Deshojar la margarita del “me gusta, no me gusta” no basta para entender lo que se cuece en los museos. Los personajes de cada cuadro hablan, se miran, le dicen cosas al pintor y éste les utiliza como si fueran sus muñecos. Nada es inocente y sólo una parte depende del gusto. Los militares y burgueses que aparecieron en la Ronda de noche, el célebre cuadro de Rembrandt, pagaron por salir, más los de la primera fila que los de la segunda. En una tela tan famosa como Las meninas hay más que segundas intenciones: bajo la aparente normalidad de la familia real, se encuentra una crítica acerada a la decadente monarquía de Felipe IV.
La periodista Mabel Figueruelo descubre estos y otros secretos en su libro ¿De qué se ríe la Mona Lisa? publicado por Espasa. “Quería ir al Prado con mi hija y poder contarle lo que significaba un cuadro como Las meninas. No me conformaba con decirle que es una obra maestra de un genio sublime. Me apetecía saber”, dice la autora para explicar el origen de este volumen.
Desde el Renacimiento, los artistas deseaban pintar desnudos como lo hacían sus admirados griegos. Pero quienes pagaban, las altas jerarquías de la Iglesia, no estaban por sufragar esas alegrías. Entre los temas encargados predominaban los religiosos, generalmente los bíblicos, así que no había nada que hacer por ese lado. Si las figuras de Adán y Eva se representaban como Dios los trajo al mundo, poco después aparecían retocadas con una rama en los senos y una hoja en los genitales. Como recuerda Mabel Figueruelo, “lo de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina no gustó nada”. Aunque lo cierto es que, quizá por quién era, coló.
La censura, más dura para los que no eran tan dotados, explica la profusión de obras sobre san Sebastián, muerto a causa de las flechas de sus verdugos, casi desnudo y con torsionado: el plano perfecto de un hombre, al que no había que objetar nada ya que mostraba el dolor de los mártires. Otros se dedicaron a pintar temas mitológicos, en los que había cierta manga ancha. Botticelli se explayó en la Alegoría de la primavera y en El nacimiento de Venus, aunque también aquí hay una explicación: las dos obras se pintaron para de corar un palacio de campo de los Médicis, de quienes viene la palabra mecenas. Otra venus explícita fue la de Velázquez, pintada frente a un espejo. El pintor, muy cauto, mostró a Cupido con las alas bien visibles, para subrayar que todo aquello era mitológico y que así no había nada real, de carne y hueso, a pesar de la evidente contundencia de las nalgas de este primer desnudo integral de la pintura española. Como siempre, la censura agudiza el ingenio.
Uno de los cuadros que más juego da a la autora es El matrimonio Arnolfini, pintado por Jan van Eyck en 1434. A pesar de la aparente sencillez, el cuadro está lleno de significados. ¿La lámpara encendida? Representa a Dios. ¿Las naranjas en la ventana? Las frutas simbolizan la unión de la pareja desde la caída en el pecado original, pero también revelan la buena posición económica del matrimonio, ya que en esa época las naranjas estaban carísimas. ¿El perro? Es la figura de la fidelidad y el bienestar. Por cierto, que el momento reflejado es el de boda. Entonces no hacían falta curas pa ra celebrarla, un requisito impuesto a partir del Concilio de Trento.
“Si no pones las obras en su contexto, te pierdes casi todo lo que cuentan”, resalta Figueruelo. Hoy la Mona Lisa de Leonardo está considerado como el mejor cuadro de la historia. Pero quizá no sea para tanto. “La elevación de esa obra a icono cultural es relativamente nuevo”, sostiene la autora. Los artistas y escritores franceses del siglo XIX vieron en la Gioconda una especie de mujer fatal y el mito adquirió fama hasta convertirse en lo que es ahora: una imagen que se repite en soportes tan poco “nobles” como las camisetas y los ceniceros. Sin embargo, los expertos de ceja levantada prefieren, entre la obra de Leonardo, La última cena’.
Los retratos de la familia real se han constituido en un género por el que tuvieron que pasar buena parte de los grandes pintores españoles. Algunos, con mala leche. Como en el caso de Velázquez y también en el de Goya, los dos genios entre genios. Al último, el rey Carlos IV le encargó un cuadro de su familia, cuyo resultado final se ha solido tomar como un caso típico de chirigota por parte del pintor.
Pero la familia real quedó encantada. Goya se limitó a pintar lo que tenía delante, fuera o no muy agraciado, y colocó a la reina en el centro por su carácter dominador. Para inmortalizar a esas personas eligió una parte cualquier del palacio y no un escenario idealizado. Puede que Goya sólo hubiera pretendido pintar con realismo al grupo, y que por tanto las intenciones irónicas que se le han atribuido no existieran. En cualquier caso, los franceses titularon la obra El panadero y su mujer después de ganar la lotería.
I. Esteban
Diario Las Provincias.
2 comentarios:
Anda, que me has puesto los dientes largos, ahora a conseguir el libro jejeje.
que buena pinta tiene ese libro, seguroq eu responde aun monton de preguntas que me llevo haciendo mucho tiempo.
Gracias Mac!!!!!!!!
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