25 abril 2021

Homenaje a tito King

 

Es un gran problema cuando el relato que has escrito para una antología de homenaje a equis escritor, se queda "huérfano". Esto es, que no es incluido por el antologador debido a criterios muy particulares y entonces, el relato se queda en una especie de limbo. Fuera del contexto de un homenaje, puede pasar hasta por un intento de plagio. Y eso no se imaginan cuánto jode...

He esperado hasta ahora, hasta que he visto publicada la antología de donde fui excluida sin, al menos, una explicación por pura cortesía, para compartir este relato que intenta proyectar toda la atmósfera de la novela Cementerio de animales. Contiene guiños que podrán ser descubiertos por aquellos que no sólo conocen la obra del genial autor norteamericano, sino también su vida y lo que esta novela significó para él. 


LO MUERTO, MUERTO ESTÁ 

Macarena Muñoz Ramos

Cheshire se había adaptado bien a la mudanza, dormía y ronroneaba como siempre. Poco a poco se atrevió a explorar los alrededores de la casa y la maldita Ruta 15, sin apenas prestar atención a los trailers que cruzaban esa carretera a toda velocidad. James, nuestro vecino más cercano, nos advirtió desde el primer día. No en balde, el pequeño cementerio que estaba a poca distancia de casa, tenía un amplio muestrario de perros y gatos que no habían tenido tanta suerte como nuestro felino.

      -Papá, ¿a dónde va a ir Chess cuando muera? -me preguntó Naomi, mi hija mayor, mientras observaba una de las pequeñas tumbas del cementerio de mascotas.

      -Pues, no sé, cariño. No tengo idea si exista un cielo para gatos.

Tabby, mi mujer, me lanzó una mirada de agobio que traspasó sus gafas. Llevaba en brazos al pequeño Owen y poco después meneó la cabeza negativamente.

      -Yo no quiero que se muera Chess, papá, porque se va a quedar muy solo sin nosotros. Quiero que viva para siempre.

Un gato inmortal, Dios mío. Pero es que Naomi estaba muy unida a Chess. El felino dormía en su cama y era algo así como su guardián. Tabby, Joe, Owen y yo podríamos desaparecer y Chess ni lo notaría.

A veces, cuando regresaba de dar clases en la universidad de Maine y me preparaba una bebida, Chess imitaba la forma de mirar de Tabby: ojos entrecerrados y desaprobación total. Lo siento, Chess, pero sin whisky no consigo relajarme ni desconectar. Entonces, le dedicaba una mueca parecida a una sonrisa. Los hielos tintineaban en el fondo del vaso y yo volvía a servirme. El gato me miraba con desdén y se perdía por la casa.

* * *

Me cuesta recodar con detalle. Aquellos días están empapados de whisky y empolvados con cocaína. Uno me relajaba; la otra me despejaba. Tenía que aprovechar el escaso tiempo que pergeñaba entre las clases en la universidad, atender a los chicos, fungir como marido preocupado por su relación, además de leer. Tenía que escribir o por lo menos vaciar mi cabeza que parecía una comedia donde los hermanos Marx intentaban apagar un incendio.

Carrie había sido muy buena conmigo, a pesar de que en un principio la deseché. El pueblo de Jerusalem Lot, una gran fuente de alimento para Barrow. El hotel Overlook y sus retorcidos huéspedes, habían tardado en dejarme en paz. Y ahora sólo podía pensar en una chiquilla con piroquinesis. ¿Y qué demonios era eso? Pues la capacidad de controlar y crear fuego con la mente. Tuve un sueño demasiado real donde mi hija le prendía fuego a todo lo que la rodeaba. Así que, ahí estaba yo, a medianoche, aporreando las teclas de mi máquina de escribir, refugiado en una habitación alejada del resto de la casa. A veces, me levantaba para estirar las piernas y echaba un vistazo por la ventaba que daba a un costado de la propiedad. Aquello no era más que el inicio tupido del bosque que una lámpara de baja intensidad trataba de iluminar. Al principio, creí que era una ilusión, inclusive limpié a fondo mis gafas... Pero no era la primera vez que distinguía entre la penumbra, una figura oscura que parecía humana, de gran altura y con una cornamenta de ciervo en la cabeza. Acechando, vigilando.

      -No lo imaginaste, Stevie -me dijo James con semblante muy serio-. Es el Wendigo. Los nativos Penobscot que habitaban desde aquí hasta Canadá, fueron los primeros que hablaron de esa criatura.

¿Una criatura? Venga ya. Eso era una leyenda que seguro se la contaban a los niños pequeños para asustarlos.

