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25 diciembre 2018

Fantasmas de Navidad



Los fantasmas de Charles Dickens siempre serán recordados por su obra A Christmas Carol pero la afición por lo sobrenatural no terminó ahí. A lo largo de su vida, sobre todo cuando dirigió las revistas semanales Household Words y All the Year Around, el tema de los fantasmas y la ambientación gótica continuaron salpicando muchos de sus relatos. Y hay varios más donde la época de Navidad es el momento preciso para las visitas del otro mundo. 

Cuando llegó a mi la antología que editorial Impedimenta tituló Para leer al anochecer (2009), descubrí con un gustazo varias de las historias que Dickens forjó con elementos sobrenaturales. Algunas hasta con ciertos toques de humor. 

Hoy he decidido compartir una que refleja esa tradición victoriana donde las Navidades es el momento preciso para reunirse alrededor de la chimenea y leer historias sobre aparecidos :)


FANTASMAS DE NAVIDAD
Charles Dickens

Me gusta volver a casa por Navidad. A todos nos pasa, o al menos así debería ser. Todos regresamos a casa, o deberíamos hacerlo, para disfrutar de unas breves
vacaciones —aunque cuanto más largas sean, mejor— desde el enorme internado en
el que nos pasamos el día trabajando en nuestras tablas de aritmética. A todos nos
conviene tomarnos un respiro, ésa es la verdad. En cuanto a ir de visita, ¿a qué otro
sitio podríamos ir si no? ¡Pues junto al árbol de Navidad, para proclamar nuestros
buenos deseos al mundo!

Y así partimos lejos, hacia el invierno, a colocar nuestros anhelos junto al árbol.
Nos ponemos en camino, y atravesamos llanuras bajas, parajes brumosos, páramos
sumergidos en la niebla; subimos largas colinas enroscadas como cavernas oscuras
entre las tupidas plantaciones que casi ocultan las estrellas centelleantes; y así
continuamos, por amplias mesetas, hasta detenernos, con un silencio repentino, frente
a una avenida. La campana junto a la verja resuena profunda y casi espantosa en el
aire helado; los batientes de la verja se abren sobre sus goznes y, a medida que nos
dirigimos hacia la gran casa, las luces resplandecientes se agrandan en las ventanas, y
las hileras de árboles que hay delante parecen retroceder solemnemente hacia ambos
lados para permitirnos el paso. Por un momento, aniquila el silencio la rauda carrera
de una liebre que a lo largo de todo el día, por intervalos, se ha dedicado a atravesar
el blanco tapete nevado; o el estrépito lejano de una manada de ciervos pisoteando la
escarcha endurecida. Si pudiésemos, tal vez veríamos sus ojos vigilando entre los
helechos, rutilantes como gotas heladas del rocío sobre las hojas; pero están quietos y
todo permanece en calma. De este modo, con las luces que se agrandan y los árboles
que se retiran ante nosotros y se reúnen de nuevo tras nuestro paso, llegamos a la
casa.

Probablemente flota en todo momento un aroma a castañas asadas y a otras cosas
buenas, puesto que estamos narrando historias invernales (o para nuestra vergüenza,
historias fantasmales) alrededor de un fuego navideño, y sólo nos levantaremos para
acercarnos más a él y calentarnos. Sin embargo, todo esto carece de importancia.
Llegamos a la casa, una vieja mansión coronada por grandes chimeneas en donde
arde la leña ante perros viejos que se arriman al hogar y retratos macabros (algunos
de ellos con leyendas igualmente macabras) que miran hoscos y desconfiados desde
el entablado de roble de las paredes. Somos gentilhombres de mediana edad y
compartimos una generosa cena con nuestros anfitriones y sus invitados. Es Navidad
y la casa está repleta de gente. Decidimos retirarnos pronto. La nuestra es una
habitación muy antigua. Cubierta por tapices. Nos desagrada el retrato de un
caballero trajeado de verde, que cuelga sobre la chimenea. Grandes vigas negras
recorren la techumbre y se ha dispuesto para alojarnos un gran dosel negro que a los
pies se ve sustentado por dos grandes figuras negras que parecen sacadas de sendas
tumbas de la vieja iglesia del barón, ubicada en los jardines. A pesar de ello, no
somos caballeros supersticiosos y nos da lo mismo. ¡Bien! Despachamos a nuestro
sirviente, cerramos la puerta con llave y nos sentamos frente al fuego, enfundados en
nuestra bata, a meditar sobre multitud de asuntos. Finalmente nos acostamos. ¡Bueno!
No podemos dormir. Nos revolvemos una y otra vez sin poder conciliar el sueño. Los
rescoldos del fuego arden relampagueantes y hacen parecer la habitación más
fantasmagórica si cabe. No podemos evitar escudriñar, por encima de la colcha, las
dos figuras negras que sostienen la cama, y sobre todo ese caballero de verde, dotado
de un aspecto tan perverso. Parecen avanzar y retirarse en medio de la luz
temblorosa, lo cual, a pesar de que no somos en absoluto hombres supersticiosos, no
nos resulta nada agradable. ¡Bueno! Nos vamos poniendo más y más nerviosos.
Decimos: «Esto es absurdo, pero lo cierto es que no podemos soportarlo; fingiremos
estar enfermos y haremos que acuda alguien en nuestra ayuda». ¡Bueno!
Precisamente, estábamos a punto de hacerlo, cuando de repente la puerta se abre y
entra una joven de una palidez mortecina y largos cabellos rubios que se desliza junto
al fuego y toma asiento en la silla que antes habíamos ocupado, frotándose las manos.
En ese momento advertimos que sus ropas están mojadas. Tenemos la lengua
adherida al paladar y no somos capaces de articular palabra, pero la observamos con
detalle. Su ropa está húmeda; su largo cabello está salpicado de barro; va vestida
según la moda de hace doscientos años y lleva en el cinto un manojo de llaves
herrumbrosas. ¡Bueno! Ella sigue sentada, sin moverse, y es tal el estado en que nos
hallamos que ni siquiera somos capaces de desmayarnos. En ese momento, ella se
levanta y empieza a probar sus oxidadas llaves en todas y cada una de las cerraduras
del dormitorio sin que ninguna sirva. Entonces fija su mirada en el retrato del
caballero de verde y exclama, con una voz grave y terrible: «¡Los ciervos lo saben!».
A continuación, vuelve a frotarse las manos, pasa junto a la cama y sale por la puerta.
Nos ponemos la bata apresuradamente, echamos mano de las pistolas —sin las que
nunca salimos de casa— y nos disponemos a seguir a la muchacha, cuando hallamos
la puerta cerrada. Giramos la llave y, al asomarnos al oscuro pasillo, no divisamos a
nadie. Deambulamos inútilmente en busca de nuestro sirviente. Recorremos la galería
hasta que rompe el día para luego volver a nuestra desolada habitación, caer
dormidos y ser despertados por nuestro criado (a él nada le aterroriza), que cuando
abre la ventana nos revela un sol resplandeciente. ¡Bien! Tomamos un triste desayuno
y todo el mundo nos comenta que parecemos indispuestos. Concluido el desayuno,
recorremos la casa con nuestro anfitrión y le conducimos hasta el retrato del caballero
de verde y en ese momento todo se aclara. Engañó a una joven ama de llaves,
conocida por su extraordinaria belleza, quien se ahogó inintencionadamente en un
estanque y cuyo cuerpo fue descubierto, pasado ya mucho tiempo, porque los ciervos se negaban a beber de sus aguas. Desde entonces, se rumorea que ella se dedica a
deambular por la mansión a medianoche (aunque sobre todo aparece en la habitación
del caballero de verde, a fin de no dejar dormir a su inquilino) probando todas las
cerraduras con sus llaves oxidadas. ¡Bien! Contamos a nuestro anfitrión cuanto
hemos visto y una sombra se cierne sobre su semblante. Nos suplica que guardemos
silencio y nosotros obedecemos. Sin embargo, todo lo que hemos contado es cierto y
así lo relatamos antes de fallecer (ahora estamos muertos), a muchas personas serias
que nos quieren escuchar.

