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03 mayo 2018

El inicio según Jonathan Harker



Diario de Jonathan Harker
(Redactado taquigráficamente)
3 de mayo, Bistritz



Salí de Munich el 1 de mayo a las 20.35 de la tarde, y llegué a Viena a la mañana siguiente; debía haber llegado a las 6.46, pero el tren llevaba una hora de retraso. Budapest parece una ciudad maravillosa, por lo que observé desde el tren y lo poco que pude andar por sus calles. No me atreví a alejarme de la estación, ya que habíamos llegado con retraso y saldríamos lo más de acuerdo posible con la hora prevista. La impresión que me dio era de que salíamos de Occidente y nos adentrábamos en Oriente, el más occidental de los espléndidos puentes del Danubio -que aquí adquiere una noble anchura y profundidad- nos trasladó a las tradiciones de predominio turco.


Salimos a buena hora, y llegamos a Klausenburgh ya anochecido. Aquí, paré a pernoctar en el Hôtel Royale. Cené pollo sazonado con pimentón picante, muy bueno, aunque daba mucha sed (Mem., conseguir receta para Mina). Le pregunté al camarero, y dijo que se llama paprika hendl, y que es plato nacional, de modo que podría tomarlo en todas partes, a lo largo de los Cárpatos. Aquí me han resultado muy útiles mis rudimentos de alemán; desde luego, no sé cómo habría podido entenderme sin ellos.

En Londres, aproveché unas horas que tenía libres para ir al Museo Británico a consultar libros y mapas de la bibliotecareferentes a Transylvania; pensé que sería de ayuda tener de antemano alguna idea del país, antes de entrevistarme con un noble de ese lugar. Averigüé que la región a la que hacía referencia está en el extremo del territorio, exactamente en los límites de tres estados: Transylvania, Moldavia y Bucovina, en plena cordillera de los Cárpatos, y que es una de las regiones más remotas y menos conocidas de Europa. No conseguí descubrir en ningún libro ni mapa el lugar exacto del castillo de Drácula, ya que no existen mapas de este país comparables a nuestros Ordnance Survey maps; pero averigüé que Bistritz, la ciudad donde el conde Drácula decía que debía apearme, era bastante conocida. Consignaré aquí algunas cosas que me ayuden a recordar cuando hable con Mina del viaje.

La población de Transylvania está formada por cuatro nacionalidades distintas: los sajones al sur, y mezclados con ellos, los valacos, que son descendientes de los dacios; los magiares al oeste, y los székely al este y al norte. Me encuentro entre estos últimos, que pretenden ser descendientes de Atila y de los hunos. Puede ser, porque cuando los magiares conquistaron el país, en el siglo XI, encontraron a los hunos asentados en él. He leído que en la herradura de los Cárpatos se reúnen todas las supersticiones del mundo, como si fuese el centro de una especie de remolino de la imaginación; si es así mi estancia me va a resultar interesante (Mem., preguntar al conde sobre esto).

No dormí bien, aunque la cama era bastante confortable; tuve toda clase de sueños extraños. Un perro estuvo aullando toda la noche al pie de mi ventana; tal vez fue por eso; o quizá fue culpa de la páprika, porque me bebí toda el agua de la jarra, y aún me quedé con sed. Me dormí cuando ya amanecía, y me despertaron las repetidas llamadas a mi puerta, por lo que supongo que debí quedarme profundamente dormido. De desayuno tomé más páprika, y una especie de gachas hechas con harina de maíz que aquí llaman mamaliga, y berenjenas rellenas, plato muy exquisito que llaman impletata (Mem., pedir receta también). Tuve que desayunar deprisa porque el tren salía un poco antes de las ocho; o más bien debía salir a esa hora, ya que después de llegar corriendo a la estación a las 7.30 estuve sentado en el vagón más de una hora, hasta que arrancó. Me da la sensación de que cuanto más al este vamos, menos puntuales con los trenes. ¿Cómo serán en China?

Empleamos el día entero en recorrer una comarca llena de bellezas naturales de todo género. Unas veces divisábamos pequeños pueblecitos y castillos en lo alto de montes enhiestos, como los que se ven en los viejos murales; otras, corríamos junto a ríos y arroyos que, a juzgar por sus anchas y pedregosas márgenes a uno y otro lado, parecen sufrir grandes crecidas. Hace falta mucha agua, y que corra con fuerza, para que el agua arrase sus orillas. En todas las estaciones había grupos de grente, a veces multitudes, con toda clase de atavíos. Algunos hombres iban exactamente igual que los campesinos de mi país, o como los que he visto al cruzar Francia y Alemania, con sus chaquetas cortas, sus sombreros redondos y sus pantalones de confección casera; otros, en cambio, eran muy pintorescos. Las mujeres parecen bonitas, si no se las ve de cerca, pero tienen el talle muy ancho. Llevan largas y blancas mangas de diversas clases, y la mayoría se ciñen unos cinturones anchos con gran cantidad de cintas que se agitan a su alrededor como un vestido de ballet; aunque, naturalmente, llevan sayas debajo. Los personajes más extraños que vimos eran los eslovacos, más bárbaros que el resto, con grandes sombreros vaqueros, pantalones amplios y de color claro, blancas camisas de lino y unos cinturones de cuero enormes, de casi un pie de ancho, tachonados con clavos de latón. Calzaban botas altas, embutín los pantalones en ellas, y tenían el pelo largo y unos bigotes espesos y negros. Son muy pintorescos, pero no resultan atractivos. En el teatro se les reconocería inmediatamente en el papel de otra banda de forajidos orientales. Sin embargo, según me han dicho, son inofensivos, y les falta presunción natural.

Cuando ya anochecía, llegamos a Bistritz, que es una ciudad vieja y muy interesante. Dado que está prácticamente en la frontera -pues el desfiladero de Borgo conduce de allí a Bukovina-, ha tenido una existencia azarosa, y desde luego muestra señales de ello. Hace cincuenta años, hubo una serie de incendios que causaron terribles catástrofes en cinco ocasiones distintas. Nada más iniciarse el siglo XVI, sufrió un asedio de tres semanas, en el que perdieron la vida trece mil personas por causa de la guerra, así como hambre y las enfermedades consiguientes.

El conde Drácula me había indicado que me alojase en el hotel Golden Krone, que resultó ser muy anticuado, para gran alegría mía, porque, como es natural, quero ver cuanto ueda sobre las costumbres del país. Evidentemente me esperaban, ya que al llegar a la puerta me recibió una señora mayor, de expresión alegre, vestida con el ahbitual atuendo de campesina -saya blanca y delantal doble, por delante y por detrás, de paño de colores, demasiado ajustado para el recato-. Una vez a su lado, me saludó con una inclinación de cabeza, y dijo:

- ¿El Herr inglés?

- Sí -dije-; soy Jonathan Harker.

Sonrió, y dio instrucciones a un hombre de edad, en mangas de camisa, que la había seguido hasta la puerta. Dicho hombre desapareció, y regresó inmediatamente con una carta:




Distinguido amigo:

Bienvenido a los Cárpatos. Le espero con impaciencia. Descanse esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bucovina; he reservado una plaza en ella para usted. Mi coche le estará esperando en el desfiladero de Borgo para traerle hasta aquí. Confío en que haya tenido un feliz viaje desde Londres, y que disfrute durante su estancia en mi hermoso país.

Su amigo.
DRÁCULA




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04 diciembre 2013

Dracula-Van Helsing




















Más que Frank Langella y Sir Laurence Olivier. Más que Gary Oldman y Anthony Hopkins. La perfecta pareja de Conde Drácula y Abraham Van Helsing es la que formaron Christopher Lee y Peter Cushing. Además, gracias a la Hammer Films, no sólo actuaron juntos en pelis de chupasangres sino también como Sherlock Holmes (Lee) y el Doctor Watson (Cushing)  entre otras  ;-)






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08 noviembre 2012

Bram Stoker, el hombre que clavó su colmillo


«Tenga presente que la risa que llama a la puerta y pregunta: '¿Puedo pasar?', no es auténtica risa. ¡En absoluto! La risa es reina; llega cuando quiere y como quiere. No pide permiso a nadie, no espera a que llegue el momento apropiado. Simplemente dice; 'Aquí estoy'»

Resulta curioso que fuera Drácula y no otro personaje literario el que mejor supiera definir la risa. Un hombre-vampiro que, sin embargo, despertó enormes sentimientos de miedo y terror una vez que Bram Stroker publicó su famosa novela en 1897. Google recuerda hoy al escritor irlandés con uno de sus doodles con motivo del 165 aniversario de su nacimiento. En él, las letras del buscador se visten de rojo y se crea una imagen con diferentes episodios de la novela en blanco y negro. 

«Drácula» no sólo se hizo muy popular gracias a la reinvención que trajo consigo en el género de terror, sino por ser una nóvela muy transgresora y, por tanto, relegada al terreno marginal de la literatura sensacionalista hasta que la Universidad de Oxford la incluyó en su biblioteca de clásicos en 1983. La novela, escrita a modo epistolar, presenta otros temas como el papel de la mujer en la época victoriana, la sexualidad, la inmigración, el colonialismo o el folklore. 

Desde pequeño, Bram Stoker se aficionó a las historias de miedo en las que habitaban vampiros y seres extraños, ya que hasta los siete años tuvo que pasar largos tiempos encamado, y su madre le contaba esas historias que luego servirian de cimientos para crear un imaginario propio. Según se ha podido saber, la única fortuna de la familia de Bram Stoker eran los libros y la cultura, por lo que este hecho también marcó su carácter. 




La pobreza marcó también el final de su vida, puesto que murió enfermo y olvidado en una pensión londinense mientras su famosa novela se reeditaba con gran éxito. Una víctima más del personaje que lo encumbró en leyenda. Se dice que el escritor se basó en las conversaciones que mantuvo con un erudito húngaro llamado Arminius Vámbéry y que éste fue quién le habló de Vlad Draculea, el príncipe de Balaquia que bebía la sangre de sus víctimas en copas mientras comía delante de los empalados.

Bram Stoker regeneró el género del terror y creó sin ser consciente un personaje mítico que ha inspirado después multitud de novelas, películas y relatos. Los colmillos más afilados de la literatura mundial al que diera vida... aunque fuera en la ultratumba. 



ABC
8 de noviembre de 2012







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22 agosto 2012

Cheers Dracula ;-)

Original botellero Guzzling Vampire Wine Bottle Holder creado por el website Lee Louise  con sede en Inglaterra   ;-)









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21 agosto 2012

Lauren-Vampire

Lauren Bacall en la portada de la revista Harper's Baazar en 1943

Cruz Roja, donación de sangre y una Miss Bacall muy vampírica con el cuello levantado de su chaqueta xD





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04 agosto 2012

Dos décadas


Sadie Frost, Winona Ryder y Gary Oldman en el estreno de Bram Stoker's Dracula,11 de octubre de 1992

Ay omá Gary Oldman xD







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30 julio 2012

Picnic a la luz de la luna

 

Picnic with the Draculas
by Scott Campbell


Queridos lectores, si son capaces de reconocer a cada uno de los invitados a este peculiar picnic, es que sin duda son unos verdaderos conocedores de vampiros xD





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28 julio 2012

Shadow of the vampire




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No hay nada como la versión original de 1922. Ni siquiera la de Kinsky de 1979. Sin embargo, Shadow of the Vampire (2000) es una gran revelación-especulación sobre el mentado "IF", en el caso de que Nosferatu no hubiese sido ese enigmático actor llamado Max Schreck, sino un vampiro de verdad :)

Grandes William Dafoe como Nosferatu y John Malcovich como Murnau.










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26 abril 2012

The sorrows of Satan



Sin duda, esta imagen corresponde a una de las portadas más conocidas del sencillo Bela Lugosi's Dead de la banda Bauhaus. Pero quizás pocos sepan que no pertenece a ninguna película sobre vampiros :P

Se trata de un fotograma del film mudo The sorrows of Satan dirigido por el legendario D. W. Griffith en 1926  :)






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14 abril 2012

La mejor novela de vampiros del siglo






No se trata de un recuento, ni de mi top ten personal. 

Este año, la Horror Writers Association ha creado un premio especial para conmemorar el centenario de la muerte del padre literario del Conde Drácula: el Bram Stoker Award for the Vampire Novel of the Century.

De 35 nominados preeliminares, el jurado integrado por escritores y expertos, ha seleccionado seis novelas que ellos creen que han causado más impacto en el género de Horror. Se eligieron trabajos que hubiesen sido publicados entre 1912 y 2011 y publicados en inglés o traducidos a ese idioma.

Los seis nominados fueron los siguientes:

. The Soft Whisper of the Dead (1983) de Charles L. Grant

. Salem's Lot (1975) de Stephen King

. I am legend (1954) de Richard Mathenson

. Anno Dracula (1992) de Kim Newman

. Interview with the vampire (1976) de Anne Rice

. Hotel Transylvania (1978) de Chelsea Quinn Yabro.


El pasado 31 de marzo, durante la entrega de los Bram Stoker  Awards en Salt Lake City, se anunció que la novela ganadora había sido I am legend del maestro Richard Mathenson :)



I Am Legend is named vampire novel of the century (pinchar aquí para leer la nota del diario The Guardian)







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13 abril 2012

Drácula en portada

De pronto, he ido descubriendo diferentes portadas de la novela Drácula. Así que decidí mostrar las que me han parecido más originales :) 

Por cierto, la primera imagen con la encuadernación en amarillo, pertenece a la edición original de 1897.






















 













 









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12 abril 2012

Bram Stoker centenario


Hoy se conmemora un doble centenario: la tragedia del Titanic y la muerte de Bram Stoker.
Del Titanic mucho se ha hablado, inclusive se llega al extremo de las típicas conspiparanoias con la teoría aquella de que fue bombardeado o_O 
De Bram Stoker, cuentan las "malas lenguas" que murió de sífilis, adquirida, claro está, a través de sus (supuestas) constantes visitas a las chicas de vida alegre o_O Aquí tendríamos que hacernos eco de la declaración que hace el doc Van Helsing, interpretado por Sir Anthony Hopkins en  la peli Bram Stoker's Dracula, de que sifilización y civilización han ido de la mano :P 
Yo tengo una teoría: Bram Stoker sentía verdadera devoción por el actor Henry Irving (de quien también cuentan las malas lenguas, fue el "modelo" para crear al despiadado Conde Drácula), pero no en un plano sexual ni mucho menos, sino devoción pura y dura. Vivía y respiraba por él. Un marido así, debía ser más que insoportable :/ Y no es por compadecer a Mrs. Florence Balcombe pero, si hacemos caso de lo mal que la ponen los biógrafos de Stoker que llegan al extremo de considerarla fría, calculadora y frígida (O_O) seguramente es que la mujer estaba hasta los ovarios de un marido pusilánime que sólo tenía ojos para su "amo y maestro" :/ 
Henry Irving murió siete años antes que Stoker. Yo creo que el padre de Drácula "se dejó morir", simple y llanamente. Ni sífilis ni hostias.
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Bram Stoker escribió muchas más historias aparte de Drácula. A mí no me acaba de gustar su estilo, lo siento :P Pero sin duda, la del conde transilvano es la que lo consagró. Si pinchan aquí, amables lectores, podrán leer la opinión que tiene Don Arturo Pérez-Reverte sobre Drácula publicada en 2007 :) Bien vale la pena echarle un vistazo.



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12 marzo 2012

Undead





The Hunger fue el film donde el director inglés Tony Scott transportó la propaganda gótica a un Nueva York envuelto en penumbra, a través de una sensual historia de vampiros que nada tenían que ver con los típicos vampiros. Miriam (espléndida Catherine Deneuve) y John (insuperable David Bowie) eran sofisticados, modernos y carecían de colmillos. Rasgaban la yugular con un ankh (símbolo de vida eterna) afilado y bebían avídamente sin recato alguno.
El Gótico había cruzado el Atlántico a través de un irónico homenaje al chupasangre por excelencia made by Hollywood. The Hunger daba inicio con un Peter Murphy totalmente vampírico y teatral mientras mostraba, en todo su esplendor, el tipo de cacería que llevaban a cabo aquella pareja de vampiros hermosos y malditos.

Desgracidamente, la novela de Whitley Strieber es anodina a pesar de tener una buena premisa sobre esa rara enfermedad que Miriam transmite a todas sus creaciones a través de la sangre: una que acelera el envejecimiento aunque con la eterna condena de no poder morir. Sin duda, y como un caso casi único en la historia del cine, la adaptación cinematográfica supera con creces su origen literario.


Bela Lugosi's dead, undead, undead, undead...







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09 febrero 2012

Bebe mi sangre



Cuando los vecinos de la manzana se enteraron de la composición que había escrito Jules, decidieron definitivamente que el muchacho estaba loco. Hacía tiempo que lo sospechaban.


Su mirada inexpresiva hacía estremecer a la gente. Y ese modo de hablar, áspero, gutural, no parecía normal en cuerpo tan frágil. La palidez de su piel asustaba a más de una criatura; parecía pender suelta por sobre la carne. Jules odiaba la luz del sol.


Y sus ideas resultaban un poco fuera de lugar para la gente que vivía en la misma manzana.

Jules quería ser un vampiro.


Se tenía por cierto que había nacido en una noche de tormenta, mientras el viento arrancaba los árboles de raíz. Decían que al nacer tenía tres dientes, y que los usó para prenderse al pecho de su madre, sacándole sangre junto con la leche.

Decían que al oscurecer ladraba y reía en su cuna. Que caminó a los dos meses, y que se sentaba a mirar la luna en las noches claras.


Eso decía la gente.


Los padres estaban muy preocupados por él. Como era el único hijo, repararon de inmediato en sus rarezas. Al principio lo creyeron ciego, pero el médico les dijo que se trataba sólo de una mirada vacía. Dijo que Jules, dado el gran tamaño de la cabeza, podía ser un genio o un idiota. Resultó ser idiota.


Hasta los cinco años no pronunció una palabra. Entonces, una noche, al sentarse a la mesa, dijo: “Muerte”.


Sus padres se sintieron confusos, entre la alegría y el disgusto. Finalmente encontraron el punto medio entre ambos sentimientos, y decidieron que Jules no debía saber qué significaba esa palabra.


Pero Jules lo sabía.


A partir de aquella noche, desarrolló un vocabulario tan amplio que cuantos lo conocían quedaban atónitos. No sólo aprendía de inmediato cuantos vocablos escuchaba, los que leía en los carteles, en las revistas y en los libros: además inventaba sus propias palabras. Como “sensanoche” o “matamor”. En realidad, eran varias palabras mezcladas y fundidas, y expresaban cosas que Jules sentía, sin que le fuera posible explicarlas con otro vocabulario.


Solía sentarse en el porche mientras los otros niños jugaban a la rayuela o a la pelota. Miraba fijamente la vereda, y creaba sus palabras.


Hasta la edad de doce años, Jules no buscó ningún tipo de problemas. Hubo, por cierto, una vez en que lo encontraron desvistiendo a Olivie Jones en un callejón, y en otra oportunidad lo descubrieron disecando un gatito en su propia cama. Pero transcurrieron varios años entre uno y otro episodio, y aquellos escándalos cayeron en el olvido. En general, durante toda su infancia no hizo nada peor que resultarles desagradable a quienes lo conocían.


Asistía a la escuela, pero nunca estudiaba. Tardaba dos o tres años en aprobar cada grado. Todos los maestros lo conocían por su nombre de pila. En algunas materias, tales como lectura y redacción, era casi brillante. En otras, en cambio, no tenía remedio.


A los doce años, un sábado, Jules fue al cine a ver “Drácula”. Cuando la película terminó, salió convertido en una masa de nervios palpitantes. Volvió a su casa y se encerró en el baño durante dos horas. Por mucho que los padres golpearon la puerta y gritaron sus amenazas, no salió. Finalmente apareció, a la hora de la cena, con un vendaje en el pulgar y una expresión satisfecha.


A la mañana siguiente fue a la biblioteca. Era domingo. Durante todo el día aguardó a que abrieran el lugar, sentado en los escalones. Al fin volvió a su casa. Pero a la mañana siguiente, en vez de ir a clase, volvió a la biblioteca.


Entre los estantes de libros localizó el tomo de “Drácula”. No podía retirarlo en préstamo, pues no era socio; para asociarse tenía que presentarse con el padre o la madre. Por lo tanto, se limitó a esconder el libro en el pantalón, y se marchó sin devolverlo.


Fue al parque, y allí se sentó a leer el libro. Ya era de noche cuando terminó. Entonces volvió a empezarlo, mientras volvía a la casa, leyendo a la luz de las lámparas. De todos los reproches que se le hicieron por haberse saltado la comida y la cena, no oyó una palabra. Comió, fue a su cuarto y terminó el libro por segunda vez. Cuando le preguntaron de dónde lo había sacado, respondió que lo había encontrado en la calle.


Pasaron varios días. Jules leyó aquella historia una y otra vez, y no volvió a la escuela. Por las noches, cuando el sueño y el cansancio lo vencían, la madre llevaba el libro a la sala para mostrárselo al esposo. Una noche notaron que Jules había subrayado ciertas frases con ideas temblorosas: “Los labios estaban rojos de sangre fresca, el surco había corrido por su barbilla, manchando la pureza de su mortaja”, o “Cuando la sangre comenzó a manar, me tomó las manos con una sola de las suyas, sujetándolas con fuerza; con la otra me impulsó por el cuello, oprimiendo mis labios contra la herida”.


Cuando la madre vio aquello, arrojó el libro al depósito de basura. A la mañana siguiente, Jules descubrió la falta del libro, lanzó un grito y retorció el brazo a su madre hasta que ella le dijo dónde lo había escondido. El muchacho corrió al sótano y escarbó entre las montañas de desperdicios hasta encontrar su libro Con las manos y las muñecas sucias de borra de café y clara de huevo, volvió al parque y leyó nuevamente el volumen.


Durante todo un mes, no hizo sino leerlo ávidamente. Por último, llegó a conocerlo tan bien que lo descartó: le bastaba con pensar en él.


Los boletines de la escuela denunciaban sus constantes ausencias, y la madre le gritó. Por lo tanto, Jules decidió retornar por un tiempo. Quería escribir una composición.


Un día la escribió en clase. Cuando todo el mundo hubo terminado, la maestra preguntó quién quería leer su composición en voz alta, y Jules levantó la mano. Fue toda una sorpresa para la maestra, pero se dejó llevar por la piedad y por el deseo de alentarlo. Le tomó la pequeña barbilla con una sonrisa, diciendo:


—Muy bien. Atención, niños, Jules nos va a leer su composición.


Jules se puso de pie, excitado. El papel le temblaba en las manos. Leyó.


—“Mi ambición”, por…


—Pasa al frente, querido.


Jules pasó al frente de la clase. La maestra sonreía con afecto. Volvió a empezar.


—“Mi ambición”, por Jules Drácula.


La sonrisa de la maestra se desvaneció.


—“Cuando crezca, quiero ser vampiro”.


Los labios de la maestra se curvaron hacia abajo, y sus ojos se dilataron.


—“Quiero vivir eternamente, y arreglar cuentas con todo el mundo, y convertir en vampiros a todas las muchachas”.


― ¡Jules!


—“Quiero tener un aliento hediondo, que huela a tierra muerta, a criptas y a dulces ataúdes”.


La maestra se estremeció. Sin poder creer en lo que oía, crispó una mano sobre el secante verde. Los niños estaban boquiabiertos. Se oían algunas risitas, pero no entre las niñas, por cierto.


—“Quiero que mi cuerpo sea frío, y mi carne esté podrida. Quiero tener sangre robada en las venas”.


—Con eso ba… ¡Ejemmmm! ―la maestra se aclaró ruidosamente la garganta—. Con eso basta, Jules —dijo.

Jules siguió hablando, en voz alta y desesperada.


—“Quiero hundir mis dientes blancos, terribles, en el cuello de las víctimas. Quiero que…”


—¡Jules! ¡Vuelve a tu asiento inmediatamente!


—“Quiero que se claven como navajas en la carne y en las venas” —leyó Jules, en tono feroz.


La maestra se levantó de un salto. Los niños temblaban. Ya no había risitas.


—“Y después, cuando los retire, la sangre manará abundante en mi boca, me correrá cálidamente por la garganta y…”


La mujer lo tomó por el brazo. Jules se desasió y escapó hasta un rincón. Allí, parapetado tras un banquito, gritó:


—“¡Y sacaré la lengua, y deslizaré los labios por la garganta de mis víctimas! ¡Quiero beber sangre de mujer!”


La maestra se lanzó en arremetida, sacándolo a la rastra de su rincón. Jules se defendió a zarpazos, y gritó durante todo el trayecto hasta la oficina del director:


—¡Esa es mi ambición! ¡Esa es mi ambición! ¡Esa es mi ambición!


Fue horrible.


Con Jules encerrado en su cuarto, la maestra y el director celebraron una reunión con los padres, relatando la escena en tonos sepulcrales. En todas las casas de la manzana se discutía el mismo tema. Los padres, al principio, se negaron a creerlo, tomando la historia como invención de los niños. Pero acabaron por pensar que, si los chicos eran capaces de inventar tales cosas, habían estado criando a verdaderos monstruos. Y optaron por creerlo.


Después de aquel episodio, todos observaban a Jules con mirada de gavilán. Evitaban el contacto con él. Los padres apartaban a sus hijos cuando lo veían aproximarse, y por todas partes corrían leyendas sobre él.

Hubo más partes de ausencias escolares. Jules comunicó a su madre que no volvería a la escuela, y nada pudo hacerlo cambiar de idea. Jamás volvió. Cada vez que los funcionarios de inspección escolar visitaban su casa, Jules escapaba por los techos.


Y así pasó un año.


Jules vagaba por las calles en busca de algo, sin saber qué. Lo buscó en los callejones, en las latas de basura y en los terrenos baldíos. Lo buscó por el este, por el oeste y en el medio.


Y no podía encontrarlo.


Pocas veces dormía, y nunca hablaba. Se pasaba los días con la mirada gacha. Olvidó todas las palabras de su invención.


Hasta que al fin…


Un día, en el parque, Jules pasó por el zoológico. Frente a la jaula del murciélago vampiro, una comente eléctrica pareció atravesarle el cuerpo. Los ojos se le dilataron, y sus dientes descoloridos lucieron en una sonrisa.


A partir de aquel día, Jules volvió diariamente al zoológico, para contemplar al vampiro. Hablaba con él, llamándole “conde”. En el fondo de su corazón, lo consideraba en verdad como un hombre que había cambiado de forma.


Le atacó nuevamente la sed de cultura. Robó otro libro de la biblioteca, donde se describía toda la vida salvaje. Encontró la página donde se hablaba del murciélago vampiro, la arrancó, y descartó el resto del libro.


Aprendió de memoria aquel trozo. Aprendió cómo hace el murciélago la incisión, cómo lame la sangre, tal como un gatito lame su crema, cómo camina sobre las puntas de sus alas plegadas y sobre las patas traseras, tal como una araña negra y velluda. Por qué la sangre es su único alimento.


Pasaron los meses. Jules seguía contemplando al murciélago y hablándole. Se convirtió en el único consuelo de su vida, el símbolo de los sueños hechos realidad.


Un día, Jules notó que el tejido de alambre que cubría la jaula se había aflojado en el fondo. Echó una veloz mirada alrededor. Nadie lo miraba. El día estaba nublado, y no había mucha gente en el zoológico.

Jules tironeó del alambre. Se movía un poco.


En ese momento, un hombre salió de la jaula de los monos. Jules retiró la mano y se alejó a grandes pasos.

Desde aquella noche, Jules esperaba a que todos le creyeran dormido, y pasaba descalzo junto al dormitorio de sus padres. Escuchaba los ronquidos del interior, y se calzaba apresuradamente para correr al zoológico.


Si el guardián no estaba cerca, Jules tironeaba del alambre, que iba aflojándose cada vez más. Cuando llegaba el momento de volver a su casa, volvía a colocar el alambre en su sitio, para que nadie pudiera sospechar.


Pasaba el día entero frente a la jaula, contemplando al “conde”; reía entre dientes, prometiéndole que pronto volvería a estar libre.


Contaba al “conde” todo lo que sabía. Le contaba que pensaba practicar hasta poder bajar por las paredes cabeza abajo. Le decía que no se preocupara, que pronto estaría fuera de allí. Y entonces, juntos, podrían recorrer la zona y beber la sangre de las muchachas.


Una noche, Jules quitó el alambre y se arrastró por debajo, hasta entrar a la jaula. Estaba muy oscuro. De rodillas, avanzó hasta la pequeña casilla de madera, y prestó atención, tratando de oír los chillidos del “conde”.


Introdujo la mano por la puerta oscura, susurrando. Un aguijonazo en el dedo le hizo saltar. Con una expresión de inmenso placer, atrajo hacia sí a aquel murciélago velludo y palpitante. Salió con él de la jaula, y huyó a la carrera del zoológico y del parque, por las calles silenciosas.


La mañana avanzaba. La luz iba poniendo un toque gris en los cielos sombríos. Pero Jules no podía volver a su casa. Necesitaba un lugar donde ir.


Bajó por un callejón y trepó por un cerco, sin soltar al murciélago, que lamía la sangre del dedo herido. Cruzó un patio, y entró a un pequeño cobertizo desierto.


El interior estaba oscuro y húmedo, lleno de cascotes, latas vacías, excrementos y cartones mojados. Jules se aseguró de que el murciélago no pudiera escapar. Después cerró la puerta y colocó un palo a modo de traba.

El corazón le latía furiosamente, los miembros le temblaban. Dejó en libertad al murciélago. Éste voló hasta un rincón oscuro, y allí se colgó de unas tablas.


Jules se arrancó febrilmente la camisa; sus labios se estremecieron en una sonrisa demencial. Sacó del bolsillo de sus pantalones una pequeña navaja que había robado a su madre. La abrió, y deslizó un dedo sobre la hoja; el filo le cortó la carne. Con una mano temblorosa, lanzó un golpe contra su propia garganta. La sangre corrió entre los dedos.


—¡Conde! ¡Conde! —gritó, frenético de alegría—. ¡Beba mi sangre roja! ¡Bébame! ¡Bébame!


Avanzó a tropezones entre las latas vacías, resbalando, mientras buscaba a tientas al murciélago. El animal se desprendió de un salto y voló, raudo, a través del cobertizo, para colgarse en el otro extremo.


Por las mejillas de Jules se deslizaron dos lágrimas. Apretó los dientes. La sangre le corría por los hombros, por el pecho angosto y lampiño. El cuerpo entero se le estremecía, como atacado por la fiebre. Tambaleándose, se volvió hacia el otro extremo del cobertizo. Tropezó, y el borde agudo de una lata le abrió un tajo en el costado. Alargó las manos, y aferró el cuerpo del murciélago para ponérselo a la garganta. Se dejó caer de espaldas sobre la tierra húmeda y fría, y dejó escapar un suspiro. Con las manos apretadas contra el pecho, empezó a gemir, presa de náuseas. El murciélago negro, posado sobre su cuello, lamía silenciosamente la sangre.


Jules sintió que la vida se le escapaba. Pensó en todos los años pasados. La espera, sus padres, la escuela. Drácula. Los sueños. Todo acababa allí, en esa gloria repentina.


Abrió los ojos, y el interior de aquel cobertizo maloliente dio vueltas a su alrededor. La respiración se le hacía difícil. Abrió la boca para aspirar una bocanada de aire, pero le resultó desagradable. Tosió, y su cuerpo desnudo se agitó sobre el suelo frío.


El cerebro se le iba cubriendo de neblinas, una sobre otra, como velos echados sobre él.


De pronto, la mente se le iluminó con una espantosa claridad. Sintió el dolor agudo en el costado. Supo que yacía medio desnudo entre los desperdicios, dejando que un murciélago volador le bebiera la sangre.


Con un grito ahogado, se irguió, arrancándose del cuello aquel bulto peludo y palpitante, y lo arrojó lejos de sí. El animal volvió, abanicándole el rostro con las alas vibrantes.


Jules, con gran esfuerzo, se puso de pie y buscó la salida. Casi no veía. Trató de detener en parte la hemorragia, y logró abrir la puerta. Salió al patio oscuro y se dejó caer de boca sobre la hierba alta.

Trató de pedir ayuda, pero sus labios no pudieron pronunciar sino un balbuceo ridículo.


Oyó el batir de alas. Súbitamente, aquello cesó.


Unas manos fuertes lo levantaron con suavidad. Su mirada agonizante se posó en el hombre alto y moreno, cuyos ojos fulguraban como rubíes.


—Hijo mío —dijo el hombre.



Richard Matheson (1951).










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28 octubre 2011

Like Christopher Lee



"Like Christopher Lee" - Two Witches


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Para amar los secretos de la noche, para dejarte seducir por la pasión, no necesitas los cuentos de hadas ni las historias de horror, sólo necesitas ser como Christopher Lee.





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21 mayo 2011

Recuento


. A pesar de las redes sociales tan mega-guays, quiero, intento, pretendo conservar este blog. A pesar de que en Facebook (no me aclaro con el mentado Twitter y creo que no me aclararé jamás :P) hay una interacción casi inmediata y que lo he preferido por encima del MSN para comunicarme con mis amigos, hay muchos temas que los considero más "propicios" para el blog. Así que, si el tiempo lo permite, jejeje, seguiré dando guerra por estos lares. El próximo 1 de julio será el sexto aniversario xD


. Hace un par de semanas publiqué el inicio de la novela Drácula conmemorando las fechas que Stoker eligió para dar comienzo a su historia :) Sólo por el gusto de hacerlo. No hubo ningún otro motivo. Aunque en el camino redescubrí que un 26 de mayo de 1897 se puso a la venta la primera edición de Drácula. También me enteré que hace poco tiempo se subastó uno de estos ejemplares con el plus de que estaba firmado por el mismísimo Bram Stoker. Pinchar aquí y morir de envidia, hahahaha.


. La próxima semana se emitirá el penúltimo capítulo de la adaptación a tele de La Reina del Sur, la novela de Arturo Pérez-Reverte, en Antena 3. En este lado del mundo condensaron la telenovela (con todas sus letras) a formato serie moderna y de 70 capítulos originales pasó a 13 :P No había comentado nada en espera de tratar de digerir la adaptación. Además, así a bote pronto, me convencía y mucho la elección del casting y lo bien que se lo habían currado lo de Telemundo sin reparar en gastos para filmar en ambos lados del Atlántico. Kate del Castillo se había mentalizado bastante bien y daba el pego de Teresa Mendoza. Pero lo que pintaba tan bien al principio, se fue transformando en una adaptación casi incalificable. No buena, pero tampoco mala. Más bien... rara :/

Y si bien Pérez-Reverte había dado su visto bueno y sobre todo había dejado claro que de continuaciones nada, que la historia no lo permitiría ni él mismo, los "elementos" que fueron agregando aquí y allá los guionistas, dejaban un raro sabor de boca. Y no es que "mi" Teresa, la que me imaginé leyendo la novela, fuese casi intocable o tan perfecta, pero en la adaptación a tele no se nota su progreso no sólo dentro del mundo del narcotráfico, sino el personal, el más importante, creo yo. No se le notan los cojones para salir adelante sola. En la adaptación siempre parece que se "apoya" en alguien ya sea para salir adelante como para mantenerse en ese destino que no eligió.

Vale, en la novela hay un narrador onmisciente y quizá para reflejar lo que pasa por la cabeza de Teresa habría que echar mano de monólogos. Pero, por ejemplo, no me "cuadra" la unión que forja con las chicas del puticlub donde una de ellas se convierte en su cuasi hermana del alma. Tampoco que le hayan creado casi con calzador, esa especie de enamoramiento del abogado hijoputa que sólo la utiliza. El cambio tan fundamental que se ve en cada punto y en cada coma de la novela, tanto en el interior como en el exterior, en la adaptación a tele sólo se muestra con un cambio de maquillaje y de vestuario :/ Insisto, se nota que por una vez en toda su carrera, Kate del Castillo se ha esforzado por hacer creíble su actuación, pero "su" Teresa Mendoza es estática. No evoluciona.

Bravo bravísimo por Patty O'Farrell (Cristina Urgel), por Pote Galvéz (Dagoberto Gama) y por Santiago Fisterra (Iván Sánchez), lo mejor de todo el casting, porque ni siquiera se salva Humberto Zurita como el capo de los capos :P "Salta" mucho ese dejo norteño que le impone a su Epigmenio Vargas y que sólo nos hace recordar a cualquier cómico. Me parece muy patético quien encarna o cómo encarna al mafioso ruski Oleg Yasikov (Alberto Jiménez). No se ajusta por ningún lado a la descripción que aparece en la novela. Me sobra la supuesta agente especial Guadalupe Romero (Sara Maldonado) que termina enamorada hasta las cachas de la Teniente O'Farrell. Y echo de menos aquellos detalles tan curiosos (y casi aptos para los lectores más frikis, jejejeje) del principio de la adaptación donde calcaban los diálogos y las expresiones de la novela.

Ha sido un buen esfuerzo, quizá marcará un precedente en el mundo de las telenovelas, pero tampoco es para echar cohetes de felicidad :P En un principio sólo me pareció un detalle curioso, pero a estas alturas de la emisión, no entiendo por qué la adaptación fue recortada a trece capítulos para su emisión en España. Y no es que filmaran dos versiones: simple y sencillamente editaron casi a machetazo limpio :P Trataron de ser fieles a la novela, inclusive con el vocabulario, que en aquel lado del mundo les ha valido para ser carne de censura; todo lo contrario en este donde se emite sin problema alguno. Y aún así, en España decidieron emitirla en formato serie. No sé qué mal rollo les daba anunciarla como telenovela.


. Ya he visto las tres temporadas de Sons of Anarchy xD En septiembre estrenan la cuarta y muero por verla. Me ha convencido mucho el argumento y la forma de presentar las historias. Hay un montón de cosas que sólo entenderán los que han conocido o viven dentro del mundo motero y eso resulta muy atrayente para los neófitos pero también, es posible, que resulte poco identificativo con el espectador promedio. Códigos en el vestuario, en la forma de actuar, en las relaciones. Algunos bien mostrados y otros exagerados :P Quizá eso logra que la serie tenga la misma cantidad de admiradores que de detractores. Curioso que lo mismo demuestren con todas sus letras, como traten de evitarlo, el intento de montarse un Hamlet dentro del mundillo motero :)

Me ha sorprendido la actuación de Katey Sagal como la matriarca de esa gran familia motera. Será que sólo la recuerdo como la hortera de Married with children :P Pero ahora, con más de cincuenta años, al fin ha encontrado un papel que hasta le ha dado su primer Emmy y ha revelado una voz estupenda. Gran Ron Pearlman, como todos los papeles que ha interpretado a lo largo de su carrera. Charlie Hunnam, con ese aire que a veces le da al fallecido Heath Ledger, haciendo del "principito" Jax, también es convincente y casi sorprendente. En sí, yo encuentro más aciertos que fallos, que haberlos, haylos, jejeje. También hay una excelente elección de temas musicales tanto en el soundtrack de cada capítulo como en el de cabecera.


. Me he aficionado a Castle, The Mentalist y Bones. Series que no han sido flor de un día y que han marcado su carácter particular. Logran un balance entre el drama y la comedia y se esfuerzan por presentar casos "estudiados". Personajes carismáticos y con vidas fuera de las comisarías de policía. Y hay química entre las tres parejas protagonistas. Me ha sorprendido y mucho, David Boreanaz que luego de su paso por Buffy y su protagonismo en Angel, creí que sería difícil que pudiera dar vida a otro personaje tan radicalmente distinto. También ha sido un acierto el casting de las voces que doblan las tres series. No suenan a "viejas conocidas", como si sólo hubiese un puñado de actores para doblar todas las series de tv y todas las pelis. Es más, quien dobla a Patrick Jane, el mentalista de la serie del mismo nombre, le da un toque particular con su tono de voz. Un no sé qué :)



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06 mayo 2011

Deje un poco de la felicidad que trae consigo



Cuando les vi desaparecer en la negrura, sentí un extraño escalofrío y me invadió una sensación de soledad, pero el conductor me echó una capa sobre los hombros y una manta sobre las rodillas, y me dijo en excelente alemán:

     -La noche es fría, mein Herr, y mi amo el conde me ha ordenado que cuida de usted. Hay un frasco de slivovitz (licor de ciruela del país) debajo del asiento, por si le apetece.

No lo probé pero era un consuelo saber que estaba allí, de todos modos. Me sentía un poco extraño, y bastante asustado. Creo que de haber tenido cualquier otra opción, la habría aprovechado, en vez de proseguir este viaje nocturno no sabía adónde. el carruaje corría a toda velocidad; luego dio una vuelta completa y se desvió por un estrecho camino. Me pareció que recorríamos una y otra vez los mismos lugares, de modo que tomé referencia de unos cuantos salientes y comprobé que así era. Me habría gustado preguntar al conductor qué significaba todo esto, pero no me atreví, pues pensaba que, de todas maneras, de poco habrían valido mis protestas si él tenía decidido demorarse. Más tarde, no obstante, sentía curiosidad por saber cuánto tiempo había transcurrido: encendí una cerilla y consulté mi reloj al resplandor de la llama; faltaban unos minutos para las doce. Esto me produjo una especie de sobresalto, ya que las últimas experiencias me habían vuelto particularmente sensible respecto a la superstición general acerca de esa hora. Aguardé con una ansiosa sensación de incertidumbre.

En ese momento, en alguna granja lejana empezó a aullar un perro: era un lamento angustioso, prolongado, como de miedo. A éste se le sumo otro perro, luego otro y otro; hasta que arrastrados por el viento que ahora soplaba suavemente por eld esfiladero, se oyó un coro de aullidos que parecían provenir de toda la región, según impresionaban la imaginación en la negrura de la noche. Los caballos se encabritaron al primer aullido. El conductor les habló con suavidad, y se calmaron; pero temblaban y sudaban como después de una carrera desbocada. Luego, a lo lejos, y procedentes de lasmontañas de unoy otro lado, se oyeron unos aullidos más fuertes -los de los lobos- que nos afectaron a los caballos y a mí por igual, pues me dieron ganas de saltar de la calesa y echar a correr, mientras que ellos se encabritaron otra vez y corcovearon furiosamente, de forma que el cochero tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para evitar que se desbocaran. Unos minutos más tarde, sin embargo, mis oídos se habían acostumbrado a los aullidos y los caballos se habían apaciguado, de forma que el cochero pudo descender y acercarse a ellos. Los acarició y tranquilizó, susurrándoles algo al oído como lo hacen los domadores, lo que tuvo un efecto extraordinario, ya que después de sus caricias se volvieron nuevamente manejables, aunque temblaban todavía. El conductor ocupó de nuevo su asiento y, sacudiendo las riendas, emprendió la marcha a gran velocidad. Esta vez, al llegar al otro extremo del desfiladero se metió de repente por un estrecho camino que torcía bruscamente a la derecha.

Poco después nos adentramos por un paraje poblado de árboles, que en algunos lugares formaban arco por encima del camino, dando la impresión de que corríamos por un túnel, y una vez más nos vimos escoltados por grandes y amenazadores peñascos que se alzaban a ambos lados. Aunque el terreno estaba protegido, oí que se estaba levantando viento, pues gemía y silbaba entre las rocas, y las ramas de los árboles entrechocaban a nuestro paso. El frío aumentaba por momentos y empezó a caer una nieve fina, en forma de polvo, de manera que no tardó en cubrirse todo de blanco a nuestro alrededor. El viento penetrante, aunque se iba debilitando amedida que avanzábamos, arrastraba aún los ladridos de los perros. Los aullidos de los lobos se oían cada vez más cerca, como si nos fuesen rodeando por todas partes. Yo estaba terriblemente asustado, y los caballos compartían mi miedo; sin embargo, elcochero no se alteró lo más mínimo. De cuando en cuando volvía la cabeza a izquierda y derecha, aunque yo no conseguía ver nada en la oscuridad.

De pronto, a la izquierda, divisé el parpadeo lejano y vacilante de una llama azulenca. El cochero la vio al mismo tiempo que yo; retuvo inmediatamente a los caballos y, tras saltar a tierra, desapareció en la oscuridad. Yo no sabía qué hacer y menos con los aullidos de los lobos cada vez más próximos, pero mientras dudaba, volvió a aparecer el conductor, ocupó su asiento y, sin decir una palabra, reemprendimos la marcha. Creo que debí de quedarme dormido y soñar ese mismo incidente, y ahora, al pensar en ello, se me antoja una espantosa pesadilla.

Por último, el cochero hizo una nueva parada y se alejó más que las otras veces; durante su ausencia los caballos empezaron a temblar violentamente y a resoplar y relinchar de terror. Yo no conseguía averiguar la causa, pero en ese instante, y entre unas nubes negras, surgió la luna por detrás de la mellada cresta de un monte rocoso y poblado de pinos, y descubrí que estábamos rodeados por un círculo de lobos de blancos colmillos y colgantes lenguas rojas, las patas largas y nervudas y el pelo desgreñado. Eran cien veces más terribles en este tétrico silencio que cuando aullaban. Me sentí paralizado de terror. Sólo cuando el hombre se enfrenta cara a cara con estos terrores es cuando puede comprender su auténtica importancia.

De pronto, los lobos empezaron a aullar otra vez, como si la luna hubiese ejercido algún extraño influjo sobre ellos. Los caballos se encabritaron, mirando a su alrededor de forma lastimera, pero el cerco vivo del terror los rodeaba por todos lados y se vieron obligados a permanecer dentro de él. Grité al cochero que volviese; me pareció que nuestra salvación estaba en romper elc erco y ayudarle a subir. Grité y golpeé el costado de la calesa, confiando en alejar a los lobos pro ese lado y darle ocasión de que llegara hasta la portezuela. No sé cómo lo hizo, pero el caso es que le oí alzar la voz con un tono de autoridad, y al mirar en aquella dirección le vi onmóvil en mitad del camino. Agitó los brazos como barriendo un obstáculo impalpable y los lobos fueron retrocediendo más y más. En ese preciso momento cruzó por delante de la luna una nube densa, y de nuevo se sumió todo en tinieblas.

Cuando conseguí distinguir las cosas otra vez, el conductor estaba subiendo a la calesa y los lobos habían desaparecido. Todo esto era tan extraño y misterioso que me sentí sobrecogido, y no me atreví a hablar ni a moverme. El tiempo me parecía interminable mientras corríamos, ahora casi en completa oscuridad, pues las nubes inquietas habían ocultado la luna. Seguíamos subiendo. aunque de cuando en cuando venía alguna súbita bajada, nuestra marcha era cuesta arriba. De pronto me di cuenta de que el conductor guiaba los caballos hacia el patio de un inmenso castillo en ruinas, en cuyas altas y oscuras ventanas no se veía un solo resplandor y cuyas almenas desmoronadas recortaban sus melladas siluetas contra el cielo iluminado por la luna.


II
Diario de Jonathan Harker
(Continuación)


5 de mayo

Debí de quedarme dormido, ya que si hubiese estado completamente despierto me habría dado cuenta de que nos acercábamos a este extraordinario lugar. En la oscuridad, el patio parecía de grandes dimensiones, pero como de él parten varios accesos bajo sus correspondientes arcos de medio punto, quizá me dio la impresión de que era mayor de lo que en realidad. Aún no lo he podido ver de día.

Al detenerse la calesa, el cochero saltó al suelo y me tendió la mano para ayudarme a bajar. De nuevo tuve ocasión de comprobar su fuerza prodigiosa. Su mano parecía verdaderamente un mecanismo de acero capaz de estrujar la mía, si quería. Luego cogió mi equipaje y lo dejó en el suelo junto a mí, ante una enorme puerta, vieja y tachonada de grandes clavos, bajo un pórtico de piedra saledizo. Pude ver, incluso a la escasa luz, que la piedra estaba tallada de forma imponente, pero que sus adornos esculpidos parecían muy erosionados por la lluvia y el tiempo. El cochero, entretanto, saltó otra vez a su asiento y sacudió las riendas; arrancaron los caballos y el coche desapareció bajo uno de los arcos oscuros.

Me quedé en silencio donde estaba, ya que no sabía qué hacer. No había signo alguno de aldaba o campanilla; no era probable que mi voz lograse traspasar estos muros severos y estas ventanas en tinieblas. Me parecía interminable la espera y me asaltaba un cúmulo de dudas y temores. ¿A qué clase de lugar había venido, y entre qué clase de gente estaba? ¿En qué siniestra aventura me había embarcado? ¿Era un incidente habitual en la vida de un pasante de abogado, que lo enviasen a explicar a un extranjero las gestiones sobre la compra de una finca en Londres? ¡Pasante de abogado! A Mina no le habría gustado. Abogado... Porque justo antes de salir de Londres me enteré de que había aprobado el examen; ¡ahora soy abogado con todas las de la ley! Empecé a frotarme los ojos y a pellizcarme para ver si estaba despierto. Todo esto me parecía una horrible pesadilla, y esperaba despertar de repente y encontrarme en casa, con la claridad del día filtrándose por las ventanas, como me pasaba a veces después de un día de trabajo excesivo. Pero mi carne respondió a la prueba del pellizco, y mis ojos no se equivocaban. Estaba efectivamente despierto, y en los Cárpatos. Todo lo que podía hacer ahora era tener paciencia y esperar a que amaneciera.

Justo cuando llegué a esta conclusión oí al otro lado unos pasos pesados que se acercaban a la puerta, y a través de sus grietas vi el resplandor de una luz que se aproximaba igualmente. Luego sonó un ruido de cadenas y gruesos cerrojos al ser descorridos. Giró una llave con el chirriante sonido que produce un prolongado desuso, y se abrió la puerta.

Dentro había un hombre alto y viejo, de cara afeitada, aunque con un gran bigote blanco, y vestido de negro de pies a cabeza,sin una sola nota de color en todo él. En la mano sostenía una antigua lámpara de plata, en la que ardía una llama, sin tubo ni globo que la protegiera, la cual arrojaba largas y temblorosas sombras al vacilar en la corriente de la puerta abierta. El anciano hizo un gesto de cortesía con la mano derecha y dijo en un inglés excelente, aunque con un extraño acento:

     -¡Bienvenido a mi casa! ¡Entre libremente y por su propia voluntad!

No hizo el menor ademán de salir a recibirme, sino que permaneció donde estaba como una estatua, como si su gesto de bienvenida le hubiese petrificado. Sin embargo, en el instante en que crucé el umbral avanzó impulsivamente hacia mí y, tendiendo la mano, me cogió la mía con tal fuerza que no pude reprimir una mueca de dolor, un gesto que no atenúo el hecho de que la tuviese fría como el hielo...; tanto, que me pareció más la mano de un muerto que de un vivo. Repitió:

     -Bienvenido a mi casa. Entre libremente. Pase sin temor. ¡Y deje en ella un poco de la felicidad que trae consigo!

La fuerza con que me había estrechado la mano eran tan parecidaa la del cochero, cuya cara no había visto, que por un instante pensé si no estaría hablando con la misma persona; de modo que, para cerciorarme, dije inquisitivamente:

     -¿El Conde Drácula?

Hizo un gesto de asentimiento y contestó:

     -Yo soy Drácula. Le doy la bienvenida, señor Harker, a mi casa. Pase, el aire de la noche es frío, y seguramente necesita comer y descansar.




Drácula
Bram Stoker
Traducción de Francisco Torres Oliver
Alianza Editorial, 1981





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04 mayo 2011

Porque los muertos viajan veloces





4 de mayo


Me enteré de que el propietario del hotel había recibido una carta del conde con instrucciones de que me reservase la mejor plaza de la diligencia; pero al preguntarle ciertos detalles, se mostró algo reticente y fingió no entender mi alemán. No podía ser cierto, ya que hasta ese momento me había comprendido a la perfección; al menos, había contestado a mis preguntas como si me entendiera bien. Él y su esposa. la señora mayor que me había recibido, se miraron como asustados. Él murmuró que había recibido el dinero junto con una carta, y que eso era cuanto sabía. Al preguntarle si conocía al conde Drácula y si podía contarme algo sobre su castillo, se santiguaron los dos, y tras decirme que no sabían nada en absoluto, se negaron a seguir hablando. Faltaba tan poco para emprender la marcha, que no tenía tiempo de preguntar a nadie más; pero todo era muy misterioso y muy poco tranqulizador.

Poco antes de irme, la señora mayor subió a mi habitación y exclamó, casi al borde de la histeria:

-¿Tiene que ir? Oh, joven Herr, ¿tiene que ir?

Estaba tan excitada que parecía haber perdido el dominio del alemán que sabía y se le embarullaban con otra lengua que yo desconocía por completo. Sólo fui capaz de seguir su discurso a base de hacerle muchas preguntas. Cuando dije que me marchaba enseguida, y que iba por un asunto importante, me preguntó:

- ¿Sabe qué día es hoy?

Le contesté que era cuatro de mayo. Ella negó con la cabeza, y exclamó:

- ¡Oh, sí! ¡Lo sé, lo sé!; pero ¿sabe qué día es? -Y al contestar yo que no comprendía, prosiguió-: Es la víspera de San Jorge. ¿Sabe que esta noche, cuando el reloj dé las doce, todos los seres malignos andarán libres por el mundo? ¿Sabe adónde va usted y a qué va?

Manifestaba una angustia tan evidente que traté de tranquilizarla, aunque sin resultado. Por último, cayó de rodillas y me imploró que no fuese, que esperase al menos un día o dos, antes de ir. Era una escena ridícula, pero me hacía sentir incómodo. Sin embargo, tenía un asunto que resolver y no podía consentir que nada lo obstaculizase. Así que traté de levantarla, y le dije, lo más gravemente que pude, que se lo agradecía, pero que mi deber no admitía demora, y no tenía más remedio que ir. Entonces se levantó y se secó los ojos, y quitándose del cuello un crucifijo, me lo ofreció. Yo no sabía qué hacer, pues como miembro de la Iglesia anglicana, me han enseñado a considerar idolátricas estas cosas, y al mismo tiempo me parecía una falta de cortesía hacerle un desaire a una señora mayor tan bien intencionada y en semejante estado de ánimo. Supongo que vio la duda reflejada en mi rostro, pues me ciñó el rosario alrededor del cuello y dijo:

- Por su madre.

Y salió de la habitación. Esta parte del diario la estoy escribiendo mientras espero la diligencia, que naturalmente ya tiene retraso, y aún llevo el crucifijo alredor del cuello. No sé si serán los temores de esa señora, pero ya no tengo el ánimo tan sereno como antes. Si este libro llegara a Mina antes que yo, que le lleve mi último adiós. ¡Ahí viene la diligencia!




5 de mayo. El castillo


El gris de la madrugada se ha disipado, y el sol se encuentra muy alto respecto al lejano horizonte, que parece mellado, no sé si a causa de los árboles o por los cerros; están tan lejos que las cosas grandes se confunden con las pequeñas. Estoy desvelado, así que, como voy a poder dormir hasta la hora que quiera, me entretendré escribiendo hasta que me entre sueño. Tengo muchas cosas extrañas que anotar; y para que el que las lea no piense que cené demasiado antes de salir de Bistritz, consignaré aquí cuál fue exactamente el menú. Tomé lo que aquí llaman "filete bandido": trozos de tocino, cebolla y carne de vaca, sazonado todo con pimienta, y ensartado en unos bastones y asado al fuego, ¡al estilo sencillo de la carne de caballo que se vende por las calles de Londres! El vino era un mediasch dorado, y produce un raro picor en la lengua que, no obstante, no resulta desagradable. Únicamente tomé un par de vasos; nada más.

Cuando subí a la diligencia, el cochero aún no había ocupado su asiento; le vi charlando con la señora de la posada. Evidentemente, hablaba de mí, porque de cuando en cuando miraba en dirección mía, y algunas personas, que estaban sentadas en un banco junto a la puerta -que ellos llaman con un nombre que significa "el mentidero"- se habían acercado a escuchar y se volvían para mirarme, casi todos con cierta expresión de lástima. Oí que repetían con frecuencia determinadas palabras; palabras extrañas, ya que había gentes de las más diversas nacionalidades entre los reunidos; así que saqué discretamente de mi bolsa el diccionario multilingüe y las busqué. Confieso que no me llenaron de animación, ya que entre otras encontré Ordog, Satanás; pokol, infierno; stregoica, bruja; vrolok y vlkoslak, que significan igualmente (una en eslavo y otra en serbio) algo así como hombre lobo o vampiro (Mem., preguntar al conde acerca de estas supersticiones).

Cuando emprendimos la marcha, la multitud congregada en la puerta de la posada, que a la sazón había aumentado considerablemente, hizo la señla de la cruz y apuntó con dos dedos hacia mí. Con cierta dificultad, conseguí pedirle a otro pasajero que me explicase qué significaba aquello; al principio no quiso contestarme, pero al saber que yo era inglés, me dijo que era un conjuro o protección contra el mal de ojo. Esto no me pareció muy agradable con respecto a mí, que partía hacia una región desconocida al encuentro de un hombre al que nunca había visto; pero todos se mostraron tan ebnévolos y tan afligidos, y amnifestaron tanta compasión, que no pude por menos sentirme conmovido. Nunca olvidaré la última imagen de la posada, con aquella multitud de personas de atuendo pintoresco, todas santiguándose, bajo el arco, recortadas sobre un fondo de abundantes adelfas y naranjos plantados en cubas verdes agrupadas en el centro del patio. Luego, nuestro cochero, cuyos amplios calzones de lino -que aquí llaman gotza- cubrían casi por entero al pescante, hizo estallar su enorme látigo por encima de los cuatro caballos, partieron éstos a un tiempo y emprendimos la marcha.

No tardaron en quedar atrás los temores espectrales, olvidados ante la belleza del escenario por el que viajábamos; aunque, de haber conocido yo la lengua -o más bien las lenguas- que hablaban mis compañeros, quizás no se me habrían disipado con tanta facilidad. Ante nosotros se extendía una tierra ondulada, poblada de bosques y sembrada de empinados cerros coronados por grupos de árboles o caseríos, con los blancos nastiales pegados a la carretera. En todas partes se veían cantidades sorprendentes de frutales en flor: manzanos, ciruelos, perales y cerezos; al acercanos, podíamos observar que la hierba que crecía debajo estaba salpicada de pétalos caídos. Por entre estas verdes colinas de lo que aquí llaman la Mittel Land discurría la carretera, perdiéndose al describir una curva, o al ocultarla el lindero impreciso de algún bosque de pinos, que de cuando en cuando descendía por las pendientes como una lengua de fuego. La calzada era desigual, peroparecía que volábamos por ella a febril velocidad. Yo no entendía el porqué de tanta prisa, pero el cochero estaba decidido evidentemente a no perder el tiempo en llegar al Borgo Pound. Me dijeron que esta carretera era excelente en primavera, pero que aún no la habían arreglado después de las nieves del invierno. En esete sentido, es distinta a las carreteras de los Cárpatos en general, pues existe una vieja tradición según la cual no hay que conservarlas en demasiado buen estado. Desde tiempo inmemorial, los hospodars (término eslavo que significa "amo" o "señor") no quieren arreglarlas por temor a que los turcos crean que las preparan para desplazar tropas extranjeras y se apresuren a provocar la guerra que, en realidad, siempre está a punto de estallar.

Mientras corríamos por la interminable carretera, el sol descendía cada vez más a nuestra espalda y las sombras de la tarde empezaban a crecer a nuestro alrededor. Este efecto se acentuaba más mientras el sol poniente seguía iluminando las nevadas cumbres que parecían emitir un delicado y frío resplandor sonrosado. De cuando en cuando nos cruzábamos con algunos checos y eslovacos, todos vestidos con trajes típicos. Junto a la carretera había numerosas cruces, y cuando pasábamos veloces junto a ellas, mis compañeros de viaje se santiguaban. a veces veíamos a alguna campesina o campesino arrodillado ante una capilla y ni siquiera se volvía la pasar nostros, sino que parecía entregado a una devoción que carecía de ojos y oídos para el mundo exterior. Al caer la tarde empezó a hacer frío y el ocaso pareció sumir en oscura bruma la lobreguez de los árboles -robles, hayas y pinos-, aunque en los valles corrían profundos entre los espolones de los montes, cuando subíamos hacia el desfiladero, los negros abetos se alzaban sobre un fondo de nieve recién caída. A veces, cuando la carretera atravesaba los bosques de pinos que en la oscuridad parecían cerrarse sobre nosotros, las grandes masas grisáceas, que aquí y allá desparramaban los árboles, producían un efecto singularmente espectral y solemne que favorecía los lúgubres pensamientos y figuraciones que sugerían el atardecer, cuando el sol poniente proyectaba sobre el extraño relieve las nubes fantasmales que se deslizaban sin cesar entre los valles de los Cárpatos. A veces los montes son tan escarpados que, a pesar de la prisa del cochero, los caballos se veían obligados a ir al paso. Quise bajarme y caminar junto a ellos, como hacemos en mi país, pero el cochero no lo consintió.

- No, no -dijo-, no se puede ir andando por aquí; los perros son demasiado feroces -y añadió, con lo que evidentemente quería ser una broma siniestra, pues se volvió para ganarse la sonrisa aprobadora de los demás- ya tendrá usted bastante antes de acostarse esta noche.

La única vez que se detuvo, fue para encender los faroles.

Cuando oscureció, los pasajeros se pusieron nerviosos y, uno tras otro, empezaron a decirle cosas al cochero, como instándolo a que fuese más aprisa. Él hostigaba despiadadamente a los caballos con su gran látigo, y los animaba a correr más con gritos furiosos de aliento. Entonces, en medio de la oscuridad, distinguí una especie de claridad grisácea delante de nosotros, como si se tratase de una grieta entre los montes. El nerviosismo de los viajeros aumentó; la loca diligencia se cimbreaba sobre las grandes ballestas de cuero y se escoraba como un barco sacudido por un mar tempestuoso. Tuve que agarrarme. La carretera se hizo más llana y pareció que volábamos. Luego, las montañas se fuerona cercando a uno y a otro lado, ciñiéndose amenazadoras a nosotros: estábamos entrando en el desfiladero de Borgo. Varios pasajeros me ofrecieron regalos, insistiendo en que los aceptase con una veheencia que no admitía negativas; eran de lo más variado y extraños, aunque cada uno me lo daba con sencilla buena fe, con una palabra amable y una bendición, y esa extraña mezcla de gestos temerosos que ya había observado delante del hotel de Bistritz: la señal de la cruz y la protección contra el mal de ojo. Después, mientras corríamos, el cochero se inclinó hacia delante y los pasajeros, asomándose a uno y a otro lado dle coche, escrutaron ansiosamente la oscuridad. Era evidente que esperaban o temían que sucediera algo muy emocionante, pero aunque pregunté a cada uno de los pasajeros, ninguno quiso darme la más ligera explicación. en ese estado de nerviosismo se prolongó durante un rato; por fin, vimos abrirse el desfiladero hacia oriente. El cielo estaba poblado de nubes oscuras e inquietas, y en el aire flotaba una sensación densa y opresiva de tormenta. Parecía como si la cordillera hubiese dividido la atmósfera en dos y entráramos ahora en la parte tormentosa. Yo mismo me asomé, tratando de divisar el vehículo que debía llevarme hasta el conde. Esperaba, pero todo estaba oscuro. La única luz que percibíamos eran los rayos parpadeantes de nuestros faroles, que hacían visible el vapor que despedían nuestros extenuados caballos, en forma de nube blanca. Ahora podíamos distinguir la calzada arenosa delante de nosotros, pero no había signo alguno del otro vehículo. Los pasajeros se arrellanaron con un suspiro de alivio que pareció una burla a mi desencanto. Me habían puesto a pensar sobre qué debía hacer ahora, cuando el cochero, consultando su reloj, dijo a los demás algo que oí a duras penas, ya que lo dijo en voz baja; creo que fue: "Una hora de adelanto". Luego, volviéndose hacia mí, añadió en un alemán peor que el mío:

     -No hay ningún carruaje. No le esperan, Herr. Así que tendrá que venirse a Bucovina y volve rmañana o pasado, mejor pasado.

Mientras hablaba, los caballos empezaron a relinchar y a corcovear locamente de modo que el cochero tuvo que sujetarlos. A continuación, mientras los campesinos prorrumpían en exclamaciones a coro y se santiguaban, nos alcanzó una calesa con cuatro caballos y se situó junto a la diligencia. Al resplandor de nuestros faroles observé que los caballos eran unos animales espléndidos, negros como el carbón. Los guiaba un hombre alto, con una larga barba color castaño y un gran sombrero negro que le ocultaba la cara. Sólo pude ver el destello de un par de ojos muy brillantes y rojos en el momento de volverse hacia nosotros. Le dijo al cochero:

     -Pasa antes de la hora esta noche, amigo.

El hombre tartamudeó:

     -El Herr inglés tiene prisa.

A lo que el desconocido contestó:

    -Por eso, supongo, se lo llevaba usted a Bucovina. No puede engañarme, amigo; sé demasiado y mis caballos son muy rápidos.

Sonrió al hablar, y nuestros faroles iluminaron una boca dura, de labios muy rojos y dientes afilados y blancos como el marfil. Uno de mis compañeros susurró a otro el verso de Lenore, de Bürguer:


Denn die Toten reiten schnell
(Porque los muertos viajan veloces)


El desconocido conductor oyó evidentemente el comentario, porque alzó los ojos con resplandeciente sonrisa. El pasajero desvió la mirada, al tiempo que se santiguaba con dos dedos.

     -Deme el equipaje del Herr -dijo el de la calesa.

Le tendieron mis bolsas de viaje con asombrosa prontitud y él las acomodó en su carruaje. Luego descendí de la diligencia; la calesa se había situado muy cerca de la portezuela y el desconocido me ayudó, cogiéndome el brazo con mano de acero; debía se tener una fuerza prodigiosa. Sin decir una palabra, sacudió las riendas, los caballos dieron la vuelta y nos sumergimos en la oscuridad del desfiladero. Al mirar atrás vi el vapor de los caballos de la diligencia a la luz de los faroles y, recortadas sobre él, las figuras de mis anteriores compañeros santiguándose. Seguidamente el cochero hizo restallar su látigo sobre los caballos y reaunudaron su veloz viaje hacia Bucovina.



(Continuará)




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