dijo que su trabajo consistía en la teatralidad del placer. Y dejó escapar una delicada bocanada de humo. No era una casa de putas ni un agencia de escorts. Más bien un club privado donde el cliente se dejaba llevar para cumplir sus fantasías. Entonces me miró. Sabía perfecto qué decir y de qué manera hacerlo para causar reacciones en los demás. Aunque, a decir verdad, no hacía falta que hablase. Bastaba con mirarla. Alta, curvas bien puestas en su lugar, melena oscura que llegaba a los hombros, flequillo justo arriba de las cejas bien definidas, rostro de porcelana sin pizca de rubor y unos ojos pardos que se aclaraban o se oscurecían dependiendo de la luz. Calculé unos treinta y tantos años y sobre todo, que apreciaba la discreción. Por eso había acudido a mí.

Un tiempo en el ejército llegando casi sin proponérmelo a las fuerzas especiales. Otro buscándome la vida. Una temporada como ayudante de la fiscalía. Al final, decidí montármelo yo solo. Sebastián Sicilia, detective privado. Treinta y siete años y un historial escueto de relaciones fallidas. Soy un lobo solitario, ¿qué le voy a hacer? El ejército te convierte en alguien que debe vivir el momento, sentir lo necesario para sobrevivir y ser eficiente. No dejar nada atrás.

Ama Nina, pidió que así la llamase. En su mundo, esos títulos eran necesarios y muy importantes. Cuando estrechó mi mano su contacto fue firme. Los años de manejar fustas y látigos, supongo. Un cliente de confianza le había dado mis datos. Pero ella prefirió evitar la tecnología y visitarme en mi oficina. Tony, uno de sus empleados, había desaparecido dos semanas atrás. Sin embargo, lo que la preocupaba era el escándalo que podría ocasionar que se revelase quién había sido la última persona que lo vio y que Tony iba por la libre cuando no estaba en casa de Ama Nina, ya fuese sometiendo en los calabozos o a través de las videoconferencias. Versátil el chico, sin duda.

No era propiamente switch, como se les llama en el argot del medio a aquellos que lo mismo disfrutan dominando que siendo sometidos. Principalmente era Amo, lo mismo de sumisos que de sumisas, pero cuando trabajaba por su cuenta, le gustaba más la carne que el pescado, ustedes me entienden. Aunque sin connotaciones sado.

La casa de Ama Nina contaba con una agenda que poco a poco se fue haciendo amplia y muy exclusiva. Gente con poder, gente conocida en el arte, gente de la alta política. La seguridad y la discreción eran los cimientos que sostenían aquel lugar. Dos años atrás, un acaudalado empresario perteneciente a una familia de renombre en el país, se había convertido en socio de Ama Nina. Ella sonrió, dejando ver sus blanquísimos dientes, cuando me dijo que era algo así como una muestra de agradecimiento.

El empresario, pongamos que su nombre era Efrén, había descubierto desde muy pequeño el trabajo del ilustrador americano Eric Stanton. Decía recordar que las primeras veces que se masturbó lo hacía mirando a aquellas chicas dibujadas que pendían de cadenas y cuerdas, que estaban inmovilizadas, con una mordaza en la boca, grilletes en los tobillos, zapatos o botas de tacones altísimos, corsés ajustando sus cinturas y grandes tetas. Con el paso del tiempo, pensó que debía ir a consulta con un especialista porque sólo ese tipo de mujeres le excitaban. Nunca lo hizo y pronto se vio comprometido con una chica más joven que él y de su misma posición social. Una novia que sus padres se habían encargado de elegir. Cándida, tímida e inexperta. Con semejante paquete se encontró Efrén en la noche de bodas. Ama Nina dijo que lo peor es que él comenzaba a sentir algo por esa chica. Así que intentó jugar al Pigmalión.

Efrén había descubierto la casa de Ama Nina averiguando aquí y allá. De manera humilde pidió primero ser espectador en sesiones con sumisas. Al cabo de un corto tiempo, Ama Nina consideró que Efrén estaba preparado y le ofreció la oportunidad de experimentar con una sumisa propia. Mikai, una exótica mestiza japo-occidental, de larga cabellera lisa que siempre sujetaba en una coleta alta, ojos maquillados para dar la impresión de ser aun más redondos, unas graciosas pecas por encima del puente de la nariz y de los pómulos, piel color lechoso y boca pequeña de labios gruesos siempre con labial color vino. Había sido adiestrada por un viejo amigo de Ama Nina que convirtió ese mundo en su estilo de vida. Un Dominante con un pequeño imperio de venta de artículos sado a través de un sitio de internet. Mikai fue su devota sumisa por varios años. Lució con orgullo el simbólico collar de su Amo. Y se acostumbró a ese grupo de personajes que disfrutaban de sus aficiones de manera privada. Pero el Dominante perdía el interés cuando las sumisas dejaban de tener la frescura de las primerizas. Y eso Mikai, nunca se lo perdonó.

Ama Nina le aconsejó que hiciera de su placer una forma de ganarse la vida. Y es que Mikai disfrutaba entregándose. ¿Una adicta al dolor? Más bien al poder. Son los sumisos quienes hacen a los Amos. Son ellos, desde su posición tan vulnerable ante los ojos de los demás, quienes dominan. Una palabra de alerta y toda la ceremonia se detiene. Y el Dominante puede caer estrepitosamente desde su trono.

Mikai se convirtió en profesional en casa de Ama Nina. Siempre obediente, siempre dócil. Por eso fue elegida para la primera vez de Efrén. Por eso, consideraron que serviría para adiestrar a Becca.

Stop. Me estaba liando con tantos detalles. Ama Nina apagó el tercer cigarrillo y sus ojos se transformaron en puñales cuando mostré mi desesperación. Tony, Efrén, Mikai y ahora Becca. Al grano. Había que ir al grano. Tony llevaba desaparecido dos semanas y su jefa quería saber qué había pasado. Me la traían floja Efrén y las demás.