Son innumerables las viejas casas solariegas, con sus pasillos retumbantes, sus
sombríos aposentos y sus alas hechizadas que llevan años clausuradas, a través de las
cuales podemos divagar, mientras un agradable escalofrío nos recorre la espalda, y
toparnos con todo tipo de fantasmas. Aunque —tal vez sea importante recalcarlo—
en general éstos se reducen a unos pocos tipos o clases, ya que, debido a la escasa
originalidad de los espectros, en su mayoría suelen deambular haciendo rondas
previamente fijadas. Resulta habitual también que haya ciertas baldosas de las que
sea imposible borrar las manchas de sangre que quedaron en tal o cual habitación o
descansillo, y que datan de cuando cierto amo malvado, barón, caballero o
gentilhombre se suicidó en aquel mismo lugar. Uno puede raspar y raspar, como hace
el dueño actual, o pulir y pulir, tal y como lo hiciera su padre, o frotar y frotar, al
igual que hizo su abuelo, o intentar hacerlas desaparecer mediante la acción de
diversos ácidos, como hizo el bisabuelo, pero la sangre siempre permanecerá ahí —ni
más ni menos pálida—, siempre igual. También ocurre que en otras casas
encontramos puertas encantadas, que jamás lograremos mantener abiertas mucho
tiempo; o bien, una puerta que no hay manera de cerrar; o bien casas donde suena a
deshoras el crujido hechizado de una rueca, o golpes de martillo, o pisadas, o un
llanto, o un lamento, o un ruido de cascos de caballo, o el arrastrar de cadenas. Tal
vez haya un reloj en su torre que al llegar la medianoche dé trece campanadas
coincidiendo con la muerte del cabeza de familia. Llegó a suceder que una tal Lady
Mary fue de visita a una casa de campo en las tierras altas escocesas y, sintiéndose
fatigada por el largo viaje, se retiró pronto a dormir. Al día siguiente, durante el
desayuno, comentó inocentemente:

     —¡Me resultó extrañísimo que anoche celebraran una fiesta a una hora tan tardía
en un lugar tan remoto como éste, y que no me hablaran de ella!

Cuando todos le preguntaron qué quería decir, Lady Mary respondió:

     —¡Pues que ha habido alguien que se ha pasado toda la noche dando vueltas y
más vueltas con su carruaje bajo mi ventana!

Entonces, el propietario de la casa se puso lívido, al igual que su señora. Por su
parte, Charles Macdoodle —de los Macdoodle de toda la vida— conminó a Lady
Mary a no decir ni una palabra más sobre el asunto y todo el mundo guardó silencio.

Después del desayuno, Charles Macdoodle contó a Lady Mary que era tradición en
aquella familia que aquel ajetreo de carruajes en el patio presagiase alguna muerte.
Así quedó probado cuando, dos meses más tarde, falleció la dueña de la mansión.
Lady Mary, quien a la sazón formaba parte de las Damas de Honor de la Corte,
contaba a menudo esta historia a la vieja reina Charlotte; y es por esto por lo que el
viejo rey se pasaba el día diciendo:

     —¿Eh? ¿Cómo? ¿Fantasmas? ¡Ni mentarlos, ni mentarlos!

Y no dejaba de repetirlo una y otra vez hasta que se retiraba a dormir.

El amigo de una persona a quien la mayoría de nosotros conocemos, cuando era
todavía un joven estudiante, tuvo un amigo bastante peculiar con el que había llegado
a un pacto de lo más macabro: acordaron que si era cierto que el espíritu de una
persona es capaz de volver a este mundo tras haberse separado del cuerpo, aquel de
los dos que primero muriese habría de aparecerse al otro.

Transcurrido un tiempo, a nuestro amigo se le había olvidado ya aquel trato;
ambos jóvenes habían progresado en la vida y habían tomado caminos divergentes,
muy alejados entre sí. Sin embargo, una noche, transcurridos muchos años,
encontrándose nuestro amigo en el norte de Inglaterra y alojándose por la noche en
una posada junto a los páramos de Yorkshire, sucedió que miró fuera de su cama y
allí, a la luz de la luna, apoyado junto a un buró próximo a la ventana, vio a su viejo
colega de estudios observándole fijamente. Se dirigió solemnemente a la aparición, y
ésta le respondió en una especie de susurro, aunque bastante audible:

     —No te acerques a mí. Estoy muerto. Heme aquí para cumplir mi promesa. Vengo de otro mundo pero no puedo revelar sus secretos.

En ese momento, la aparición palideció, pareció fundirse con la luz de la luna y se
desvaneció.

