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20 diciembre 2016

La Festividad por H. P. Lovecraft



The Festival es un relato que Howard Phillips Lovecraft escribió en 1923 y por increíble que parezca, se puede considerar como un cuento de Navidad, en el sentido de la tradición de los cuentos de invierno conocidos a partir no sólo de Charles Dickens sino de Washington Irving y M. R. James, principalmente.

La versión que tengo es la que apareció en la antología El sepulcro y otros relatos que la editorial Júcar publicó en 1982 teniendo a Eduardo Haro Ibars como traductor y prologuista.


LA FESTIVIDAD

Eficius Daemones, ut quae non sunt, sic tamen
quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant.
("Hacen los demonios que aquellos que no existen, pero que casi existen,
aparezcan para observar a los hombres").


Me hallaba lejos de mi hogar, y sufría el encantamiento del mar oriental. Escuchaba su rítmico golpear contra las rocas, y sabía que se encontraba justamente detrás de la colina, en la que los sauces retorcidos se agitaban contra el cielo claro en el que brillaban las primeras estrellas del atardecer. Caía la tarde. Y, obediente al mandato de mis padres, que me habían convocado a la vieja ciudad de la costa, continué mi camino sobre la nieve fresca que cubría aquel solitario camino que se arrastraba hacia arriba, hacia el punto en el que Aldebarán parpadeaba, brillante, entre los árboles; hacia la muy antigua ciudad que nunca había visto, pero con la que había soñado muy a menudo.

Era el solsticio de invierno que los hombres llaman Navidad, aunque en lo más oscuro de su mente tienen el conocimiento de que dicha fiesta es más antigua que Belén y que Babilonia, más vieja que Menfis y que la mismísima humanidad. Era el soslticio de invierno, y al fin me encaminaba a la antigua ciudad costera en las que los de mi pueblo habían habitado, celebrando la Festividad en los viejos tiempos en los que la celebración estaba prohibida; y en la que habían ordenado a sus descendientes que celebrasen una vez por siglo, para que no se perdiese la memoria de los secretos primitivos. La mía era una antigua raza, vieja ya incluso cuando se colonizó esta tierra, hace trescientos años. Eran gente extraña, venida de manera furtiva de las tierras del sur, de los jardines de orquídeas que olían a opio; y hablaban otra lengua antes de aprender la que utilizaban los pescadores de ojos azules. Y ahora se hallaban dispersos, unidos sólo por la práctica de los rituales de unos misterios que ningún viviente podía ya comprender. Yo era el único que volvió aquella noche a la vieja ciudad de pescadores, como mandaba la leyenda, porque el recuerdo es patrimonio tan sólo de los pobres y de los olvidados.

Entonces, más allá de la cima de la colina, vi a Kingsport extenderse, helada a la luz del atardecer; la nevada Kinsport, con sus antiguas veletas y sus campanarios coronados de agujas, galerías y crimeneas, muelles y pequeños puentes, sauces y camposantos; laberintos interminables de calles estrechas, retorcidas y empinadas, coronadas por la iglesia que el tiempo no había derribado; incesantes dédalos de viviendas de estilo colonial, apiñadas o esparcidas por todos los ángulos y a todos los niveles, como fragmentos desordenados de un juego de construcción; la antigüedad agitaba sus alas grises sobre los aleros blanqueados por el invierno y sobre los techos de pizarra, y las farolas y pequeñas ventanas que se encendían una por una en el atardecer helado, uniendo sus luces a las de Orión y otras estrellas arcaicas. Y el mar se golpeaba contra los malecones putrefactos; el mar inmemorial lleno de secretos, del que habían surgido en tiempos antinguos los habitantes de Kingsport.

Junto al lugar más elevado del camino se alzaba un montículo aún más elevado, helado y azotado por el viento, y vi que era un cementerio marcado por lápidas negras, que surgían vampíricas de entre la nieve, como si se tratase de las uñas putrefactas de algún gigantesco cadáver. El camino, en el que no se veía huella ninguna de paso, estaba completamente solitario; a veces creí escuchar un sonido distante y horrible, como el de un cadalso que agitase el viento. En 1692 habían ahorcado a cuatro de mi estirpe por brujería, pero no sabía el lugar exacto de la ejecución.

Al descender por el camino hacia la vertiente que da al mar, intenté escuchar los alegres sonidos que suelen llenar un pueblo al atardecer, pro no los oí. Entonces me acordé de la fecha sagrada, y pensé que aquellos viejos puritanos que aún habitaban el pueblo bien podían tener costumbres navideñas desconocidas para mí, basadas en silenciosa oración y recogimiento hogareño. Así que, tras esa reflexión, no intenté ya escucgar ruidos de fiesta, ni busqué compañeros para mi jornada; y seguí mi camino, pasando frente a las granjas poco iluminadas, junto a los sombríos muros de piedra en los cuales se balanceaban al viento salado las enseñas de antiguas tiendas y tabernas de marineros, y los llamadores grotescos de los portales flanqueados de columnatas brillaban a la luz de las pequeñas ventanas cubiertas de cortinas, a lo largo de las callejuelas desiertas y sin pavimentar.

Había visto planos de la ciudad, y sabía dónde encontrar el hogar de los de mi estirpe. Se decía que yo sería reconocido y que se me daría la bienvenida, porque las leyendas de los pueblos tienen larga vida; así que me apresuré a atravesar Back Street y Circle Court, y crucé la nieve fresca que cubría el único pavimento empedrado del pueblo, hacia el lugar donde nace Green Lane, detrás del edificio del Mercado. Los viejos mapas y planos eran válidos todavía, de manera que no tuve dificultades; aunque debieron mentirme en Arkham cuando me dijeron que había trolebuses que llevaban a ese lugar, porque no vi ni uno solo cable eléctrico. En cualquier caso, la nieve debía haber ocultado los raíles. Me felicité de haber ido a pie, porque el pueblo blanco me había parecido muy hermoso desde la colina; y ahora estaba ansioso por llamar a la puerta de los míos, la séptima casa en la acera de la izquierda de Green Lane, provista de un antiguo tejado puntiagudo y de un segundo piso saledizo, construida toda antes de 1650.

Cuando llegué brillaban luces en el interior de la casa y vi, a través de las ventanas con cristales de forma de diamante, que debía haber sido conservada en un estado muy similar al primitivo. La parte superior colgaba sobre la estrecha callejuela de suelo cubierto de hierba, y casi se unía a la parte colgante de la casa de enfrente, de manera que casi me econtraba en un túnel; el bajo umbral de piedra estaba completamente limpio de nieve. No había acera, pero muchas de las casas tenían puertas altas, a las que se llegaba por una doble escalera de piedra provista de barandas de hierro. Era un escenario extraño, y siendo extranjero en Nueva Inglaterra no había yo visto nunca su igual. Aunque su aspecto me gustase lo hubiese apreciado más aún si hubiese habido huellas en la nieve, alguna gente en las calles, y si algunas cortinas no hubiesen sido echadas.

Cuando hice sonar el arcaico llamador de hierro, estaba algo asustado. En mí se había hecho un cierto terror, quizás a causa de la extrañeza de mi herencia, y el frío del anochecer, y lo raro del silencio que reinaba en aquella vieja ciudad de curiosas costumbres. Y cuando se respondió mi llamada me asusté por completo, porque no había oído ningún sonido de pasos antes de que la puerta se abriese con un crujido. Pero mi temor no duró mucho: el hombre, envuelto en una bata y calzado con zapatillas, que me había abierto, tenía una cara dulce que me tranquilizó; y aunque me dijo por señas que estaba mudo, escribió una antigua y calurosa fórmula de bienvenida con un estilete en una tablilla encerada que consigo traía.

Me invitó por gestos a entrar en una habitación baja, iluminada por velas, cuyo techo exhibía macizas vigas; estaba amueblada con espesos, pesados y escasos muebles de oscura factura, del siglo diecisiete. El pasado parecía revivir allí, pues no faltaba ni uno solo de sus distintivos. Había una chimenea cavernosa, y frente a ella una rueca en la que una mujer vieja y encorvada, envuelta en una bata suelta y con la cabeza cubierta por un profundo gorro, tejía dándome la espalda, indiferente a la festividad silenciosa. El ambiente estaba impregnado por una indefinida humedad, y quedé asombrado al darme cuenta de que no había fuego en la chimenea. El escaño de alto respaldo estaba frente a la hilera de cortinas que había a la izquierda, cubriendo las ventanas, y parecía estar ocupado, aunque no pude estar seguro de ello. No me gustó nada todo aquello, y de nuevo se apoeró de mi el temor. Este miedo se hizo más fuerte por la misma causa que anteriormente lo había hecho disminuir: porque cuanto más miraba el suave rostro del viejo, más me aterraba aquella suavidad misma. Los ojos no se movían en absoluto, y la piel tenía un parecido demasiado grande con la cera. Finalmente, me convencí de que no se trataba de un rostro, sino de una máscara terriblemente bien hecha. Pero las blandas manos, curiosamente enguantadas, escribieron genialmente sobre la tableta, diciéndome que debía esperar un rato antes de ser conducido al lugar en el que la festividad había de celebrarse.