Ama Nina parpadeó de forma rápida. Descruzó sus largas piernas enfundadas en medias de redecilla y soltó la bomba:

     -Tony se veía con Becca, la esposa de Efrén

El empresario apuntaba maneras para Dominante gracias a la guía de Ama Nina y a la entrega de Mikai. Cuatro veces a la semana practicaba y al menos una noche pretendía hacerlo en casa con Becca. Pero el miedo y la torpeza siempre aparecían. Ama Nina que era capaz de percibirlo todo, dijo que el amor no era suficiente. Que había que adiestrar también a Becca ya que mostraba curiosidad y nada de rechazo.

En casa de Ama Nina y siendo dominada por Tony, Becca descubrió el placer y el poder. Pero era inútil intentarlo siquiera con su marido. Le sorprendió la primera vez que lo vio con la sumisa Mikai. La entrega total de aquella joven que lo miraba como quien contempla a una deidad. Y Efrén se crecía. Pasaba en fracción de minutos de ser un hombre comedido y cortés, vestido impecable y elegante, con un Patek Philippe Chronograph en la muñeca, a un hombretón muy seguro de sí mismo, de voz profunda y con un fuego en la mirada que Becca jamás había visto.

Y no había ningún intercambio sexual. En casa de Ama Nina estaban prohibidas las penetraciones de ningún tipo y el sexo oral. El placer residía en la dominación y en la sumisión. En aplicar y recibir correctivos. En llevar las riendas, el completo control de la excitación, o en dejarlas en manos de otros.

Tony que no era tonto y que ganaba un gran extra cuando trabajaba de forma autónoma, vio la oportunidad con Becca. En una sesión, ella perdió los papeles y empezó a chuparle la verga. Aquello fue un pequeño secreto que guardaron porque tampoco iban a confesar que poco después Tony la habia puesto a cuatro patas y que se corrió dentro de ella.

Así son las cosas, dijo Ama Nina. De la inexperiencia y de la candidez Becca pasó a pagarle noches enteras a Tony para follar como si no hubiera un mañana. Poco importaban las cadenas, las mordazas, las fustas, los látigos y cuanta parafernalia sado existiese. Becca sólo quería follar duro. ¿Y Efrén? Bueno, Efrén la amaba pero disfrutaba la devoción de la sumisa Mikai y de su nueva personalidad dominante.

A Ama Nina le preocupaba su empleado pero más aún sus alianzas y sociedades. Cuando descubrió el lío entre Becca y Tony, no dijo nada porque Efrén estaba encoñado con Mikai. Becca sólo follaba y Efrén sólo dominaba. Nadie salía lastimado. Aquí paz y allá gloria. Pero si se hacía pública la relación entre Becca y Tony, ardería Troya.

Bien. En cuanto se despidió Ama Nina dejado tras de si el aroma del perfume Obsession de Calvin Klein, traté de despejarme y poner orden en mi cabeza. La rutina de Tony era sencilla. Lo comprobé la mañana siguiente cuando me acerqué al gimnasio donde se ejercitaba dos horas diarias. Veintiocho años, natural de una ciudad del norte del país. Casi uno y noventa de estatura, practicaba pesas para tonificar su cuerpo de ochenta y siete kilos y conducía una moto Ducati Monster. Discreto, según sus vecinos de aquel edificio antiguo remodelado. Así que su trabajo autónomo lo hacía en otro lugar. No llamé a su puerta. Vi que el correo se acumulaba en su buzón. Y por supuesto, descarté llamarlo al móvil.

Llopis, bueno, el comandante Llopis, solía echarme la mano. Su hermano Saúl y yo habíamos estado en la misma compañía en el ejército. Pero murió en una misión de reconocimiento. A partir de que Llopis me conoció, me convertí en algo así como ese hermano pequeño que nunca más volvería a casa. Ambos sacábamos beneficio de esa relación. Fue de gran ayuda cuando trabajé para la fiscalía. Y lo seguía siendo ahora. Era mis ojos y mis oídos en la comisaría.

Nadie había reportado la desaparición de Tony. Ningún movimiento en su cuenta bancaria donde constantemente hacía grandes depósitos. Se notaba que era bueno en lo suyo. Y casualmente, una cámara de tráfico de esas que multan, lo pilló apenas saltándose un semáforo en rojo la noche del domingo 5, quince días atrás. Lo reconocimos por la matrícula de su moto. Esa había sido la última imagen de Tony antes de desaparecer.

El aviso llegó a través del administrador de un edificio de departamentos de lujo. Los vecinos habían reportado un olor nauseabundo creyendo que se trataba de las cañerías del piso de arriba. Lo que encontraron fueron los restos de un cuerpo en la cama del dormitorio principal. Algo abotargado que había sido un cuerpo masculino con los brazos atados con cuerdas a los extremos de la cabecera. A Llopis no le correspondía atender esto pero cuando escuchó que el cadáver parecía tener un tatuaje en el hombro izquierdo, paró las orejas como sabueso. Tony tenía una calavera mexicana con muchos adornos sombreados.

A Llopis le costaba respirar y se le notaba a través del teléfono. Me dijo que las cuerdas que estaban atadas a los brazos del cadáver eran de nylon hechas con cuatro cordones torcidos y de doce milímetros de grosor. Que los forenses habían dicho que son de las que se usan para navegación, muy flexibles para hacer nudos.

Fiel a la decisión de tratarlo todo de modo discreto, me apersoné en casa de Ama Nina. Una casona con aires de inicios del siglo XX enclavada en una zona en otros tiempos exclusiva. Ahora conservaba su encanto gracias a las tiendas de alta costura, joyerías y restaurantes de lujo. Las mansiones se habían tranformado en conjuntos de oficinas corporativas y sólo un puñado conservaban su condición inicial de casas-habitación. La de Ama Nina pasaba desapercibida a pesar de sus medidas de seguridad y de su ubicación en una calle apenas transitada.

Parecía un poco cliché pero una chica vestida como french maid con cofia y delantal blancos y la falda del vestido muy corta y con cancan, me condujo a un anexo de la casa que daba al jardín de atrás. Grandes ventanales que dejaban entrar la luz del atardecer daban la sensación de amplitud a una oficina decorada con el gusto y la sobriedad de otros tiempos. Ama Nina estaba de pie, junto a uno de los ventanales. Llevaba puesto un vestido de tela negra de caida suave, de cuello redondo, mangas largas, grandes hombreras, cinturón ancho y falda estrecha que le llegaba debajo de la rodilla. Se dio la vuelta cuando escuchó que entré y antes de sonreír, me miró de arriba a abajo. Sí, ya. Hablando de clichés, yo no suelo ir con gabardina y sombrero a lo Bogart. Y creo que luzco bien mi metro y ochenta y ocho centímetros de altura y mi complexión delgada con pantalones estrechos y una chaqueta de cuero negro, pero no la de tipo rockero, sino de cuello redondo y sin solapas.

     -¿Sabes que me gusta tu sonrisa porque parece la de un chico que acaba de hacer una travesura?

No pude evitarlo y sonreí aun más. Joder, Ama Nina era capaz de desarmar con una simple frase.

La seguí con la mirada mientras ella se sentaba en un sillón de respaldo alto. Aclaré la garganta y sin perder tiempo hice la revelación. El cadáver de los apartamentos de lujo era Tony.

A pesar de los procedimientos de rutina que Nico, el forense, debía seguir, pude reconocer al empleado de Ama Nina. El dinero que me había dado ella dentro de un sobre blanco abultado, estaba dando frutos no sólo en lo indispensable como mis gastos diarios, sino en facilidades para poder trabajar. Nico era amante del hentai más duro y debía conseguirlo en lo más recóndito del mercado negro. No siempre corría con mucha suerte así que le echaba una mano con algunos de mis contactos. Nuestra amistad se basaba en esa colección que iba en aumento de películas de animación con monstruos o cefalópodos penetrando de mil formas a dulces chicas de enormes ojos y tetas, largas cabelleras y vestidas con uniformes escolares. En esta ocasión, un par de devedés de un distribuidor muy oculto de Okinawa fueron la llave mágica para poder contemplar en directo y sobre una plancha, el cadáver de Tony y así conocer los pormenores de la necropsia.

Sobredosis. Esa era la causa de la muerte. Ama Nina parpadeó de forma rápida. Imposible, dijo. Tony ni siquiera consumía anabólicos para tonificar su cuerpo. Pero el reporte no hablaba de estupefacientes sino de insulina.

Becca descubrió que padecía diabetes cuando su cuerpo rechazó las prótesis de silicona talla doble D que Efrén le había obsequiado por su aniversario de bodas. Sus tetas eran de tamaño normal con la peculiaridad de tener una enorme areola rosada en los pezones. Pero Efrén quería una réplica de los dibujos de Eric Stanton en carne y hueso. Becca no se opuso y aceptó divertida. Las complicaciones le borraron la sonrisa. Desde hacía cuatro años se inyectaba una dosis diaria de insulina. Por fortuna, no era con jeringuilla sino con una especie de bolígrafo de plástico que al oprimir uno de sus extremos aparecía una aguja pequeña y apenas se notaba el pinchazo.

Ama Nina apagó su cigarrillo. Sus ojos parecían despedir destellos luego de varios parpadeos rápidos. Empezaba a descubrir que esa era su forma de mostrarse sorprendida. Sobredosis de insulina y cuerdas que se usaban para la navegación. A primera vista, nada podría relacionar ambas cosas.

     -Efrén tiene un yate siempre a su disposición en el puerto -dijo Ama Nina.

Toing. Escuché claramente la campana que suena antes de comenzar los rounds en los combates de box.

Llopis logró meter las narices en la investigación. Pronto salió a la luz la forma que tenía Tony de ganarse la vida pero el comandante pudo conseguir que todo estuviese bajo control. Bien. Apenas un par de agentes muy discretos y siempre a lo suyo fueron puestos en el caso. Recogí a Llopis a las cinco de la tarde y tomamos rumbo hacia la casa de Efrén.

El Patek Philippe Chronograph relucía en la muñeca izquierda. La camisa arremangada nos permitió admirarlo. Delante de nosotros estaba sentado Efrén, con sus treinta y dos años y una mata desordenada de cabellos ondulados, la nariz un poco desviada desde la adolescencia debido a un codazo jugando baloncesto, y todo él amabilidad y cortesía. Hablaba de forma pausada y siempre dirigía sus ojillos claros al interlocutor. A veces acariciaba la mano de Becca que nos miraba de modo desafiante, sobre todo cuando describió cómo había comenzado todo con Tony.

Quizás otra chica de su posición social estaría avergonzada. Becca no. Disfrutaba como si bebiera un buen vino, todos y cada uno de los comentarios sobre Tony. Cómo la hacía gozar. Cómo en cuanto se olvidaron de aquello de Amo y sumisa, disfrutaron aún más. Por momentos, aquella chica bajita, de melena corta, con vestido de tirantes y sandalias de tacón que mostraban las uñas de sus pies con perfecta pedicura, se mostraba como una mujer que tenía claro lo que quería en este mundo. Y a veces se acariciaba el pecho de forma insinuante por encima del escote, sin quitarnos el ojo a Llopis y a mí.

Yo estaba atento a las reacciones de Efrén. Pero ni frío ni calor. Como si oyese hablar a su mujer en otro idioma. Acariciaba sus manos y ponía énfasis en la alianza de matrimonio y en el anillo de compromiso con un diamante que emitía destellos rosados. Probablemente él era el bicho raro. Probablemente era capaz de poner en recipientes muy distintos el amor y la devoción y en otro el sexo y la lujuria. Me había costado creerle a Ama Nina. Ahora ya no.

Efrén tenía coartada para el día que desapareció Tony. Casi no iba a hacer falta comprobarlo. Pero no le dijimos que era el principal sospechoso.

Llopis no había abierto la boca desde que salimos de casa de Efrén. Parecía impactado. Dieciocho años en la policía y creía que ya nada iba a sorprenderlo. Yo lo miraba de reojo. Sus mofletes de hamster vibraban como si fuese a hablar, pero se detenía. ¿Cómo se podía vivir con una relación así? Violencia y domino por encima del amor. Algunos dirían que lo que Efrén sentía por Becca era un amor fraternal. Que sus desviaciones no le permitían más. Pero no se trataba de violencia sino de la adicción al poder sobre otra persona a quien no se ama (Mikai). Efrén consiguió abrir una caja de Pandora con Becca. Y para su mala suerte, pronto alcanzaron el mismo nivel. El marido ya no fue el más poderoso ni podía ser el dueño del placer de su mujer.

