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31 octubre 2018

Samhain 2018



Come out, come out, wherever you are...

Esta noche se abrirán las fronteras que dividen la vida y la muerte. Hoy nos reuniremos simbólicamente con nuestros ancestros para agradecer un año más de bendiciones y quizás, ampliemos las peticiones Su esencia permanece con nosotros todo el año, pero en una fecha como esta, parece que podemos abrazarlos y sonreír juntos.

Esta noche también aparecerán los espíritus chocarreros que harán mil y una travesuras, jejeje. Atentos a las bromas y a las "casualidades".

Esta noche termina un año en los ciclos naturales de la Madre Tierra. Lo despedimos con la luz de las velas y de las hogueras, con el festín que compartiremos con familiares y amigos. Alegría, esperanza y reflexión. La vida en la ciudad nos han vuelto sordos ante el llamado de los antiguos que marcaban su vida con calendario agrícola. Con las fases de la Reina Niña Blanca.

Esta noche, miremos al firmamento y permitámonos sorprendernos ante la grandeza de la vida y de la muerte.



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02 noviembre 2017

La mitad oscura del calendario

Ea ea, aquí un artículo donde explico el origen de Halloween según lo celebramos en la actualidad :)
Una vez más, mil gracias al equipo editorial de Penumbria por la oportunidad.




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31 octubre 2017

Muertos que hay que dejar en paz


October 31, 2015 at 10:35am
El jueves escuché por la radio de un transporte público de que hay una clase de 'muertos' que hay que dejar en paz, sin esperar que vuelvan en una noche como esta... Son los malos recuerdos, las situaciones que nos negamos a olvidar, las personas tóxicas de las que no podemos desprendernos. Y es que la memoria, los recuerdos, quizás son uno de los más grandes dones del ser humano. Sin ellos, no somos nadie. No recordamos quienes fueron nuestros padres, a qué sabe una chuche, quién fue nuestro primer amor, cómo fuimos capaces de aprobar aquel examen de aritmética, cómo fue el primer beso del amor de nuestra vida, el olor a recién nacido de nuestros hijos...

Recordar, echar la vista atrás, rememorar los momentos felices, la alegría genuina, el gozo y la dicha. Alejar el masoquismo de recordar el dolor, la angustia, la amargura, el pesar. Recordar a todos y cada uno de esos seres queridos que siguen con nosotros aunque su cuerpo se haya convertido en polvo o cenizas con amor y alegría. En días como estos y siempre.

Disfrutemos el inicio de un nuevo ciclo. Algo muy escondido en nuestro genes nos trae a la memoria esos días cuando los antiguos se regían por los ciclos agrícolas. Cuando recogían la última cosecha del año y agradecían a los espíritus por velar y procurar el bienestar de sus familias, de sus comunidades.

Queridos todos, que tengan una noche donde sean arropados por los espíritus que aman y recuerdan.






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01 mayo 2017

Beltane 2017



Beltane, 1º de mayo, antiguo ritual celta para despedir el invierno y los días oscuros y dar la bienvenida a la temporada cálida y luminosa (se considera como el primer día del verano). Ritos de fertilidad para propiciar las buenas cosechas y hogueras para atraer el calor del fuego. Todo florece, hay vida en el ambiente. Las parejas humanas se unen para propiciar que la tierra siga dando sus frutos. La Gran Diosa y el dios que representa al bosque y al mundo salvaje: Green Man, Cernunnos o Pan realizan el ritual del matrimonio sagrado.

En muchas comunidades se planta el Maypole: un tronco muy alto que se adorna con cintas de colores. La gente bailará a su alrededor y cada uno sujetará una cinta para entretejerlas mientras dan vueltas. Para muchos, esta es una representación fálica. Es por eso que en el siglo XVI, cuando surgió el Protestantismo, se prohibieron este tipo de festejos que más allá de considerarlos paganos, los tildaban de inmorales.

Beltane es un anglicismo que deriva del gaélico irlandés Bealtaine o del gaélico escocés Bealtuinn que significa Bel-fire, el fuego del dios celta de la luz: Bel, Beli o Belinus. Hay otros nombres para esta festividad que también se conoce como Mayday: Cetsamhain, lo opuesto al Samhain y Walpurgisnacht o Walpurgis en Alemania.






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16 abril 2017

Pascua



Hace tiempo, me 'conflictuaba' no entender esa costumbre que parecía tan gringa (en el fondo no se celebra sólo ahí) del mentado Conejo de Pascua, los huevos de colorines y los de chocolate. 

Al cabo de los años, leyendo aquí y allá, entendí que es algo así como un 'rezago' de la celebración pagana (recordemos que pagano en sí es gente del campo) de Ostara, ritual de primavera. Tiene como símbolo al conejo por su fertilidad y al huevo por la imagen cósmica de la creación. Para los recreacionistas de las antiguas creencias, este festejo que se realiza al inicio de la primavera, celebra el tiempo de la regeneración y la resurrección tal como lo hace la naturaleza.

Ya sabemos que la Iglesia, desde sus primeros tiempos, buscó la manera de arraigarse en el pueblo. Y es por eso que echaron mano de las festividades paganas para 'empatarlas' con las que se consideraron primordiales del Cristianismo, como el nacimiento de Jesús y su resurrección.






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21 diciembre 2016

Yule 2016



Solsticio de invierno, tiempo del renacimiento del sol.

Según algunas tradiciones del norte de Europa el significado tradicional de Yule es que la Diosa se encuentra embarazada del Dios Solar. La celebración de los rituales tanto de verano como de invierno (solsticios) eran para ayudar al curso del Sol pues directamente afectaban las cosechas, el curso de las estaciones y los ritmos del cuerpo humano. Con la ayuda del Dios Joven Solar, los campesinos podían asegurarse una vibrante primavera y las bendiciones para obtener una cosecha plena en otoño.

Es la noche dedicada al misterio de la maternidad, dejando presentir esta gran experiencia del renacimiento del Sol saliendo del abismo del mundo, del seno maternal de todo ser. Por este renacer se apagan viejas luces y se encienden otras nuevas, a partir del tronco de Yule que arde desde el atardecer hasta el alba, a partir de la llama del hogar, rodeada por el clan, festejada por los más cercanos a las familias y se encienden también velas por aquellos que están lejos, sabiendo que dondequiera que estén una llama hermana responderá bajo el frío cielo.

El árbol es el símbolo de la vida y del cosmos, de lo siempre eterno, por eso se usa el pino que no pierde sus hojas en invierno, las luces son la luz por encima de la oscuridad, las decoraciones frutales son representaciones de los deseos de fertilidad. El acebo (holly) era una de las plantas sagradas de los antiguos celtas. Simbolizaban lo siempre vivo. Junto con el muérdago, era apreciado por los druidas que lo utilizaban como remedio para varios males por sus poderes curativos.

Yule, festividad antigua, anterior a las Saturnalias romanas y al Cristianismo.





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20 diciembre 2016

La Festividad por H. P. Lovecraft



The Festival es un relato que Howard Phillips Lovecraft escribió en 1923 y por increíble que parezca, se puede considerar como un cuento de Navidad, en el sentido de la tradición de los cuentos de invierno conocidos a partir no sólo de Charles Dickens sino de Washington Irving y M. R. James, principalmente.

La versión que tengo es la que apareció en la antología El sepulcro y otros relatos que la editorial Júcar publicó en 1982 teniendo a Eduardo Haro Ibars como traductor y prologuista.


LA FESTIVIDAD

Eficius Daemones, ut quae non sunt, sic tamen
quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant.
("Hacen los demonios que aquellos que no existen, pero que casi existen,
aparezcan para observar a los hombres").


Me hallaba lejos de mi hogar, y sufría el encantamiento del mar oriental. Escuchaba su rítmico golpear contra las rocas, y sabía que se encontraba justamente detrás de la colina, en la que los sauces retorcidos se agitaban contra el cielo claro en el que brillaban las primeras estrellas del atardecer. Caía la tarde. Y, obediente al mandato de mis padres, que me habían convocado a la vieja ciudad de la costa, continué mi camino sobre la nieve fresca que cubría aquel solitario camino que se arrastraba hacia arriba, hacia el punto en el que Aldebarán parpadeaba, brillante, entre los árboles; hacia la muy antigua ciudad que nunca había visto, pero con la que había soñado muy a menudo.

Era el solsticio de invierno que los hombres llaman Navidad, aunque en lo más oscuro de su mente tienen el conocimiento de que dicha fiesta es más antigua que Belén y que Babilonia, más vieja que Menfis y que la mismísima humanidad. Era el soslticio de invierno, y al fin me encaminaba a la antigua ciudad costera en las que los de mi pueblo habían habitado, celebrando la Festividad en los viejos tiempos en los que la celebración estaba prohibida; y en la que habían ordenado a sus descendientes que celebrasen una vez por siglo, para que no se perdiese la memoria de los secretos primitivos. La mía era una antigua raza, vieja ya incluso cuando se colonizó esta tierra, hace trescientos años. Eran gente extraña, venida de manera furtiva de las tierras del sur, de los jardines de orquídeas que olían a opio; y hablaban otra lengua antes de aprender la que utilizaban los pescadores de ojos azules. Y ahora se hallaban dispersos, unidos sólo por la práctica de los rituales de unos misterios que ningún viviente podía ya comprender. Yo era el único que volvió aquella noche a la vieja ciudad de pescadores, como mandaba la leyenda, porque el recuerdo es patrimonio tan sólo de los pobres y de los olvidados.

Entonces, más allá de la cima de la colina, vi a Kingsport extenderse, helada a la luz del atardecer; la nevada Kinsport, con sus antiguas veletas y sus campanarios coronados de agujas, galerías y crimeneas, muelles y pequeños puentes, sauces y camposantos; laberintos interminables de calles estrechas, retorcidas y empinadas, coronadas por la iglesia que el tiempo no había derribado; incesantes dédalos de viviendas de estilo colonial, apiñadas o esparcidas por todos los ángulos y a todos los niveles, como fragmentos desordenados de un juego de construcción; la antigüedad agitaba sus alas grises sobre los aleros blanqueados por el invierno y sobre los techos de pizarra, y las farolas y pequeñas ventanas que se encendían una por una en el atardecer helado, uniendo sus luces a las de Orión y otras estrellas arcaicas. Y el mar se golpeaba contra los malecones putrefactos; el mar inmemorial lleno de secretos, del que habían surgido en tiempos antinguos los habitantes de Kingsport.

Junto al lugar más elevado del camino se alzaba un montículo aún más elevado, helado y azotado por el viento, y vi que era un cementerio marcado por lápidas negras, que surgían vampíricas de entre la nieve, como si se tratase de las uñas putrefactas de algún gigantesco cadáver. El camino, en el que no se veía huella ninguna de paso, estaba completamente solitario; a veces creí escuchar un sonido distante y horrible, como el de un cadalso que agitase el viento. En 1692 habían ahorcado a cuatro de mi estirpe por brujería, pero no sabía el lugar exacto de la ejecución.

Al descender por el camino hacia la vertiente que da al mar, intenté escuchar los alegres sonidos que suelen llenar un pueblo al atardecer, pro no los oí. Entonces me acordé de la fecha sagrada, y pensé que aquellos viejos puritanos que aún habitaban el pueblo bien podían tener costumbres navideñas desconocidas para mí, basadas en silenciosa oración y recogimiento hogareño. Así que, tras esa reflexión, no intenté ya escucgar ruidos de fiesta, ni busqué compañeros para mi jornada; y seguí mi camino, pasando frente a las granjas poco iluminadas, junto a los sombríos muros de piedra en los cuales se balanceaban al viento salado las enseñas de antiguas tiendas y tabernas de marineros, y los llamadores grotescos de los portales flanqueados de columnatas brillaban a la luz de las pequeñas ventanas cubiertas de cortinas, a lo largo de las callejuelas desiertas y sin pavimentar.

Había visto planos de la ciudad, y sabía dónde encontrar el hogar de los de mi estirpe. Se decía que yo sería reconocido y que se me daría la bienvenida, porque las leyendas de los pueblos tienen larga vida; así que me apresuré a atravesar Back Street y Circle Court, y crucé la nieve fresca que cubría el único pavimento empedrado del pueblo, hacia el lugar donde nace Green Lane, detrás del edificio del Mercado. Los viejos mapas y planos eran válidos todavía, de manera que no tuve dificultades; aunque debieron mentirme en Arkham cuando me dijeron que había trolebuses que llevaban a ese lugar, porque no vi ni uno solo cable eléctrico. En cualquier caso, la nieve debía haber ocultado los raíles. Me felicité de haber ido a pie, porque el pueblo blanco me había parecido muy hermoso desde la colina; y ahora estaba ansioso por llamar a la puerta de los míos, la séptima casa en la acera de la izquierda de Green Lane, provista de un antiguo tejado puntiagudo y de un segundo piso saledizo, construida toda antes de 1650.

Cuando llegué brillaban luces en el interior de la casa y vi, a través de las ventanas con cristales de forma de diamante, que debía haber sido conservada en un estado muy similar al primitivo. La parte superior colgaba sobre la estrecha callejuela de suelo cubierto de hierba, y casi se unía a la parte colgante de la casa de enfrente, de manera que casi me econtraba en un túnel; el bajo umbral de piedra estaba completamente limpio de nieve. No había acera, pero muchas de las casas tenían puertas altas, a las que se llegaba por una doble escalera de piedra provista de barandas de hierro. Era un escenario extraño, y siendo extranjero en Nueva Inglaterra no había yo visto nunca su igual. Aunque su aspecto me gustase lo hubiese apreciado más aún si hubiese habido huellas en la nieve, alguna gente en las calles, y si algunas cortinas no hubiesen sido echadas.

Cuando hice sonar el arcaico llamador de hierro, estaba algo asustado. En mí se había hecho un cierto terror, quizás a causa de la extrañeza de mi herencia, y el frío del anochecer, y lo raro del silencio que reinaba en aquella vieja ciudad de curiosas costumbres. Y cuando se respondió mi llamada me asusté por completo, porque no había oído ningún sonido de pasos antes de que la puerta se abriese con un crujido. Pero mi temor no duró mucho: el hombre, envuelto en una bata y calzado con zapatillas, que me había abierto, tenía una cara dulce que me tranquilizó; y aunque me dijo por señas que estaba mudo, escribió una antigua y calurosa fórmula de bienvenida con un estilete en una tablilla encerada que consigo traía.

Me invitó por gestos a entrar en una habitación baja, iluminada por velas, cuyo techo exhibía macizas vigas; estaba amueblada con espesos, pesados y escasos muebles de oscura factura, del siglo diecisiete. El pasado parecía revivir allí, pues no faltaba ni uno solo de sus distintivos. Había una chimenea cavernosa, y frente a ella una rueca en la que una mujer vieja y encorvada, envuelta en una bata suelta y con la cabeza cubierta por un profundo gorro, tejía dándome la espalda, indiferente a la festividad silenciosa. El ambiente estaba impregnado por una indefinida humedad, y quedé asombrado al darme cuenta de que no había fuego en la chimenea. El escaño de alto respaldo estaba frente a la hilera de cortinas que había a la izquierda, cubriendo las ventanas, y parecía estar ocupado, aunque no pude estar seguro de ello. No me gustó nada todo aquello, y de nuevo se apoeró de mi el temor. Este miedo se hizo más fuerte por la misma causa que anteriormente lo había hecho disminuir: porque cuanto más miraba el suave rostro del viejo, más me aterraba aquella suavidad misma. Los ojos no se movían en absoluto, y la piel tenía un parecido demasiado grande con la cera. Finalmente, me convencí de que no se trataba de un rostro, sino de una máscara terriblemente bien hecha. Pero las blandas manos, curiosamente enguantadas, escribieron genialmente sobre la tableta, diciéndome que debía esperar un rato antes de ser conducido al lugar en el que la festividad había de celebrarse.