Indicándome una silla y un montón de libros, el anciano abandonó la habitación; y cuando me senté para leer, vi que los volúmenes eran blanquecinos y mohosos; entre ellos estaba el extravagante "Maravillas de la Ciencia", de Morryster; el terrible "Saducismus Triumphatus", de Joseph Glanvill, publicado en 1681; el escandaloso "Daemonolatreia", de Remigio, impreso en Lyon en 1859, y, lo peor de todo, el inmencionable "Necronomicon", obra del árabe Abdul Alhazred, en la traducción prohibida , al latín, de Olaus Wormius; un libro que yo nunca había visto, pero del que había oído murmurar cosas terribles. Nadie habló conmigo, pero pude escuchar el crujir de las enseñas en el viento del exterior, y el zumbido de la rueva en la que la anciana continuaba su silenciosa labor. Pensé que tato la habitación como los libros que en ella había eran enfermizos e inquietantes, pero porque una vieja tradición de mis padres me había convocado a extrañas celebraciones, estaba resuelto a esperar acontecimientos raros. De modo que intenté leer, y pronto me encontré tembloroso, absorto en algo que encontré en aquel maldito "Necronomicon"; un pensamiento y una leyenda demasiado odiosos para que una mente sana y consciente me asaltaron, cuando me pareció oír, con desagrado, cerrarse una de las ventanas que estaban frente al escaño, después de haberse abierto furtivamente. Parecía haber seguido a un chirrido que no era el de la rueca de la vieja. Pero podía haber sido una ilusión auditiva, porque en aquel momento la vieja tejía con fuerza y sonaba un viejo reloj. Después de aquello, me abandonó la sensación de que alguien ocupase el escaño, y me hallaba leyendo con atención y entre escalofríos cuando el viejo volvió a la habitación, calzado con botas y envuelto en un antiguo traje flotante, y se sentó en aquel mismo escaño, de manera que yo no podía verle. La espera me había puesto nervioso, y la lectura del libro blasfemo hacía redoblar mi nerviosismo. Sin embargo, cuando dieron las once, el viejo se levantó, se deslizó hacia un baúl pesado y tallado que había en un rincón, y sacó de él dos capotes provistos de capuchas; vistió uno de ellos y envolvió en el otro a la anciana, que había cesado en su monótono tejer. Entonces, ambos se dirigieron a la puerta de la calle; la mujer se arrastraba, medio paralizada, y el viejo, tras haber tomado el libro que yo estaba leyendo, me llamó por gestos en tanto que cubría con la capucha aquella máscara o rostro inmóvil.

Salimos a la tortuosa red de callejuelas de aquella ciudad increíblemente antigua, que no iluminaba la luna; salimos mientras las luces desaparecían una tras otra detrás de las ventanas cubiertas de cortinas y Sirio miraba de reojo a la multitud de siluetas embozadas y encapuchadas que salían de todas las puertas y formaban monstruosas procesiones en estas y aquellas calles, pasando frente a las crujientes enseñas y las veletas antidiluvianas, los tejados nevados y las ventanas de cristales romboidales; atravesando empinadas callejuelas en las que las casas ruinosas se desmoronaban abrazándose, deslizándose por patios abiertos y cementerios, donde la luz de las linternas formaban míriadas de constelaciones borrachas.

Seguí a mis guías sin voz entre aquellas muchedumbres calladas, golpeado por codos que parecían ser preternaturalmente blandos, apretado por pechos y estómagos anormalmente pulposos; pero sin ver nunca un rostro; sin oir una sola voz. Hacia arriba, hacia arriba, hacia arriba siempre, se deslizaban las fantasmagóricas columnas; y me di cuenta de que todos los caminantes convergían al acercarse a una especie de foco de enloquecidas avenidas, en lo alto de una elevada colina situada en el centro del pueblo, donde colgaba una iglesia grande y blanca. La había visto ya desde lo alto del camino, cuando miré a Kingsport al anochecer, y me había hecho estremecer, porque me había parecido que Aldebarán se balanceaba por unos momentos sobre el fantasmagórico campanario.

Había un espacio abierto en torno a la iglesia; era, en parte, un camposanto con espectrales columnas, en parte una plaza a medio pavimentar que el viento había limpiado de nieve casi por completo, circundado por casas insanamente arcaicas provistas de tejados en punta y galerías colgantes. sobre las tumbas bailaban fuegos fatuos, que descubrían sóridos paisajes aunque eran extrañamente incapaces de proyectar ninguna sombra. Más allá del camposanto, donde no había casas, pude ver el brillo de las estrellas sobre el puerto, aunque la ciudad era invisible entre las sombras. Sólo de vez en cuando la luz de una linterna se balanceaba horriblemente a través de las avenidas serpentinas, encaminándose al grueso de la multitud que ahora se deslizaba siempre en silencio, al interior de la iglesia. Esperé hasta que la multitud se hubo introducido por el oscuro portal, y hasta que todos los razagados la hubieron seguido. El viejo me tiraba con impaciencia de la manga, pero yo estaba decidido a ser el último. Al cruzar el umbral del templo repleto de oscuridad desconocida, me volví una vez a mirar al mundo exterior, a la enfermiza fosforescencia del camposanto, que brillaba sobre el suelo pavimentado de la cima de la colina. Y entonces, me estremecí. Porque aunque el viento había dejado poca nieve, quedaban algunos retazos de ésta sobre el camino cerca de la puerta; y en aquella rápida ojeada hacia atrás mis preocupados ojos creyeron ver que no llevaba la nieve huellas de pasos, ni siquiera los míos.

A pesar de todos los portadores de luz que en ella habían entrado, la iglesia estaba escasamente iluminada, porque la mayor parte de la multitud había ya desaparecido. Se habían precipitado por la nave lateral, entre los altos bancos, y penetrando por la trampa que conducía a la cripta, que bostezaba de forma abominable, abierta ante el púlpito. Seguí torpemente a la muchedumbre por los gastados peldaños al interior de la cripta oscura y sofocante. La cola de aquella fila sinuosa de caminantes nocturnos me parecía muy horrible, y adquirieron un nuevo matiz de horror cuando los vi bullir en el interior de una tumba venerable. Entonces me di cuenta de que el suelo de la tumba tenía una abertura, por la cual se deslizaba la muchedumbre, y un momento más tarde, descendíamos todos por una ominosa escalera de piedra mal desbastada; una escalera estrecha en espiral, húmeda y peculiarmente maloliente, que se retorcía sin fin hacia abajo en las entrañas de la colina, entre monótonos bloques de piedra goteante y paredes de ladrillo que se desmoronaban. Era un descenso silente y desagradable, y observé tras un horrible intervalo que la naturaleza de los muros estaba cambiante, como si estuviesen de pronto tallados en piedra. Lo que más me impresión me causó era que las miríadas de pisadas no hiciesen ningún ruido ni despertasen ecos. Tras incalculables ecos de descenso vi algunos pasadizos, como galerías de mina, que llevaban, desde el pozo de misterio nocturno donde me hallaba, a desconocidas madrigueras de tinieblas. Pronto se hicieron numerosos en exceso como impías catacumbas de amenazas innominadas; y su pungente olor de podredumbre aumentó hasta hacerse casi insoportable. Yo sabía que debíamos haber atravesado la montaña, más allá incluso de la tierra misma de Kingsport; y me estremecí al pensar que una ciudad fuese tan antigua y estuviese horadada con tal maldad subterránea.

Entonces vi la fantasmal fosforescencia de una pálida luz y escuché el ruido insidioso de unas aguas que no habían visto nunca el sol. Y me estremecí de nuevo, porque no me gustaban las cosas que la noche había traído, y deseé amargamente que ningún antepasado me hubiese convocado a aquel rito primigenio. Cuando el pasadizo y los peldaños se ensancharon percibí otro sonido, la evanescente y delgada burla de una débil flauta; y de pronto se extendió ante mí el paisaje ilimitado de un mundo interior: una vasta y fungosa playa iluminada por un geyser de llama verduzca y enfermiza; y bañada por un impío río oleaginoso que brotaba de abismos horribles e insospechados y se precipitaba en los más negros golfos del océano inmemorial.

Semidesvanecido, ahogándome, contemplé aquel impío Erebo de titánicas toperas, fuego leproso y aguas fangosas, y vi a las muchedumbres encapuchadas formar un semicírculo en torno al geyser resplandeciente. Era el rito del Soslticio de Invierno, más antiguo que el hombre y destinado a sobrevivirle; el rito primitivo del soslticio y de la primavera prometida después del invierno; el rito del fuego y de las siemprevivas, de la luz y de la música. Y en aquella gruta estigia yo les vi practicar el rito, y adorar la enfermiza columna de fuego verde, y arrojar a las aguas puñados de vegetación viscosa que brillaba, verde, bajo la luz clorótica. Vi todo esto, y vi una cosa amorfa agazapada lejos del fuego que soplaba ruidosamente en una flauta; y cuando la cosa tocaba la flauta creí escuchar malévolos revoloteos apagados en la oscuridad, donde no podía ver. Pero lo que más me aterraba era aquella columna llameante, vomitada como un volcán desde las profundidades inconcebibles, que no proyectaba sombras, como lo haría una luz normal, y que vestía la piedra nitrosa de una cpa de verde-gris desagradable y venenosa. Y en toda aquella visible combustión no había calor ninguno; sólo la viscosidad de la muerte y de la corrupción.

El hombre que me había guiado hasta allí se encaramó entonces hacia un punto colocado directamente detrás de la horrible llama, e hizo rígidos movimientos ceremoniales frente al semicírculo al que se enfrentaba. En ciertos puntos del ritual, la muchedumbre se inclinó en señal de obediencia, en especial cuando alzó por sobre su cabeza aquel aborrecible "Necronomicon" que había llevado consigo; y yo particpé en todas las fórmulas del ritual, porque había sido convocado a aquella festividad por los escritos de mis antepasados. Luego, el viejo hizo un signo en dirección al tocados de flauta, tan sólo a medias visible en la oscuridad, que cambió su débil melodía en aquel momento, sustituyéndola por otra ligeramente más fuerte, en otra clave; precipitando de ese modoun horror impensable e inesperado. Ante aquel horror, casi caí sobre la tierra cubierta de liquen, transido por una angustia que no es de este mundo, ni de ningun otro, sino de los locos espacios de entre las estrellas.

Saliendo de la negrura inimaginable que se extendía más allá del brillo gangrenoso de aquella llama fría, de las llanuras tatáreas a través de las cuales rodaba, sombría, la aceitosa corriente, no oídos e inesperados, surgió de pronto, rítmicamente, una horda de cosas híbridas y aladas, que ningún ojo sano podría recordar por completo. No eran cuervos, ni topos, ni zánganos, ni hormigas, ni vampiros, ni cadáveres humanos descompuestos; eran algo que no puedo ni debo recordar. Aleteaban débilmente, moviñendose con sus pies palmeados y con sus alas membranosas, y cuando alcanzaron la muchedumbre de las celebrantes, las figuras encapuchadas los tomaron y montaron sobre ellos, y se alejaron, jinetes en sus horribles monturas, a lo largo de aquel río sin luz, al interior de pozos y galerías de pánico donde manantiales de veneno alimentaban terribles cataratas imposibles de descubrir.