La moto y el móvil de Tony estaban desaparecidos. Al rastrear el número, la última ubicación que arrojó el GPS fue el edificio de departamentos de lujo. No podíamos hacer mucho con el registro de llamadas y mensajes debido a que los clientes de Tony eran personajes muy conocidos que exigían discreción. Las escasas huellas que se analizaron no revelaban nada. Y Tony había recibido la sobredosis de insulina a través de un pinchazo en el cuello.

Dos días después de nuestra visita, Efrén recibió en su teléfono una foto de Becca. Y por primera vez, Ama Nina hizo a un lado su discreción y me llamó. Efrén estaba fuera de la ciudad en un congreso y Becca no respondía a sus llamadas. El número desde donde se envió la foto de Becca era el de Tony. Llopis y yo lo comprobamos sin dar crédito. Tony no pudo enviar esa fotografía.

Becca estaba desnuda, con una mordaza de goma metida en la boca, las muñecas sujetas con esposas, tumbada boca abajo y con el culo más elevado que el resto del cuerpo. Una dildo machine de dos vergas de grandes dimensiones la penetraban anal y vaginalmente. Esto es lo que no tienes cojones de hacer con tu mujer, estaba escrito de forma manual encima de la imagen.

Efrén decidió regresar de inmediato en un avión privado. Durante el vuelo recibió una captura de pantalla de un mapa que mostraba la ubicación del teléfono de Tony. Sí quería a Becca viva, debía acudir a ese lugar. Era una nave abandonada en los límites de un polígono industrial. Llopis trató de convencer a Efrén para que dejase todo en nuestras manos. Yo me adelanté a los agentes.

Mikai comenzó adorando a Efrén con toda la intensidad de su espíritu sumiso. Poco después, el entusiasmo del Amo debutante que le impedía trabajar con otros clientes, le hizo creer que Efrén la amaba.

     -Sólo a usted pertenezco, mi Señor -decía continuamente Mikai mientras Efrén le sonreía de forma distraída-. Y por usted soy capaz de cualquier cosa.

Mikai fue la primera en descubrir que Becca no disfrutaba siendo sumisa. Y fue ella quien animó a Tony para iniciara una relación vainilla con Becca fuera de la casa de Ama Nina. También intentó hacerle ver a Efrén el error que había cometido tratando de convertir a su esposa en sumisa.

     -Pero yo amo a Becca, eso es un hecho -decía Efrén y Mikai se mordía la lengua porque una vez más debía soportar esos monólogos que la hartaban.

Justificaciones en voz alta donde Efrén aseguraba que lo de Becca con Tony sólo era sexo porque la hacía gozar de formas que él jamás podría hacerlo. Já. Soy un impotente vainilla, decía con una sonrisa triste. No me excitan las relaciones convencionales, ni siquiera el sexo duro. Necesito someter, poseer, castigar y recompensar, saber que yo tengo el poder absoluto sobre tu placer. Que sólo de mí depende que te eleves al cielo o que te hundas en el último infierno.

Y en algún momento, Efrén cometió el error se hacerle creer a Mikai que podrían vivir su relación no sólo fuera de casa de Ama Nina sino en un total 24/7, esto es, que jamás dejarían de ser Amo y sumisa. Que harían una vida juntos en el mundo real y que Mikai le iba a pertenecer por siempre. Oh sí, el ideal de toda sumisa. Sin embargo, aquello sólo era un sueño húmedo. Efrén jamás iba a abandonar a su esposa.

Mikai acudía con Johan, un estilista bastante conocido entre las esposas de algunos diplomáticos y políticos. No se le notaba la pluma y era bastante formal. Vivia enamorado de Tony, de quien era cliente frecuente. Pero detestaba el juego de la bisexualidad. Mikai le comió la cabeza confesándole que tenía un plan para vengarse de Tony. Así fue como logró que Johan lo citara el domingo 5 en un departamento de lujo que alquilaba por horas a través de terceros.

Cuando Tony llegó a la cita se encontró con Mikai y con un tipo bajito, calvo y de barba muy espesa que en un descuido y con tremenda agilidad, le golpeó en la nuca. Desnudarlo y atarlo a la cama fue como coser y cantar.

Ama Nina había permitido que Efrén contratara a un maestro de bondage especializado en shibari. Quería aprender esa técnica japonesa y lograr someter y suspender a cierta altura a Mikai a través de ataduras estéticas. El maestro Hiroshi aprobó las cuerdas de nylon para navegación que Efrén utilizaba en su yate debido a su flexibilidad. Y cuando el curso terminó, Mikai guardó algunos metros que sobraron. Ciento cincuenta centímetros de esa misma cuerda habían sido suficientes para atar las muñecas de Tony a la cabecera de la cama.

En una de las ocasiones cuando Efrén aturdía a Mikai con detalles sobre Becca, le reveló cómo se había convertido en diabética. Y la sumisa guardó esa información sospechando que algún iba a utilizarla. Ni siquiera lo mencionó cuando acudió con el cirujano plástico que operó a Becca. Y es que Efrén le pagó el mismo tipo de prótesis talla doble D a Mikai.

Tony recuperó el sentido y apenas pudo distinguir que Mikai estaba sentada a horcajadas encima de la mesa para ocho personas del comedor. Subía y bajaba impulsada por sus rodillas mientras que con las manos se sujetaba la larga coleta. Debajo de ella estaba el tipo bajito cuya barba espesa ahora no se notaba porque tenía la cara enterrada en el coño de Mikai. Era notoria la enorme erección que abultaba sus pantalones deportivos.

Mikai abrió sus ojos perfectamente maquillados y miró a Tony. De pronto comenzó a jadear de forma exagerada y en un momento dado dejó de moverse. Después se alisó la minifalda mientras bajaba de la mesa. Tony intentó hablar, gritar, pero tenía cinta adhesiva cubriéndole la boca. Mikai sonrió mientras sacaba algo de su bolso. El tipo bajito se acomodó el paquete y fue hacia donde estaba Tony. Se acercó tanto que no sólo sintió su aliento sino que pudo ver que llevaba rastros de los fluidos vaginales de Mikai en el bigote. Quieto, dijo y lo sujetó por la mandíbula. Tony intentaba zafarse mientras se revolvía en la cama. Y Ben, el tipo bajito, le dió un puñetazo. Lo último que Tony alcanzó a ver fue a Mikai con algo parecido a un bolígrafo en la mano.