      -No me mires así. El Wendigo aparecía en el invierno, cuando el alimento escaseaba y los hombres apenas y podían cazar algo. Los Penobscot más viejos aseguraban que el Wendigo devoraba a los más débiles. Primero les arrancaba el corazón. Poco a poco los nativos descubrieron de que si ofrendaban corazones de animales, el Wendigo dejaba de merodear y de atacar. Aunque parecía que nunca estaba satisfecho.

      -¿Y quieres que crea que el Wendigo ha sobrevivido hasta nuestros días?

James le dio una calada profunda a su cigarro. Esa tarde de otoño en el porche de su casa, me estaba provocando un mal presentimiento.

      -Es real, no te quepa duda. Los trailers hacen mucho, pero es el Wendigo quien se cobra tantas vidas. Los perros y los gatos mueren atropellados al cruzar esta maldita carretera pero cuando los encuentran, les falta el corazón.

* * *

El pequeño Owen de casi dos años, siempre que podía iba tras su hermano Joe que en aquel entonces tenía seis. Esa mañana de noviembre, Joe se había encaprichado con una cometa con forma de murciélago que vio en una tienda del pueblo, así que se la compré. Nunca me arrepentí tanto de algo.

Después del almuerzo dominguero, Joe aprovechó para estrenar su cometa. Soplaba un buen viento y pronto levantó el vuelo. Joe solía tener mucha paciencia con su hermanito, por lo que no me preocupé cuando vi que Owen corría muy emocionado hacia él. Los chicos tenía muy claro que no debían acercarse a la carretera. El constante paso de los trailers a toda velocidad, se los recordaba. Sin embargo, la emoción de controlar la cometa, llevó a Joe muy cerca de la orilla... Un parpadeo, un alarido de Tabby y lo siguiente que recuerdo es que me vi sujetando con mucha fuerza a Owen por la espalda de su camiseta. El pequeño había estado a punto de tropezar hacia la carretera.

Eso me dejó muy mal cuerpo. Ni siquiera fuimos capaces de regañar a los chicos. Naomi no habló en lo que restó de la tarde y se la pasó acariciando a Chess. Joe no dejaba de abrazar a Owen mientras le leía sus cómics. Y mi imaginación truculenta por naturaleza, permaneció quieta y casi en blanco. Era incapaz de pensar qué habría pasado si Owen hubiera caído en mitad de la Ruta 15..

Esa noche arrasé hasta la última gota de una botella de whisky. Tabby no dijo nada cuando lo descubrió, sólo me besó con ternura en la frente. Ahí, a solas y con mis pensamientos funestos, tecleaba sin ton ni son, sin poder alejar la angustia. En un momento dado me levanté y fui a la ventana. En cuanto mis ojos se acostumbraron a la penumbra, lo vi.

      -Por favor, no te lleves a mis hijos -susurré.

* * *

Cada vez las noches eran más largas y Chess tardaba más en regresar a casa de sus excursiones, algo que desesperaba a Naomi. Esa noche, acosté a los chicos y el condenado gato seguía sin aparecer.

      -Sólo espero que no le haya pasado algo -susurró Tabby echando un vistazo hacia la carretera.

Le respondí que no se preocupara, que seguramente andaba de Don Juan por ahí. Y aunque le guiñé un ojo, un escalofrío bajó por mi espalda.

Al día siguiente cuando volví de la universidad, encontré que Tabby y a Naomi venían por el camino que llevaba al cementerio de mascotas. Mi hija tenía los ojos llorosos.

      -Chess no aparece -Tabby dejó escapar un suspiro.

Poco después de cenar, crucé con cuidado la Ruta 15. James ya me estaba esperando en el porche de su casa con una nevera portátil bien surtida de cervezas.

      -Stevie, ¿te he hablado de mi perro Thor?

Negué con la cabeza.

      -Bien, Thor era un pastor alemán dócil y obediente. Un buen compañero para un chico de diez años. Ibamos mucho al bosque, inclusive en el verano nadábamos en el río. Pero desde entonces, era peligrosa esta maldita carretera... Un día, Thor salió detrás de una ardilla, su instinto era más fuerte y no pude evitar lo que ya te estás imaginando.

      -Oh, James.

      -Sí, fue muy jodido llegar hasta donde quedó, casi destripado, sólo para ver cómo daba su último aliento. En fin, mi padre que era un hombre muy duro y práctico, me exigió que me limpiara las lágrimas y le ayudara a cavar una tumba en la parte trasera de la casa. Mamá bajó volando los escalones del porche y aquella fue la primera y última vez que le habló a mi padre con firmeza:

      -Louis, llévate a Thor al cementerio de mascotas. Ahí es donde merece descansar.

Por la noche, mamá fue a mi habitación y dijo que iba a contarme algo sobre sus ancestros. Aquí debo aclararte que ella era medio mestiza de la tribu Penobscot. Me preguntó si extrañaba a Thor. Le respondí que sí y me reveló que ella conocía una forma de “regresarlo”. Pero que debía ser muy fuerte y valiente y hacer lo que ella me pidiera sin preguntar.

Casi me atraganté con el sorbo de cerveza.

      -¿Regresar? Pero, ¿cómo? Thor estaba muerto. Mamá no respondió y cuando ya todos estaban dormidos, me pidió que me vistiera. Cogimos una pala, dos linternas y nos encaminamos hacia el cementerio de mascotas. Yo había señalizado la tumba de Thor no solo con una cruz sino poniendo piedras blancas a su alrededor..Mamá empezó a cavar y al poco rato, vimos la manta a cuadros con la que había envuelto el cuerpo de Thor.

Momento, ¿qué me estaba queriendo decir James?

      -Mamá hizo a un lado la manta, sacó un cuchillo pequeño que llevaba en el bolsillo del pantalón y me pidió que la iluminara mejor con la linterna. Cuando vi que acercaba el cuchillo al pecho de Thor, miré hacia otro lado.

      -Venga Jimmy, quedamos que ibas a ser valiente -y me puso algo en las manos que se sentía viscoso.

Pero, ¿qué demonios?

      -Era el corazón de Thor. Traté de no gritar aunque estaba asqueado y horrorizado. Mamá envolvió otra vez el cadáver de Thor, echó algo de tierra por encima y me pidió de nuevo que la siguiera. Caminamos más allá del cementerio, hacia el norte del bosque. Yo me sentía como una especie de zombie, sin saber qué hacer ni qué decir. Llegamos a un claro donde había espirales en el suelo marcadas con piedras blancas. Nos paramos encima de una que parecía ser la más grande.

      -Jimmy, no sueltes el corazón, no importa lo que oigas. Cierra los ojos y piensa en Thor, en lo mucho que lo quieres y lo extrañas. Piensa con todas tus fuerzas. -dijo mamá mientras se sentaba en el suelo.

No podía creer lo que me contando James.

      -Mamá empezó a cantar muy bajito, era como un sonido que brotaba desde el fondo de su pecho. Abrí un momento los ojos y vi que tenía las palmas de las manos hacia arriba y que también había cerrado los ojos, así que hice lo mismo. De pronto, empezó a soplar una brisa suave, que mecía las copas de los árboles. No sentía temor pero me invadió una sensación rara.

Abrí otra cerveza y James suspiró.

      -Al poco rato, el olor de la brisa cambió. Se me llenó la nariz de un aroma parecido a tierra mojada y hojas recién cortadas. Mamá seguía cantando bajito y en un momento dado, susurró algo que no pude descifrar y unas manos con dedos tiesos y alargados, tomaron el corazón de Thor.

-Dios mío, James.

      -Pensé que todo había sido un sueño, casi una pesadilla a pesar de que mamá estaba conmigo. Apenas recuerdo cómo regresamos a casa y que me ayudó a meterme en la cama. Cuando caía la tarde del día siguiente, Thor apareció ladrando al pie de los escalones del porche. Estaba un poco sucio y a veces cojeaba de una patita, pero corrí a abrazarlo.

      -Pero, ¿y tu padre qué dijo?

      -Mamá lo convenció de que seguramente no comprobó bien si aún respiraba... A papá le quedó la duda -James me miró de reojo-. Thor dejó de ser tan listo como era y a veces se quedaba mirando hacia la nada con un destello oscuro en sus ojos. Estuvo con nosotros un par de años más hasta que una tarde lo encontré desvanecido en un rincón de la cocina. Y por fin sus restos descansaron en su tumba en el cementerio de mascotas.

      -Pero, pero....

      -No me mires así. Mamá había hecho un pacto: ofrendó el corazón de Thor a cambio de revivirlo. Se lo ofreció al Wendigo. Tal como se lo habían enseñado sus ancestros.

Las luciérnagas parpadeaban alrededor de nosotros. Y James dejó de mirar hacia la carretera.

      -¿Sabes por qué te he contado todo esto, Stevie?

      -No, ni idea -apenas me salió un hilo de voz.

      -Porque sé que el gato de tu hija está muerto, es muy probable que aplastado por un trailer. Sé lo unida que está a él y que tú eres un buen padre, capaz de hacer cualquier cosa por tus hijos.