La vieja mujer que hilaba se había alejado con la muchedumbre, y el viejo se quedó detrás tan sólo porque yo me negaba a tomar uno de aquellos animales y a cabalgar como los demás. Cuando me puse en pie, vi que el amorfo flautista se había alejado fuera de mi vista, pero que dos de las bestias esperaban pacientemente a nuestro lado. Cuando me vio retroceder, el anciano sacó su estilete y sus tabletas, y escribió que él era el verdadero delegado de mis antepasados, los que habían fundado la adoración del Solsticio de Invierno en aquel antiguo lugar; que había sido decretado que yo debía volver, y que todavía quedaban por llevarse a cabo los ritos más secretos. Todo esto lo escribió con una caligrafía muy antigua, y al ver que yo dudaba aún sacó de su túnica flotante un anillo de sello y un reloj, marcados ambos con las armas de mi familia para probar la veracidad de sus aseveraciones. Pero era aquella una horrible prueba, porque yo sabía por los viejos papeles que auqel reloj había sido enterrado con mi re-tatarabuelo en 1698.

Entonces el anciano echó hacia atrás su capuchón, y señaló el parecido familiar patente en sus rasgos, pero aquello tan sólo me hizo estremecer, porque estaba seguro de que aquella cara eran tan sólo una diabólica máscara. los animales aleteantes rasacaban con impaciencia los líquenes, y vi que el anciano estaba tan impaciente como ellos. Cuando una de las cosas empezó a contonearse y a intentar alejarse, se volvió con rapidez para detenerla; de manera que la rapidez de sus movimiento desencajó la máscara de cera de aquello que debiera haber sido su cabeza. Y entonces, porque aquella visión de pesadilla me cerraba el paso a la escalera por la que había descendido, me sumergí en el oleaginoso río subterráneo que burbujeaba em algún sitio hacia las cavernas del mar; me sumergí en aquel pútrido jugo de los horrores internos de la tierra antes de que la locura de mis gritos atrajese sobre mí todas las legiones del pudridero que debían ocultarse en aquellos pestilentes golfos.

Me dijeron en el hospital que me habían encontrado, medio helado, en el puerto de Kingsport, de madrugada, adherido a la madera flotante que el azar envió para salvarme. Me dijeron que había tomado la bifurcación equivocada del camino de la colina la noche anterior, y caído por los riscos de Grange Point; esto lo dedujeron por las huellas que hallaron en la nieve. No podía yo desmentirlo, porque todo estaba del revés. Todo staba equivocado; por las amplias ventanas se veí un mar de tejados, de los cuales sólo era antiguo uno de cada cinco, y se escuchaba el sonido de los tranvías y de los motores de los automóviles, en las calles. Insistieron en que aquello era Kingsport y yo no pude discutirlo. Cuando empecé a delirar al oír que el hospital estaba cerca del viejo cementerio de Central Hill, me enviaron al Hospital de St. Mary, en Arkham, donde podría ser atendido mejor. Me gustó aquel lugar, porque los médicos tenían mucha amplitud de miras, e incluso me apoyaron con su influencia para obtener una copia cuidadosamente guardada del objetable "Necronomicon" de Alhazred, de la bibloteca de la Universidad de Miskatonik. Dijeron algo sobre una "psicosis" y se mostraron de acuerdo en que yo debía liberarme de cualquier obsesión embarazosa que tuviera en mente.

De modo que leí aquel horrible capítulo, y me estremecí doblemente, porque en verdad no era nuevopara mí. Lo había leido antes, digan lo que digan mis huellas en la nieve; y el lugar en el que lo había leido era más conveniente que lo olvidase. No había nadie -durante las horas de vigilia- que me lo pudiese recirdar; pero mis sueños están llenos de terror a causa de frases que no me atrevo a citar. Sólo me atrevo a citar una frase, puesta en el mejor inglés que pude extraer del latín increíblemente bajo:

"Las cavernas interiores, 'escribió el Árabe Loco', no están al alcance de los ojos que ven; porque sus maravillas son extrañas y terribles. Maldito el suelo en el que viejos pensamientos viven con nuevos y extraños cuerpos, y maldita la mente que no mora en una cabeza. Sabiamente dijo Ibn Schacabao, que feliz es la tumba donde no ha sido enterrado ningún brujo, y feliz en la noche es aquella ciudad en la que los brujos sean sólo cenizas. Porque dice un viejo rumor que el alma de los retoños del diablo no se aleja rápidamente de su envoltura putrefacta, sino que engorda e instruye al gusano que roe; hasta que de la corrupción se forma una horrible vida, y los blandos cavadores de la tierra se transforman con arte para hostigar, y se hinchan monstruosamente para convertirse en una plaga. En secreto se excavan grandes agujeros allí donde los poros de la tierra deberían bastar, y aprenden a andar cosas que debieran contentarse con reptar."





***

21 enero 2016

Una carta abierta a H. P. Lovecraft




El legado de Lovecraft (Lovecraft’s Legacy, 1990) es uno de esos libros de la desaparecida editorial Martínez Roca que destaca por sí mismo. Una antología conformada por 13 historias que intentan rendir homenaje al maese de Providence al cumplirse el centenario de su nacimiento. Y más que 'reinvenciones' o manoseos a diestro y siniestro de Cthulhu y los demás Primigenios, estas historias tratan de transmitir la atmósfera lovecraftiana.
 
El homenaje abre con unas palabras de Robert Bloch,  Introducción: Una carta abierta a H. P. Lovecraft, que de forma epistolar rememora la última carta que escribió al que entonces era su maestro, en marzo de 1937, poco antes de la muerte de Lovecraft.
 
Aquí la dejo:


Querido HPL:

¿Te sorprende tener noticias mías?


Llevaba mucho tiempo sin escribirte. De hecho, más de cincuenta años, ya que eché al correo mi última carta a comienzos del mes de marzo del año 1937...


Sabía que estabas teniendo problemas de salud, pero nunca llegaste a decirme lo serios que eran. No estoy seguro de si recibiste mi carta en tu hogar, pues ingresaste en el hospital el 10 de marzo y allí fue donde moriste, sólo cinco días después, la mañana del día 15 de marzo.


No sé a qué sitio enviar esta carta.


No dejaste ninguna dirección. Y dadas tus creencias -o tus incredulidades-, dudo mucho que esperases establecer tu residencia permanente en un bloque de apartamentos celestiales del paraíso o en un invernadero infernal.


Ahora que pienso en ello, solías observar con mucha firmeza que después de la muerte ya no existiría ningún «tú» que residiera en parte alguna. Pero me gusta creer que una parte de ti sigue existiendo. Quiero creer que la esencia de H. P. Lovecraft ha sobrevivido en algún lugar.


En vida siempre fuiste un lector voraz que devoraba toda la letra impresa que se le ponía por delante. Por si se da la casualidad de que sigas conservando ese apetito, voy a escribir esta carta y la dar‚ a publicar, confiando en que más pronto o más tarde puedas tropezarte con ella.


Y quizá ocurra así, pues siempre andabas buscando cosas relacionadas con los escritores y la literatura.


Tú mismo perteneciste a la variedad más infortunada de todos los seres creativos. Eras un «escritor de escritores». Analizabas y retocabas el trabajo de otros como gesto generoso de amistad, y te ganabas el sustento reescribiendo la obra de talentos inferiores al tuyo o colaborando con ellos como «escritor fantasma» sin que tu esfuerzo fuera reconocido. Tus obras eran admiradas por los profesionales que intercambiaban correspondencia entre ellos y formaban lo que acabó conociéndose como «Círculo de Lovecraft», la mayoría de los cuales siguieron tu ejemplo escribiendo relatos para Weird Tales; y había aficionados y lectores de esta revista para quienes tu obra era muy superior a todas las otras. Sus comentarios debieron de haberte complacido tanto como parecía complacerte el que otros escritores intentaran imitar tu estilo y tomaran prestados algunos de tus conceptos. Confieso que yo mismo lo hice, y dado que siempre animabas ese tipo de esfuerzos, eso me lleva a creer que disfrutabas con los aspectos positivos de que se te considerase un «escritor de escritores».


Pero no puedo evitar el hacerme algunas preguntas sobre la faceta negativa. ¿Qué sentías al respecto? Durante años Weird Tales fue prácticamente la única revista del mundo que publicó literatura fantástica de forma regular, incluyendo casi todo lo que llegaste a ver editado; y aunque la mayor parte de sus lectores acogía tu obra con un tibio respeto, la inmensa mayoría reservaba sus elogios más entusiásticos para otros escritores. Tus admiradores y entusiastas formaban un grupo poco numeroso que siempre acababa viéndose superado en las votaciones, y hubo momentos en que darte cuenta de ello debió de dolerte.


Eso también te ocasionó perjuicios financieros. En aquellos tiempos necesitabas desesperadamente unos ingresos regulares, y tu apellido detrás del título de un relato nunca bastó para garantizar una venta. Además, bastantes de los relatos que enviaste fueron rechazados. Sólo tres acabaron publicados en otros lugares; el resto no se publicó hasta después de tu muerte. Bien, es el destino del «escritor de escritores». Se le respeta, pero se le rechaza.


No pretendo entrometerme en tus asuntos, pero ¿cómo reaccionaste ante el hecho de que a lo largo de todos esos años ni uno solo de tus relatos mereciese el honor de una portada en Weird Tales? Luminarias como Speer y Davidson lograron alcanzar esa distinción, pero no HPL.


Los seis meses del año 1931 durante los que la revista publicó en forma de serial Tam, Son of the Tiger, una tontería carente de todo mérito escrita por el inmortal Otis Adelbert Kline debieron de resultarte especialmente duros. Nadie acusó jamás a ese prolífico artesano de ser un «escritor de escritores», pero su serial publicado en seis partes consiguió cuatro ilustraciones de portada seguidas.