Insulina y cuerdas para navegación. Efrén iba a pagar caro sus desprecios y su amor cursi por Becca. Si no iba a ser para Mikai tampoco sería para su esposa.

Ben exprimió los restos de un tubo de lubricante encima de las dos vergas de la máquina. Becca apenas podía respirar y tenía los ojos llenos de lágrimas. Suplicaba que ya no más pero la mordaza le impedía hablar. Deja de quejarte, le escupió a la cara Mikai. Estás tan mojada desde los primeros minutos que te sobra el lubricante. Qué guarra eres. Y Ben aprovechó el momento para manosear el coño depilado de Becca mientras le levantaba el culo. La puso en posición para ser penetrada y Mikai echó a andar de nuevo la dildo machine.

Desde donde estaba noté que no había armas a la vista. Y que sólo eran una chica de estatura media que a lo mucho pesaba cincuenta kilos y un tipo bajito un poco fornido. Quizá parecía demasiado fácil. Demasiado.

A partir de ese momento, los recuerdos se suceden unos a otros sin demasiado orden ni concierto. Aún hoy escucho claramente el disparo de un arma que no era la mía, un cuerpo que cae y los pasos de unos zapatos de tacón sobre el suelo de planchas metálicas.

Supongo que para incrementar el entusiasmo de su cómplice, Mikai se apoyó en la orilla de una mesa, levantó su falda y se abrió de piernas. Ben acudió a ella como perrito faldero y hundió su cara peluda en la entrepierna de la sumisa. Chupaba ansioso mientras gruñía y Mikai no le quitaba ojo de encima a Becca que parecía a punto de desmayarse.

Aproveché esto y salí de mi escondite. Comprobé que llevaba la automática metida entre la espalda y el pantalón y me aclaré la garganta de forma ruidosa. Sí, les corté el rollo, qué pena. Di dos pasos hacia la izquierda y me agaché para desenchufar la dildo machine. Les apuntaba con mi automática cuando me incorporé.

La amenaza de Mikai fue mayor. Se acercó por el otro extremo a Becca y en la mano derecha empuñaba el bolígrafo inyector. Guarda eso, vaquero o esta guarra se muere, me amenazó ella.

El plan era causarle un coma a Becca con una sobredosis de insulina. Aquello de matarla enchufada a una máquina que la follaba con ritmo constante sólo era una pantomima. Eso si Efrén no aceptaba culpar a Becca de la muerte de Tony. Con su esposa en prisión, Mikai lo tendría sólo para ella. Amo y sumisa por siempre jamás. Un bonito cuento de hadas retorcido.

¿Qué cómo supe esto? Porque Mikai cayó en el cliché del villano de película que revela sus malvados planes regodeándose delante de las víctimas. Sí, es que, en el fondo por más raros que sean nuestros gustos sexuales, todos somos iguales.

Escuché pasos de zapatos de tacón a poca distancia de mí. Mikai miró sorprendida pero se acercó más a Becca. ¡Bang! Un disparo y Mikai cayó de espaldas. Entonces Ben intentó arrebatarme la automática. Forcejeamos. Era fuerte para su estatura tan baja. Al final le di un cachazo en la sien.

Efrén corrió hacia Becca y despacio la bajó del potro donde estaba atada. Se quitó el abrigo y cubrió a su mujer que apenas podía mantenerse en pie. El aroma del perfume Obsession llenó mi nariz. No hizo falta que me diera la vuelta. Sonreí.

Mikai tenía un rozón de bala de una 9mm en el hombro izquierdo. Nada grave. Una recuperación rápida y a prisión. A Ben le dieron siete puntos de sutura. Becca pasaría por quirófano para aliviar los desgarros que le provocaron las dobles penetraciones machacantes y tal vez para una cirugía reconstructiva de vagina que estaba de moda entre las estrellas de Hollywood.

Ama Nina bebía sorbitos de té mientras me traspasaba con sus ojos pardos. Estábamos sentados frente a frente y casi podíamos hablar sin mover los labios.

     -Tu secreto está a salvo conmigo. Llopis no se esforzará en averiguar quién le disparó a Mikai. Cuando entró en la nave con sus agentes, ya todo había ocurrido.

Ama Nina sonrió.

     -Tenía que remediar lo que yo ocasioné. Era mi responsabilidad -suspiró-. Aprecio a Efrén pero a pesar de que se ha asumido como dominante, aun desconoce la capacidad del poder que tiene. Quizá como dijo Marcel Proust: “Ningún hombre es un completo misterio más que para sí mismo.”

Dejé la taza en la mesa y apenas con las puntas de mis dedos, acaricié la rodilla de Ama Nina. Era algo que había deseado hacer desde la primera vez. Ella me miró de un modo que no supe descifrar.

     -Sin conquistas ni rendiciones. Entrega mutua y nada más.

Entonces se acercó a mí, me tomó la cara con ambas manos y tras un beso delicado, me mordió el labio inferior.

 

 

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20 marzo 2021

Ostara 2021

 

Ostara, nombre que deriva de la diosa lunar teutónica Eostre. Equinoccio de Primavera que tiene como símbolo al conejo por su fertilidad y al huevo por la imagen cósmica de la creación. Es por eso que ambos son los protagonistas de Easter (la Pascua).

 
Este es el tiempo de la regeneración y la resurrección tal como lo hace la naturaleza. Ostara promete esperanza e intensifica los sueños. Toda la vida emerge tras el letargo del invierno.
 
 
 
 
 
 
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25 diciembre 2018

Fantasmas de Navidad



Los fantasmas de Charles Dickens siempre serán recordados por su obra A Christmas Carol pero la afición por lo sobrenatural no terminó ahí. A lo largo de su vida, sobre todo cuando dirigió las revistas semanales Household Words y All the Year Around, el tema de los fantasmas y la ambientación gótica continuaron salpicando muchos de sus relatos. Y hay varios más donde la época de Navidad es el momento preciso para las visitas del otro mundo. 