Cuentan también el caso de la hija del primer ocupante de una casa isabelina,
bastante pintoresca, que se hizo relativamente famosa en nuestro barrio. ¿Han oído
quizás hablar de ella? ¿No? Pues bien, siendo una bella muchacha de diecisiete años,
dio en salir una tarde de verano durante el crepúsculo a recoger flores en el jardín.
Pero, de pronto, su padre la vio llegar corriendo a la puerta de la casa. Estaba aterrada
y gritaba con desesperación:

     —¡Ay, Dios mío, querido padre, me he encontrado conmigo misma!

El la abrazó, la consoló y le dijo que no se preocupase; probablemente habría sido
víctima de algún capricho de su imaginación. Ella entonces le dijo:

     —¡Oh, no! Te juro que me encontré conmigo misma cuando caminaba por el paseo. Estaba muy pálida recogiendo flores marchitas, y giraba la cabeza sosteniéndolas en alto.

Aquella misma noche, la muchacha murió. Se comenzó a pintar un cuadro con su
historia, si bien nunca fue terminado, y dicen que, aún hoy, el cuadro permanece en algún lugar de la casa, vuelto de cara a la pared.

El tío de mi cuñado volvía a casa a caballo. Era una tarde apacible, y ya estaba
anocheciendo. De repente, en una vereda cercana a su propia casa vio a un hombre de
pie frente a él, ocupando el centro mismo de un estrecho paso.

     —¿Por qué estará ese hombre de la capa ahí en medio? —pensó—. ¿Acaso
pretende que le pase por encima?

Pero la figura no se apartaba. El tío de mi cuñado tuvo una extraña sensación al
verle allí en el sendero, tan inmóvil. Sin embargo aflojó el trote y siguió cabalgando
en dirección a él. Cuando se halló tan cerca del caminante que casi podía tocarlo con
su estribo, el caballo se asustó y entonces la figura se deslizó a lo alto de un terraplén,
de una forma rara, poco natural (de hecho se escurrió hacia atrás sin aparentemente
usar los pies), y desapareció. El tío de mi cuñado dio un respingo.

     —¡Santo Dios! ¡Pero si es mi primo Harry, el de Bombay!

Espoleó al caballo, que de pronto sudaba una barbaridad, y, preguntándose por tan
extraño comportamiento, salió disparado hacia la entrada de su casa. Cuando llegó
allí vio a la misma figura pasando junto al alargado mirador que hay frente a la sala
de estar de la planta baja. Arrojó las bridas a su criado y se precipitó detrás de la
figura. Su hermana estaba allí sentada, sola.

     —Alice, ¿dónde está mi primo Harry?

     —¿Tu primo Harry, John?

     —Si. El de Bombay. Me lo acabo de encontrar en el camino y lo he visto entrar aquí ahora mismo.

Nadie había visto nada, Pero fue en aquella hora exacta, como más tarde se supo cuando su primo fallecía en la India.

Hubo cierta vieja dama muy sensata que falleció a los noventa y nueve años, y
que mantuvo sus facultades hasta el final. Pues bien, esta buena mujer vio con sus
propios ojos al famoso Niño Huérfano. Esta es una historia que con cierta frecuencia
se ha venido contando de manera incorrecta. He aquí lo que ocurrió en realidad (pues,
de hecho, se trata de una historia que ocurrió en nuestra propia familia: la vieja dama
era una pariente lejana). Cuando tenía alrededor de cuarenta años, época en la que
aún era conocida por su belleza poco común (hay que decir que su amado murió muy
joven, razón por la cual ella nunca se casó, aunque recibió numerosas proposiciones
al respecto), se trasladó con su hermano, que era comerciante de artículos indios, a
una casa que éste había comprado no hacía mucho en Kent. Corría la leyenda de que
aquel lugar había sido una vez administrado por el tutor de un niño. Aquel tutor era el
segundo heredero de la propiedad, y mató al niño tratándole de manera severa y
cruel. La dama no sabía nada de esto. Se dijo que en la habitación de ella había una
jaula en la que el tutor solía encerrar al niño. Nunca hubo tal cosa, de hecho. Allí tan
sólo había un ropero. Una noche se fue a dormir. A la mañana siguiente cuando entró la doncella, ella le preguntó con toda tranquilidad:

     —¿Quién era ese niño tan guapo y de aspecto tan melancólico que ha estado
asomándose por el ropero toda la noche?

La muchacha emitió un fuerte chillido y se esfumó al momento. La dama quedó
sorprendida. Sin embargo, como era una mujer con una notable fortaleza mental, se
vistió ella misma, bajó al piso inferior y se reunió con su hermano.

     —Bien, Walter —dijo—, he de confesarte que no he podido pegar ojo. Una
especie de niño de aspecto melancólico, bastante guapo, ha estado importunándome
toda la noche y saliendo por el vestidor de mi cuarto, cuya puerta, eso te lo puedo
asegurar, no hay alma humana que pueda abrir. ¿Qué clase de truco es éste?

     —Me temo que no es ningún truco, Charlotte —respondió él—. Ese niño forma
parte de la leyenda de esta casa. Es el Niño Huérfano. ¿Qué es lo que dices que hizo
anoche?

     —Abría la puerta sigilosamente —dijo ella—, y se asomaba. A veces avanzaba
un paso o dos dentro del dormitorio. Entonces yo le llamaba animándole a pasar, y él
se encogía con un estremecimiento y se deslizaba dentro del vestidor de nuevo, tras lo
cual cerraba la puerta.

     —Ese gabinete no comunica con ningún otro lugar de la casa, Charlotte. Está
clausurado —dijo su hermano.

Esto era verdad. Hicieron falta dos carpinteros trabajando toda una mañana para
conseguir abrir el vestidor y poder así examinarlo. En aquel momento, mi pariente
estaba bastante contenta de haber trabado relación con el célebre Niño Huérfano. A
pesar de ello, la parte más terrible de la historia es que, posteriormente, también sería
avistado sucesivamente por tres de los hijos de su hermano, que acabaron muriendo
jóvenes. De vez en cuando alguno de los niños caía enfermo. Y, curiosamente,
siempre era doce horas después de volver a casa acalorado diciendo, vaya por Dios,
que había estado jugando bajo cierto roble en cierta pradera con un extraño niño…
Un niño guapo y de aspecto melancólico, que era muy callado y le hacía señas para
que le siguiera. De la fatal experiencia, los padres dedujeron que se trataba del Niño
Huérfano y que el destino de los niños quedaba inexorablemente marcado por ese
encuentro.