A lo largo de ese mismo período apareciste en el sumario de tres números. Una reedición de El extraño, uno de tus relatos más famosos, ni tan siquiera mereció un encabezamiento ilustrado en el interior, y no recuerdo nada digno de mención para el relato La extraña casa de la niebla. Y cuando Tam estaba en su punto culminante, en agosto de 1931, la revista publicó una novela corta titulada El susurrador en la oscuridad, una de tus mejores obras. Esa novela corta fue honrada con una ilustración interior, pero casi habría sido mejor que la revista hubiera prescindido de ella, pues la ilustración anticipaba la revelación del clímax sobre el que se basaba toda la tensión de tu historia.


¿Qué pensaste de eso, señor Lovecraft? ¿Qué pensaste de la ilustración de portada consagrada al detective Craig Kennedy o a un dudoso espécimen de la profesión médica llamado «Dr. Satán»? ¿Qué opinabas de los voluptuosos desnudos dibujados por la artista Margaret Brundage, que tenían como únicas credenciales que pudieran hacerles acreedores al adjetivo de «extraños» su excesivo desarrollo mamario?


Ah, Richard Upton Pickman, ¿dónde estabas cuando realmente te necesitábamos?
¿Te hiciste alguna vez esa pregunta? Nunca lo sabremos, porque pese a las biografías, memorias, reminiscencias y toda la atención que se le ha dedicado a tu correspondencia privada y a la obra que publicaste seguimos ignorando muchas cosas sobre el hombre que se ocultaba detrás del escritor.


No estoy hablando de perfiles psicológicos o análisis eruditos sobre el material de fuentes, pues disponemos de ellos y son excelentes, pero no nos dicen lo suficiente. La existencia de un escritor está compuesta por algo más que por su vida literaria.


Pensemos en tus tías, por ejemplo. Durante la mayor parte de tus años de adulto compartiste un hogar con una o ambas de esas amables y educadas damas de Nueva Inglaterra. Es de suponer que eran «pobres pero orgullosas», como se decía antes, y que siguieron siendo muy conscientes de su alcurnia y posición social incluso cuando se vieron obligadas a buscar una forma de ganarse la vida, y que te querían.


Pero tanto tu padre como tu madre se habían visto marcados por el estigma que en aquellos tiempos iba unido a la enfermedad mental. ¿Qué pensaban tus tías de eso? ¿Sospechaban que tu presencia en su casa provocaba cierto grado de ostracismo social? ¿Les preocupaba tu pauta de vida cotidiana, por no hablar de la nocturna? La ocupación que escogiste quizá te eximiera de colaborar en las tareas domésticas, pues en aquellos tiempos ciertos círculos sociales seguían considerando que el escribir era una ocupación reservada a los caballeros. Aun así, lo que escribías quizá no les hiciera demasiada gracia. ¿Te reprocharon alguna vez el que hubieras escogido aquellos temas?


Después de todo, presumir ante tus cultas y elegantes amistades de que tu sobrino escribe y ve publicadas sus obras es una cosa…, y revelar que escribe cuentos sobre cadáveres devorados por las ratas, cerebros humanos transportados a estrellas distantes por criaturas aladas, o un hombre que se apareó con un gorila es otra cosa muy distinta.


¿Leyeron esos relatos, señor Lovecraft? ¿Llegaron a tener alguna idea de cuáles eran sus argumentos? ¿Dónde escondías esos ejemplares de Weird Tales, y qué pensaron tus tías de los desnudos de Brundage que aparecían en las cubiertas, si llegaron a verlas?


Al parecer no les costó nada aceptar que te casaras ya bastante mayor con una judía divorciada, sobre todo porque tu breve convivencia con esa dama -que, al parecer, era encantadora-, tuvo lugar en Nueva York, con lo que no se convirtió en un asunto sometido al continuo escrutinio local. Pero ella debió de tener ciertas dificultades para adaptarse a tu estilo de vida, tus opiniones anticuadas y lo raro de tu dieta. Según la información que reveló mucho tiempo después de que la abandonaras y fallecieses, los dos erais sexualmente compatibles, pero esto no tiene por qué significar un cambio de costumbres en un hombre que sufría de insomnio crónico. ¿Seguiste pasando las noches despierto escribiendo cartas o dando paseos solitarios en vez de permanecer acostado en el lecho conyugal? Perdona que te haga esta pregunta, pero la respuesta podría darnos alguna pista sobre tu capacidad de adaptación en circunstancias que se salían de lo corriente. Lo único que sabemos es que cuando volviste a Providence pasaste la última década de tu existencia entregado a tus vagabundeos nocturnos.


Quizá recuerdes que nos conocimos a mediados de esa década, y sólo gracias a la correspondencia. Yo era un mero aficionado adolescente, y el abismo generacional me impedía hacerte esa clase de preguntas, por lo que sigo ignorando cuáles habrían sido las respuestas.


Te pedí que me enviaras fotos, cosa que hiciste, y aunque una imagen puede valer por mil palabras tus fotos no me dijeron gran cosa. Esas instantáneas tomadas cuando tenías veinte o treinta y pocos años sólo revelaban cambios en el estilo de la indumentaria, un aumento de peso temporal durante tu estancia en Nueva York y una pérdida subsiguiente en cuanto te marchaste de allí, aparte de cierta tendencia a ponerse muy serio cuando te colocabas delante de una cámara.


Nunca fuiste muy aficionado a sonreír, ¿verdad? En cierta forma esa expresión que mantenías tan obstinadamente era casi keatonesca, y muy parecida a la que Buster hizo famosa en sus películas. Cuando nos conocimos años después no tardé en descubrir que su expresión ocultaba un hombre muy distinto de la imagen impasible que proyectaba profesionalmente. Pero ¿ocurría lo mismo contigo? Supongo que no importa porque, a diferencia de Buster, tu cara nunca fue tu fortuna.


Tu fortuna estaba en tu mano, y cuando digo eso no me estoy refiriendo a los hallazgos de la quiromancia. Hablo de algo casi único en nuestra sociedad, de un apéndice que te hacía destacar y te distanciaba de tus congéneres.


Tu mano jamás modeló bolas de nieve, arrojó balones, cogió un cigarrillo, cortó una baraja de cartas, sostuvo un vaso de whisky o hizo girar el volante de un automóvil. Pero un día esa mano extrañamente falta de experiencia cogió una pluma para escribir una sola palabra. Y cuando tu mano escribió la palabra Cthulhu sobre el papel hizo que emprendieras el camino a la fama.


Tu viaje fue largo y difícil, y estuvo lleno de obstáculos y desvíos; fue un viaje que te llevó al reconocimiento y la fama póstumos, como también ocurrió en el caso de Poe.


Y, como a Poe, no te faltaron los detractores, incluso después de haber muerto. Durante algunos años ciertos colegas, editores y una parte del mundillo académico atacaron tus peculiaridades, tanto en el aspecto personal como en el profesional. El blanco principal de sus dardos parecía ser lo excesivo de tu estilo, las hipérboles y lo recargado de tu prosa. Pero sospecho que no era ésa la auténtica razón oculta detrás de aquellos ataques, los cuales solían estar formulados con abundancia de excesos estilísticos e hipérboles y estaban escritos en su propia variedad de prosa recargada.


Tengo la impresión de que quizá sentían un cierto resentimiento consciente o inconsciente provocado por la cosmogonía que creaste, lo que ha acabado siendo conocido como «Mitos de Cthulhu».
El verdadero problema, señor Lovecraft, es que eras un escritor religioso.


Tus Mitos rechazaron los textos bíblicos y los sustituyeron con una nueva teología que poseía sus propios dioses, su propia explicación de la creación y la insignificancia de la humanidad en un cosmos desprovisto de ley o valores morales. El abandono del antropocentrismo, tu despectivo pasar por alto los conceptos del bien y el mal, lo que es correcto y lo que no debe hacerse.., eso es lo que puso tan nerviosos a los devotos creyentes. El que eliminaras las explicaciones basadas en la ciencia causó una indignación igualmente intensa entre los ateos ortodoxos.


Y tu forma de llevar a cabo tal tarea hizo que fueses todavía más irritante. Tus relatos eran narraciones hechas por hombres inteligentes y educados cuyo escepticismo era implacablemente vencido ante la prueba de que los «horrores innombrables» existían. Entretejiste tu extraño mundo con el cosmos que conocemos y le diste plausibilidad, reforzando tus relatos con lógica interna y una aterradora consistencia.


En algunos de los relatos no basados en los Mitos tu imaginación llegó mucho más allá que la de tus contemporáneos. Hoy gran parte de la fantasía sobrenatural ha conseguido su mayor popularidad en las películas, pero incluso ahora las comparaciones demuestran que tu obra sigue siendo única en su osadía y amplitud de miras.


La semilla del diablo es la historia de un hijo del diablo, uno de los muchos que se pueden hallar en el folklore y la fábula. Pero su engendro satánico de ojos extraños no es nada comparado con la aterradora descendencia de Lavinia Whateley y Yog-Sothoth, su significativo cónyuge, en El horror de Dunwich.
Responder a La llamada de Cthulhu hace que los hombres enloquezcan, y las pesadillas turban el sueño de ciertos artistas e intelectuales esparcidos por todo el mundo, anunciando el regreso del dios-monstruo atrapado en el sueño que no es muerte bajo mares lejanos, la entidad que se prepara para emerger de su cautiverio y asolar la tierra. Pero todas las pesadillas numeradas de los adolescentes con acné que viven en Elm Street no pueden producir nada más aterrador que el viejo Freddy y su cara llena de cicatrices.


Poltergeist nos ofrece una casa construida sobre un viejo cementerio indio que amenaza a niñitos inocentes y los arrastra al limbo que hay más allá del armario del dormitorio. Los efectos especiales son excelentes y la banda sonora te deja sordo, pero la premisa es muy poco convincente.
Ahí es donde les venciste a todos, amigo mío. Sabías que la frialdad de la lógica provoca los peores escalofríos. Las ratas en tus paredes, los sueños en tu casa de la bruja, los susurros en tu oscuridad…, hay una razón para todo eso.