Cuando llegó a mi la antología que editorial Impedimenta tituló Para leer al anochecer (2009), descubrí con un gustazo varias de las historias que Dickens forjó con elementos sobrenaturales. Algunas hasta con ciertos toques de humor. 

Hoy he decidido compartir una que refleja esa tradición victoriana donde las Navidades es el momento preciso para reunirse alrededor de la chimenea y leer historias sobre aparecidos :)


FANTASMAS DE NAVIDAD
Charles Dickens

Me gusta volver a casa por Navidad. A todos nos pasa, o al menos así debería ser. Todos regresamos a casa, o deberíamos hacerlo, para disfrutar de unas breves
vacaciones —aunque cuanto más largas sean, mejor— desde el enorme internado en
el que nos pasamos el día trabajando en nuestras tablas de aritmética. A todos nos
conviene tomarnos un respiro, ésa es la verdad. En cuanto a ir de visita, ¿a qué otro
sitio podríamos ir si no? ¡Pues junto al árbol de Navidad, para proclamar nuestros
buenos deseos al mundo!

Y así partimos lejos, hacia el invierno, a colocar nuestros anhelos junto al árbol.
Nos ponemos en camino, y atravesamos llanuras bajas, parajes brumosos, páramos
sumergidos en la niebla; subimos largas colinas enroscadas como cavernas oscuras
entre las tupidas plantaciones que casi ocultan las estrellas centelleantes; y así
continuamos, por amplias mesetas, hasta detenernos, con un silencio repentino, frente
a una avenida. La campana junto a la verja resuena profunda y casi espantosa en el
aire helado; los batientes de la verja se abren sobre sus goznes y, a medida que nos
dirigimos hacia la gran casa, las luces resplandecientes se agrandan en las ventanas, y
las hileras de árboles que hay delante parecen retroceder solemnemente hacia ambos
lados para permitirnos el paso. Por un momento, aniquila el silencio la rauda carrera
de una liebre que a lo largo de todo el día, por intervalos, se ha dedicado a atravesar
el blanco tapete nevado; o el estrépito lejano de una manada de ciervos pisoteando la
escarcha endurecida. Si pudiésemos, tal vez veríamos sus ojos vigilando entre los
helechos, rutilantes como gotas heladas del rocío sobre las hojas; pero están quietos y
todo permanece en calma. De este modo, con las luces que se agrandan y los árboles
que se retiran ante nosotros y se reúnen de nuevo tras nuestro paso, llegamos a la
casa.

Probablemente flota en todo momento un aroma a castañas asadas y a otras cosas
buenas, puesto que estamos narrando historias invernales (o para nuestra vergüenza,
historias fantasmales) alrededor de un fuego navideño, y sólo nos levantaremos para
acercarnos más a él y calentarnos. Sin embargo, todo esto carece de importancia.
Llegamos a la casa, una vieja mansión coronada por grandes chimeneas en donde
arde la leña ante perros viejos que se arriman al hogar y retratos macabros (algunos
de ellos con leyendas igualmente macabras) que miran hoscos y desconfiados desde
el entablado de roble de las paredes. Somos gentilhombres de mediana edad y
compartimos una generosa cena con nuestros anfitriones y sus invitados. Es Navidad
y la casa está repleta de gente. Decidimos retirarnos pronto. La nuestra es una
habitación muy antigua. Cubierta por tapices. Nos desagrada el retrato de un
caballero trajeado de verde, que cuelga sobre la chimenea. Grandes vigas negras
recorren la techumbre y se ha dispuesto para alojarnos un gran dosel negro que a los
pies se ve sustentado por dos grandes figuras negras que parecen sacadas de sendas
tumbas de la vieja iglesia del barón, ubicada en los jardines. A pesar de ello, no
somos caballeros supersticiosos y nos da lo mismo. ¡Bien! Despachamos a nuestro
sirviente, cerramos la puerta con llave y nos sentamos frente al fuego, enfundados en
nuestra bata, a meditar sobre multitud de asuntos. Finalmente nos acostamos. ¡Bueno!
No podemos dormir. Nos revolvemos una y otra vez sin poder conciliar el sueño. Los
rescoldos del fuego arden relampagueantes y hacen parecer la habitación más
fantasmagórica si cabe. No podemos evitar escudriñar, por encima de la colcha, las
dos figuras negras que sostienen la cama, y sobre todo ese caballero de verde, dotado
de un aspecto tan perverso. Parecen avanzar y retirarse en medio de la luz
temblorosa, lo cual, a pesar de que no somos en absoluto hombres supersticiosos, no
nos resulta nada agradable. ¡Bueno! Nos vamos poniendo más y más nerviosos.
Decimos: «Esto es absurdo, pero lo cierto es que no podemos soportarlo; fingiremos
estar enfermos y haremos que acuda alguien en nuestra ayuda». ¡Bueno!
Precisamente, estábamos a punto de hacerlo, cuando de repente la puerta se abre y
entra una joven de una palidez mortecina y largos cabellos rubios que se desliza junto
al fuego y toma asiento en la silla que antes habíamos ocupado, frotándose las manos.
En ese momento advertimos que sus ropas están mojadas. Tenemos la lengua
adherida al paladar y no somos capaces de articular palabra, pero la observamos con
detalle. Su ropa está húmeda; su largo cabello está salpicado de barro; va vestida
según la moda de hace doscientos años y lleva en el cinto un manojo de llaves
herrumbrosas. ¡Bueno! Ella sigue sentada, sin moverse, y es tal el estado en que nos
hallamos que ni siquiera somos capaces de desmayarnos. En ese momento, ella se
levanta y empieza a probar sus oxidadas llaves en todas y cada una de las cerraduras
del dormitorio sin que ninguna sirva. Entonces fija su mirada en el retrato del
caballero de verde y exclama, con una voz grave y terrible: «¡Los ciervos lo saben!».
A continuación, vuelve a frotarse las manos, pasa junto a la cama y sale por la puerta.
Nos ponemos la bata apresuradamente, echamos mano de las pistolas —sin las que
nunca salimos de casa— y nos disponemos a seguir a la muchacha, cuando hallamos
la puerta cerrada. Giramos la llave y, al asomarnos al oscuro pasillo, no divisamos a
nadie. Deambulamos inútilmente en busca de nuestro sirviente. Recorremos la galería
hasta que rompe el día para luego volver a nuestra desolada habitación, caer
dormidos y ser despertados por nuestro criado (a él nada le aterroriza), que cuando
abre la ventana nos revela un sol resplandeciente. ¡Bien! Tomamos un triste desayuno
y todo el mundo nos comenta que parecemos indispuestos. Concluido el desayuno,
recorremos la casa con nuestro anfitrión y le conducimos hasta el retrato del caballero
de verde y en ese momento todo se aclara. Engañó a una joven ama de llaves,
conocida por su extraordinaria belleza, quien se ahogó inintencionadamente en un
estanque y cuyo cuerpo fue descubierto, pasado ya mucho tiempo, porque los ciervos se negaban a beber de sus aguas. Desde entonces, se rumorea que ella se dedica a
deambular por la mansión a medianoche (aunque sobre todo aparece en la habitación
del caballero de verde, a fin de no dejar dormir a su inquilino) probando todas las
cerraduras con sus llaves oxidadas. ¡Bien! Contamos a nuestro anfitrión cuanto
hemos visto y una sombra se cierne sobre su semblante. Nos suplica que guardemos
silencio y nosotros obedecemos. Sin embargo, todo lo que hemos contado es cierto y
así lo relatamos antes de fallecer (ahora estamos muertos), a muchas personas serias
que nos quieren escuchar.

