28 abril 2008

Un vicio secreto



Anjelica Huston y Lipp Jenns, fotografiados por Bob Richardson, Vogue Italia, 1972


Cuando decido revelar uno de mis vicios secretos, jejeje, siempre viene a mi mente aquella escena de la película Flashdance, donde le preguntan a la protagonista interpretada por Jennifer Beals, por qué en sus ratos libres como soldadora en una fábrica, se dedica a hojear la revista Vogue en su edición francesa. Ella simplemente se alza de hombros y dice que a pesar de no entender el francés, lo que más disfruta son las fotos.

Podría decirse que un "alma mundana" no puede ser capaz de apreciar lo que transmite el arte de la fotografía, pero nada más lejos de la realidad. Yo no he estudiado fotografía (uno de mis anhelos más preciados que se quedó en el camino) pero desde pequeña comencé a sentirme atraída por la fotografía, sobre todo la de moda. Tal vez sea algo inevitable a mi pasión por el mundo de la alta costura que ha generado (menos mal, hahaha) sólo en una admiración tremenda por varios diseñadores. De pequeña, quizá como todos, dibujaba mucho y en algún momento comencé a "diseñar". Hasta hace algunos años, no dejé de hacerlo e inclusive un amiguete que durante un tiempo se dedicó a realizar ropa, pudo dar forma a algunos de mis diseños aunque sólo fue de forma particular.

La culpa de todo la tiene mi madre, jejeje. Ella admiraba a Coco Chanel y siempre que venía a cuento (y cuando no, también, hahaha) me contaba su historia de superación y coraje y por supuesto, la huella imborrable que dejó en la historia de la moda. Posteriormente, descubrí las revistas de moda (sí, fue inevitable la Vogue norteamericana, Vanity Fair, la Marie Claire francesa, la Elle y también la W) y poco a poco se fue definiendo mi gusto particular por algunos fotógrafos y sobre todo por el estilo blanco y negro. Pronto las paredes de mi habitación así como carpetas y cuadernos, se vieron invadidos por los recortes que convertía en collages que hacía no sólo con los diseños que me gustaran (recuerdo mucho una foto de la top model Linda Evangelista en 1990 posando con un vestido de Versace color azul purísima con unos cocodrilos de bisutería en los tirantes que se cruzaban en la espalda), sino de fotos completas de editoriales que siempre me transmitían algo.

No soy una experta en fotografía pero creo reconocer lo que vale la pena por transgresor pero con ojo estético y lo puramente guarro sin gusto, ni forma, ni estilo. Ya lo he dicho: prefiero la fotografía en blanco y negro al color y en el caso de la fotografía de moda: los editoriales creativos y artísticos.

Poco a poco he ido conociendo y admirando el trabajo de fotógrafos como Mario Testino, Helmut Newton, Richard Avedon , Steven Meisel (lo descubrí a partir del trabajo que hizo con Madonna en su libro Sex), Annie Leibovitz, Jean-Baptiste Mondino (quien también ha dirigido videos musicales), Steve Klein y Herb Ritts (uno más que también ha dirigido videos como el de Wicked Game de Chris Isaak) entre otros que quizá no recuerdo en este momento que además han hecho magníficos trabajos retratando a estrellas de cine y músicos, la mayoría rockeros. O algunos que no conozco y que ha sido muy grato descubrirlos como Bob Richardson, gracias a un artículo publicado en la revista Yo Dona que todos los sábados publica el periódico El Mundo.

Es curioso que siendo una figura de culto dentro del mundo de la fotografía underground, por así llamarlo, y que causó una pequeña gran revolución a finales de los 60 principios de los 70 en la fotografía de moda, apenas haya información en la red. Sólo a partir de su muerte (2006) y de la publicación de un libro escrito por su hijo (2007) quien también es fotógrafo, hay archivos de diferentes diarios y blogs que hablan sobre él. Y acaso un puñado de fotos que han sido utilizadas como kit de prensa al ser extraídas del libro. Así que me quedo con ganas de ver todo el editorial que hizo con una jovencísima y misteriosa Anjelica Huston con ropa de Valentino y ambientación decadente nazi para la revista Vogue italiana en 1972, por ejemplo.


Aquí dejo el artículo sobre Bob Richardson, que lo disfruten:



A propósito de Richardson

Bob Richardson insufló vida a a la fotografía de moda mostrando a modelos que, lejos de existir en un mundo perfecto, sufrían, lloraban, deseaban. Su hijo Terry edita un libro que recoge sus mejores imágenes, paralelas a una existencia marcada por el drama.

¿Qué pasa cuando la realidad tozuda, sucia, palpitante, irrumpe en un universo como la moda, lleno de imágenes absolutamente controladas por las reglas de la belleza y el mercado? Pues que el establishment saca la tarjeta roja (esto es lo habitual: el consumo de marcas no busca individuos, sino consumidores; no quiere verosimilitud, sino sueños) y arrebata al autor su condición de tal. Una cosa es diseñar escenarios y situaciones epatantes (clínicas de cirugía estética, la guerra de Irak) para mostrar la ropa que mueve al mundo, y otra bien distinta hacer que hable el mundo que se mueve dentro de esa misma ropa. ¿Acaso le interesa lo que tiene que decir?

Son muy pocos los autores que, hoy por hoy, logran narrar más allá de la siempre apreciable persecución de la belleza dentro de la fotografía de moda. Y, aunque el espíritu de los tiempos y un determinado y fluctuante modelo de mujer van inextricablemente unidos a estas instanténeas, apenas es posible rescatar editoriales que superen la prueba del tiempo, que hayan logrado ser algo más que un escaparate con fecha de caducidad. Desde luego, en su contexto, no están obligados a pretender nada más. Sin embargo, aún existen genuinos creadores que exploran un territorio cada vez más coercitivo, elevando el género (si es que se puede denominar como tal) a una altura superior a la exigida por el cuché.