Al comienzo fue el estilo lo que atrajo imitadores. Muchos jóvenes escritores -yo mismo incluido-, intentamos escribir «relatos tipo Lovecraft», frecuentemente usando conceptos de los Mitos con tu pleno y generoso permiso. Pero con el paso del tiempo la mayoría de nosotros acabamos comprendiendo, cada uno a su manera, que el auténtico secreto de tu genio no estaba en la adjetivitis, las referencias a deidades extrañas mencionadas en extrañas obras de referencia o el fiarse de las cursivas y los signos de admiración para enfatizar ciertos pasajes. El auténtico secreto de un buen relato de Lovecraft radicaba en su habilidad para crear una suspensión temporal de la incredulidad. Su capacidad de conseguir que lo increíble pareciese creíble hizo que esos relatos poseyeran una vida literaria que ha perdurado hasta el día de hoy.


«El día de hoy» marca el centenario de tu nacimiento. Más de la mitad de ese período ha transcurrido desde que escribiste tus últimas obras, pero tu influencia ha aumentado en vez de debilitarse. Cada día se descubren nuevos escritores, pero lo que mantiene vivos sus nombres y sus creaciones es el redescubrimiento continuo.


Algunos de los escritores que han colaborado en este volumen nacieron después de tu muerte. Pero todos ellos dieron comienzo a sus carreras después de haber descubierto su propio camino al reino de la fantasía, reino del que sigues ocupando el trono. Todos ellos, de una forma o de otra, sufrieron la influencia de lo que escribiste. Sus contribuciones a estas páginas son un homenaje a tu memoria.
Bien, señor Lovecraft, vas a empezar tu segundo siglo como maestro indiscutido de la literatura fantástica…, y puede que en sí mismo eso sea una fantasía que jamás llegaste a imaginar.
Pero es una realidad más que merecida.



Robert Bloch



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02 mayo 2015

Lovecraft vigente

 
 "El Horror Sobrenatural en la Literatura", de H.P. Lovecraft (Valdemar, 2010)
Edición: Juan Antonio Molina Foix


—¿Por qué creés que Lovecraft tiene tanta vigencia en la actualidad?

—Porque encontró un estilo propio muy personal con el que logró transformar las percepciones ordinarias de la vida en fuente inagotable de pesadillas. Su profunda convicción acerca de la carencia de sentido de la vida, de la precariedad de cualquier destino humano, le llevó inexorablemente a identificarse plenamente con la infinitud del cosmos, desplazando el foco del temor sobrenatural del hombre y su pequeño mundo y sus dioses a las estrellas y a los negros e insondables abismos del espacio intergaláctico. El miedo ya no lo provocaba el morboso encuentro con cadáveres, vampiros o espíritus, sino la conciencia de nuestra precaria situación. A pesar del tiempo transcurrido sus relatos son muy actuales porque expresan admirablemente la soledad y la pequeñez de la condición humana en un universo infinito y amoral, azaroso y hostil, carente de significado y angustiosamente ajeno a nuestras preocupaciones y cavilaciones, cuya vastedad y extrañeza contrasta con la importancia cada vez menor del ser humano dentro de ese esquema general. Aunque nunca se consideró un escritor de ciencia-ficción, fue también un pionero en la utilización de recursos hasta entonces inexplorados: se inventó una especie de estilo de informe científico, objetivo e impersonal, en el que combina el vocabulario clínico de la fisiología animal, y el más misterioso de algunas ciencias humanas como la paleontología o la antropología, con una precisa terminología lingüística, repleta de sinuosas construcciones sintácticas y semánticas, así como de abundantes calificativos, determinantes en su misma indeterminación, acompañados de toda una serie de signos y sonidos inauditos.



Juan Antonio Molina Foix
Entrevista para INSOMNIA
José María Marcos
Octubre 2014




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24 marzo 2011

Profundizando en el terror de culto de Lovecraft



Las VII Jornadas de Cómic de Castellón, ComiCS-11, arrancan el próximo mes de abril. Organizadas por la Universidad Jaume I desde su Aula de Cine y Creación Juvenil y los colectivos Fanzone y Freaks in Black, se desarrollarán entre los días 6 al 9 de abril de 2011.

La presente edición profundiza este año en el terror de culto del escritor H.P. Lovecraft con una muestra titulada 'Una exposición sobre lo innombrable' en la que cerca de un centenar de autores de todo el mundo realizan interpretaciones visuales basadas en anotaciones de Lovecraft.

La exposición pretende recrear el ambiente de terror gótico de las novelas de este escritor estadounidense que fue, sin duda, uno de los más influyentes escritores de terror del siglo XX (1890 -1937). Autor de culto y creador de una brillante y terrible cosmología, uno de sus libros más desconocidos es precisamente su cuaderno de notas, 'Commonplace Book'. Es más que un libro de notas, un pozo de ideas, de conceptos fragmentarios que el escritor anotaba y revisitaba cada vez que quería desarrollar nuevos trabajos.

Registradas entre 1919 y 1934, las 222 anotaciones están basadas en sueños, lecturas o incidentes fortuitos. Como Lovecraft escribió al inicio del cuaderno, estás ideas no son en realidad argumentos desarrollados, sino "meras sugerencias planteadas para poner la memoria o la imaginación a trabajar".

La exposición reúne hasta 90 imágenes en formatos variados. Las ilustraciones, reproducidas en papel glasofonado, se distribuyen alternando tamaños para cubrir irregularmente todas las paredes de la sala, consiguiendo un efecto recargado y envolvente en consonancia con el estilo literario de Lovecraft.

La muestra se inaugura con una conferencia de presentación a cargo de Marta Peirano, autora de 'La Petite Claudine', uno de los blogs españoles más leídos, y una de las mayores expertas españolas en Lovecraft y sus distintas adaptaciones e todo tipo de medios.

Durante la exposición se realizarán proyecciones de documentos audiovisuales en torno a Lovecraft y fragmentos de películas basadas en su obra. En la sala se instalará también una zona de lectura, donde se pondrán al alcance de los visitantes tanto los relatos del propio Lovecraft como los libros de sus seguidores, así como adaptaciones a historieta y textos en torno al autor.

El trabajo, de hecho, está diseñado por la Maison d'Ailleurs, el museo de ciencia-ficción más importante de Europa, situado en Suiza, y comisariado por su directot Patrick J. Gyger. Reúne tareas realizadas por alrededor de un centenar de autores de todo el mundo.
Completa programación de ComiCS-11

En su séptima edición, las jornadas de ComiCS amplian su programa añadiendo espectáculos y teatro. Este año destaca la presencia de Alfonso Azpiri y Albert Monteys. Alfonso Mejía Azpiri es el autor de personajes como Mot, uno de los más famosos en España durante los 80s entre el público juvenil, o Lorna.

Albert Monteys es uno de los historietistas más destacados del humor contemporáneo, trabaja en El Jueves y desde 2006 hasta 2011 es además director de la revista. Sus serie ¡Para ti que eres joven!, en colaboración con Manel Fontdevila, y Tato sumergen al lector en un universo de chistes tan hilarante como particular.

ComiCS-11 contará también con la presencia de Antonio Altarriba y Kim, ganadores del último Premio Nacional de Cómic que, con su obra 'El Arte de Volar', han cosechado grandes éxitos con una historia muy íntima y personal que tiene como telón de fondo fragmentos de la historia de nuestro país.

Como novedad las jornadas contarán con dos espectáculos: el primero a cargo del artista Miguel Noguera, que deleitará a la audiencia con su Ultrashow en los que lleva el absurdo a su límite y se consagra como una de las figuras de la comedia de vanguardia en nuestro país. Por otro lado, el 17 de abril en el Paraninfo de la UJI está programada la obra de teatro 'Cutlas, Anatomía de un Pistolero', basada en la obra de famoso dibujante Calpurnio.

Paralelamente se presentarán una publicación del Taller de Cómics llevado a cabo durante el pasado año en la que se mostrarán los trabajos realizados por los participantes durante el mismo. Además se proyectará la película 'María y yo' en el Espai d'Art Contemporani de Castellón, adaptación documental de la obra homónima de Miguel Gallardo.

Además la organización llevará a cabo una campaña llamada 'Apadrina un tebeo' durante los días de las jornadas, para difundir la lectura de tebeos entre la población de Castellón.


Susana Morales
El Mundo
23 de marzo de 2011



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03 enero 2011

Birdboy



http://www.youtube.com/watch?v=vUlK3MIUJcU


'Birdboy', el pájaro que no podía volar, apunta alto


La primera incursión del dibujante coruñés Alberto Vázquez en el mundo del cine no ha parado de cosechar éxitos y reconocimientos. Su pequeño pájaro Birdboy se ha trasladado de unos de sus más reconocidos cómics, 'Psiconautas', a las pantallas de cine en formato de cortometraje. En tan sólo cuatro meses se ha colado en más de 30 festivales internacionales, ha recibido tres premios y está en la lista de candidatos al Oscar a mejor corto de animación para el próximo 2012.

Vázquez se decidió a dar movimiento a su obra porque "creía que era el tipo de guión adulto, narrado de forma peculiar y con ritmo pausado, que podría adaptarse fácilmente al cine". Lo hizo junto al productor vasco Pedro Rivero en los estudios Postoma y con banda sonora de Suso Sáez. Detrás, hay una gran labor en la dirección artística y un guión del que Alberto se encargó en su totalidad. Contó con un presupuesto de tan solo 75.000 euros que no fueron fáciles de conseguir. "La mezcla entre esa estética infantil y de dibujos para adultos no lograba convencer", subraya su creador.

Pero el empeño de sus impulsores lograron que 'Birdboy' volase hasta un total de 30 festivales a los que se presentó. Entre ellos destacan el de Sitges, el Cinemad en Madrid o la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donosti. Pero también se ha trasladado fuera de nuestras fronteras a lugares como Argentina, Moscú, Serbia, Estonia o Italia. En algunos como Sundance "la competencia es muy fuerte", dice Alberto Vázquez, ya que se presentaron hasta 800 cortos de animación.