Son innumerables las viejas casas solariegas, con sus pasillos retumbantes, sus
sombríos aposentos y sus alas hechizadas que llevan años clausuradas, a través de las
cuales podemos divagar, mientras un agradable escalofrío nos recorre la espalda, y
toparnos con todo tipo de fantasmas. Aunque —tal vez sea importante recalcarlo—
en general éstos se reducen a unos pocos tipos o clases, ya que, debido a la escasa
originalidad de los espectros, en su mayoría suelen deambular haciendo rondas
previamente fijadas. Resulta habitual también que haya ciertas baldosas de las que
sea imposible borrar las manchas de sangre que quedaron en tal o cual habitación o
descansillo, y que datan de cuando cierto amo malvado, barón, caballero o
gentilhombre se suicidó en aquel mismo lugar. Uno puede raspar y raspar, como hace
el dueño actual, o pulir y pulir, tal y como lo hiciera su padre, o frotar y frotar, al
igual que hizo su abuelo, o intentar hacerlas desaparecer mediante la acción de
diversos ácidos, como hizo el bisabuelo, pero la sangre siempre permanecerá ahí —ni
más ni menos pálida—, siempre igual. También ocurre que en otras casas
encontramos puertas encantadas, que jamás lograremos mantener abiertas mucho
tiempo; o bien, una puerta que no hay manera de cerrar; o bien casas donde suena a
deshoras el crujido hechizado de una rueca, o golpes de martillo, o pisadas, o un
llanto, o un lamento, o un ruido de cascos de caballo, o el arrastrar de cadenas. Tal
vez haya un reloj en su torre que al llegar la medianoche dé trece campanadas
coincidiendo con la muerte del cabeza de familia. Llegó a suceder que una tal Lady
Mary fue de visita a una casa de campo en las tierras altas escocesas y, sintiéndose
fatigada por el largo viaje, se retiró pronto a dormir. Al día siguiente, durante el
desayuno, comentó inocentemente:

     —¡Me resultó extrañísimo que anoche celebraran una fiesta a una hora tan tardía
en un lugar tan remoto como éste, y que no me hablaran de ella!

Cuando todos le preguntaron qué quería decir, Lady Mary respondió:

     —¡Pues que ha habido alguien que se ha pasado toda la noche dando vueltas y
más vueltas con su carruaje bajo mi ventana!

Entonces, el propietario de la casa se puso lívido, al igual que su señora. Por su
parte, Charles Macdoodle —de los Macdoodle de toda la vida— conminó a Lady
Mary a no decir ni una palabra más sobre el asunto y todo el mundo guardó silencio.

Después del desayuno, Charles Macdoodle contó a Lady Mary que era tradición en
aquella familia que aquel ajetreo de carruajes en el patio presagiase alguna muerte.
Así quedó probado cuando, dos meses más tarde, falleció la dueña de la mansión.
Lady Mary, quien a la sazón formaba parte de las Damas de Honor de la Corte,
contaba a menudo esta historia a la vieja reina Charlotte; y es por esto por lo que el
viejo rey se pasaba el día diciendo:

     —¿Eh? ¿Cómo? ¿Fantasmas? ¡Ni mentarlos, ni mentarlos!

Y no dejaba de repetirlo una y otra vez hasta que se retiraba a dormir.

El amigo de una persona a quien la mayoría de nosotros conocemos, cuando era
todavía un joven estudiante, tuvo un amigo bastante peculiar con el que había llegado
a un pacto de lo más macabro: acordaron que si era cierto que el espíritu de una
persona es capaz de volver a este mundo tras haberse separado del cuerpo, aquel de
los dos que primero muriese habría de aparecerse al otro.

Transcurrido un tiempo, a nuestro amigo se le había olvidado ya aquel trato;
ambos jóvenes habían progresado en la vida y habían tomado caminos divergentes,
muy alejados entre sí. Sin embargo, una noche, transcurridos muchos años,
encontrándose nuestro amigo en el norte de Inglaterra y alojándose por la noche en
una posada junto a los páramos de Yorkshire, sucedió que miró fuera de su cama y
allí, a la luz de la luna, apoyado junto a un buró próximo a la ventana, vio a su viejo
colega de estudios observándole fijamente. Se dirigió solemnemente a la aparición, y
ésta le respondió en una especie de susurro, aunque bastante audible:

     —No te acerques a mí. Estoy muerto. Heme aquí para cumplir mi promesa. Vengo de otro mundo pero no puedo revelar sus secretos.

En ese momento, la aparición palideció, pareció fundirse con la luz de la luna y se
desvaneció.

Cuentan también el caso de la hija del primer ocupante de una casa isabelina,
bastante pintoresca, que se hizo relativamente famosa en nuestro barrio. ¿Han oído
quizás hablar de ella? ¿No? Pues bien, siendo una bella muchacha de diecisiete años,
dio en salir una tarde de verano durante el crepúsculo a recoger flores en el jardín.
Pero, de pronto, su padre la vio llegar corriendo a la puerta de la casa. Estaba aterrada
y gritaba con desesperación:

     —¡Ay, Dios mío, querido padre, me he encontrado conmigo misma!