Tragué saliva con dificultad

      -El Wendigo puede devolverte a Cheshire, siempre y cuando le hagas una ofrenda.

* * *

Soy un cobarde, lo sé. Se me revolvieron las tripas cuando encontramos a Chess en la cuneta de la carretera, a unos metros de distancia de nuestra casa. Según James, no tendría arriba de dos días de muerto. Y para él, aún estábamos a tiempo.

Hacía mucho que la madre de James había fallecido. Y nunca más volvieron a hacer lo de aquella noche, y a pesar de que James había sido testigo, no conocía el ritual. Pero se le ocurrió que debíamos sacarle el corazón a Chess y que fuéramos al claro del bosque que estaba más allá del cementerio de mascotas. De algún modo, contactaríamos con el Wendigo.

Soy un cobarde, repito. Ni siquiera pude depositar a Chess en su tumba ni mucho menos extraerle el corazón. James tampoco aunque era terco con que yo era el único que debía hacerlo. Así que volvimos sobre nuestros pasos y a la noche siguiente, James apareció con un corazón de conejo.

Nos paramos encima de la espiral más grande, cerramos los ojos y James empezó a susurrar algo. La brisa que soplaba no fue suave sino todo lo contrario. Noté un olor penetrante a humedad y un sonido gutural parecido a una risa.

      -Devuélveme a mi gato, por favor -fue lo único que pude decir mientras temblaba sin poder controlarme.

Y unas manos de dedos tiesos y alargados me quitaron el corazón de conejo que tenía entre las mías. No me atreví a abrir los ojos y al poco rato, un cuerpo peludo y apenas tibio, empezó a moverse entre mis manos.

* * *

Tal vez fue el whisky, la cocaína, la angustia o el terror, pero aquellos días se incrustaron en lo más profundo de mi alma. Naomi fue feliz a pesar de la suciedad y ese tufo ligero a podrido que despedía Chess. Lo abrazaba pero el gato apenas respondía. Peor que nunca, no permitió que nadie más lo tocara y ya no dormía en la cama de Naomi. Las cosas se pusieron aun más feas cuando Chess se le fue encima al pequeño Owen dejándole arañazos en las piernas. Chess se estaba volviendo hosco y salvaje.

-Stevie, desde hace días que no puedo dormir bien -me dijo James un poco preocupado-. Tengo la sensación de que alguien va a entrar a mi casa y me hará daño.

Tres años atrás, James había enviudado y se negaba a vivir con alguno de sus hijos. Por eso conectó tan bien con nosotros cuando nos mudamos. En el fondo, necesitaba compañía. Pero empezaba a tener remordimientos.

      -Creo que no hicimos algo muy bueno, amigo mío.

¿Qué podía decirle? A veces, Chess me lanzaban miradas turbias. Además, varias noches después de la ofrenda, descubrí otra vez al Wendigo acechando entre los árboles.

      -Chess no es el mismo, ¿verdad?

No fue necesario que respondiera.

      -Esto no tenía que haber sido así, Stevie. No, no... Yo traté de hacer el ritual como mamá lo hizo, pero algo faltó y el Wendigo lo sabe.

Bueno, traer de vuelta a la vida algo que ya estaba muerto, no debía ser sano. Pero entre el whisky y el polvo blanco, había algo que no me parecía tan oscuro. Sobre todo cuando veía la felicidad de Naomi por no haber perdido definitivamente a su gato.

Me aislaba intentando escribir y por primera vez en mucho tiempo, nada surgía. El incendio en mi cabeza no era más que rescoldos. Y cada tanto tiempo, miraba por la ventana.

      -Sé que estás ahí, pero no te llevarás a nadie más, ¿me escuchas? ¡A nadie más!

Tomé la botella de whisky, bajé a la entrada y me senté en uno de los escalones. Quise sonreír porque entre la penumbra distinguí una enorme cornamenta de ciervo. Chess se metió entre mis piernas y yo seguí bebiendo de la botella. La fuerza de la brisa aumentó y un potente olor a humedad lo llenó todo.

Tabby dijo que escuchó mis carcajadas y el disparo, nada más. Que cuando bajó a la entrada, me encontró tirado boca arriba, con el rostro lleno de arañazos y Chess muerto encima de mi pecho. James le había disparado con su escopeta.

Yo sólo recuerdo una voz cavernosa que me susurró al oído antes de desvanecerme:

      -Te atreviste a engañarme, Stevie... En ese corazón no había fuerza de vida.



***

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