***

31 octubre 2018

Samhain 2018



Come out, come out, wherever you are...

Esta noche se abrirán las fronteras que dividen la vida y la muerte. Hoy nos reuniremos simbólicamente con nuestros ancestros para agradecer un año más de bendiciones y quizás, ampliemos las peticiones Su esencia permanece con nosotros todo el año, pero en una fecha como esta, parece que podemos abrazarlos y sonreír juntos.

Esta noche también aparecerán los espíritus chocarreros que harán mil y una travesuras, jejeje. Atentos a las bromas y a las "casualidades".

Esta noche termina un año en los ciclos naturales de la Madre Tierra. Lo despedimos con la luz de las velas y de las hogueras, con el festín que compartiremos con familiares y amigos. Alegría, esperanza y reflexión. La vida en la ciudad nos han vuelto sordos ante el llamado de los antiguos que marcaban su vida con calendario agrícola. Con las fases de la Reina Niña Blanca.

Esta noche, miremos al firmamento y permitámonos sorprendernos ante la grandeza de la vida y de la muerte.



***

02 noviembre 2017

La mitad oscura del calendario

Ea ea, aquí un artículo donde explico el origen de Halloween según lo celebramos en la actualidad :)
Una vez más, mil gracias al equipo editorial de Penumbria por la oportunidad.




*** 

17 enero 2017

En lo profundo




Fotos: @american-ghoul



Invocar a los espíritus que perviven en las profundidades. Susurros que perduran en el tiempo y se abren paso en la oscuridad. El mar acuna vida y otorga muerte. Pero brinda inmortalidad.





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11 enero 2017

Lazarus




 
Look up here, I'm in heaven
I've got scars that can't be seen
I've got drama, can't be stolen
Everybody knows me now
Look up here, man, I'm in danger
I've got nothing left to lose
I'm so high it makes my brain whirl
Dropped my cell phone down below
Ain't that just like me?
By the time I got to New York
I was living like a king
There I'd used up all my money
I was looking for your ass
This way or no way
You know, I'll be free
Just like that bluebird
Now, ain't that just like me?
Oh, I'll be free
Just like that bluebird

Oh, I'll be free
Ain't that just like me?
 
 
 
 
***

28 diciembre 2016

Leia



Cuarenta años atrás son muchos pero pocos se imaginan el mazazo que significó a pesar de que ahora algunos se 'quejen' de los efectos especiales que bien vistos, no fueron tan precarios ni tan rupestres. Mi generación (los que estamos ya entre los 45 y los 55) recibimos una influencia que es difícil de sacudir. Estética, historia, actuaciones, personajes, pronto se convirtieron en parte de la cultura pop, esa que muchas veces es despreciada por los que creen que viven en un mundo serio y muy culto (¿?). Y quizás no fue la primera 'heroína' o la primera guerrera como tal en cine pero ella destacó en una historia donde, sin ánimos de ningún tipo ni mucho menos reivindicativos (eso ya vendría después), se puso a la par de sus compañeros. Su personaje estuvo bien dibujado con dosis justas donde no adoptó posturas masculinas ni despreció su condición femenina. La queja muy posterior respecto al bikini que lució, sobra. Y más los que a estas alturas se cuelgan de eso y reclaman que no se le debe recordar con esa imagen


A mí siempre me atrajo el lado jedi. Me costó asumir que los villanos también tienen su aquel cuando son bien interpretados. Y aun teniendo un sable, por ser la única chica, me tocaba jugar a ser Leia, jojojo. Pero jamás me quejé, al contrario. Molaba ser la guerrera y aunque princesa, estar a años luz del concepto que Disney tan empalagosamente forjó.


Buen viaje, Carrie Fisher.










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21 diciembre 2016

Yule 2016



Solsticio de invierno, tiempo del renacimiento del sol.

Según algunas tradiciones del norte de Europa el significado tradicional de Yule es que la Diosa se encuentra embarazada del Dios Solar. La celebración de los rituales tanto de verano como de invierno (solsticios) eran para ayudar al curso del Sol pues directamente afectaban las cosechas, el curso de las estaciones y los ritmos del cuerpo humano. Con la ayuda del Dios Joven Solar, los campesinos podían asegurarse una vibrante primavera y las bendiciones para obtener una cosecha plena en otoño.

Es la noche dedicada al misterio de la maternidad, dejando presentir esta gran experiencia del renacimiento del Sol saliendo del abismo del mundo, del seno maternal de todo ser. Por este renacer se apagan viejas luces y se encienden otras nuevas, a partir del tronco de Yule que arde desde el atardecer hasta el alba, a partir de la llama del hogar, rodeada por el clan, festejada por los más cercanos a las familias y se encienden también velas por aquellos que están lejos, sabiendo que dondequiera que estén una llama hermana responderá bajo el frío cielo.

El árbol es el símbolo de la vida y del cosmos, de lo siempre eterno, por eso se usa el pino que no pierde sus hojas en invierno, las luces son la luz por encima de la oscuridad, las decoraciones frutales son representaciones de los deseos de fertilidad. El acebo (holly) era una de las plantas sagradas de los antiguos celtas. Simbolizaban lo siempre vivo. Junto con el muérdago, era apreciado por los druidas que lo utilizaban como remedio para varios males por sus poderes curativos.

Yule, festividad antigua, anterior a las Saturnalias romanas y al Cristianismo.





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20 diciembre 2016

La Festividad por H. P. Lovecraft



The Festival es un relato que Howard Phillips Lovecraft escribió en 1923 y por increíble que parezca, se puede considerar como un cuento de Navidad, en el sentido de la tradición de los cuentos de invierno conocidos a partir no sólo de Charles Dickens sino de Washington Irving y M. R. James, principalmente.

La versión que tengo es la que apareció en la antología El sepulcro y otros relatos que la editorial Júcar publicó en 1982 teniendo a Eduardo Haro Ibars como traductor y prologuista.


LA FESTIVIDAD

Eficius Daemones, ut quae non sunt, sic tamen
quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant.
("Hacen los demonios que aquellos que no existen, pero que casi existen,
aparezcan para observar a los hombres").