El la abrazó, la consoló y le dijo que no se preocupase; probablemente habría sido
víctima de algún capricho de su imaginación. Ella entonces le dijo:

     —¡Oh, no! Te juro que me encontré conmigo misma cuando caminaba por el paseo. Estaba muy pálida recogiendo flores marchitas, y giraba la cabeza sosteniéndolas en alto.

Aquella misma noche, la muchacha murió. Se comenzó a pintar un cuadro con su
historia, si bien nunca fue terminado, y dicen que, aún hoy, el cuadro permanece en algún lugar de la casa, vuelto de cara a la pared.

El tío de mi cuñado volvía a casa a caballo. Era una tarde apacible, y ya estaba
anocheciendo. De repente, en una vereda cercana a su propia casa vio a un hombre de
pie frente a él, ocupando el centro mismo de un estrecho paso.

     —¿Por qué estará ese hombre de la capa ahí en medio? —pensó—. ¿Acaso
pretende que le pase por encima?

Pero la figura no se apartaba. El tío de mi cuñado tuvo una extraña sensación al
verle allí en el sendero, tan inmóvil. Sin embargo aflojó el trote y siguió cabalgando
en dirección a él. Cuando se halló tan cerca del caminante que casi podía tocarlo con
su estribo, el caballo se asustó y entonces la figura se deslizó a lo alto de un terraplén,
de una forma rara, poco natural (de hecho se escurrió hacia atrás sin aparentemente
usar los pies), y desapareció. El tío de mi cuñado dio un respingo.

     —¡Santo Dios! ¡Pero si es mi primo Harry, el de Bombay!

Espoleó al caballo, que de pronto sudaba una barbaridad, y, preguntándose por tan
extraño comportamiento, salió disparado hacia la entrada de su casa. Cuando llegó
allí vio a la misma figura pasando junto al alargado mirador que hay frente a la sala
de estar de la planta baja. Arrojó las bridas a su criado y se precipitó detrás de la
figura. Su hermana estaba allí sentada, sola.

     —Alice, ¿dónde está mi primo Harry?

     —¿Tu primo Harry, John?

     —Si. El de Bombay. Me lo acabo de encontrar en el camino y lo he visto entrar aquí ahora mismo.

Nadie había visto nada, Pero fue en aquella hora exacta, como más tarde se supo cuando su primo fallecía en la India.

Hubo cierta vieja dama muy sensata que falleció a los noventa y nueve años, y
que mantuvo sus facultades hasta el final. Pues bien, esta buena mujer vio con sus
propios ojos al famoso Niño Huérfano. Esta es una historia que con cierta frecuencia
se ha venido contando de manera incorrecta. He aquí lo que ocurrió en realidad (pues,
de hecho, se trata de una historia que ocurrió en nuestra propia familia: la vieja dama
era una pariente lejana). Cuando tenía alrededor de cuarenta años, época en la que
aún era conocida por su belleza poco común (hay que decir que su amado murió muy
joven, razón por la cual ella nunca se casó, aunque recibió numerosas proposiciones
al respecto), se trasladó con su hermano, que era comerciante de artículos indios, a
una casa que éste había comprado no hacía mucho en Kent. Corría la leyenda de que
aquel lugar había sido una vez administrado por el tutor de un niño. Aquel tutor era el
segundo heredero de la propiedad, y mató al niño tratándole de manera severa y
cruel. La dama no sabía nada de esto. Se dijo que en la habitación de ella había una
jaula en la que el tutor solía encerrar al niño. Nunca hubo tal cosa, de hecho. Allí tan
sólo había un ropero. Una noche se fue a dormir. A la mañana siguiente cuando entró la doncella, ella le preguntó con toda tranquilidad:

     —¿Quién era ese niño tan guapo y de aspecto tan melancólico que ha estado
asomándose por el ropero toda la noche?

La muchacha emitió un fuerte chillido y se esfumó al momento. La dama quedó
sorprendida. Sin embargo, como era una mujer con una notable fortaleza mental, se
vistió ella misma, bajó al piso inferior y se reunió con su hermano.

     —Bien, Walter —dijo—, he de confesarte que no he podido pegar ojo. Una
especie de niño de aspecto melancólico, bastante guapo, ha estado importunándome
toda la noche y saliendo por el vestidor de mi cuarto, cuya puerta, eso te lo puedo
asegurar, no hay alma humana que pueda abrir. ¿Qué clase de truco es éste?

     —Me temo que no es ningún truco, Charlotte —respondió él—. Ese niño forma
parte de la leyenda de esta casa. Es el Niño Huérfano. ¿Qué es lo que dices que hizo
anoche?

     —Abría la puerta sigilosamente —dijo ella—, y se asomaba. A veces avanzaba
un paso o dos dentro del dormitorio. Entonces yo le llamaba animándole a pasar, y él
se encogía con un estremecimiento y se deslizaba dentro del vestidor de nuevo, tras lo
cual cerraba la puerta.

     —Ese gabinete no comunica con ningún otro lugar de la casa, Charlotte. Está
clausurado —dijo su hermano.

Esto era verdad. Hicieron falta dos carpinteros trabajando toda una mañana para
conseguir abrir el vestidor y poder así examinarlo. En aquel momento, mi pariente
estaba bastante contenta de haber trabado relación con el célebre Niño Huérfano. A
pesar de ello, la parte más terrible de la historia es que, posteriormente, también sería
avistado sucesivamente por tres de los hijos de su hermano, que acabaron muriendo
jóvenes. De vez en cuando alguno de los niños caía enfermo. Y, curiosamente,
siempre era doce horas después de volver a casa acalorado diciendo, vaya por Dios,
que había estado jugando bajo cierto roble en cierta pradera con un extraño niño…
Un niño guapo y de aspecto melancólico, que era muy callado y le hacía señas para
que le siguiera. De la fatal experiencia, los padres dedujeron que se trataba del Niño
Huérfano y que el destino de los niños quedaba inexorablemente marcado por ese
encuentro.



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