Indicándome una silla y un montón de libros, el anciano abandonó la habitación; y cuando me senté para leer, vi que los volúmenes eran blanquecinos y mohosos; entre ellos estaba el extravagante "Maravillas de la Ciencia", de Morryster; el terrible "Saducismus Triumphatus", de Joseph Glanvill, publicado en 1681; el escandaloso "Daemonolatreia", de Remigio, impreso en Lyon en 1859, y, lo peor de todo, el inmencionable "Necronomicon", obra del árabe Abdul Alhazred, en la traducción prohibida , al latín, de Olaus Wormius; un libro que yo nunca había visto, pero del que había oído murmurar cosas terribles. Nadie habló conmigo, pero pude escuchar el crujir de las enseñas en el viento del exterior, y el zumbido de la rueva en la que la anciana continuaba su silenciosa labor. Pensé que tato la habitación como los libros que en ella había eran enfermizos e inquietantes, pero porque una vieja tradición de mis padres me había convocado a extrañas celebraciones, estaba resuelto a esperar acontecimientos raros. De modo que intenté leer, y pronto me encontré tembloroso, absorto en algo que encontré en aquel maldito "Necronomicon"; un pensamiento y una leyenda demasiado odiosos para que una mente sana y consciente me asaltaron, cuando me pareció oír, con desagrado, cerrarse una de las ventanas que estaban frente al escaño, después de haberse abierto furtivamente. Parecía haber seguido a un chirrido que no era el de la rueca de la vieja. Pero podía haber sido una ilusión auditiva, porque en aquel momento la vieja tejía con fuerza y sonaba un viejo reloj. Después de aquello, me abandonó la sensación de que alguien ocupase el escaño, y me hallaba leyendo con atención y entre escalofríos cuando el viejo volvió a la habitación, calzado con botas y envuelto en un antiguo traje flotante, y se sentó en aquel mismo escaño, de manera que yo no podía verle. La espera me había puesto nervioso, y la lectura del libro blasfemo hacía redoblar mi nerviosismo. Sin embargo, cuando dieron las once, el viejo se levantó, se deslizó hacia un baúl pesado y tallado que había en un rincón, y sacó de él dos capotes provistos de capuchas; vistió uno de ellos y envolvió en el otro a la anciana, que había cesado en su monótono tejer. Entonces, ambos se dirigieron a la puerta de la calle; la mujer se arrastraba, medio paralizada, y el viejo, tras haber tomado el libro que yo estaba leyendo, me llamó por gestos en tanto que cubría con la capucha aquella máscara o rostro inmóvil.

Salimos a la tortuosa red de callejuelas de aquella ciudad increíblemente antigua, que no iluminaba la luna; salimos mientras las luces desaparecían una tras otra detrás de las ventanas cubiertas de cortinas y Sirio miraba de reojo a la multitud de siluetas embozadas y encapuchadas que salían de todas las puertas y formaban monstruosas procesiones en estas y aquellas calles, pasando frente a las crujientes enseñas y las veletas antidiluvianas, los tejados nevados y las ventanas de cristales romboidales; atravesando empinadas callejuelas en las que las casas ruinosas se desmoronaban abrazándose, deslizándose por patios abiertos y cementerios, donde la luz de las linternas formaban míriadas de constelaciones borrachas.

Seguí a mis guías sin voz entre aquellas muchedumbres calladas, golpeado por codos que parecían ser preternaturalmente blandos, apretado por pechos y estómagos anormalmente pulposos; pero sin ver nunca un rostro; sin oir una sola voz. Hacia arriba, hacia arriba, hacia arriba siempre, se deslizaban las fantasmagóricas columnas; y me di cuenta de que todos los caminantes convergían al acercarse a una especie de foco de enloquecidas avenidas, en lo alto de una elevada colina situada en el centro del pueblo, donde colgaba una iglesia grande y blanca. La había visto ya desde lo alto del camino, cuando miré a Kingsport al anochecer, y me había hecho estremecer, porque me había parecido que Aldebarán se balanceaba por unos momentos sobre el fantasmagórico campanario.

Había un espacio abierto en torno a la iglesia; era, en parte, un camposanto con espectrales columnas, en parte una plaza a medio pavimentar que el viento había limpiado de nieve casi por completo, circundado por casas insanamente arcaicas provistas de tejados en punta y galerías colgantes. sobre las tumbas bailaban fuegos fatuos, que descubrían sóridos paisajes aunque eran extrañamente incapaces de proyectar ninguna sombra. Más allá del camposanto, donde no había casas, pude ver el brillo de las estrellas sobre el puerto, aunque la ciudad era invisible entre las sombras. Sólo de vez en cuando la luz de una linterna se balanceaba horriblemente a través de las avenidas serpentinas, encaminándose al grueso de la multitud que ahora se deslizaba siempre en silencio, al interior de la iglesia. Esperé hasta que la multitud se hubo introducido por el oscuro portal, y hasta que todos los razagados la hubieron seguido. El viejo me tiraba con impaciencia de la manga, pero yo estaba decidido a ser el último. Al cruzar el umbral del templo repleto de oscuridad desconocida, me volví una vez a mirar al mundo exterior, a la enfermiza fosforescencia del camposanto, que brillaba sobre el suelo pavimentado de la cima de la colina. Y entonces, me estremecí. Porque aunque el viento había dejado poca nieve, quedaban algunos retazos de ésta sobre el camino cerca de la puerta; y en aquella rápida ojeada hacia atrás mis preocupados ojos creyeron ver que no llevaba la nieve huellas de pasos, ni siquiera los míos.

A pesar de todos los portadores de luz que en ella habían entrado, la iglesia estaba escasamente iluminada, porque la mayor parte de la multitud había ya desaparecido. Se habían precipitado por la nave lateral, entre los altos bancos, y penetrando por la trampa que conducía a la cripta, que bostezaba de forma abominable, abierta ante el púlpito. Seguí torpemente a la muchedumbre por los gastados peldaños al interior de la cripta oscura y sofocante. La cola de aquella fila sinuosa de caminantes nocturnos me parecía muy horrible, y adquirieron un nuevo matiz de horror cuando los vi bullir en el interior de una tumba venerable. Entonces me di cuenta de que el suelo de la tumba tenía una abertura, por la cual se deslizaba la muchedumbre, y un momento más tarde, descendíamos todos por una ominosa escalera de piedra mal desbastada; una escalera estrecha en espiral, húmeda y peculiarmente maloliente, que se retorcía sin fin hacia abajo en las entrañas de la colina, entre monótonos bloques de piedra goteante y paredes de ladrillo que se desmoronaban. Era un descenso silente y desagradable, y observé tras un horrible intervalo que la naturaleza de los muros estaba cambiante, como si estuviesen de pronto tallados en piedra. Lo que más me impresión me causó era que las miríadas de pisadas no hiciesen ningún ruido ni despertasen ecos. Tras incalculables ecos de descenso vi algunos pasadizos, como galerías de mina, que llevaban, desde el pozo de misterio nocturno donde me hallaba, a desconocidas madrigueras de tinieblas. Pronto se hicieron numerosos en exceso como impías catacumbas de amenazas innominadas; y su pungente olor de podredumbre aumentó hasta hacerse casi insoportable. Yo sabía que debíamos haber atravesado la montaña, más allá incluso de la tierra misma de Kingsport; y me estremecí al pensar que una ciudad fuese tan antigua y estuviese horadada con tal maldad subterránea.

Entonces vi la fantasmal fosforescencia de una pálida luz y escuché el ruido insidioso de unas aguas que no habían visto nunca el sol. Y me estremecí de nuevo, porque no me gustaban las cosas que la noche había traído, y deseé amargamente que ningún antepasado me hubiese convocado a aquel rito primigenio. Cuando el pasadizo y los peldaños se ensancharon percibí otro sonido, la evanescente y delgada burla de una débil flauta; y de pronto se extendió ante mí el paisaje ilimitado de un mundo interior: una vasta y fungosa playa iluminada por un geyser de llama verduzca y enfermiza; y bañada por un impío río oleaginoso que brotaba de abismos horribles e insospechados y se precipitaba en los más negros golfos del océano inmemorial.

Semidesvanecido, ahogándome, contemplé aquel impío Erebo de titánicas toperas, fuego leproso y aguas fangosas, y vi a las muchedumbres encapuchadas formar un semicírculo en torno al geyser resplandeciente. Era el rito del Soslticio de Invierno, más antiguo que el hombre y destinado a sobrevivirle; el rito primitivo del soslticio y de la primavera prometida después del invierno; el rito del fuego y de las siemprevivas, de la luz y de la música. Y en aquella gruta estigia yo les vi practicar el rito, y adorar la enfermiza columna de fuego verde, y arrojar a las aguas puñados de vegetación viscosa que brillaba, verde, bajo la luz clorótica. Vi todo esto, y vi una cosa amorfa agazapada lejos del fuego que soplaba ruidosamente en una flauta; y cuando la cosa tocaba la flauta creí escuchar malévolos revoloteos apagados en la oscuridad, donde no podía ver. Pero lo que más me aterraba era aquella columna llameante, vomitada como un volcán desde las profundidades inconcebibles, que no proyectaba sombras, como lo haría una luz normal, y que vestía la piedra nitrosa de una cpa de verde-gris desagradable y venenosa. Y en toda aquella visible combustión no había calor ninguno; sólo la viscosidad de la muerte y de la corrupción.