Me hallaba lejos de mi hogar, y sufría el encantamiento del mar oriental. Escuchaba su rítmico golpear contra las rocas, y sabía que se encontraba justamente detrás de la colina, en la que los sauces retorcidos se agitaban contra el cielo claro en el que brillaban las primeras estrellas del atardecer. Caía la tarde. Y, obediente al mandato de mis padres, que me habían convocado a la vieja ciudad de la costa, continué mi camino sobre la nieve fresca que cubría aquel solitario camino que se arrastraba hacia arriba, hacia el punto en el que Aldebarán parpadeaba, brillante, entre los árboles; hacia la muy antigua ciudad que nunca había visto, pero con la que había soñado muy a menudo.

Era el solsticio de invierno que los hombres llaman Navidad, aunque en lo más oscuro de su mente tienen el conocimiento de que dicha fiesta es más antigua que Belén y que Babilonia, más vieja que Menfis y que la mismísima humanidad. Era el soslticio de invierno, y al fin me encaminaba a la antigua ciudad costera en las que los de mi pueblo habían habitado, celebrando la Festividad en los viejos tiempos en los que la celebración estaba prohibida; y en la que habían ordenado a sus descendientes que celebrasen una vez por siglo, para que no se perdiese la memoria de los secretos primitivos. La mía era una antigua raza, vieja ya incluso cuando se colonizó esta tierra, hace trescientos años. Eran gente extraña, venida de manera furtiva de las tierras del sur, de los jardines de orquídeas que olían a opio; y hablaban otra lengua antes de aprender la que utilizaban los pescadores de ojos azules. Y ahora se hallaban dispersos, unidos sólo por la práctica de los rituales de unos misterios que ningún viviente podía ya comprender. Yo era el único que volvió aquella noche a la vieja ciudad de pescadores, como mandaba la leyenda, porque el recuerdo es patrimonio tan sólo de los pobres y de los olvidados.

Entonces, más allá de la cima de la colina, vi a Kingsport extenderse, helada a la luz del atardecer; la nevada Kinsport, con sus antiguas veletas y sus campanarios coronados de agujas, galerías y crimeneas, muelles y pequeños puentes, sauces y camposantos; laberintos interminables de calles estrechas, retorcidas y empinadas, coronadas por la iglesia que el tiempo no había derribado; incesantes dédalos de viviendas de estilo colonial, apiñadas o esparcidas por todos los ángulos y a todos los niveles, como fragmentos desordenados de un juego de construcción; la antigüedad agitaba sus alas grises sobre los aleros blanqueados por el invierno y sobre los techos de pizarra, y las farolas y pequeñas ventanas que se encendían una por una en el atardecer helado, uniendo sus luces a las de Orión y otras estrellas arcaicas. Y el mar se golpeaba contra los malecones putrefactos; el mar inmemorial lleno de secretos, del que habían surgido en tiempos antinguos los habitantes de Kingsport.

Junto al lugar más elevado del camino se alzaba un montículo aún más elevado, helado y azotado por el viento, y vi que era un cementerio marcado por lápidas negras, que surgían vampíricas de entre la nieve, como si se tratase de las uñas putrefactas de algún gigantesco cadáver. El camino, en el que no se veía huella ninguna de paso, estaba completamente solitario; a veces creí escuchar un sonido distante y horrible, como el de un cadalso que agitase el viento. En 1692 habían ahorcado a cuatro de mi estirpe por brujería, pero no sabía el lugar exacto de la ejecución.

Al descender por el camino hacia la vertiente que da al mar, intenté escuchar los alegres sonidos que suelen llenar un pueblo al atardecer, pro no los oí. Entonces me acordé de la fecha sagrada, y pensé que aquellos viejos puritanos que aún habitaban el pueblo bien podían tener costumbres navideñas desconocidas para mí, basadas en silenciosa oración y recogimiento hogareño. Así que, tras esa reflexión, no intenté ya escucgar ruidos de fiesta, ni busqué compañeros para mi jornada; y seguí mi camino, pasando frente a las granjas poco iluminadas, junto a los sombríos muros de piedra en los cuales se balanceaban al viento salado las enseñas de antiguas tiendas y tabernas de marineros, y los llamadores grotescos de los portales flanqueados de columnatas brillaban a la luz de las pequeñas ventanas cubiertas de cortinas, a lo largo de las callejuelas desiertas y sin pavimentar.

Había visto planos de la ciudad, y sabía dónde encontrar el hogar de los de mi estirpe. Se decía que yo sería reconocido y que se me daría la bienvenida, porque las leyendas de los pueblos tienen larga vida; así que me apresuré a atravesar Back Street y Circle Court, y crucé la nieve fresca que cubría el único pavimento empedrado del pueblo, hacia el lugar donde nace Green Lane, detrás del edificio del Mercado. Los viejos mapas y planos eran válidos todavía, de manera que no tuve dificultades; aunque debieron mentirme en Arkham cuando me dijeron que había trolebuses que llevaban a ese lugar, porque no vi ni uno solo cable eléctrico. En cualquier caso, la nieve debía haber ocultado los raíles. Me felicité de haber ido a pie, porque el pueblo blanco me había parecido muy hermoso desde la colina; y ahora estaba ansioso por llamar a la puerta de los míos, la séptima casa en la acera de la izquierda de Green Lane, provista de un antiguo tejado puntiagudo y de un segundo piso saledizo, construida toda antes de 1650.

Cuando llegué brillaban luces en el interior de la casa y vi, a través de las ventanas con cristales de forma de diamante, que debía haber sido conservada en un estado muy similar al primitivo. La parte superior colgaba sobre la estrecha callejuela de suelo cubierto de hierba, y casi se unía a la parte colgante de la casa de enfrente, de manera que casi me econtraba en un túnel; el bajo umbral de piedra estaba completamente limpio de nieve. No había acera, pero muchas de las casas tenían puertas altas, a las que se llegaba por una doble escalera de piedra provista de barandas de hierro. Era un escenario extraño, y siendo extranjero en Nueva Inglaterra no había yo visto nunca su igual. Aunque su aspecto me gustase lo hubiese apreciado más aún si hubiese habido huellas en la nieve, alguna gente en las calles, y si algunas cortinas no hubiesen sido echadas.

Cuando hice sonar el arcaico llamador de hierro, estaba algo asustado. En mí se había hecho un cierto terror, quizás a causa de la extrañeza de mi herencia, y el frío del anochecer, y lo raro del silencio que reinaba en aquella vieja ciudad de curiosas costumbres. Y cuando se respondió mi llamada me asusté por completo, porque no había oído ningún sonido de pasos antes de que la puerta se abriese con un crujido. Pero mi temor no duró mucho: el hombre, envuelto en una bata y calzado con zapatillas, que me había abierto, tenía una cara dulce que me tranquilizó; y aunque me dijo por señas que estaba mudo, escribió una antigua y calurosa fórmula de bienvenida con un estilete en una tablilla encerada que consigo traía.