Camino hacia el Óscar

Por el momento son tres los premios que atesora, el de mejor guión y mejor cortometraje vasco en el Zinebi (Bilbao) y el de mejor cortometraje en el Festival de Foyle (Irlanda). Este último le ha abierto a 'Birdboy' el camino hacia los más importantes premios de cine, los Oscar. Se trata de uno de los pocos festivales en el mundo cuyos ganadores están preseleccionados para los premios de la academia de Hollywood. "Está a la altura de los Goya o del Festival de Cine de Gijón", asegura el creador de este corto de animación con posibilidades de entrar en la terna al mejor en su género para los Oscar del 2012.

Pero para conseguir llegar tan alto, la obra debe recorrer un camino previo donde la promoción es fundamental. Vázquez asegura que en estos momentos están buscando financiación y tratan de vender un producto que califica de "peculiar, de gran calidad y bajo coste". De momento, están en negociaciones con un canal de televisión para venderlo.

En la mente de su creador resuena ya la palabra largometraje. Y es que la intención del dibujante es que 'Birdboy' se convierta en un largo, aunque se topa de nuevo con el principal problema, la financiación. "Lo normal para estas producciones ronda los dos millones de euros pero nosotros estamos buscando una cifra más económica, en torno a los 600.000 euros", dice.

Una metáfora de la adolescencia

'Birdboy' es, según su creador, una "historia paralela" a su primer cómic en solitario, 'Psiconautas'. Su filosofía es, por tanto, similar a la obra salida de la mente del dibujante en el 2007. "Juega con la estética y el lenguaje infantil de animación", dice. Su obra está poblada de animales antropomórficos que tienen problemas familiares y adicciones varias propias de los adolescentes. El mismo protagonista es adicto a las drogas y por eso no es capaz de volar. Pretende ser una metáfora de los problemas de los adolescentes.

La obra está ambientada en un pueblo fantasma, donde hubo un accidente nuclear y ahora sólo queda decadencia. "No hay industria, ni actividad, ni tan siquiera peces en el mar", dice Alberto Vázquez. El estilo es macabro y tierno a la vez, con un grafismo inocente que es auténtica poesía. Ahora toda esta forma de recrear la vida está condensada en este corto de 12 minutos de duración.

La pieza entera se podrá ver en breve a través de su página web y Vázquez pretende también potenciar la campaña en internet. Mientras tanto, el dibujante gallego sueña con escuchar el nombre de su pequeño pájaro en la gala de los Oscar pero no se detiene; acaba de publicar un cómic sobre el escritor de novelas de terror, Lovecraft, titulado 'La sombra sobre Innsmouth' y sigue interesado en proyectar su obra en el mundo audiovisual. "Es un terreno paralelo al cómic que me interesa de la misma forma", concluye.






Marcos Nebreda
elmundo.es
2 de enero de 2011





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20 febrero 2010

¡Por fin, más Dunsany!



En 1919 llegó a las manos de Lovecraft un libro llamado 'Cuentos de un soñador', de Lord Dunsany (1878-1957). Diez años después, en una carta a Clark Ashton Smith rememora el flechazo al comenzar a leer el primer relato, el memorable 'Poltarnees, la que mira al mar': "El primer párrafo me paralizó como una descarga eléctrica y con sólo leer dos páginas me convertí de por vida en devoto de Dunsany".

Hoy, en España, ese librito de relatos ha sido lo más fácil de conseguir de este visionario irlandés, dieciochoavo barón de Dunsany. Pero esto y los títulos breves sueltos que incluía la antología de literatura fantástica de Borges y 'Los mitos de Cthulhu' sabían a poco. Ya estaban descatalogadas desde hace mucho las antologías de Siruela 'En los confines del mundo' (aquí se puede descargar el libro) y 'En el país del tiempo', que el curioso debía rastrear por el laberinto amarillento de las librerías de segunda mano. Ahora la editorial Alfabia ha contribuido a sanar nuestra aguda carencia con 'El libro de las maravillas' y 'Cuentos asombrosos'.

No es sólo fantasía épica de primer nivel, y fascinación de tiempos remotos, de confines y ciudades impronunciables, es un "estilista mayor" (en palabras de Gimferrer) y una depuradísima aptitud lírica de precisión para lo onírico. Un dragón amarillo que baja sobre el Londres eduardiano, un hombre, Pombo el idólatra, que busca a una divinidad al final de un camino, siempre lo desconocido, el fin tras el fin. Nombres raros, tipo Afarmah, Lool Haf o Zeroora.

Lo oriental, lo desconocido. Reyes y princesas, piratas como el capitán Sahrd, y espectros, un esfinge en silencio, como en el sueño de un opiómano. Hay un trazo sereno e historiado en estas fabulaciones, también un abismo. Sus seres tienen nombres solemnes como de niños jugando a los indios: Anciano que Cuida del País de las Hadas o la Casa Hacia Ninguna Parte, o El Pájaro del Atisbo Difícil.

Edward John Moreton Drax Plunkett (su verdadero nombre) fue un personaje muy peculiar, en las estancias de su vetusto castillo familiar (tiene una web para visitas) pudo cultivar semejante don para la ensoñación, exótico reverso del mundo. Las breves reseñas biográficas que se pueden encontrar de él hacen referencia a su don para el ajedrez, para el cricket y las armas de fuego. Hizo la guerra en Sudáfrica y fue amigo de Yeats (otro enamorado de las arcanas leyendas).

Falta de traducciones

Todo lo que nos ha llegado de él son cuentos entre 1905 y 1919, aún faltan traducciones de sus novelas y de su dramaturgia (llegó a representar en el Abbey Theatre de Dublín, teatro Nacional de su país). A ver si más ediciones como la de Alfabia traducen a autor tan sugerente.

Por cierto, aquí se incluye un poema que Lovecraft le envió a su ídolo con el pseudónimo de Lewis Theobald, cuando Dunsany fue a Boston a dar conferencias (en 1919). No es un gran poema. Le llama "monarca de la fantasía". No hacía falta, ¡pero queda tan patente la superioridad de Dunsany sobre el famoso autor de 'Las montañas de la locura'! Ay, injusticias de la fama.

’El libro de las maravillas. Cuentos asombrosos., Lord Dunsany. Ediciones Alfabia. 2009. 295 páginas.
 
Alvaro Cortina
El Mundo
17 de febrero de 2010

PD: Aquí un link para descargar el libro Cuentos (hay que pinchar en la imagen).

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Solo entre inmortales

Escuché decir que, muy lejos de aquí, en un despreciable lugar del desierto de Cathay, y en un país dedicado a invernar, están todos los años que han muerto. Y hay cierto valle que los encierra y los oculta, según el rumor, del mundo, pero no de la vista de la luna ni de aquellos que los sueñan.

Entonces dije: iré desde aquí por los senderos del sueño y llegaré a ese valle y entraré con luto por los buenos años que han muerto. Tomaré una corona, una corona funeraria, y la pondré a sus pies como signo de mi pena por sus destinos.

Y cuando busqué entre las flores, entre las flores para mi corona funeraria, el lirio pareció demasiado grande y el laurel me pareció muy solemne, y no encontré nada lo bastante delicado ni valioso como para entregar como ofrenda a los años que habían muerto. Y al final hice una delgada corona de margaritas, de una forma que ya había visto hacer, para uno de los años que había muerto.

Esto, -dije-, es menos sutil o valioso que cualquiera de aquellos olvidados años. Entonces tomé con mi mano la corona y fui hacia allí. Y cuando llegué por las rutas del misterio a esa romántica tierra, donde estaba el valle nombrado en el rumor, busqué entre la hierba aquellos pobres años para los que yo había traído mi dolor y mi corona. Y cuando vi que no había nada en la hierba, dije: el Tiempo los ha quebrado y barrido y no ha dejado ningún resto perceptible.

Pero mirando hacia arriba, al resplandor de la luna, repentinamente vi al Coloso sentado, elevándose y borrando las estrellas y cubriendo la noche con negrura; y a los pies de ese ídolo vi reyes que rezaban y hacían reverencias y los días que son y todas las veces y todas las ciudades y todas las naciones y todos sus dioses. Ni el humo del incienso ni la combustión de sacrificios alcanzaban sus colosales cabezas, estaban ahí para no ser alcanzados, para no ser derribados, para no ser despojados.

-¿Quienes son?- interrogué

Alguien respondió: "solo los Inmortales."

Y yo dije con tristeza: no vine a ver dioses pavorosos, sino que vine a verter mis lágrimas a los pies de ciertos pequeños años que están muertos y que jamás volverán.

Y Él me respondió: estos SON los años que están muertos, sólo los inmortales; todos los años son Sus hijos. Ellos modelaron sus sonrisas y sus risas; todos los reyes de la tierra fueron coronados por Ellos, todos los dioses fueron creados por Ellos; todos los hechos y eventos fluyen desde sus pies como un río, los mundos son piedras que Ellos han arrojado al aire, y el Tiempo y todas sus centurias postradas detrás con crestas doblegadas en símbolo de vasallaje a Sus potentes pies.

Cuando escuché esto, dí media vuelta con mi corona, y volví a mi propio y confortable hogar.

Lord Dunsany



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13 enero 2009

El Joven Lovecraft


Una de las tantas cosas que soy incapaz de soportar o de pasar por alto es la informalidad. Menos aún entre los amigos o entre aquellos que consideramos cercanos a nosotros. Y es que en algunas cuestiones, creo que me tomo demasiado en serio: a mí misma y a lo que hago referente a los medios donde trabajé.

Todo esto viene a cuento porque me encuentro molesta, muy molesta, diría yo. Meses van y meses vienen y no tengo ni la mínima noticia, información, comentario o lo que sea y/o se tercie, sobre una entrevista que le hice al guionista de un cómic. No, nadie me pidió que la realizara, admito que yo la propuse y la gente encargada de dar el visto bueno me dijeron que adelante, que eso no se quedaría en el tintero y bla,bla,bla. Y ahí va la tonta de mí, con toda su buena voluntad y sus ganas de participar en un proyecto que tiene buenas intenciones pero como ya bien se dice: el camino al infierno está llenito de las mismas.

La publicación en cuestión es una revista de México que está a punto de cumplir su segundo aniversario y que si bien la gente que la maneja está llena de entusiasmo y lo dicho, plena de buenas intenciones, me parece que se han visto desbordados y no dan pie con bola, como decimos por aquellas tierras. La dirección es algo errante y la elección de los contenidos, la mayoría de las veces, no es la más adecuada. Con esto no quiero decir que la gente no sepa hacer bien su trabajo, seguro que se dejan los cuernos haciendo la revista que es mensual y respaldada por una reconocida editorial de cómics, pero, pero, lo dicho: están desbordados.

Conozco a su director y a uno de sus brazos derechos desde hace más de diez años, es más, tuve la oportunidad de participar en su primer proyecto llamado Sangre y Cenizas. Mi intención era echarles una mano siempre que pudiera sin pretender recibir ni un centavo a cambio. A fin de cuentas, mi nombre sonaba un poco dentro de la escena gótica de México debido a mis participaciones en un popular programa de radio, a la revista que durante un año publiqué y a los cursos de literatura y conferencias que impartí. Y cuando aquel primigenio proyecto se consolidó como Revista Dark me alegré sinceramente y decidí ofrecer mi ayuda de forma desinteresada aunque me habían asegurado que ahora sí pagaban las colaboraciones.

Entusiasmada, les envíe un pequeño texto que hasta la fecha ha sido lo único que se han dignado a publicar. Posteriormente envíe más colaboraciones tratando de seguir el estilo que persigue la revista, pero nanay. Es imposible comunicarse directamente con el director que según dicen, padece una extraña alergia al correo electrónico y al Messenger (algo absurdo a estas alturas del partido pues muchas veces sólo de esa forma puedes comunicarte con la gente, más aún cuando no viven en el mismo país) y me tengo que conformar con dirigirme a ese brazo derecho más bien errático y desbordado que abusa de aquel estribillo de una canción de mi tierra: me dices que sí pero no me dices cuando.

El "pero" que le puso a la entrevista fue la calidad de las imágenes: que las necesitaba más grandes y con mejor definición y bla, bla, bla. Yo le contesté que no problem, que en cuanto me lo indicase, yo así se las enviaría y... aún lo estoy esperando. La cosa es que a mí se me cae la cara de vergüenza con José Oliver, el guionista de El Joven Lovecraft, pues no sé ni cómo decirle que la gente de mi tierra son unos informales de primera, que no son capaces decirme: anda ya, pesada, que no nos interesa nada y vete mucho a la mierda. Y si no es así, muy mal que lo disimulan.

José Oliver, mejor conocido en la red como Cisne Negro es un encanto y sé que jamás me reclamaría la falta de publicación de la entrevista, pero yo tengo demasiada vergüenza laboral, por así llamarla, y aunque hayamos hecho todo vía internet, el poco o mucho tiempo que se tomó en contestar mis preguntas es lo que más me mortifica. Y que en algún momento piense que le mentí.

Así pues, para tratar de calmar un poco mi conciencia (já, como si yo fuese la informal) echo mano de esta ventana que tengo a la red y publico la entrevista.

El Joven Lovecraft

El sólo hecho de mencionar el nombre de Howard Phillips Lovecraft, el maestro del Horror Cósmico, nos remite a un mundo donde la imaginación desbordada y el misterio viven en complicidad con la locura. Hay miedo, enseñanzas antiguas, saberes ocultos, criaturas de aspecto indefinible y la sensación de ser espiados por presencias que viven en la profundidad de los mares o en los rincones de nuestra propia mente.

Sin embargo, ¿qué pasa cuándo Lovecraft es mostrado de manera desenfadada aún con elementos propios del universo que él mismo creó? Esta es una de las máximas claves que constituyen el cómic El Joven Lovecraft cuyos creadores son un par de talentosos españoles: José Oliver, guionista (Palma de Mallorca, 1979) y Bartolo "Bart" Torres, dibujante (Ibiza, 1978) también conocidos por los nicks Cisne Negro y El Hombre que Pía, respectivamente.

El Joven Lovecraft pretende echar un vistazo sobre la vida del escritor de Providence de una forma personal y cercana al humor ya que se narra la pubertad turbulenta de dicho autor a modo de ficción y mostrando su lado más oculto y, también más cotidiano.Tomando como referencia ciertos temas biográficos reales (el ateísmo del autor, su interés por la literatura, su etapa de fascinación por la cultura islámica, así como su timidez y misantropía), el cómic va más allá y formula diversas hipótesis de carácter científico y humorístico sobre cómo pudieron surgir las extrañas criaturas que pueblan el ciclo de historias que componen los Mitos de Cthulhu.

El cómic ha sido ideado desde sus inicios (2004) para ser mostrado por la red, así que se decidió echar mano de la clásica tira cómica compuesta por tres o cuatro viñetas, con excepción de algunas que son dobles o tienen seis. Aunque en un principio, las tiras son autoconclusivas, suelen seguir un hilo que les da coherencia y que cuenta una historia más amplia. Tienen una periocidad semanal y son publicadas en su propio blog, para beneplácito de todos los fans dentro y fuera de España que poco a poco han ido aumentado y que han sido compensados, en abril del año pasado, con la publicación en papel de El Joven Lovecraft a través de Diábolo Ediciones que ahora va por la segunda edición.

El Joven Lovecraft también se nutre de varias referencias musicales que comulgan con el horror punk y el gothic rock, por ejemplo; así como también juega con la intertextualidad y combina, sin resultar chocante en ningún momento, elementos tanto actuales como antiguos: referencias a Poe, a los Poetas Malditos, o a grandes obras de la literatura universal, entre otros. El lenguaje es directo, mordaz y cotidiano sin caer en la vulgaridad. El trazo limpio, muchas veces en blanco y negro con algunos toques de color. Los personajes estan bien delineados y son fácilmente identificables: Howard (a veces también llamado Howie) el propio Lovecraft, por supuesto; Rammenoth, un dios primigenio que se aparece en forma de momia; El Ojo de Rammenmoth, el ojo derecho es quien suele acudir a la llamada de Howie; el Love Golem, creado por barro por el propio Howard al estilo tradicional del ritual judío para que le haga las tareas escolares; Angelo Barracuda, cantautor que vaga por Estados Unidos cuyo estilo son las "murder ballads"; Glenn, el ghoul con forma de chacal que conoce a Howie en una excursión del colegio y decide irse a vivir con él y Siouxsie, una niña que llega a Providence desde Detroit, que es toda alegría, curiosidad, acción, el contrapunto de Howard, algo así como una perky-goth.


Hace unos cuantos días, José Oliver tuvo la amabilidad de concederme una entrevista, espero que la disfruten:

1. ¿Por qué Lovecraft? ¿Por qué en formato cómic?

He sido un gran lector de Lovecraft desde la adolescencia, que es cuando normalmente la gente descubre a este autor, y pensé que se podía dar un buen juego entre lo que es su vida y su obra. En formato cómic porque es un medio que amo desde la infancia y a pesar de que ha habido épocas de mi vida en que he querido dedicarme más a la literatura, el cómic siempre ha sido mi pasión.

2. ¿Sientes fascinación por Lovecraft como personaje (con todas sus fobias y excentricidades) o sólo por su obra?

Su obra es muy interesante (yo creo que leerlo en una determinada época de tu vida te marca), pero su vida también lo es. A pesar de que su existencia fue, en términos generales, gris y monótona, la personalidad del Lovecraft es real y leer su biografía es muy interesante.

3. ¿Por qué el retrato en clave de humor?

¿Por qué no? A mí me encanta el cómic de humor, y a pesar de que en prosa no soy capaz de escribir algo que sea realmente gracioso, creo que los resortes del cómic los manejo mejor en este sentido.
4. ¿Qué opinas de todos los intentos fallidos de adaptar vía la gran pantalla, la obra de Lovecraft?
Son el resultado natural de intentar trasponer a un medio que no es el suyo un tipo de terror muy particular. A pesar de ser muy barroco en sus relatos, Lovecraft nunca llegaba a describir aquellos horrores de los que hablaba. Es el terror a lo desconocido; más aun, a lo impensable. El cine debe encontrar otras formas de intentar expresar esa idea: por eso se dice que películas como Alien son muy lovecraftianas, porque en la mayor parte ese horror no aparece en pantalla, el terror es sólo sugerido.

5. El personaje Siouxsie (mi favorito, jejeje) ¿está basado en alguien particular?

[Nosotros escribimos en el cómic 'Siouxie' por un mero error: la primera vez que aparece en el cómic rotulado, aparece sin una 's', así que decidimos dejarlo así] Bueno, es claramente un homenaje a Siouxsie Sioux, la diva siniestra de los 80 que sigue aún en plena forma.

6. ¿Crees que tu bagaje cultural (gustos particulares, la carrera que has estudiado) y tu atracción por el mundillo musical dark, siniestro, gothic, te marcan en la creación de los guiones?

Sí, obviamente. Quizá no marcan directamente la dirección del guión, pero sí que lo salpican constantemente con sus referencias. En EJL hay mucha literatura y mucha música referenciada, pero sin ínfulas de querer parecer el más listo, sino desde el amor a esos referentes.

7. ¿Te gusta la literatura de horror? ¿Y el cine? ¿En qué grado? Por favor, menciona pelis y libros favoritos.

Me gusta, sin embargo, no soy un gran lector y de hecho no leo a autores actuales, ni siquiera soy un gran lector de Stephen King, del que he leído apenas los libros que no son terror (El fugitivo, Los ojos del dragón, el primero de La torre oscura... y poco más). Mis gustos van más por los autores de finales del XIX y todo el resurgir de la literatura fantástica desde los albores de la novela gótica. Me gusta en particular W. Hope Hodgson y sus relatos de terror en el mar, o M.R. James, Ambrose Bierce... En el cine me pasa más o menos lo mismo: tengo dos épocas del cine de terror favoritas: la época del cine mudo, la producción de los años 30, y después la época de la Hammer, que me parece fantástica. Es como el modernismo en el cine, es brillante. En cambio, del terror actual no me interesa más que quizá la primera oleada del nuevo cine de terror asiático, que ahora ya parece haber caído en la recreación del mismo patrón una y otra vez. La parte sangrienta del cine de terror que se recrea en la carnicería y el sufrimiento no me interesa.

8. Director o directores de cine favoritos.

¿Dentro o fuera del terror? Directores que sigo: Burton, Woody Allen, los Coen... Pero no soy un cinéfilo apasionado. Con los años me va cansando cada vez más estar sentado dos horas mirando una película (¿por qué el último Batman dura casi tres horas? Me parece totalmente desmesurado). Prefiero lo que se hace en televisión: The It Crowd, The Office, Dexter, etc.


9. Menciona tus cómics favoritos.

¡Qué difícil, jajaja! Calvin y Hobbes, por supuesto. V de Vendetta y la impresionante Promethea de Alan Moore. Los cómics de Matt Groening como Life in Hell. El Dr. Slump de Akira Toriyama (aún esperamos una nueva edición en español). Sandman de Gaiman. La nueva ola francesa: Trondheim, Sfar, Blain... Y tantos otros... Ahora sólo reparo en los más obvios...

10. ¿Por qué has elegido el formato "tradicional" de la tira cómica (tres o cuatro viñetas) para el Joven Lovecraft?

Porque cuando iniciamos la colaboración con Bart, era la manera más factible de que se diera a conocer por internet. Es un formato sencillo y fácil de leer, y en internet está probado que funciona. Además, como formato corto, permitió que pronto viéramos si la cosa funcionaba entre nosotros, si los chistes tenían gracia, etc.

11. ¿Crees que puede haber un soundtrack especial, algo así como la música de fondo, para sumergirse en el mundo de el Joven Lovecraft? De ser así, qué canciones recomendarías?

EJL es muchas veces música, el homenaje de mi gran amor por la música. Angelo Barracuda es 50% Nick Cave y 50% 16 Horsepower. Glenn es puro Misfits. Siouxie es... Siouxsie, jajaja. Así que yo recomendaría escuchar un poco de goth rock de los 80. No Marilyn Manson ni Evanescence... Rock gótico ochentero. Los tres recopilatorios de Mick Mercer "Gothic Rock", por ejemplo, son una buena opción.
12. El retrato que haces de la pubertad de Lovecraft es en clave de humor, pero hay mucha más ironía y sarcasmo que la intención de arrebatar una carcajada simple. ¿Qué piensas sobre eso?

Lo que yo creo es que hay diversos niveles de lectura. Algunos lectores verán en una viñeta un chiste y otros entenderán alguna referencia que hará su lectura diferente. Me gustaría que EJL fuera una obra que fuera cambiando al tiempo que el lector lo hace. Si quien lo lee crece como lector en sus lecturas y conocimientos, la obra cobra nuevos sentidos en siguientes lecturas, y eso hace que la tira tenga una vida más larga, en mi opinión. Hay efectivamente, algunos chistes a costa del pobre Lovecraft real (como el comentario que hace sobre un epitafio que ve en una tumba) o de los poetas muertos que son bastante sarcásticos.

13. Sé que un "padre" no puede tener hijos favoritos, jejeje, pero tú como creador de todo ese universo, tienes algún personaje predilecto aparte de Howie?

Por supuesto, no tengo reparos en decirlo. Siouxie es mi personaje preferido, casi más que Howard. Es como una hijita, jeje.


14. ¿Qué opinas sobre el éxito de el Joven Lovecraft publicado en papel?

Estamos muy agradecidos por la buena acogida del cómic en papel. Siempre hemos tenido mucha fe en nuestra obra y ver que el público la ha respaldado nos da mucha alegría. Esperamos que sigamos gozando de su confianza en nuestros siguientes proyectos.

15. ¿Cuáles son los siguientes planes que tienes para el Joven Lovecraft? Las camisetas son muy chulas, piensas hacer algo más de marketing?

Los planes ahora mismo son poder sacar el segundo tomo en un plazo no más allá de final de año. Pero ya estoy trabajando en lo que sería una tercera entrega. La cuestión de márketing está muy bien, pero ha de ser rentable. Y aunque no lo parezca, ha de estudiarse bien qué se hace para que no haya pérdidas, que las apariencias engañan. Sería fantástico poder hacer más, ¡yo sueño con ello!

Gracias estimado Jose.

Gracias a ti. Y no quiero terminar sin decir que, pese a que la entrevista sólo la he contestado yo, esta obra no sería posible sin el maravilloso trabajo de Bart Torres, que es el 50% de este proyecto. Su entrega, su buen humor y la sintonía que tenemos juntos es el mejor aliciente para trabajar con él.


15 diciembre 2008

Victoria's Secret meets Lovecraft

Alien 3 (David Fincher 1992)




8. El Bestia
Alien


¿De dónde procede? De Alien, el 8º pasajero (Ridley Scott, 1979) y secuelas.

¿Con qué intenciones? Es un depredador nato. Se funde con la oscuridad: camaléonico y letal, pretende llegar a la Tierra para convertirse en arma de destrucción masiva cuando las circunstancias bélicas lo requieran.

Lo reconocemos por... Es una obra maestra de la ingeniería biomecánica. Nace con la forma de un calamar con tinta ácida y tiene la mala costumbre de incubar en el estómago de su primera víctima. El artista suizo H. R. Giger lo concibió como un monstruo viscoso y velo císimo con una boca que parece un juego de muñecas rusas dentadas.

Flaquea... Cuando huele las bragas de Ripley (Sigourney Weaver) en uno de los finales más horripilantemente sexys de la historia del cine fantástico. Victoria Secret meets H. P. Lovecraft.

"15 extraterrestres con pedigrí"
Sergi Sánchez
Fotogramas número 1982
Diciembre de 2008


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Sí, lo sé, la última observación es una burrada, hahaha, pero es lo que más me ha gustado de esa revisión sobre extraterrestres de la gran pantalla.

Por otro lado, Happy Demon ha adquirido una nueva afición: aporrear los tambores de una pequeña batería que hace tiempo le había regalado un buen amigo de mi marido. Me pide que le ponga música y él trata de seguir el ritmo. Claro, con nulos resultados pero muchísimo entusiasmo, hahaha.

No sé, igual y se le ha quedado grabada la peli Un rockero de pelotas (The Rocker) ;-) Buenísima por cierto.





Happy Demon a la batería

11 septiembre 2005

El Extraño (The Outsider) por Lovecraft




Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron... a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado y sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenza con ir más allá, hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades, y sin embargo no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera me haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.

Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Antojóseme que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debia haber ganado la terraza o, cuando menos, algúna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, invadióme el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor de precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, extendíase a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz, ni siquiera el pasomoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosodad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré el interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absoluntamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente ilumindada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose cotra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznates gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirirgí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití –un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa–, comtemplé en toda su horrible intensidad el iconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aprarición, había convertido una algre reunión en una horda de deliriantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo –o al menos había dejado de serlo–, y sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminisencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, poro no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaba a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboléandome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto, mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado.

No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.

Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre–Ka, en el recóndito y desconocido valle de Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y sin embargo en mi nueva y salvaje libertad, agradezco casi la amargura de la alienación.

Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué una fría e inexorable superficie de pulido cristal.

"El Extraño"
Howard Phillips Lovecraft

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Este es uno de mis relatos favoritos del creador del "horror cósmico", de ese escritor lleno de fobias y temores, que detestaba a los norteamericanos a pesar de haber nacido en Providence, Rhode Island (costa este de los Estados Unidos), que adoraba con pasión todo lo que oliera a mitología, cultos antiguos, que evitaba los contactos humanos y prefería mantener correspondencia con sus amigos también escritores. En fin, que Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) parecía un personaje literario, aunque no surgido estrictamente de su imaginación plagada de los Primigenios (según él, los primeros habitantes del planeta), de Cthulu, del Necronomicón obra del árabe loco Abdul al-Hazred, del verdadero horror (porque "terror" es la amenaza exterior, lo evidente, el monstruo que se muestra en todo su esplendor), de aquel que te carcome las entrañas, que te provoca un desasosiego casi indescriptible.

Cuando era adolescente, vivía enganchada a la radio (finales de los '80). No era la época estricta de los videojuegos, pues a pesar de que ya existían y por supuesto que se comercializaban, para la gente sin tanta pasta había lugares con "maquinitas" que funcionaban con monedas especiales que canjeabas con dinero real. La televisión casi no era satisfactoria y en mi barrio aún no había tele por cable. Así que, todo el tiempo que podía, lo dedicaba a escuchar Rock 101. Recuerdos gratos, descubrimientos musicales, experiencias divertidas y al cabo de un tiempo, hasta pude colaborar en un programa de esa misma estación, haciendo comentarios y realizando programas. En algún momento, las noches de los jueves, si mal no recuerdo, Rock 101 empezó a transmitir un programa que se dedicaba a "dramatizar" historias de horror, básicamente. Algo así como radionovelas para los amantes de la oscuridad, jejeje, de los relatos siniestros y de macabro gusto. Así fue como escuché la adaptación de "El Extraño", que básicamente fue una lectura dramatizada. Lovecraft, el nombre se me quedó grabado, y tanto. Al poco tiempo pude leer "El color que cayó del cielo" y de ahí en adelante. No puedo preciarme de haber leído toda su obra, pero sin duda soy capaz de reconocer su estilo en cada una de sus historias, de sus colaboraciones y de esos relatos inéditos que hace más de diez años la editorial Edaf publicó para el gozo de los fanáticos de este hombre tan misterioso.

Ha habido varios intentos de llevar al cine algunas historias de Lovecraft, pero sinceramente, los resultados han sido penosos, por no decir que totales fracasos. Hay algo en los relatos que sólo se percibe mediante la lectura, el ambiente que se forja alrededor nuestro cuando nos sumergimos en todos los temores y las manías de Lovecraft. Creo que "El Extraño", en el fondo, muestra la esencia de este escritor.



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