El hombre que me había guiado hasta allí se encaramó entonces hacia un punto colocado directamente detrás de la horrible llama, e hizo rígidos movimientos ceremoniales frente al semicírculo al que se enfrentaba. En ciertos puntos del ritual, la muchedumbre se inclinó en señal de obediencia, en especial cuando alzó por sobre su cabeza aquel aborrecible "Necronomicon" que había llevado consigo; y yo particpé en todas las fórmulas del ritual, porque había sido convocado a aquella festividad por los escritos de mis antepasados. Luego, el viejo hizo un signo en dirección al tocados de flauta, tan sólo a medias visible en la oscuridad, que cambió su débil melodía en aquel momento, sustituyéndola por otra ligeramente más fuerte, en otra clave; precipitando de ese modoun horror impensable e inesperado. Ante aquel horror, casi caí sobre la tierra cubierta de liquen, transido por una angustia que no es de este mundo, ni de ningun otro, sino de los locos espacios de entre las estrellas.

Saliendo de la negrura inimaginable que se extendía más allá del brillo gangrenoso de aquella llama fría, de las llanuras tatáreas a través de las cuales rodaba, sombría, la aceitosa corriente, no oídos e inesperados, surgió de pronto, rítmicamente, una horda de cosas híbridas y aladas, que ningún ojo sano podría recordar por completo. No eran cuervos, ni topos, ni zánganos, ni hormigas, ni vampiros, ni cadáveres humanos descompuestos; eran algo que no puedo ni debo recordar. Aleteaban débilmente, moviñendose con sus pies palmeados y con sus alas membranosas, y cuando alcanzaron la muchedumbre de las celebrantes, las figuras encapuchadas los tomaron y montaron sobre ellos, y se alejaron, jinetes en sus horribles monturas, a lo largo de aquel río sin luz, al interior de pozos y galerías de pánico donde manantiales de veneno alimentaban terribles cataratas imposibles de descubrir.

La vieja mujer que hilaba se había alejado con la muchedumbre, y el viejo se quedó detrás tan sólo porque yo me negaba a tomar uno de aquellos animales y a cabalgar como los demás. Cuando me puse en pie, vi que el amorfo flautista se había alejado fuera de mi vista, pero que dos de las bestias esperaban pacientemente a nuestro lado. Cuando me vio retroceder, el anciano sacó su estilete y sus tabletas, y escribió que él era el verdadero delegado de mis antepasados, los que habían fundado la adoración del Solsticio de Invierno en aquel antiguo lugar; que había sido decretado que yo debía volver, y que todavía quedaban por llevarse a cabo los ritos más secretos. Todo esto lo escribió con una caligrafía muy antigua, y al ver que yo dudaba aún sacó de su túnica flotante un anillo de sello y un reloj, marcados ambos con las armas de mi familia para probar la veracidad de sus aseveraciones. Pero era aquella una horrible prueba, porque yo sabía por los viejos papeles que auqel reloj había sido enterrado con mi re-tatarabuelo en 1698.

Entonces el anciano echó hacia atrás su capuchón, y señaló el parecido familiar patente en sus rasgos, pero aquello tan sólo me hizo estremecer, porque estaba seguro de que aquella cara eran tan sólo una diabólica máscara. los animales aleteantes rasacaban con impaciencia los líquenes, y vi que el anciano estaba tan impaciente como ellos. Cuando una de las cosas empezó a contonearse y a intentar alejarse, se volvió con rapidez para detenerla; de manera que la rapidez de sus movimiento desencajó la máscara de cera de aquello que debiera haber sido su cabeza. Y entonces, porque aquella visión de pesadilla me cerraba el paso a la escalera por la que había descendido, me sumergí en el oleaginoso río subterráneo que burbujeaba em algún sitio hacia las cavernas del mar; me sumergí en aquel pútrido jugo de los horrores internos de la tierra antes de que la locura de mis gritos atrajese sobre mí todas las legiones del pudridero que debían ocultarse en aquellos pestilentes golfos.

Me dijeron en el hospital que me habían encontrado, medio helado, en el puerto de Kingsport, de madrugada, adherido a la madera flotante que el azar envió para salvarme. Me dijeron que había tomado la bifurcación equivocada del camino de la colina la noche anterior, y caído por los riscos de Grange Point; esto lo dedujeron por las huellas que hallaron en la nieve. No podía yo desmentirlo, porque todo estaba del revés. Todo staba equivocado; por las amplias ventanas se veí un mar de tejados, de los cuales sólo era antiguo uno de cada cinco, y se escuchaba el sonido de los tranvías y de los motores de los automóviles, en las calles. Insistieron en que aquello era Kingsport y yo no pude discutirlo. Cuando empecé a delirar al oír que el hospital estaba cerca del viejo cementerio de Central Hill, me enviaron al Hospital de St. Mary, en Arkham, donde podría ser atendido mejor. Me gustó aquel lugar, porque los médicos tenían mucha amplitud de miras, e incluso me apoyaron con su influencia para obtener una copia cuidadosamente guardada del objetable "Necronomicon" de Alhazred, de la bibloteca de la Universidad de Miskatonik. Dijeron algo sobre una "psicosis" y se mostraron de acuerdo en que yo debía liberarme de cualquier obsesión embarazosa que tuviera en mente.

De modo que leí aquel horrible capítulo, y me estremecí doblemente, porque en verdad no era nuevopara mí. Lo había leido antes, digan lo que digan mis huellas en la nieve; y el lugar en el que lo había leido era más conveniente que lo olvidase. No había nadie -durante las horas de vigilia- que me lo pudiese recirdar; pero mis sueños están llenos de terror a causa de frases que no me atrevo a citar. Sólo me atrevo a citar una frase, puesta en el mejor inglés que pude extraer del latín increíblemente bajo:

"Las cavernas interiores, 'escribió el Árabe Loco', no están al alcance de los ojos que ven; porque sus maravillas son extrañas y terribles. Maldito el suelo en el que viejos pensamientos viven con nuevos y extraños cuerpos, y maldita la mente que no mora en una cabeza. Sabiamente dijo Ibn Schacabao, que feliz es la tumba donde no ha sido enterrado ningún brujo, y feliz en la noche es aquella ciudad en la que los brujos sean sólo cenizas. Porque dice un viejo rumor que el alma de los retoños del diablo no se aleja rápidamente de su envoltura putrefacta, sino que engorda e instruye al gusano que roe; hasta que de la corrupción se forma una horrible vida, y los blandos cavadores de la tierra se transforman con arte para hostigar, y se hinchan monstruosamente para convertirse en una plaga. En secreto se excavan grandes agujeros allí donde los poros de la tierra deberían bastar, y aprenden a andar cosas que debieran contentarse con reptar."





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31 octubre 2016

Samhain 2016

 
 
 Hoy es 31 de octubre :) 

Primer día de mis días favoritos del año

Halloween, Samhain



La palabra Samhain significa "el fin del verano". La víspera del 1 de noviembre, los druidas (sacerdotes celtas) sacrificaban un caballo en agradecimiento por la cosecha a los dioses y a los muertos, ya que se entendía que la abundancia provenía del mundo inferior donde los difuntos se ocupaban de producir lo que sus parientes vivos comerían y beberían y había que agradecerles su preocupación a la vez de ofrendarles las primicias de la cosecha. A media noche, los celtas prendían las hogueras rituales y se encendían las linternas que semejaban extraños rostros, pues se labraban en las cáscaras de grandes calabazas y se colocaban en las ventanas para espantar a los malos espíritus. Se creía que al abrirse las puertas del Más Allá, no sólo aparecerían las almas de los difuntos que sólo por una ocasión al año, visitaban a sus parientes, sino también espíritus malvados. 
 
 
Mircea Eliade, el famoso historiador de religiones, en alguno de sus libros dijo: "Semejantes a los granos enterrados en la matriz telúrica, los muertos esperan su regreso a la vida bajo una nueva forma. Por eso se acercan a los vivos, sobre todo en los momentos en que la tensión vital de las actividades está en su máximo, es decir, en las fiestas llamadas de la Fertilidad; cuando las fuerzas genésicas de la nauraleza y del grupo humano son evocadas, desencadenadas, exarcerbadas por ritos, por la opulencia y por la orgía. Las almas de los muertos están sedientas de todo rebozamiento biológico; de todo exceso orgánico porque este desbordamiento vital, compensa la pobreza de su sustancia y los proyecta en una corriente impetuosa de virtualidades y de gérmenes.


El festín colectivo representa precisamente esta concretización de energía vital; un festín con todo los excesos que implica, es pues indispensable tanto para las fiestas agrícolas como para la conmemoración de los muertos. Antaño, los banquetes tenían lugar juntos a las mismas tumbas, para que el difunto pudiese agasajarse con el exceso vital desencadenado junto a él.