Me invitó por gestos a entrar en una habitación baja, iluminada por velas, cuyo techo exhibía macizas vigas; estaba amueblada con espesos, pesados y escasos muebles de oscura factura, del siglo diecisiete. El pasado parecía revivir allí, pues no faltaba ni uno solo de sus distintivos. Había una chimenea cavernosa, y frente a ella una rueca en la que una mujer vieja y encorvada, envuelta en una bata suelta y con la cabeza cubierta por un profundo gorro, tejía dándome la espalda, indiferente a la festividad silenciosa. El ambiente estaba impregnado por una indefinida humedad, y quedé asombrado al darme cuenta de que no había fuego en la chimenea. El escaño de alto respaldo estaba frente a la hilera de cortinas que había a la izquierda, cubriendo las ventanas, y parecía estar ocupado, aunque no pude estar seguro de ello. No me gustó nada todo aquello, y de nuevo se apoeró de mi el temor. Este miedo se hizo más fuerte por la misma causa que anteriormente lo había hecho disminuir: porque cuanto más miraba el suave rostro del viejo, más me aterraba aquella suavidad misma. Los ojos no se movían en absoluto, y la piel tenía un parecido demasiado grande con la cera. Finalmente, me convencí de que no se trataba de un rostro, sino de una máscara terriblemente bien hecha. Pero las blandas manos, curiosamente enguantadas, escribieron genialmente sobre la tableta, diciéndome que debía esperar un rato antes de ser conducido al lugar en el que la festividad había de celebrarse.

Indicándome una silla y un montón de libros, el anciano abandonó la habitación; y cuando me senté para leer, vi que los volúmenes eran blanquecinos y mohosos; entre ellos estaba el extravagante "Maravillas de la Ciencia", de Morryster; el terrible "Saducismus Triumphatus", de Joseph Glanvill, publicado en 1681; el escandaloso "Daemonolatreia", de Remigio, impreso en Lyon en 1859, y, lo peor de todo, el inmencionable "Necronomicon", obra del árabe Abdul Alhazred, en la traducción prohibida , al latín, de Olaus Wormius; un libro que yo nunca había visto, pero del que había oído murmurar cosas terribles. Nadie habló conmigo, pero pude escuchar el crujir de las enseñas en el viento del exterior, y el zumbido de la rueva en la que la anciana continuaba su silenciosa labor. Pensé que tato la habitación como los libros que en ella había eran enfermizos e inquietantes, pero porque una vieja tradición de mis padres me había convocado a extrañas celebraciones, estaba resuelto a esperar acontecimientos raros. De modo que intenté leer, y pronto me encontré tembloroso, absorto en algo que encontré en aquel maldito "Necronomicon"; un pensamiento y una leyenda demasiado odiosos para que una mente sana y consciente me asaltaron, cuando me pareció oír, con desagrado, cerrarse una de las ventanas que estaban frente al escaño, después de haberse abierto furtivamente. Parecía haber seguido a un chirrido que no era el de la rueca de la vieja. Pero podía haber sido una ilusión auditiva, porque en aquel momento la vieja tejía con fuerza y sonaba un viejo reloj. Después de aquello, me abandonó la sensación de que alguien ocupase el escaño, y me hallaba leyendo con atención y entre escalofríos cuando el viejo volvió a la habitación, calzado con botas y envuelto en un antiguo traje flotante, y se sentó en aquel mismo escaño, de manera que yo no podía verle. La espera me había puesto nervioso, y la lectura del libro blasfemo hacía redoblar mi nerviosismo. Sin embargo, cuando dieron las once, el viejo se levantó, se deslizó hacia un baúl pesado y tallado que había en un rincón, y sacó de él dos capotes provistos de capuchas; vistió uno de ellos y envolvió en el otro a la anciana, que había cesado en su monótono tejer. Entonces, ambos se dirigieron a la puerta de la calle; la mujer se arrastraba, medio paralizada, y el viejo, tras haber tomado el libro que yo estaba leyendo, me llamó por gestos en tanto que cubría con la capucha aquella máscara o rostro inmóvil.

Salimos a la tortuosa red de callejuelas de aquella ciudad increíblemente antigua, que no iluminaba la luna; salimos mientras las luces desaparecían una tras otra detrás de las ventanas cubiertas de cortinas y Sirio miraba de reojo a la multitud de siluetas embozadas y encapuchadas que salían de todas las puertas y formaban monstruosas procesiones en estas y aquellas calles, pasando frente a las crujientes enseñas y las veletas antidiluvianas, los tejados nevados y las ventanas de cristales romboidales; atravesando empinadas callejuelas en las que las casas ruinosas se desmoronaban abrazándose, deslizándose por patios abiertos y cementerios, donde la luz de las linternas formaban míriadas de constelaciones borrachas.

Seguí a mis guías sin voz entre aquellas muchedumbres calladas, golpeado por codos que parecían ser preternaturalmente blandos, apretado por pechos y estómagos anormalmente pulposos; pero sin ver nunca un rostro; sin oir una sola voz. Hacia arriba, hacia arriba, hacia arriba siempre, se deslizaban las fantasmagóricas columnas; y me di cuenta de que todos los caminantes convergían al acercarse a una especie de foco de enloquecidas avenidas, en lo alto de una elevada colina situada en el centro del pueblo, donde colgaba una iglesia grande y blanca. La había visto ya desde lo alto del camino, cuando miré a Kingsport al anochecer, y me había hecho estremecer, porque me había parecido que Aldebarán se balanceaba por unos momentos sobre el fantasmagórico campanario.

Había un espacio abierto en torno a la iglesia; era, en parte, un camposanto con espectrales columnas, en parte una plaza a medio pavimentar que el viento había limpiado de nieve casi por completo, circundado por casas insanamente arcaicas provistas de tejados en punta y galerías colgantes. sobre las tumbas bailaban fuegos fatuos, que descubrían sóridos paisajes aunque eran extrañamente incapaces de proyectar ninguna sombra. Más allá del camposanto, donde no había casas, pude ver el brillo de las estrellas sobre el puerto, aunque la ciudad era invisible entre las sombras. Sólo de vez en cuando la luz de una linterna se balanceaba horriblemente a través de las avenidas serpentinas, encaminándose al grueso de la multitud que ahora se deslizaba siempre en silencio, al interior de la iglesia. Esperé hasta que la multitud se hubo introducido por el oscuro portal, y hasta que todos los razagados la hubieron seguido. El viejo me tiraba con impaciencia de la manga, pero yo estaba decidido a ser el último. Al cruzar el umbral del templo repleto de oscuridad desconocida, me volví una vez a mirar al mundo exterior, a la enfermiza fosforescencia del camposanto, que brillaba sobre el suelo pavimentado de la cima de la colina. Y entonces, me estremecí. Porque aunque el viento había dejado poca nieve, quedaban algunos retazos de ésta sobre el camino cerca de la puerta; y en aquella rápida ojeada hacia atrás mis preocupados ojos creyeron ver que no llevaba la nieve huellas de pasos, ni siquiera los míos.

A pesar de todos los portadores de luz que en ella habían entrado, la iglesia estaba escasamente iluminada, porque la mayor parte de la multitud había ya desaparecido. Se habían precipitado por la nave lateral, entre los altos bancos, y penetrando por la trampa que conducía a la cripta, que bostezaba de forma abominable, abierta ante el púlpito. Seguí torpemente a la muchedumbre por los gastados peldaños al interior de la cripta oscura y sofocante. La cola de aquella fila sinuosa de caminantes nocturnos me parecía muy horrible, y adquirieron un nuevo matiz de horror cuando los vi bullir en el interior de una tumba venerable. Entonces me di cuenta de que el suelo de la tumba tenía una abertura, por la cual se deslizaba la muchedumbre, y un momento más tarde, descendíamos todos por una ominosa escalera de piedra mal desbastada; una escalera estrecha en espiral, húmeda y peculiarmente maloliente, que se retorcía sin fin hacia abajo en las entrañas de la colina, entre monótonos bloques de piedra goteante y paredes de ladrillo que se desmoronaban. Era un descenso silente y desagradable, y observé tras un horrible intervalo que la naturaleza de los muros estaba cambiante, como si estuviesen de pronto tallados en piedra. Lo que más me impresión me causó era que las miríadas de pisadas no hiciesen ningún ruido ni despertasen ecos. Tras incalculables ecos de descenso vi algunos pasadizos, como galerías de mina, que llevaban, desde el pozo de misterio nocturno donde me hallaba, a desconocidas madrigueras de tinieblas. Pronto se hicieron numerosos en exceso como impías catacumbas de amenazas innominadas; y su pungente olor de podredumbre aumentó hasta hacerse casi insoportable. Yo sabía que debíamos haber atravesado la montaña, más allá incluso de la tierra misma de Kingsport; y me estremecí al pensar que una ciudad fuese tan antigua y estuviese horadada con tal maldad subterránea.

Entonces vi la fantasmal fosforescencia de una pálida luz y escuché el ruido insidioso de unas aguas que no habían visto nunca el sol. Y me estremecí de nuevo, porque no me gustaban las cosas que la noche había traído, y deseé amargamente que ningún antepasado me hubiese convocado a aquel rito primigenio. Cuando el pasadizo y los peldaños se ensancharon percibí otro sonido, la evanescente y delgada burla de una débil flauta; y de pronto se extendió ante mí el paisaje ilimitado de un mundo interior: una vasta y fungosa playa iluminada por un geyser de llama verduzca y enfermiza; y bañada por un impío río oleaginoso que brotaba de abismos horribles e insospechados y se precipitaba en los más negros golfos del océano inmemorial.

Semidesvanecido, ahogándome, contemplé aquel impío Erebo de titánicas toperas, fuego leproso y aguas fangosas, y vi a las muchedumbres encapuchadas formar un semicírculo en torno al geyser resplandeciente. Era el rito del Soslticio de Invierno, más antiguo que el hombre y destinado a sobrevivirle; el rito primitivo del soslticio y de la primavera prometida después del invierno; el rito del fuego y de las siemprevivas, de la luz y de la música. Y en aquella gruta estigia yo les vi practicar el rito, y adorar la enfermiza columna de fuego verde, y arrojar a las aguas puñados de vegetación viscosa que brillaba, verde, bajo la luz clorótica. Vi todo esto, y vi una cosa amorfa agazapada lejos del fuego que soplaba ruidosamente en una flauta; y cuando la cosa tocaba la flauta creí escuchar malévolos revoloteos apagados en la oscuridad, donde no podía ver. Pero lo que más me aterraba era aquella columna llameante, vomitada como un volcán desde las profundidades inconcebibles, que no proyectaba sombras, como lo haría una luz normal, y que vestía la piedra nitrosa de una cpa de verde-gris desagradable y venenosa. Y en toda aquella visible combustión no había calor ninguno; sólo la viscosidad de la muerte y de la corrupción.

El hombre que me había guiado hasta allí se encaramó entonces hacia un punto colocado directamente detrás de la horrible llama, e hizo rígidos movimientos ceremoniales frente al semicírculo al que se enfrentaba. En ciertos puntos del ritual, la muchedumbre se inclinó en señal de obediencia, en especial cuando alzó por sobre su cabeza aquel aborrecible "Necronomicon" que había llevado consigo; y yo particpé en todas las fórmulas del ritual, porque había sido convocado a aquella festividad por los escritos de mis antepasados. Luego, el viejo hizo un signo en dirección al tocados de flauta, tan sólo a medias visible en la oscuridad, que cambió su débil melodía en aquel momento, sustituyéndola por otra ligeramente más fuerte, en otra clave; precipitando de ese modoun horror impensable e inesperado. Ante aquel horror, casi caí sobre la tierra cubierta de liquen, transido por una angustia que no es de este mundo, ni de ningun otro, sino de los locos espacios de entre las estrellas.

Saliendo de la negrura inimaginable que se extendía más allá del brillo gangrenoso de aquella llama fría, de las llanuras tatáreas a través de las cuales rodaba, sombría, la aceitosa corriente, no oídos e inesperados, surgió de pronto, rítmicamente, una horda de cosas híbridas y aladas, que ningún ojo sano podría recordar por completo. No eran cuervos, ni topos, ni zánganos, ni hormigas, ni vampiros, ni cadáveres humanos descompuestos; eran algo que no puedo ni debo recordar. Aleteaban débilmente, moviñendose con sus pies palmeados y con sus alas membranosas, y cuando alcanzaron la muchedumbre de las celebrantes, las figuras encapuchadas los tomaron y montaron sobre ellos, y se alejaron, jinetes en sus horribles monturas, a lo largo de aquel río sin luz, al interior de pozos y galerías de pánico donde manantiales de veneno alimentaban terribles cataratas imposibles de descubrir.