Bob Richardson (Long Island, 1928; Manhattan, 2006) fue uno de esos románticos que empujaron las márgenes del editorial comercial hasta hacerlo palpitar con el aliento entrecortado y violento de final de los 60 y 70, sus años de esplendor. La felicidad algo pueril de aquellas maravillosas décadas (recordemos: minifaldas, Beatles, swinging London y demás tópicos) se tornó a través de su lente un turbulento panorama de emociones, un pantone interminable de sentimientos que ha convertido sus fotos en humanas y, por tanto, inmortales. Sus modelos no eran protagonistas de cuentos de glamour y éxito, sino que lloraban, se consumían de soledad o del deseo, sufrían. "No hay manuales con su técnica ni le han dado premios, pero existe la escuela de fotografía Bob Richardson", ha admitido Bruce Weber, quien, junto con Steven Meisel o Peter Lindberg, reconoce que el artista abrió camino para una manera muy particular de hacer. "Su escuela es la antiescuela. Él fue el primero es subexponer la película, en no enseñar la ropa".

La importancia de su trabajo la resumió como nadie Ruth Ansel, directora de arte de la revista Harper's Bazaar de 1963 a 1971: "Bob fue el primer fotógrafo de moda que mostró las auténticas y complejas emociones femeninas. Le movía el impulso de acabar con todo los artificios, algo que me sedujo inmediatamente. Él acabó con el culto a la mujer ideal y redefinió la belleza moderna. Lo que realmente le fascinaban eran las mujeres en permanente lucha por liberarse de su pasado, mujeres con vidas reales y emociones reales: independientes, deprimidas, que lloraban, mantenían relaciones sexuales, tomaban drogas, se peleaban con sus amantes y, en suma, vivían sus vidas como si fueran oscuros dramas de Antionioni. Él fue el único fotógrafo que hizo que Avedon se cuestionara su propio trabajo".

Hoy sería imposible fotografiar editoriales como los que Bob sacó adelante. Para los mejores tuvo de cómplice a Anjelica Huston, con la que mantuvo una relación sentimental que se alargó cuatro años. Nadie la ha retratado como lo hizo Bob. Y, desde luego, nadie la ha mostrado tan guapa. La conoció cuando ella tenía sólo 18 y era una estudiante más en Nueva York. A principios de los 70, justo después del estreno de La caída de los dioses, de Visconti, decidió dar una visión megadecadente, muy romana, de Valentino, que se plasmó en Anjelica paseando del brazo de un militar nazi por las calles de Roma. En una serie sobre Irlanda, la inmortalizó llevando una pistola y con sangre en el pecho. Concidió con los momentos de mayor actividad del IRA. "A Bob le encantaba provocar shocks. Era un reflejo de su propio interior convulsionado. Sus fotos siempre tenían un subtexto que hablaba de su estado de ánimo, de él", recordaba Anjelica Huston en los días posteriores a su fallecimiento.

En la década de los 80, los años de excesos hicieron mella en Richardson, que también debía pagar la factura de una enfermedad mental (esquizofrenia) que sufría desde joven, pero que ocultaba para seguir trabajando. Pasó muchos años vagando por el sur de California como un homeless, solo, olvidado y enfermo, ya que su rudeza le había hechop cortar todos los lazos con la familia. En 1989, un prestigioso historiador del Arte, Martin Harrison, se hizo cargo de él y le pagó una habitación de hotel en San Francisco, mientras orquestaba su vuelta a las revistas con la ayuda de Terry, hijo de su segundo matrimonio con la actriz Norma Kessler (Bob tuvo otra hija, Margaret, de una primera unión, pero nunca mantuvo el contacto con ella ni con su madre). En ese momento, su hijo ya tenía cierta influencia en el negocio gracias a sus campañas para Sisley o Gucci, y comenzaba a cimentar su propia reputación de rebelde versión fin de siglo: mucho sexo, mucha provocación, mucho rock & roll, pero con los pies en la tierra y el dinero en la cuenta corriente. "Las fotos de mi padre son más oscuras y decadentes y, a la vez, tremendamente humanas y reales. Las mías son más luminosas, tienen más energía, respiran sexo y exceso, espontaneidad", dice Terry.

Todos los esfuerzos por volver a encauzarle en la industria fueron en vano. Richardson era absolutamente inflexible en su forma de trabajar y en su forma de vivir. En 1995, le contaba a Ingrid Sischy, editora de la revista Interview: "Siempre he querido introducir la realidad en mis fotografías. Sexo, drogas y rock & roll: eso era lo que estaba pasando cuando yo empecé a disparar. Y yo iba a ayudar a que ocurriera eso y más. Pero nadie quería ver eso en América. ¡Algunos editores de moda aún llevaban guantes blancos a los desfiles!". Era imposible mantener bajo control a una personalidad tan turbulenta, sin embargo, terminó apaciblemente sus días en le sofá de su casa neoyorquina. Por aquellas fechas, mientras se caían los encargos que le habían conseguido en las mejores cabeceras, se lamentaba: "Las revistas norteamericanas están llenas de cobardes. Gente como Liz Tilberis (de Harper's Bazzar) y Anna Wintour (de Vogue) debería estar avergonzadas de sí mismas. La mayoría de las fotos que publican no valen nada. Nueva York ha triunfado definitivamente en su carrera por elevar la mediocridad a una forma de arte".



-Lola Fernández-
Yo Dona Magazine
Diario El Mundo
26 de abril 2008

No hay comentarios: