No sé si a alguno le ha pasado pero a mí el cine visto en pantalla grande y en una sala a oscuras me sigue emocionando mucho. Más aún si se trata de una ocasión tan especial como disfrutar de una película a la que se tiene muchas ganas de ver. Ayer estaba tan emocionada, sentada en mi butaca, que casi soltaba un gritito a lo Flanders, jojojo.
No me ciega el fanatismo pero es muy grande que haya artistas con los que conectas tan bien porque saben llegar a la médula de tus gustos, de tus emociones, de lo que sabes que siempre ha habitado en tu interior y que, en la medida de tus posibilidades, has tratado de plasmar. Guillermo del Toro, para mí, es uno de esos artistas. Y su más reciente película logra reunir y más importante aún, transmitir al espectador, el centro sobre el que gira su mundo. Me refiero, por supuesto, a Crimson Peak.
Su currículum cinematográfico no es muy amplio. Sin embargo, en cada una de las películas que ha dirigido y que ha forjado en su maravillosa cabeza (incluyendo Mimic que él mismo considera como un pequeño gran fracaso) no sólo aboga por lo oculto de la naturaleza humana sino por las emociones intensas y oscuras y que no siempre son sinónimo de maldad. También se le nota esa alma de inventor antiguo fascinado por los mecanismos. Y el entomólogo de armario que siempre necesita manifestarse, jejeje.
En su más reciente película, tito Guillermo (tito de cariño, como si lo considerásemos de la familia, como ese tío entrañable) busca cautivar al espectador poniendo mucha atención y mimo en todos los detalles no sólo visuales, sino que también alimenta el cerebro dejando pistas, mostrando y no las entretelas de una reacción, del por qué de una forma de ser, el dolor y la pasión. Quizá por eso, para los seguidores del susto barato, de los que necesitan "ver" para creer, Crimson Peak no les emociona. Cuesta creer que a pesar de las declaraciones de tito Guillermo, la prensa y los espectadores sigan tercos con que se trata de una película de fantasmas y después declaren que los han "timado". La historia de Edith, Thomas y Lucille (incluyendo a Alan) es intensa, oscura, y llena de metáforas. Y bebe de muchísimas fuentes literarias y cinematográficas, pero de ese cine en blanco y negro que lograba transportar al espectador a otro mundo, más intenso y menos terrenal, quizás, que en el que vivía.
La Novela Gótica que surgió a finales del siglo XVIII y que fue imitada hasta la saciedad durante tres décadas, con toda variedad de resultados, sentó las bases de muchos géneros que vinieron después, entre ellos, el thriller. Crimson Peak se anuncia como un Gothic Romance. Y lo es gracias a la intensidad de sus protagonistas, de sus ambiciones y demonios personales. Pero también es un thriller que logra mantener la atención del espectador. Por eso se trata de una obra en la que debemos poner atención en los detalles, en los diálogos. Cada escena, sobre todo de la primera mitad, va dejando pistas.
La dirección actoral es estupenda. Aunque quizás considero que Edith si bien es un personaje que sirve como tributo a muchas de las más conocidas escritoras que se enfrentaron a sus sociedades y tiempos (primera mitad del siglo XIX) le falta un poquitín de garra en algunos momentos. Alan es el chico de corazón puro y buenos sentimientos decidido a todo por rescatar a su amada. Thomas es contenido pero intenso, muy oscuro pero que también oculta ese pequeño rayo de luz que casi lo redime. Lucille es un alma herida y ennegrecida no sólo por los demás sino por sus propios sentimientos de venganza y dominio.
El diseño de vestuario en Crimson Peak marca la personalidad de cada uno de los protagonistas. Edith es diáfana, rubia, colores claros, bordados discretos. Y una de las pocas protagonistas de una peli de época que luce con orgullo gafas, aunque eso sí, sólo cuando lee o escribe, jejeje. Thomas refleja dignidad pero también austeridad con colores oscuros y cortes clásicos. Lucille es quien porta el color rojo oscuro y el negro, los bordados en azabache, combinando con su cabellera morena y con su alma, también.
El caserón Allerdale Hall, el que está construido sobre una mina de arcilla, que es donde siempre han vivido los hermanos Thomas y Lucille, también se convierte en un personaje más. Desde la primera toma, cuando Edith llega a vivir ahí, nos recuerda a esas mansiones descritas en las novelas góticas. Enormes construcciones ruinosas, oscuras, con largos pasillos, cuartos deshabitados y retratos antiguos de familia en las paredes. Allerdale Hall tiene mucho de Manderley (recordemos Rebeca), de la mansión Rochester (Jane Eyre), de Cumbres Borrascosas por su ubicación en esos páramos secos y ventosos, y por supuesto de la Mansión Usher. Además, la arcilla que rezuma por los suelos y las paredes de Allerdale Hall resulta un sinónimo del dolor y de la tragedia. Es como si el caserón sangrara.
¿Y los fantasmas? Bueno, pues aparecen desde los primeros minutos. Pero no son meros recursos efectistas. Aunque, para bien o para mal, se enfatiza su aparición a través de la banda sonora. Sí, como los famosos violines de Psicosis, jojojo. Un dato curioso es que, por alguna razón que no ha declarado tito Guillermo, 'sus' fantasmas (desde la producción de la película Mamá) parecen que flotan en líquido, que se disuelven. Sin duda, es una forma novedosa de mostrarlos en la gran pantalla.
La música, el score, es casi perfecto. De nuevo, quizás como un homenaje al maestro Hitchcock, se echa mano de acompañamiento de violines. Pero también los temas interpretados con piano son delicados y emotivos, además de que marcan la intensidad de muchas escenas. Hay un tema que se repite en varias formas y que resulta imposible alejar de nuestra mente, jojojo. Se trata de una versión más pausada del vals que bailan Edith y Thomas. Por cierto, esa nana que se escucha al inicio de Crimson Peak y que vuelve a escucharse en dos ocasiones más (una de ellas esencial en la trama) me recuerda al tema que tarareaba la niña Flora (aquí se puede escuchar) en la película The Innocents, la adaptación de la novela Otra vuelta de tuerca de Henry James estrenada en 1961. Es más, me atrevo a decir que parte de la influencia de esta novela en Crimson Peak radica, para mí, en que Thomas y Lucille es como si fuesen Miles y Flora de mayores, influidos perversamente por la relación entre la institutriz Miss Jessel y el criado Peter Quint.
Crimson Peak nos deja claro que el amor, cuando verdaderamente es amor, no sólo alimenta sino que también puede destruir. Crece y se transforma en necesidad, en el aire que nos permite seguir viviendo y sintiendo. Pero también puede asfixiarnos y provocar que perdamos la cordura. Crimson Peak nos muestra que el amor de una madre puede traspasar la barrera de la muerte, el amor recién estrenado se intoxica con los aromas de la pasión y ciega, el amor de una hermana puede convertirse en crueldad y manipulación pero sólo para esconder la debilidad y el abandono. Que el amor nos puede convertir en monstruos.
4 de noviembre de 2015
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