La vieja mujer que hilaba se había alejado con la muchedumbre, y el viejo se quedó detrás tan sólo porque yo me negaba a tomar uno de aquellos animales y a cabalgar como los demás. Cuando me puse en pie, vi que el amorfo flautista se había alejado fuera de mi vista, pero que dos de las bestias esperaban pacientemente a nuestro lado. Cuando me vio retroceder, el anciano sacó su estilete y sus tabletas, y escribió que él era el verdadero delegado de mis antepasados, los que habían fundado la adoración del Solsticio de Invierno en aquel antiguo lugar; que había sido decretado que yo debía volver, y que todavía quedaban por llevarse a cabo los ritos más secretos. Todo esto lo escribió con una caligrafía muy antigua, y al ver que yo dudaba aún sacó de su túnica flotante un anillo de sello y un reloj, marcados ambos con las armas de mi familia para probar la veracidad de sus aseveraciones. Pero era aquella una horrible prueba, porque yo sabía por los viejos papeles que auqel reloj había sido enterrado con mi re-tatarabuelo en 1698.

Entonces el anciano echó hacia atrás su capuchón, y señaló el parecido familiar patente en sus rasgos, pero aquello tan sólo me hizo estremecer, porque estaba seguro de que aquella cara eran tan sólo una diabólica máscara. los animales aleteantes rasacaban con impaciencia los líquenes, y vi que el anciano estaba tan impaciente como ellos. Cuando una de las cosas empezó a contonearse y a intentar alejarse, se volvió con rapidez para detenerla; de manera que la rapidez de sus movimiento desencajó la máscara de cera de aquello que debiera haber sido su cabeza. Y entonces, porque aquella visión de pesadilla me cerraba el paso a la escalera por la que había descendido, me sumergí en el oleaginoso río subterráneo que burbujeaba em algún sitio hacia las cavernas del mar; me sumergí en aquel pútrido jugo de los horrores internos de la tierra antes de que la locura de mis gritos atrajese sobre mí todas las legiones del pudridero que debían ocultarse en aquellos pestilentes golfos.

Me dijeron en el hospital que me habían encontrado, medio helado, en el puerto de Kingsport, de madrugada, adherido a la madera flotante que el azar envió para salvarme. Me dijeron que había tomado la bifurcación equivocada del camino de la colina la noche anterior, y caído por los riscos de Grange Point; esto lo dedujeron por las huellas que hallaron en la nieve. No podía yo desmentirlo, porque todo estaba del revés. Todo staba equivocado; por las amplias ventanas se veí un mar de tejados, de los cuales sólo era antiguo uno de cada cinco, y se escuchaba el sonido de los tranvías y de los motores de los automóviles, en las calles. Insistieron en que aquello era Kingsport y yo no pude discutirlo. Cuando empecé a delirar al oír que el hospital estaba cerca del viejo cementerio de Central Hill, me enviaron al Hospital de St. Mary, en Arkham, donde podría ser atendido mejor. Me gustó aquel lugar, porque los médicos tenían mucha amplitud de miras, e incluso me apoyaron con su influencia para obtener una copia cuidadosamente guardada del objetable "Necronomicon" de Alhazred, de la bibloteca de la Universidad de Miskatonik. Dijeron algo sobre una "psicosis" y se mostraron de acuerdo en que yo debía liberarme de cualquier obsesión embarazosa que tuviera en mente.

De modo que leí aquel horrible capítulo, y me estremecí doblemente, porque en verdad no era nuevopara mí. Lo había leido antes, digan lo que digan mis huellas en la nieve; y el lugar en el que lo había leido era más conveniente que lo olvidase. No había nadie -durante las horas de vigilia- que me lo pudiese recirdar; pero mis sueños están llenos de terror a causa de frases que no me atrevo a citar. Sólo me atrevo a citar una frase, puesta en el mejor inglés que pude extraer del latín increíblemente bajo:

"Las cavernas interiores, 'escribió el Árabe Loco', no están al alcance de los ojos que ven; porque sus maravillas son extrañas y terribles. Maldito el suelo en el que viejos pensamientos viven con nuevos y extraños cuerpos, y maldita la mente que no mora en una cabeza. Sabiamente dijo Ibn Schacabao, que feliz es la tumba donde no ha sido enterrado ningún brujo, y feliz en la noche es aquella ciudad en la que los brujos sean sólo cenizas. Porque dice un viejo rumor que el alma de los retoños del diablo no se aleja rápidamente de su envoltura putrefacta, sino que engorda e instruye al gusano que roe; hasta que de la corrupción se forma una horrible vida, y los blandos cavadores de la tierra se transforman con arte para hostigar, y se hinchan monstruosamente para convertirse en una plaga. En secreto se excavan grandes agujeros allí donde los poros de la tierra deberían bastar, y aprenden a andar cosas que debieran contentarse con reptar."





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14 noviembre 2016

¿Qué es un fantasma?

   -¿Qué es un fantasma?

Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizás. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar.

EL ESPINAZO DEL DIABLO (2001)





   -Cuando algo muy terrible ocurre en un lugar, a veces queda una huella, una herida, que sirve de nudo entre dos líneas del tiempo. Es como un eco que se repite una y otra vez, esperando ser escuchado, o como la marca de un pellizco que pide una caricia de alivio.

EL ORFANATO (2007)





   -A ghost is an emotion bent out of shape, condemned to repeat itself, time an time again, until it rights the wrong that was done.

MAMA (2013)





   -Ghost are real, this much I know. There are things then tie them to a place, very much like they to do us. Some remain tethered to  a patch of land, a time and date, the spilling of blood, a terrible crime... There are others, others that hold onto a emotion, a drive, loss, revenge, or love. Those they, they never go away...

CRIMSON PEAK (2015)





Qué es un fantasma según tito Guillermo del Toro. Y si bien sólo hay dos películas que él ha dirigido, tanto en El Orfanato como en Mama, él ha participado en la producción y su influencia se nota mucho.





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