Los muertos regresan en estos días para tomar parte de los ritos de fertilidad de los vivos. Si los muertos buscan las modalidades espermáticas germinativas, no es menos cierto que los vivos necesitan también de ellos para defender sus simientes y proteger las cosechas. Mientras los granos permanezcan sepultados, se encuentran también bajo la jurisdicción de los muertos. La "tierra matriz" o la Gran Diosa de la fertilidad controla del mismo modo el destino de las semillas y el de los muertos. Pero estos últimos están a veces más cerca del hombre y el labrador se dirige a ellos para que bendigan y sostengan su trabajo".

Estas ideas se mantuvieron en la mentalidad europea hasa el año 610, cuando el papa en turno, Bonifacio IV, ordenó que el día de muertos pagano debía cristianizarse bajo el aspecto de una fecha destinada a todos los mártires, surgiendo así el día de Todos los Santos. Sin embargo, la fecha que el papa determinó no fue al principio la que hoy se acostumbra celebrar, sino el 13 de mayo. Fue Gregorio III quien en el año 834 la cambió al 1 de noviembre que iba más de acuerdo con la tradición pagana. En Inglaterra se llamó a esa fecha "All Hallows" o "Haligan" y de ahí nació la palabra "Hallowe'en" o sea "Eve of All Hallows", víspera de Todos los Santos. Por fin, en el 993 se le agregó a la fiesta de los Santos Mayores que se ahora se celebra el 2 de noviembre en tanto que el culto ígneo al sol, simbolizado por las fogatas, se transfirió por analogía a las llamas del purgatorio de las cuales se libraban las almas por unas horas para visitar esa noche a sus parientes vivos.


A pesar de que en el medio rural se continúo festejando a los muertos y celebrando el Samhain durante la noche del 31 de octubre, Odilón, abad de Clunny, en 998, instituyó como fechas conmemorativas oficiales los días 1 y 2 de noviembre.

 
 
¡Feliz Samhain, Halloween!
 
 
 
 
 
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30 octubre 2016

Penumbria

Aquí dejo los links de los tres artículos que he publicado hasta el momento en la revista digital Penumbria. 


Yule y la Cacería Salvaje

En el mundo occidental el mes de diciembre está marcado por una de las celebraciones más grandes del Cristianismo: el nacimiento de Jesús. Pero hace relativamente poco que las Navidades han acogido símbolos que se consideran ya tradicionales de estas fechas como la representación del barrigón vestido de rojo que deja regalos a los niños que se portan bien y el árbol tan simbólico que lo mismo puede ser un abeto o un pino, por ejemplo. Pero en las latitudes más al norte de Europa, donde el Cristianismo costó mucho de ser impuesto y asimilado, se conservan creencias que son más antiguas y arraigadas.





Un sueño que no era del todo un sueño

Había ocurrido al otro lado del mundo. Pero la oscuridad pronto los alcanzó. La ceniza generada por la erupción del Monte Tambora en Indonesia en abril de 1815 cruzó tres continentes a lo largo de un año provocando un cambio climático. Sin embargo, los visitantes de una villa suiza que habrían de generar vida a partir de sus miedos y sus dudas, de sus pasiones y sus odios, apenas y mencionan esto en sus diarios personales. Quizá la muestra más palpable es el poema “Darkness” (1816), escrito por Lord Byron.





No está muerto lo que yace eternamente 

Probablemente fue un reflejo de esa época convulsiva donde la generación nacida en la post-guerra cuestionaba lo preestablecido (manifestaciones y grupos anti-militares) y buscaba nuevas formas de vivir. Las religiones convencionales no les decían nada y comenzaron a buscar en el fondo de las culturas antiguas. Experimentación a través del consumo de alucinógenos. Los músicos fijaron su atención en viejas baladas y leyendas. El ocultismo, la brujería y el folclor invadieron cada rincón de esa nueva generación, pues se demostró que no eran cosas absurdas o cuentos de viejas sino una opción libre de creencias. Pronto, algunos artistas se dieron cuenta de que a este nuevo tipo de público le provocaba más miedo y angustia el mundo real que la fantasía gótica.







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20 marzo 2016

Ostara 2016


Ostara, nombre que deriva de la diosa lunar teutónica Eostre. Equinoccio de Primavera que tiene como símbolo al conejo por su fertilidad y al huevo por la imagen cósmica de la creación. Es por eso que ambos son los protagonistas de Easter (Pascua).
 
Este es el tiempo de la regeneración y la resurrección tal como lo hace la naturaleza. Ostara promete esperanza e intensifica los sueños. Toda la vida emerge tras el letargo del invierno.




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02 noviembre 2015

Días de muertos en México



Hace algunos años, publiqué dos post donde explicaba el origen del Día de Muertos en México y su forma de celebrarlo.

Aquí dejo los links  :)

- Día de Muertos I (pinchar aquí)

- Día de Muertos II (pinchar aquí)




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01 noviembre 2015

Los muertos chiquitos



Ofrendar significa compartir con los parientes y amigos fallecidos ciertos goces y algo de los frutos obtenidos de la anualidad pasada, así como ofrecer alimentos, además de los tradicionales que se ofrendan en cada población, los preferidos en vida por los difuntos. Todas las ofrendas o Altares de Muertos tienen la misma finalidad: recibir a los familiares difuntos para compartir con ellos los buenos frutos de la tierra, recordarlos y halagarlos. Pero sobre todo, tener presente de que a pesar de que se han ido, los días 1 y 2 de noviembre volverán para estar nuevamente reunidos con los suyos. La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria.

En muchas comunidades donde prevalecen las viejas costumbres, el repique de campanas de las iglesias, a las ocho de la noche del 31 de octubre, anuncia la llegada de los espíritus de los niños que "ya vienen". Para esa hora, las señoras de la casa ya tienen arreglado el altar: dos mesas puestas en dos niveles con manteles blancos o con papel de china, en donde se coloca la ofrenda para los "angelitos". Esta consiste en alimentos que les gustan a los niños: pan de muerto, fruta, elotes, atole de masa o "champurrado" (atole de chocolate), leche en jarritos especiales, tamales de dulce y de elote, arroz con leche, dulce de calabaza (calabaza en tacha), conserva de tejocotes y refrescos. Varias familias ponen juguetes de madera y barro: jarritos, canastitas, coches, muñecas de trapo, baleros, sin faltar en ningún lado las calaveritas de azúcar. 

Todo el día siguiente, 1 de noviembre, repican las campanas por el gozo que causa la visita de los infantes. La hora de retiro de los "chiquitos" varía, en algunos lugares lo hacen desde las doce del día, en otros lo llevan a cabo a las ocho de las noche.



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31 octubre 2015

Samhain 2015


Hoy es 31 de octubre :) 

Primer día de mis días favoritos del año

Halloween, Samhain

La palabra Samhain significa "el fin del verano". La víspera del 1 de noviembre, los druidas (sacerdotes celtas) sacrificaban un caballo en agradecimiento por la cosecha a los dioses y a los muertos, ya que se entendía que la abundancia provenía del mundo inferior donde los difuntos se ocupaban de producir lo que sus parientes vivos comerían y beberían y había que agradecerles su preocupación a la vez de ofrendarles las primicias de la cosecha. A media noche, los celtas prendían las hogueras rituales y se encendían las linternas que semejaban extraños rostros, pues se labraban en las cáscaras de grandes calabazas y se colocaban en las ventanas para espantar a los malos espíritus. Se creía que al abrirse las puertas del Más Allá, no sólo aparecerían las almas de los difuntos que sólo por una ocasión al año, visitaban a sus parientes, sino también espíritus malvados. 
 
 
Mircea Eliade, el famoso historiador de religiones, en alguno de sus libros dijo: "Semejantes a los granos enterrados en la matriz telúrica, los muertos esperan su regreso a la vida bajo una nueva forma. Por eso se acercan a los vivos, sobre todo en los momentos en que la tensión vital de las actividades está en su máximo, es decir, en las fiestas llamadas de la Fertilidad; cuando las fuerzas genésicas de la nauraleza y del grupo humano son evocadas, desencadenadas, exarcerbadas por ritos, por la opulencia y por la orgía. Las almas de los muertos están sedientas de todo rebozamiento biológico; de todo exceso orgánico porque este desbordamiento vital, compensa la pobreza de su sustancia y los proyecta en una corriente impetuosa de virtualidades y de gérmenes.


El festín colectivo representa precisamente esta concretización de energía vital; un festín con todo los excesos que implica, es pues indispensable tanto para las fiestas agrícolas como para la conmemoración de los muertos. Antaño, los banquetes tenían lugar juntos a las mismas tumbas, para que el difunto pudiese agasajarse con el exceso vital desencadenado junto a él.

Los muertos regresan en estos días para tomar parte de los ritos de fertilidad de los vivos. Si los muertos buscan las modalidades espermáticas germinativas, no es menos cierto que los vivos necesitan también de ellos para defender sus simientes y proteger las cosechas. Mientras los granos permanezcan sepultados, se encuentran también bajo la jurisdicción de los muertos. La "tierra matriz" o la Gran Diosa de la fertilidad controla del mismo modo el destino de las semillas y el de los muertos. Pero estos últimos están a veces más cerca del hombre y el labrador se dirige a ellos para que bendigan y sostengan su trabajo".

Estas ideas se mantuvieron en la mentalidad europea hasa el año 610, cuando el papa en turno, Bonifacio IV, ordenó que el día de muertos pagano debía cristianizarse bajo el aspecto de una fecha destinada a todos los mártires, surgiendo así el día de Todos los Santos. Sin embargo, la fecha que el papa determinó no fue al principio la que hoy se acostumbra celebrar, sino el 13 de mayo. Fue Gregorio III quien en el año 834 la cambió al 1 de noviembre que iba más de acuerdo con la tradición pagana. En Inglaterra se llamó a esa fecha "All Hallows" o "Haligan" y de ahí nació la palabra "Hallowe'en" o sea "Eve of All Hallows", víspera de Todos los Santos. Por fin, en el 993 se le agregó a la fiesta de los Santos Mayores que se ahora se celebra el 2 de noviembre en tanto que el culto ígneo al sol, simbolizado por las fogatas, se transfirió por analogía a las llamas del purgatorio de las cuales se libraban las almas por unas horas para visitar esa noche a sus parientes vivos.


A pesar de que en el medio rural se continúo festejando a los muertos y celebrando el Samhain durante la noche del 31 de octubre, Odilón, abad de Clunny, en 998, instituyó como fechas conmemorativas oficiales los días 1 y 2 de noviembre.

 
 
¡Feliz Samhain, Halloween!
 
 
 
 
 
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22 septiembre 2015

Mabon 2015



Comienza mi estación favorita del año: Otoño. Los días comienzan a ser más cortos. Cambio de ropaje en los árboles. Tiempo de la segunda cosecha. Es Mabon, momento de agradecer los frutos que nos brinda la tierra.







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09 mayo 2015

The Unquiet Grave




"The Unquiet Grave" - Helium Vola


Cold blows the wind to my true love
And gently drops the rain
I've never had but one sweet heart
And in green wood she lies slain

I'll do as much for my sweetheart
As any young man will
I'll sit and mourn all on her grave
For twelve months and a day

And when twelve months and one day was passed
Her ghost began to speak
The ghost began to speak

"Why sittest ye all on my grave
And will not let me sleep?"

There's one thing that I want, sweetheart
There's one thing that I crave
And that is a kiss from your linen white lips
That I called from your grave

My breast is cold as the clay
My breast will make thee strong
But if you kiss my cold grey lips
Your days they won't be long

Go fetch me water from
That isn't the blood from out of a stone
Go fetch me milk from a fair maid's breast
That a young man never had known

Go down on yonder grove, sweetheart
Where you and I were born
The first flower there that I say
Has withered to a stalk

The stalk is withered and and dried, sweetheart
And the flower will never return
And since I lost my own sweet heart
What can I do but mourn?

When shall we meet again, sweetheart?
When shall we meet again?
When the oak and leaves that fall from the trees
Are green and spring up again

When the oak and leaves that fall from the trees
Are green and spring up again
 
 
 
Del álbum "Wohin?" (2013)
 
 
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Se trata de un tema folk británico del siglo XIV que en 1868 fue recogido por Francis James Child pero hay varias versiones, muchas de ellas están mezcladas con la letra del tema "How Cold the Wind doth Blow" (aquí se puede escuchar) como esta y como la que aparece en el trailer y en el primer capítulo de la segunda temporada de la serie de televisión Penny Dreadful (pinchar aquí para escucharla).
 
 
 
 
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07 mayo 2015

El ejército furioso



A la autora francesa Fred Vargas (pseudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau) la conocí por una entrevista que el diario El País le hizo en 2008, más o menos. Es historiadora medieval, arqueóloga y escritora, claro. Y su estilo se clasifica como novela policiaca pero abarca varios otros. Es la 'madre' del comisario Adamsberg de la policía de París, un hombre al que llaman 'paleador de nubes' porque parece que nunca tiene los pies sobre la tierra pero cuando una idea se le mete en la cabeza, no para hasta descrifrar el más retorcido misterio :)  Se me figura un poco a Colombo, lo recuerdan?, sobre todo físicamente aunque no con ojo de vidrio jejeje.

Vargas 'desquicia' a mucha gente. He leido comentarios de que según algunos, abusa de manejar, plantear y resolver más de tres historias en un mismo libro. A mí me parece una obra artesanal porque esas historias siempre están relacionadas entre sí y cumplen con su función de mantener centrada la atención del lector, de no descuidar ni un detalle. Y tratándose de historias cuyo protagonista es Adamsberg, en todos los libros aparecen recurrentemente no sólo el equipo del comisario (todos carismáticos, con personalidades peculiares y hasta entrañables) sino hasta un vecino español que con sus comentarios es capaz de darle pistas a Adamsberg, entre otros que le dan esos toques de cultura general y hasta humor :)

Ayer (14 de febrero) terminé de leer El ejército furioso, una historia que mezcla muy bien una serie de crímenes en un pueblo de Normandia y la leyenda de la Cacería Salvaje: El comisario Adamsberg se enfrenta a una terrorífica leyenda medieval normanda, la del Ejército Furioso: una horda de caballeros muertos vivientes que recorren los bosques tomándose la justicia por su mano... Una señora menuda, procedente de Normandía, espera a Adamsberg en la acera. No están citados, pero ella no quiere hablar con nadie más que con él. Una noche su hija vio al Ejército Furioso. Asesinos, ladrones, todos aquellos que no tienen la conciencia tranquila se sienten amenazados. Esta vieja leyenda será la señal de partida para una serie de asesinatos que se van a producir. Aunque el caso ocurre lejos de su circunscripción, Adamsberg acepta ir a investigar a ese pueblo aterrorizado por la superstición y los rumores. Ayudado por la gendarmería local, por su hijo Zerk y por sus colaboradores habituales, tratará de proteger de su macabro destino a las víctimas del Ejército Furioso.

El estilo de Vargas es ligero, nada tortuoso o complicado, y con esto no quiero decir que carezca de 'chicha', jejeje, porque en cada diálogo (es genial cómo los maneja) hay información y detalles, también hay descripciones maravillosas y certeras de los paisajes, las calles, los ambientes y hasta las casas. Hay un muestrario de todas las miserias humanas pero también de las virtudes. Y Adamsberg se vuelve un personaje entrañable :)





La escritora Fred Vargas






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06 mayo 2015

Epica Oona


Oona Chaplin fotografiada por Ruven Afanador para la revista Yo Dona, 2012






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04 mayo 2015

El sueño del celta


Arthur Machen 
(Hulton Archive/Getty Images)


Nació en 1863 en Caerleon, un pueblo de Gales donde se supone que se coronó al Rey Arturo entre ruinas romanas, y vivió desde muy chico fantaseando con un mundo de magia, paganismo y ensoñaciones místicas. Arthur Machen recorrería un largo camino literario hasta su muerte, en 1947, que lo llevó del mito a ser considerado el padre subterráneo del género de terror, pasando por el movimiento decadentista y parnasiano. La publicación en castellano de La gloria secreta permite redescubrir a uno de los autores británicos más olvidados, secretamente admirado por escritores como Borges y Stephen King.


Con frecuencia se llama a los escritores de género fantástico “creadores de mitos”: es una de las formas más trilladas de describirlos, especialmente cuando se trata de autores visionarios, pioneros y muy influyentes. Es la forma más común de llamar a Arthur Machen (1863-1947) pero, por una vez, se trata de una descripción subjetiva. En septiembre de 1914, Machen publicó un cuento en el diario londinense The Evening News llamado “The Bowmen”: inspirado en la batalla de Mons de la Primera Guerra Mundial, donde las tropas británicas se habían enfrentado con los alemanes con un resultado adverso –la retirada– pero no catastrófico –lo esperable dada la superioridad del enemigo–, inventó un relato donde arqueros angélicos descendían de los cielos para ayudar a los ingleses. El cuento no fue presentado como ficción, sino como un falso documento, técnica que Machen conocía bien; en pocos meses, el diario comenzó a recibir solicitudes para poder reimprimirlo, en forma de panfleto. Sucedía que, en una combinación de histeria, propaganda y leyenda urbana, la historia de los Angeles de Mons, los guerreros celestiales, había sido dada por cierta. Un hecho sobrenatural, por supuesto, pero verdadero. Machen, ya entonces un escritor de carrera, explicó que el relato era producto exclusivo de su imaginación –un relato patriótico, claro, pero enteramente ficticio–. De nada sirvió. Para tratar de aclarar lo ocurrido de una vez por todas, Machen publicó el cuento en un libro, con un prefacio que decía: “En un principio, mi ficción liviana fue tomada como el más sólido de los hechos por una congregación de una iglesia; entonces empecé a darme cuenta de que si había fracasado en el arte de las letras, al menos había triunfado en el arte del engaño. Desde entonces, la bola de nieve del rumor no ha parado de rodar hasta que hoy día alcanza proporciones monstruosas”.

La aclaración tampoco sirvió de nada. La leyenda de los arqueros celestiales ya no le pertenecía. Hoy es parte del folklore mágico, una historia similar, aunque no tan popular, a la del monstruo del lago Ness, con su propia legión de pseudocientíficos aficionados que intentan probarla y proporcionan, cada tanto, nueva evidencia. Hace solamente diez años, en 2001, el diario Sunday Times publicó que se había encontrado evidencia fílmica y fotográfica de la existencia de los ángeles; el propio Marlon Brando anunció públicamente que él estaba dispuesto a comprarla por medio millón de dólares, para hacer una película. En 2002 se demostró la falsedad de esta historia que, en sus elaborados detalles, aseguraba que la filmación de los guerreros alados había sido hallada en un negocio de antigüedades de Caerleon, el pueblo del sur de Gales donde nació Arthur Machen.


El paraíso perdido

Pocos escritores fueron tan hechizados por el paisaje de su infancia: Caerleon es uno de los sitios arqueológicos más importantes del Reino Unido, con las ruinas de una fortaleza de las legiones romanas y un fuerte de montaña de la Edad de Hierro. Se cree, también, que Caerleon fue el lugar del martirio de los santos cristianos San Julio y San Aarón, perseguidos por el emperador Diocleciano en el año 304 A.C. Pero quizá lo más importante para la imaginación de Machen fue que el historiador medieval Geoffrey of Monmouth considerara a Caerleon el lugar de coronación del Rey Arturo o, al menos, uno de los sitios de su corte. Hay que recordar que el reino de Camelot recién aparece cuando Chrétien de Troyes toma el mito para escribir sus romances, casi dos siglos después.
La literatura de Arthur Machen nunca abandonó del todo las ruinas, los bosques y los mitos de su infancia. Hijo de un pastor anglicano, pasó sus primeros años entre arqueólogos, religión y, seguramente, susurradas historias de pueblo, leyendas extrañas y vagamente tenebrosas. A los once años fue enviado a estudiar a la prestigiosa Hereford Cathedral School, donde se destacó, pero aunque se graduó con buenas notas, su familia no tenía dinero para enviarlo a Oxford. Así, se mudó a Londres para trabajar como periodista. Sin embargo dedicó sus primeros años en la capital a caminar la ciudad: vivía en los suburbios y los pasajes desolados de las afueras –sus misterios, su soledad– se convirtieron en material de su narrativa.

Aunque publicó dos libros antes, se puede decir que con El gran dios Pan (1894) Arthur Machen encontró su tema y su voz. Es el relato que lo define como padre de la ficción rara (weird fiction) y el que exhibe la obsesión que recorre su obra: la de un pasado pagano y glorioso pero también terrible, viejos dioses dormidos en las colinas galesas que debían ser despertados para enfrentarse a la edad de la razón y a una sociedad puritana –Machen escribe estos primeros relatos de horror místico en la Inglaterra victoriana–. El precio de ese despertar es, en la ficción de Machen, altísimo. Como si de antemano fuera una tarea destinada a la tragedia, pero de cualquier modo necesaria. Sus personajes, por lo general hombres de ciencia desviados que han pasado demasiado tiempo entre tratados de alquimia y viejas rocas grabadas con antiguos jeroglíficos, se ven compelidos a abrir estas puertas prohibidas hacia otras realidades y otros mundos. Esas puertas suelen encontrarse en los bosques de Gales, donde aún caminan los fantasmas de los sacerdotes druidas y los antiguos dioses romanos, que tienen forma de fauno o de sátiro y les dan la mano a las muchachitas. Ese otro mundo pagano, dice Machen, nunca ha desaparecido. Sucede que el cristianismo lo ha aplastado, y ha convertido a Pan, dios de la fecundidad, en un ser con cuernos, en la imagen del demonio. Entonces, quizá la manera de acceder hacia ese otro mundo sea a través del Mal.

Pero Machen no sólo evocó ese pasado pagano para sus cuentos extraños. Es también uno de los temas de dos de sus principales novelas, vagamente autobiográficas, La colina de los sueños (1907) y La gloria secreta (1922), recién editada en Argentina por La bestia equilátera en su primera traducción al español, un inesperado y bienvenido rescate. El protagonista de La gloria secreta es Ambrose Meyrick, un joven estudiante de la escuela pública Lupton que prefiere pasar sus tardes recorriendo las viejas catedrales góticas y las ruinas de los alrededores antes que jugar al rocker, el deporte de su institución. Todo cambia cuando Ambrose llega tarde a la escuela y el profesor Horbury le da una paliza atroz. Desde entonces, Ambrose vive una existencia doble: por fuera es un estudiante orgulloso y obediente de la institución; por dentro vive en la gloria secreta, recordando los paseos con su padre muerto, que hablaba en galés y lo llevaba de visita a casas de antiguas familias que conservaban reliquias medievales, entre ellas una bella y antigua copa, que en el panteón personal de Ambrose –ansioso por escapar de la mediocridad– es el Santo Grial. “Ambrose pensaba en la Gran Montaña, en los valles secretos, en los refugios y ermitas de los santos, en las suntuosas tallas de las iglesias solitarias ocultas entre colinas y bosques.” Además, en una de sus excursiones, ha asistido a un ritual de magia santa, entrevisto como en sueños: los personajes de Machen suelen caer en estos trances, en los que reciben la visión que los acompañará por el resto de sus vidas y, en muchos casos, los llevará a la destrucción. Ambrose no sólo quiere escapar de su destino de hombre de negocios en Londres: lo que desea es ser un santo celta, “ese cristianismo que no era un código moral, dotado con alguna especie de paraíso metafórico ofrecido como recompensa por su debida observancia, sino una gran aventura mística”. Es así que Ambrose abandona la escuela y la moral de su clase: en definitiva, escapa en busca de un sentido para su vida.

La gloria secreta es, entonces, una novela de aprendizaje y también una brutal sátira de la educación inglesa, que juzga una verdadera aplanadora de la imaginación y el espíritu, formadora de hombres huecos. Escribe Machen: “No hay nada como nuestras grandes escuelas públicas, y quizá las únicas voces de disenso son las del padre y la madre que entierran el cuerpo de un chico que muestra la negra marca de la soga al cuello”. Pero, sobre todo, La gloria secreta es una variación sobre otro de los temas de Machen: la dificultad o la imposibilidad del lenguaje de aprehender los paisajes místicos y las experiencias extáticas.

Machen desarrolló ampliamente este tema en La colina de los sueños. El protagonista, otro de sus alter egos, se llama Lucian Taylor, hijo de un vicario del sur de Gales, aspirante a escritor que, de muy joven, ha experimentado una poderosísima visión mística y erótica en el viejo fuerte romano cercano a su modesta casa. Cuando el joven se muda a Londres –la trayectoria de Lucian es casi idéntica a la de Machen– pasará años luchando por dar cuenta de esa visión, sin éxito. Cuando habla de esas luchas solitarias del escritor, que ocupan páginas y páginas de La colina de los sueños, Machen también se está refiriendo a sus propias limitaciones, a su propia amargura cuando compara sus textos con los de sus grandes ídolos: Cervantes y Rabelais. Escribe: “Intentaba encontrar esa cualidad que les da a las palabras algo más allá de su sonido y de su significado, eso que en las primeras líneas de un libro debería susurrar cosas ininteligibles pero llenas de sentido. Con frecuencia trabajaba muchas horas sin éxito y el depresivo y húmedo amanecer lo encontraba en la búsqueda de oraciones jeroglíficas, de palabras místicas, simbólicas”. Lucian Taylor morirá en esta búsqueda, menos espectacular que la de Ambrose en La gloria secreta, pero igual de obstinada: esas palabras son su Grial. Ya muerto en su mesa de trabajo, la mujer que le alquila el departamento y que dará aviso a la policía encuentra sus escritos y, con pena, descubre que no son más que garabatos. Como para Ambrose (¿como para Machen?), obtener el Grial es imposible.

Habitante de un mundo extraño

 Poco después de El gran dios Pan, que escandalizó a la sociedad londinense por sus sugerencias eróticas –hay en el relato una inolvidable y lúbrica mujer demonio–, Arthur Machen se hizo amigo de Oscar Wilde, sus textos fueron ilustrados por el enorme Aubrey Beardsley y la crítica lo consideró parte de los decadentes de la década de 1890. En 1895 publicó Los tres impostores, quizá la novela corta de Machen más cercana para los lectores argentinos, porque en 1988 Jorge Luis Borges la incluyó en su Biblioteca Personal; escribe en su prólogo: “Las literaturas encierran breves y casi secretas obras maestras; Los tres impostores es una de ellas”. Con enorme fluidez y la influencia de R. L. Stevenson, Machen compone en Los tres impostores un relato que parece no acabar nunca, que se ramifica y deriva en nuevas aventuras y horrores. Su sensibilidad aquí es más excéntrica que nunca: en este Londres de anticuarios hay coleccionistas de objetos de tortura, casas antiguas de los suburbios cargadas de una malignidad palpable y jóvenes que, tras la ingesta de una droga equivocada, se transforman en monstruos viscosos en sus habitaciones. Pero cuando la acción se mueve al campo, el hechizo maldito se intensifica: así, el malogrado profesor Gregg encuentra a un verdadero hijo de las hadas –que no son gentiles seres alados sino una raza bestial que sobrevive en las colinas– y también encuentra otras historias de erotismo pagano y horror. “Los críticos han deplorado la vaguedad de ciertas narraciones de Machen”, escribió Borges en la biografía sintética de Arthur Machen publicada en Textos cautivos. “Han imputado imprecisión a sus aquelarres y a sus emisarios satánicos. Yo tengo para mí que esa imputación procede de un error. El concepto del pecado es fundamental en los libros de Machen. El pecado (para él) es menos una transgresión voluntaria de las leyes divinas que un estado abominable del alma.”

Es posible que aquí Borges estuviera pensando en el mejor relato de Machen, “The White People”, publicado en The House of Souls (1906), la historia de una niña hechizada, un cuento de hadas verdaderamente espeluznante y de estilo exquisito, enmarcado por una charla entre Ambrose (¿el Ambrose de La gloria secreta?) y sus amigos. Dice Ambrose: “La esencia del pecado es tomar el cielo por asalto. Me parece que es simplemente un intento de penetrar la esfera más alta de una manera prohibida. La santidad requiere un esfuerzo grandioso, pero la santidad trabaja sobre líneas que alguna vez fueron naturales; es un esfuerzo por recuperar el éxtasis antes de la Caída. Pero el pecado es el esfuerzo de obtener el éxtasis y el conocimiento que alguna vez les perteneció solamente a los ángeles. Y al hacer ese esfuerzo, el hombre se transforma en demonio”.

 En esta teoría del Ambrose de “The White People” resuena la doctrina de la Golden Dawn, sociedad secreta fundada en 1887 para el conocimiento del ocultismo y la adquisición de poderes mediante la magia, doctrina que, según Juan Jacobo Bajarlía, “se refiere a los límites del mal como obtención de los poderes que le han sido negados al ser humano”. Arthur Machen se unió a la Golden Dawn en 1899, después de años desgraciados en los que nadie quería publicarlo: con la prisión de Oscar Wilde, el clima editorial dejó de ser favorable para los narradores considerados decadentes. Además, había quedado viudo y se hundió en una depresión de la que salió recorriendo las calles de Londres con auténtica manía y tomando nota de estos desesperados recorridos. El ingreso en la Orden Hermética de la Golden Dawn le permitió ingresar nuevamente al mundo literario: la organización siempre fue mucho más un club de amigos con intereses en común que una verdadera sociedad mágica. Allí Machen se codeó con William Butler Yeats, Bram Stoker –autor de Drácula–, Sax Rohmer, Joris Karl Huysmans y un joven que se tomaba la doctrina del mal como sabiduría mucho más en serio que sus ilustres cohortes: Aleister Crowley. Estaba llegando a su fin un clima de época propicio para la estética de Machen: el del revival celta y artúrico iniciado a mediados del siglo XIX con los pintores prerrafaelistas como Edward Burne-Jones o William Morris y el poema Los idilios del rey de Lord Alfred Tennyson. Sin embargo, y a pesar de que esa sensibilidad se desdibujaba con el cambio de siglo, Machen acentuó su aspecto espiritual y la mayoría de sus textos, como La gloria secreta, ya no pertenecían al horror o el cuento extraño, sino a su particular versión de la fe cristiana vista a través del cristal de la mitología celta, las leyendas artúricas y la importancia del ritual, prácticamente ausente en las austeras ceremonias de la Iglesia anglicana, que Machen cuestionaba.

Arthur Machen pasó sus últimos años trabajando como periodista –también, durante una breve temporada, se unió a una compañía ambulante de teatro– y tuvo un breve período de éxito en la época de los Angeles de Mons, especialmente en círculos críticos de EE.UU. Cuando murió, en 1947, sin embargo, su nombre casi había sido olvidado. Casi.

Los discípulos

La influencia de Arthur Machen en los narradores de fantástico y terror desde entonces, y hasta hoy, es determinante y ampliamente reconocida, aunque extrañamente subterránea. Machen es el gran secreto a voces: el discreto padre del género. Su idea de una raza antigua de dioses persistentes que acechan desde el principio de los tiempos es central en la concepción de los mitos de Cthulhu de H. P. Lovecraft (que publicó su primer relato en 1922, más de veinte años después de la publicación de El gran dios Pan). Más cercano en el tiempo, Clive Barker se definió como un admirador absoluto de Machen: “Está bastante dejado de lado”, decía en una entrevista reciente, “pero en mi opinión es más importante que Lovecraft. Es, sin duda, mejor escritor, más humano en su filosofía y no tiene nada de la misoginia y el antisemitismo que vuelve tan odioso el trabajo de Lovecraft a veces. Creo que Machen es el hombre que redefinió el género”. Stephen King, además de considerar a El gran dios Pan como el mejor relato de terror jamás escrito, lo homenajeó en “N”, un cuento incluido en su libro de 2008 Después del anochecer. Peter Straub, el otro gran escritor de terror norteamericano –e íntimo amigo de King– acaba de publicar A Dark Matter, una novela sobre una realidad paralela que se presenta, tras un ritual, en un descampado, un traslado del misticismo de Machen a la década del 60, con terribles consecuencias y dioses olvidados incluidos.

En su tierra natal, la influencia de Machen es aún más amplia. Uno de los mejores novelistas británicos, M. John Harrison, reescribió El gran dios Pan en un cuento ¡que tiene el mismo título!, y que fue la base de su novela El curso del corazón (1992), donde un grupo de estudiantes lleva a cabo una ceremonia mágica –jamás descripta, a la manera de las visiones ensoñadas de Machen– que luego tendrá efectos devastadores en sus vidas. El Londres alucinatorio de Machen (especialmente en un cuento atesorado, el enigmático “N”, una fábula casi psicodélica sobre el descubrimiento de una realidad paralela en los suburbios de la ciudad), sus intensas caminatas y sus descubrimientos urbanos han sido resignificados hoy por caminantes modernos (o psicogeógrafos) como Ian Sinclair o Peter Ackroyd. También es citado como influencia por Neil Gaiman o el guionista Alan Moore (que se inspiró en Machen para su cómic Snakes and Ladders). La lista podría seguir, pero no habría que cerrarla antes de mencionar El laberinto del fauno, del realizador mexicano Guillermo del Toro, una fábula antifranquista nominada al Oscar como mejor película extranjera en 2006 que, según su director, está inspirada en el dios Pan de Arthur Machen.

A diferencia de aquellos ángeles guerreros, no hay todavía ninguna leyenda urbana que hable del avistamiento de sátiros cornudos en los bosques. Y es que no hace falta. La perturbadora demonología de Machen ha producido admiradores obsesivos, como se lee en el prólogo a la edición local de La gloria secreta: “una legión con hábitos literarios de secta”.



Mariana Enriquez
Página 12
21 de noviembre de 2011





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